CAPÍTULO 4

1795 Words
Cuando Mirla llego a su habitación, no estaba Fabiola, Y  Lizbeth se había ido con unas amigas y no regresaría hasta el día siguiente; Fabiola, había noches en que no venía, así que apago la luz y se acostó temprano; habían cosas que quería consultar con su almohada y prefería estar sola; era mejor si no venía Fabiola. Estaba un poco inquieta por ese hormigueo o cosquillitas que sentía en el estómago; era algo que nunca había sentido y en sus clases de medicina, nunca le habían enseñado sobre esos síntomas, los cuales se habían comenzado a presentar, hacia algunos días. Primero  de manera intermitente, pero ahora lo estaba sintiendo de forma permanente,  y hoy con más intensidad.  Se sentía demasiado a gusto con George, a pesar del poco tiempo que tenía conociéndolo; su respiración se le aceleraba cuando se le aproximaba y sus palabras le parecían notas musicales, el tiempo que paso con él, le había parecido muy corto; con gusto se hubiese quedado hablando toda la noche con él. Esto era algo desconocido para ella, como la primera vez que le había venido la menstruación, que no sabía cómo reaccionar, pero su madre la había tranquilizado dándole algunas explicaciones. Pero esto era diferente a una menstruación; era algo invisible, inquietante y placentero a la vez, que le aceleraba el corazón, le erizaba la piel y le quitaba el sueño.  Era como una música, pero no como la música de Arjona que sonaba fuera y luego entraba al corazón, esta música salía del corazón y se expandía a todo el cuerpo haciéndole sentir cosas extrañas. Esto definitivamente no estaba en sus planes, andar sintiendo cosas que la desenfocaban de su objetivo que era estudiar y graduarse, ahora leía y no lograba concentrarse , porque esas maripositas, la transportaba al cafetín y no era precisamente por el deseo de tomar café; su deseo era otra cosa; su pensamiento la llevaba hasta la mesita que estaba en el centro y allí la ponía a soñar en cosas inconfesables; es verdad que no era ninguna quinceañera, pero esto le estaba mostrando que este sentimiento no avisaba ni el año ni el día, ni cómo iba a llegar; solo  llegaba como una inundación invadiendo todos los sentidos. Nunca se imaginó que aquel incidente en el estacionamiento, iba a desencadenar en su corazón, el nacimiento de tantas emociones y sensaciones nuevas. Ahora no encontraba  qué hacer con ese alboroto interno, con ese huracán que había desordenado todas las hojas donde había escrito uno a uno los pasos  del proyecto de su vida y le estaba poniendo un gran asterisco que le pedía que debía insertar algo muy importante que había pasado por alto: El amor. La razón le decía que debía borrar aquel asterisco, pero el corazón le decía lo contrario, y el corazón estaba sacándole ventaja a la razón. Siempre había pensado que el amor llegaba lentamente y se podía controlar e incluso no permitirle que siguiera creciendo; pero lo que ella estaba sintiendo se había manifestado como una explosión que le salía hasta por los poros; era como una noche de navidad cuando muchas explosiones interrumpen la oscuridad esparciendo estrellas multicolores, y luego volvía la calma, y la oscuridad se adueñaba nuevamente del firmamento; pero en ella, aquellas explosiones no cesaban, desde que habían llegado interrumpiendo la cotidianidad de su vida; y no le permitían volverá la calma  Dentro de ella había comenzado una fiesta multicolor que no terminaba. George le había dicho, que estaba buscando una fórmula para que ella, se enamorara de él; y no se había dado cuenta que ya la había encontrado y era tan   efectiva, que allí estaba en su cama, abrazando su almohada imaginándolo a él entre sus brazos, imaginando que exploraba su cuerpo con sus caricias, despertando locos y acalorados  deseos  que le secaban los labios y humedecían su intimidad. Definitivamente esto era una locura que se le despertaba a los veintiún años y no sabía cómo controlarla; tenía que haber escuchado los consejos de Fabiola, ella le había cerrado las puertas al amor, con mucho éxito y había desarrollado un instinto para reconocer el momento, cuando debía levantar el vuelo; la imagino soltando una gran carcajada si le dijera: Tenías razón, y escuchar su profética respuesta: Yo te lo dije. George se movía inquieto en su cama; no podía conciliar el sueño, después de un día de trabajo y las clases en la universidad, siempre llegaba cansado y se dormía rápidamente. En las últimas noches sus pensamientos, no habían estado centrados en su tesis que ya estaba elaborando y a la cual le dedicaba los últimos pensamientos antes de dormirse; ya no se estaba acostando emocionado pensando en el inminente final de sus estudios; ahora, eran otras cosas las que le estaban emocionando  y quitándole el sueño, es más; no deseaba dormir, y prefería seguir soñando despierto con aquello que espectacularmente estaba sucediendo en su vida, y que no lo había previsto en su metódico plan de vida, al que se había sometido por unos cuantos años para lograr lo que se había propuesto  Hasta hace unas semanas todo marchaba según esos planes, pero apareció una muchacha agresiva en el estacionamiento, y de ahí en adelante muchas cosas comenzaron a cambiar. En aquella invitación al cafetín, su interés estaba centrado en lograr un acercamiento con esa joven escultural que la acompañaba, pero el destino había decidido otra cosa; aquella tarde entre un café y un jugo de naranja, había sucedido algo extraordinario, unos preciosos ojos marrones le traspasaron los límites que había establecido en su corazón, y desde allí había comenzado a invadir cada célula de su cuerpo.  Ahora estaba sintiendo unos síntomas tan extraños y placenteros que lo habían puesto a soñar despierto, con una imagen que jugueteaba en  sus pensamientos mientras se adueñaba de ellos; esa imagen tenía un nombre que sonaba como música angelical que estremecía todo su ser. Mirla era el tema de sus sueños y sus ojos le habían hipnotizado y lo habían llevado a otra dimensión desconocida para él, donde la imaginaba en sus brazos, apretada contra su pecho, mientras la flor de sus labios, abría sus pétalos para él, brindándole el dulce néctar de sus deseos. Mirla había encontrado la combinación que le había permitido entrar a su corazón e inundarlo con aquella frescura natural que lo embriagaba, haciéndola tan especial y tan necesaria para su vida que no sabía cómo apartarla de su mente, de sus deseos, y  de sentirla penetrando por sus oídos con su risa, penetrando en su respiración con su perfume y llenando sus ojos con el paisaje de su deliciosa figura. Le había prometido la fórmula para que se enamorara de él, pero sin darse cuenta,  lo había  llenado de ella, con sus gestos, con su voz, con su mirada, con su piel y con todo su cuerpo. Se sentía atrapado, deliciosamente atrapado por sus sencillos encantos, por esa gracia que solo ella sabía cómo transmitirla a todos sus sentidos. Definitivamente ella se había metido en el proyecto de su vida y en el objetivo principal que más ansiaba alcanzar. Mirla se despertó tarde; había dormido poco durante la noche. Miro la cama de Fabiola y estaba vacía; mientras se estiraba, miro el celular y su rostro se ilumino, había un mensaje de w******p de George Luis; sus dedos se movieron velozmente para abrirlo. “Nada, nada, nada es como tu; ni la luna llena, ni el atardecer; nada es tan perfecto como tu; nada ha sido nunca como tu…” Cuando leyó aquella letra de su cantante favorito en el mensaje, su corazón parecía que se le salía del pecho. —¡Amor, amor, amoooor; te amo, te aaaaamo! — decía en voz alta, mientras besaba el teléfono y lo apretaba contra su pecho. Sentía que nunca había tenido un despertar tan delicioso «si el supiera cuanto le amo» pensaba; «¡Cuánto me gustaría que él me amara así; que maravilloso seria amanecer en sus brazos!» —“Hola George Luis; que tengas un feliz día”—le respondió el mensaje. Mientras su deseo era escribirle:  «Ahora me fascina más esa canción  porque  me la enviaste tu; me fascina que te acuerdes de mí; me fascina amarte así…»  pero él no sabía que lo amaba, ni podía cometer el error de decírselo. Se metió en el baño, con el teléfono en las manos, como si llevara un ramo de flores en un delicado jarrón; lo dejo sobre el lavamanos y entro a la ducha cantando: —Nada, nada, nada es como tu; ni la luna llena, ni el atardecer; nada es tan perfecto como tu; nada ha sido nunca como tú...  Había escuchado esa canción muchas veces, pero nunca le había parecido tan hermosa como ahora. Salió del baño, envuelta en una toalla, mientras seguía tarareando aquella canción una y otra vez. Mientras se vestía lentamente,  pensaba en cómo le gustaría  amanecer desnuda  en los brazos de George, llenando su cuerpo de él, escuchando esa canción al oído, escuchándole decir cuánto le estaba amando. Mirla sabía que aquel sueño, era solo su sueño; no sabía si George llegaría a enamorarse de ella, aunque sabía que si le gustaba, ella no quería solo gustarle; quería que el sintiera lo que ella sentía por él; quería ser  correspondida y amada, como ella creía que era el amor. Para el tiempo que ella estaba viviendo las muchachas más jóvenes ya habían pasado por experiencias amorosas una y otra vez y era cosa normal entregarse a un amante solo por un impulso o por un deseo, pero ella pensaba diferente y no desearía entregarse a nadie que no valorara lo que le estaba entregando; por eso a los veintiún  años, quizás ella estaba atardecida en el amor, pero aun así seguía soñando con un príncipe que le correspondiera con la misma pasión con que ella podía amarlo. Se recostó nuevamente en su cama y comenzó a imaginarse a George en su actividad diaria; lo imagino llegando a su oficina con una gran sonrisa y cantando esa canción que le había enviado por mensaje y sentado frente a su computadora pensaba en ella, imaginándola entre sus brazos haciéndola muy feliz y cerrando los ojos pensaba en ella, esperándola en su casa con alguna travesura en mente para recibirlo seduciéndolo con sus encantos, amarse como si fuera siempre, la primera vez. Suspiro muy profundo y en un susurro, pronuncio su nombre:— Te amo George Luis mi alma te necesita, mi corazón clama por ti, mi cuerpo te necesita; si supieras cuantas cosas tengo para darte, si supieras que no he dormido pensando en ti y en mí, unidos por siempre; si supieras amado mío….
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