SARAO MONTÍEL
Esa noche, la plaza iluminada por antorchas y lampiones, recibe al pueblo cruceño.
El Gobernador pasea en su hamaca dorada, levantado por cuatro hombres mestizos, bien hechos y sudados. Su mujer sonríe sensualmente. Ama a los criados, les da todo, incluso dicen: Más amor que al marido, especialmente a los varones jóvenes y apuestos.
Criollas y mestizas muy sensuales, bañadas por el reflejo de la luna, pasean observando distintos juegos. Bellas, con sus moños levantados, cuellos altos, pechos aplastados a la fuerza, cubiertas por vestidos que arrastran la arena. Sus risas espantan a las lechuzas. Son alzadas por sus criados al cruzar las esquinas. Las nativas vienen atrás, levantando colas y velos. Tienen dientes perfectos que brillan con la humectación de deliciosas salivas. Distinguen a los hombres que esa noche las amarán y harán hijos, engendrando más gente hermosa para la tierra camba.
— ¡Dichosos los ojos! —saluda Sarao a una mujer bellamente arreglada.
—Sois torpe, Sarao.
—Qué ha pasa’o...
—Te has entrega’o a la mujer del Gobernador y ella lo anda proclamando, estáis en la mira de la espada de su poderoso marido.
—Supón que sea verdad ¿Creéis que aquí estaría, sin pizca de vergüenza, paseándome junto a ellos?... Me tejen muchas aventuras y vos creéis, señora.
—Sois la especie de español que no tiene remedio y dejará la semilla del hombre macho, pero cínico, hombre lindo, pero canalla.
—Ja, ja, ja ¿Es tu opinión Angélica?
—Sí, y por eso no me entrego totalmente a vos y pido que no me visitéis, pues estoy por cortejarme con Leandro Alburquerque.
—Bien, entonces no te molestaré, pero no me mandéis recados pues tengo mi corteja y ella lo presiente.
— ¿No acabo de decirlo? Macho lindo, pero canalla.
—Cierra tus labios, que más lindos son ellos sin moverse para hablar tonterías de celos. Venid pacá —la lleva de la cintura, atrás de una planta de toborochi. Se besan sin control. La mano de Sarao, baja y toma el cuadril y va hacia atrás rápidamente.
Entonces Angélica se levanta un poco las faldas.
Al poco rato, vuelven al sitio anterior en que esperan dos fuertes criados con una silla de brazos, en la que sube la bella moza.
—Consentido —dice Angélica y le da el dorso de la mano y este se la acaricia efusivamente. La española, acomoda su velo de encaje y entre los orificios del precioso tejido, escrudiña y pestañea, acariciando rápidamente con la lengua, sus bellos labios rojos.
Sarao sonríe y enciende un cigarro de tabaco puro, con esa mirada que acababa de criticar celosamente la andaluza.
—Adiós Angélica —dice Sarao, ajustándose el pantalón con una pañoleta roja a la cintura. Se aproxima al amplio grupo de amigos y sus mujeres, quienes, en una esquina, beben, juegan dados y cantan.
—Olé, mucha canela, mucho sudor —grita un hombre al bailar con una mujer.
Las carpas y cabañas con hoja de palma, que se han levantado para albergar a los participantes de la fiesta, están repletas de gente festiva, suelta de dobleces, liviana de pesos de conciencia, preocupados tan sólo porque no amanezca.
—Sarao, ya viene goza ‘o.
— ¿Qué es eso?
—Sarao ha estado con una mujer, se le nota —asegura uno de sus amigos.
—Claro que sí, hombre, es lo primero que hago antes de salir a una fiesta. Si os matan, ya habéis hecho el amor y estáis livianos —contesta Sarao.
— ¿Podemos saber con quién estuviste? Pues la mujer del gobernador está por allí y la Angélica pasó hace un instante y las otras están andando.
—Es una muchacha nueva como una rosa recién abierta.
—Y ya le hiciste caer los primeros pétalos.
—Déjenlo en paz a Sarao —interviene Etelvina Villavicencio —es soltero, que haga lo que quiera.
—Bailemos Etelvina Villavicencio, estoy feliz, todos estamos felices. Quiero hijos, pero que sean buenos, que hagan descendencia, quiero que nuestro nombre y casa, esa que está en construcción, sea de las mejores, por más de un siglo; por tiempo largo en la historia de este pueblo. Nuestra hija Francisca Bernabela dice que no se casará nunca... ¿Le creéis? Yo sí, pues tenía una tía que nunca se casó. Prefiero que ella quede así, no la quiero obligar.
Emiliano del Rivero baila alegremente con su esposa Etelvina Villavicencio. Leandro llena un vaso e invita a beber a Sarao, brindan y secan al instante, luego le pregunta:
—Dime a ver, Sarao, pícaro: ¿Quién es tu nueva conquista? ¿Esa flor nueva?
—Quedaos tranquilo, que por ella he dejado de lado a tu Angélica, con ella podéis hacer ahora lo que queráis ¿Somos amigos o no?
—Claro, me alegra, sabéis que me gusta Angélica.
—Bien, no se diga más.
—Pero, cuéntame de la otra.
—El otro día para el baile de máscaras... ustedes ya estaban borrachos. Emiliano del Rivero y Etelvina Villavicencio no vinieron a la fiesta. ¿Recordáis? Y cuando no van, bebemos como condenados
—Sí.
—Vi una muchacha con traje de tafetán, terciopelo y encaje n***o. Su rostro cubierto. La máscara negra que llevaba, apenas dejaba ver el movimiento de sus ojos. Plumas de faisán en el moño alto. Su boca pasó cerca de mi hombro y me sonrío. Sus dientes eran como perlas.
— ¿Y qué hicisteis?
—Dejé a Angélica y fui tras ella; aceptó bailar, tembló, fuimos hacia lo oscuro, ya bajando la luna, y me dijo fingiendo la voz: «Deme un beso, pero no pregunte mi nombre». Y la quise besar, pero corrió… fui tras ella y entonces se colgó a mis hombros y me besó apasionadamente, y como soy yo, sabéis, Leandro: La arrastré en mis brazos, la alcé y monte al caballo, la fiesta quedó lejana, la llevé a la construcción, ella no abría los ojos, ni se quitó la máscara.
—Sigue —pide Leandro.
—Ingresé por atrás de la construcción y una vez en el patio de la casa, ella se enfrió —No... Por favor. ¿Dónde estamos? —Preguntó. — Ven, ven, amor —le dije — No, me voy —gritó aterrada, pero la sostuve de la cintura, la besé nuevamente y la llevé a lo que será mi cuarto, allí, encima del cuero de tigre, levanté sus faldas. ¡Qué piernas bellas, tiernas y duras! Seguro es virgen, pensé, y entonces, cuando estaba dispuesto a hacerla mía, y ella se estaba derritiendo con mis besos, gritó nuevamente: No, no, no... Y salió corriendo, se perdió en la oscuridad.
— ¿Y?
—Quiero encontrarla, me tiene loco, os aseguro Leandro.
— ¿De qué habláis? —Pregunta Emiliano, transpirando, luego de bailar con Etelvina que sacia su sed sirviéndose chicha de una cantarilla.
—De la última conquista de Sarao, sólo que con esta no tuvo suerte.
Sarao se calla.
—La llevó al patio de la casa; allí, dónde queréis que sea su cuarto, entre los cueros de tigre, la acostó a la bella enmascarada, pero se fugó desesperada, atolondrada por sus besos y por lo que casi perdió en ese momento.
—Ja, ja, ja.
—Disculpa Emiliano del Rivero, disculpa Etelvina, espero no os molestéis.
—Por lo menos deberías esperar a tener cama allí. ¿Fue entre los cueros? —Pregunta Emiliano del Rivero.
—Y se le escapó esta vez a Sarao.
—Ja, ja, ja.
—Je, je, je
—Jo, jo, jo —las risas no paran.
—Salud, salud, bebamos, por esta linda tierra y sus mujeres.
Ríen a costillas del famoso macho.
La fiesta hace bailar a la luna, entre las nubes… entre los astros, es la reina magnética del amor.