Anna, su madre, sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Sus ojos se abrieron de par en par, en una mezcla de sorpresa y curiosidad iluminando su rostro arrugado por la preocupación. ―¿Qué? ―exclamó, con un susurro entrecortado―. ¿La conoces? Reinaldo asintió lentamente, con sus brazos aun sosteniendo el cuerpo frágil de Charlotte, a quien conocía como: “Aurora”. Y poniendo a la mujer en el carro de nieve concentrado en su rostro le respondió con su mente viajando por un momento al pasado. ―Sí… la vi en un bar. Tres años atrás… Un año antes de conocer a Alexander Craig, Charlotte a sus 26 años, con su uniforme de mesera aún puesto, desataba el pequeño delantal de su cintura con un suspiro de alivio. Su turno en el famoso bar deportivo había terminado, o eso creía ella. «Que