CAPÍTULO 5

1816 Words
George llego a su trabajo, saludando a todos en voz alta;  llevaba una sonrisa que no cabía en su rostro; tarareaba una canción – nada, nada, nada es como tu; ni la luna llena… —¿Y qué le pasa a George hoy?— pregunto Mary, una compañera de trabajo— ¡este muchacho como que está enamorado! —Amanecí enamorado de la vida Mary –dijo George muy optimista —este es un día precioso y especial amiga. —Yo no veo nada especial en este día – le dice Mary extendiendo los brazos a los lados y mirando a su alrededor— ten cuidado; aquí no se puede venir borracho ni fumado. —Amo esta borrachera Mary, hoy te veo más hermosa  amiga y hasta quiero abrazarte —dijo George con aquella sonrisa que no se borraba de su rostro. —Vamos a dejarlo hasta ahí —dijo Mary frunciendo el entrecejo— es mejor que vayas al médico; hoy no te reconozco. Mary  era una mujer como de treinta y cinco  años, que ya trabajaba allí, cuando el comenzó a trabajar en aquella empresa y habían hecho una gran amistad; ella era como su consejera y confidente, y siempre estaban haciéndose bromas. George se sentó frente a su computadora; pero su mente no estaba allí, la imagen de Mirla flotaba en sus pensamientos como un globo con luces multicolores que no le permitían concentrarse en nada; saco su teléfono celular y le envió un mensaje con aquella canción que no había dejado de cantar toda la mañana, pensando:  «ojala me responda muy emocionada y así me dé la oportunidad de seguir hablando con ella atreves del whatsapp». Trato de concentrarse en el trabajo que estaba realizando, pero aquellas luces multicolores en su pensamiento mostrándole el rostro de Mirla, actuaban como un virus informático, bloqueándole todas las ideas; miraba a cada rato el teléfono para ver si le había respondido, pero lo volvía a su lugar, desanimado. Se levantó de su asiento y fue hasta el cubículo de Mary. Quiero que me asesores en algo que no entiendo— le dijo George en un tono que parecía muy confidencial – te espero en mi cubículo; no tardes.  Mary; muy curiosa por aquel tono de confidencialidad con que le había hablado George, no espero, sino que se fue detrás de él. George le trajo una silla poniéndola al lado de la suya e invito a Mary a que se sentara. —¿Qué te pasa a ti? —pregunto con la voz muy bajita. —No me puedo concentrar Mary —respondió George, siguiendo el mismo tono de  confidencialidad— no te vayas a reír;  pero creo que estoy enamorado. ¡Lo sabía! —dijo Mary emocionada al ver confirmada su sospecha, dándole un suave puñetazo en la pierna— ¿Qué tan enamorado estas Romeo? —Muy, muy, muy enamorado —dijo George con un brillo relampagueante en sus ojos. —¿Y quién es esa chica tan especial que ha logrado ponerle bozal a este potro? —pregunto Mary hablando en lenguaje figurado. —Es una chica que estudia noveno semestre de medicina en mi universidad —respondió George emocionado. —¡Ese es mi muchacho!; siempre mirando alto —dijo Mary en tono de aprobación —¿y ella te corresponde?. —No estoy seguro; ella es una muchacha algo conservadora  —responde George— pero es la mujer más bella que he conocido. —La has invitado a salir —pregunto Mary. —Solo al cafetín, un par de veces —respondió George muy emocionado— y la hemos pasado muy bien; me parece que ella disfruta el estar conmigo —¡Tacaño!  —le reprocho Mary dándole una palmadita en la nuca— ¿Cómo se te ocurre invitar a la mujer de tu sueño, solo al cafetín de la universidad?. —Es que no estaba en mis planes enamorarme —se excusa George. —Tu sí que eres gafo — le sigue reprochando Mary —¿quién te dijo que el amor se planifica; el amor no avisa, ni toca la puerta, solo entra y te deja hipnotizado, soñando con pajaritos preñados. En ese momento sonó el móvil de George avisando la llegada de un nuevo mensaje; el miro el celular  y emocionado dice: —¡Es ella!; abrió el mensaje y los dos leyeron al mismo tiempo: —“Buenos días George Luis; que tengas una feliz mañana”. Cuando George termino de leer el mensaje, había cambiado su semblante; se había desanimado. —¿Que le paso a tu alegría? —le pregunto Mary al verlo cabizbajo. —Es que esperaba que respondiera más emocionada por el mensaje que le envié hace un rato —dijo George con muy poco entusiasmo. —¿Y qué querías? —pregunta Mary en tono de regaño— ¿acaso esperabas que te enviara una foto desnuda diciéndote?: ”Mira cómo te estoy esperando”; ella tiene que saber primero, que tú la amas; tienes que aprender a enamorar a una chica, yo no te voy a durar toda la vida, para decirte como debes hacerlo. —No es para tanto —responde George— pero es que…. —Nada George —le dice Mary interrumpiéndolo— tú eres un conquistador; no me decepciones, ve y conquista a la mujer de tu vida; ponte creativo y afloja el dinerillo hijo; llévale flores, invítala a lugares más íntimos y románticos; a las mujeres nos gustan los tipos detallistas; nunca olvides eso. —¿Tú crees que le gustan las flores? —pregunta George con  timidez. —No me fastidies George; claro que le gustan, y muy rojas; ¿a qué mujer no le gustan las flores? —le dice Mary mirándolo como a un bicho raro— ¡qué vas a saber tú de mujeres, si solo conoces a tu mama!  —y soltando una carcajada, dejo a George y se fue a su cubículo, feliz de que su amigo estuviera enamorado. George se levantó muy temprano al día siguiente, fue a la floristería y mando a preparar un ramo de rosas rojas como le había sugerido Mary; dejo la dirección de Mirla junto con una pequeña tarjeta. Muy satisfecho, pensando en el efecto que causaría en Mirla aquel ramo de flores, se fue a trabajar inmediatamente; quería salir temprano para ver si lograba verla en la facultad. No le había enviado mensajes para no causarle la sensación de que la estaba acosando; quería enamorarla inmediatamente, pero tenía que ser prudente para no correr el riesgo de perderla. Miraba el teléfono a cada momento, esperando que ella le llamara para comentarle algo sobre las flores, pero fue inútil su espera A las diez de la mañana alguien toco la puerta de la habitación de Mirla; Fabiola se asomó para ver quien tocaba y casi choca con un gran ramo de rojas flores, que ocultaban el cuerpo del joven que las estaba sosteniendo. Antes que dijera algo, escucho una voz desde atrás del ramo de flores. —¿La señorita Mirla? —Un momento —dijo Fabiola con desagrado, mientras tiraba la puerta. —Ahí te vinieron a traer el desayuno Mirla  —dijo Fabiola con cara de pocos amigos. —¿Desayuno a esta hora? ¿Quién lo manda? —pregunta Mirla sorprendida, mientras se levanta rápidamente de la cama. —Adivina quién —dijo Fabiola desdeñosa— en esta ciudad no hay tantos imbéciles, que además sean tan cusirles. Mirla abrió la puerta y cuando vio aquel hermoso ramo de flores se quedó impactada, mientras pensaba: «George se acordó de mí otra vez; que maravilloso saber que ha pensado en mí». Tomo el ramo de flores absorta en ese pensamiento como si hubiese recibido un hechizo; lo coloco sobre una mesita y ávidamente tomo la tarjetita y la leyó. “Gracias por el dulce atrevimiento, de entrar a mi vida sin avisarme; Cuando yo solo me atrevía a soñarte”. —¡Es de George! ¡Me ha enviado flores!; ¡está pensando en mí!— dijo Mirla emocionada sin poder contener una lagrima. Fabiola contemplaba la escena sin ocultar su disgusto, pero no decía nada; solo pensaba que su amiga, después de haberse cuidado tanto, había caído en el lazo de un vaquero que no tenia donde caerse muerto; no lograba entender como era que estaba llorando por unas flores y un montón de cursilerías que había escrito en un papel; «¡que desperdicio y que pérdida de tiempo!» pensaba. Mientras Mirla besaba cada flor imaginando los labios de George y apretaba aquella tarjetita contra su pecho, como tratando de guardarla en su corazón. Nunca le habían regalado un ramo de flores, y en ese día se lo estaba regalando el hombre que más amaba; siempre había soñado un momento como este; nunca imagino que aquel tipo ordinario del estacionamiento era quien le  haría realidad este sueño, era imposible no amar, a ese hombre que  había tenido la sensibilidad necesaria para tocar su corazón de esta manera y adueñarse de él, definitivamente, ese era el hombre de su vida aunque el, no lo supiera. Se volvió a sus amigas que estaban mirándola en silencio. —¿Tú crees que me ama amiga? –le pregunto a Lizbeth como sintiendo la necesidad de que alguien se lo confirmara. —Dios mío amiga; no es para mí y estoy que lloro de emoción —dijo Lizbeth que  suspiraba, como si estuviera soñando— si eso no es amor, que alguien me diga que es; ¡Yo quiero un hombre así! —A mí no me preguntes eso –le dice Fabiola con mal carácter– yo solo sé que el tipo que hace eso ,mas que enamorado, es un completo  imbécil. —No seas tan dura amiga; solo quiero compartir con ustedes  este momento —le dijo Mirla con el rostro lleno de lágrimas— ustedes son las únicas  que saben esto; quiero que alguien me abrace. Lizbeth la abrazo con fuerza y lloro también, contagiada por la emoción de su amiga. Fabiola se quedó mirándolas. —Que estupidez —dice Fabiola inconmovible— y que llorar por unas flores; son tal para cual. Un rato después, cuando ya mirla estuvo calmada y había acomodado las flores en la mesita de su cama, tiempo en el cual Fabiola se había mantenido muy silenciosa; Mirla le pregunto: —¿No te parecen bellas mis flores?; ¿no te gustan ni un poquito?. —Tú sabes lo que yo pienso de eso Mirla —le dijo Fabiola muy seria — para mí eso no es más que un desperdicio; mi madre decía que las flores huelen a velorio, y hoy estoy aquí ante el velorio de tu voluntad, que acaba de morir en manos de un desconocido.
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