Capítulo 3. Un reencuentro helado

986 Words
Reinaldo, mirándola desesperado con sus ojos abiertos de par en par, murmuró: ―¡Sí, es ella! ¡Cómo olvidar ese lunar! ¿Cómo es que se llamaba? ¡Espero que no esté muerta! El moreno, aún en shock por el reconocimiento, acercó temblorosamente sus dedos al cuello de la rubia, buscando desesperadamente algún signo de vida. Para su sorpresa, sintió un pulso débil, casi imperceptible. ―¡Está viva! ―gritó con una mezcla de alivio y urgencia. Y si, Charlotte Dean sobrevivió milagrosamente en esa caída por ese peligroso acantilado gracias a su horrible esposo, Alexander Craig. Resulta, que, en los primeros segundos de caída libre, A unos quince metros de la cima, Charlotte impactó contra un saliente de roca que sobresalía del acantilado. Esta repisa natural estaba cubierta por una gruesa capa de nieve recién caída. Aunque el golpe fue fuerte, la nieve suave sobre la roca dura actuó como un amortiguador improvisado, reduciendo el impacto lo suficiente para evitar lesiones inmediatamente fatales. Sin embargo, el impacto la dejó sin aliento y desorientada. Entonces, el cuerpo de la mujer rebotó de la saliente, y continuó su caída, esta vez de manera más controlada. Su cuerpo rodó y se deslizó por la pendiente nevada, golpeando contra rocas y ramas. Cada impacto era doloroso, pero ninguno lo suficientemente fuerte como para acabar con su vida, pero si la de su bebé. Finalmente, Charlotte cayó en una grieta profunda, oculta bajo una capa de nieve suelta. Esta trampa natural se convirtió milagrosamente en su salvación, actuando como un colchón que absorbió gran parte de la energía de su caída. El impacto la dejó inconsciente, pero viva. Sin embargo, el peligro no había pasado. Semiconsciente y gravemente herida, Charlotte rodó fuera de la grieta. En su descenso final, su cabeza golpeó otra vez, contra una roca cubierta de nieve, causándole una herida en el cuero cabelludo que sangró profusamente. Hasta que, el cuerpo maltrecho de Charlotte finalmente se detuvo en un pequeño terreno entre unos pinos. Allí, la nieve que caía constantemente en esa área, siendo las seis de la tarde, comenzó a cubrirla, formando una capa protectora que, irónicamente, la protegería de la hipotermia inmediata. Durante media hora, Charlotte permaneció enterrada bajo la nieve, con su cuerpo luchando por sobrevivir en condiciones extremas. La combinación de la conmoción, el frío y sus heridas la mantenían al borde de la inconsciencia. Sin embargo, el cuerpo humano, solo resiste estar en temperaturas bajo cero sin protección por una hora. Por suerte, en ese tiempo contra el reloj entre la vida y la muerte, fue que Reinaldo la encontró a tiempo o si no, Charlotte Dean hubiera muerto. Así que, en aquel momento, el chofer corrió y llegó jadeando tras Reinaldo. Sus ojos se abrieron de par en par al contemplar la escena, mientras el viento helado azotaba su cara. ―¡Dios mío! ―exclamó, con su voz quebrándose por la impresión―. ¿Está muerta? Reinaldo, con el corazón martilleando en su pecho, actuó por puro instinto. Se despojó de su gran abrigo negr0 en un movimiento fluido y envolvió a la mujer con él. Sus manos temblaban ligeramente por la adrenalina y el frío. ―¡No, pero llame a emergencias ya, por favor! ―gritó, con su voz resonando en el aire gélido―. ¡Está embarazada! El chofer, con dedos temblorosos, sacó su intercomunicador. Su rostro reflejaba una mezcla de nerviosismo y confusión mientras se dirigía a Reinaldo: ―¡Hay que sacarla de la nieve o le dará hipotermia! ―advirtió, con su aliento formando pequeñas nubes en el aire―. Pero, ¿cómo llegó hasta acá y vestida de esa forma? ¿La tiraron aquí? Casi nadie conoce este lugar porque está muy alejado de las cabañas de lujo. ―¡Pues no lo sé, hable menos y llame a los refuerzos, señor! ―urgió Reinaldo, con la desesperación tiñendo su voz―. Esta mujer está sangrando por todos lados. ―¡Sí, ya voy! ―respondió el guardia, con sus dedos moviéndose frenéticamente sobre el dispositivo. Reinaldo, con una delicadeza que contrastaba con su imponente figura, levantó a la mujer de la nieve. Sus músculos se tensaron bajo el peso, consciente de que Charlotte estaba por morir si no se apuraba. Sin embargo, el chofer se preocupó porque el cuerpo debía quedarse ahí hasta que llegaran los refuerzos, pero Reinaldo no se aguantó. ―¿Señor, qué hace? ¡Los refuerzos ya vienen! ―¡Se va a morir si no la saco de aquí! ―respondió Reinaldo con osadía. Mientras caminaba hacia la camioneta, con sus botas crujiendo bajo la nieve, cargando el cuerpo frágil de Charlotte, un relámpago de reconocimiento iluminó su mente. Sus ojos se abrieron de golpe y exclamó: ―¡Aurora... sí, ese es su nombre! Con cada paso, Reinaldo sentía la débil respiración de Charlotte contra su pecho, un recordatorio frágil de su lucha por sobrevivir. Los labios de ella, antes de un rosa suave, ahora estaban azules por el frío. Su cuerpo, una vez lleno de vida, ahora estaba cubierto de arañazos y moretones, y su piel ya estaba adquiriendo un tono violeta por la exposición al frío extremo. Al acercarse a la camioneta, Anna, la madre de Reinaldo, soltó un grito de horror. Su mano temblorosa cubrió su boca, y sus ojos estaban llenos de preocupación y confusión. ―¡Reinaldo! ¿Qué está pasando? ―preguntó, en español. ―Madre, está viva, pero apenas ―respondió Reinaldo, con su voz cargada de urgencia y preocupación.―. La encontré en un charco de sangre. Si no actuamos rápido, morirá. Necesitamos llevarla al hospital inmediatamente. Reinaldo hizo una pausa, con su mente luchando por procesar la situación. Luego, con un tono de reconocimiento en su voz, añadió: ―Yo conozco a esta mujer. La vi... hace años atrás. Continuará...
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