Capítulo Doce: Halim.

1876 Words
Bell se dio cuenta de que el auto en el que iban tanto ella como la mujer mayor, se recalentó más de la cuenta, comenzando a desprender humo de la parte del capó con una fuerza que llegaba a varios metros hacia arriba, por lo que no pudo ignorarlo por mucho más tiempo. Tuvo que parar en medio de la carretera cuando vio que los kilómetros avanzados eran muchos, de seguro el auto no estaba acostumbrado a cruzar tantas distancias en un solo momento, por eso era más que necesario parar y revisar de qué se trataba todo aquello. Dejó a Karin dentro y bajó a revisar cuando aparcó a un lado de la carretera, en una zona de pura grama. Abrió el capó para averiguar qué ocurría, pero le costó cuando este estaba tan caliente debido al humo que soltaba. Una vez que lo abrió, vio que la falla era temporal, debido a tanto tiempo que el motor pasó encendido, de modo que volvió junto a la mujer dentro del auto. ─Karin, me temo que debemos pasar aquí la noche, el motor está muy caliente por todo lo que hemos rodado desde la posada─ le informó a la mayor, quien se hallaba con un ligero suéter, ya que la noche comenzaba a caer y el clima comenzaba a ser fresco. ─Está bien, pero ¿No crees que es mejor si pido ride? Seguro alguien podrá llevarme a mi destino, no tienes por qué llegar hasta allá, ya me has ayudado mucho─ le hizo saber la mujer de cabellos casi blancos. ─Puede hacerlo, pero eso me dejaría con la duda de si pude dejarla en buenas manos o no─ contestó Hanibell, quien ya no estaba segura de nada en su vida. ─Cariño, sé cuidarme sola, más allá de lo que hayas visto en la posada. Ese hombre me tomó desprevenida, me descuidé, pero ahora que tengo todos los sentidos puestos en una sola cosa, que es llegar a la casa de mi hermano, nada podrá detenerme, tengo años sin saber de él─ le suplicó la dama, con ojos tristes y ligeramente empañados. La chica tuvo que asentir ante la decisión de la mujer, pero no quería dejarla libre, ella le recordaba mucho a su abuela materna, quien había muerto hacía algunos años, ella colaboró con la crianza de Jayce y la propia en muchas ocasiones.  Ambas bajaron del auto minutos después en los cuales el silencio reinó, solo que a la menor, nada de eso le incomodaba, nada más pensaba en que estaría sola luego de que ella la dejara también, y eso le daba una especie de sentimiento de tristeza, sin saber por qué. Pensó en qué estarían haciendo sus amigos en ese momento, siendo que los mandó tan lejos de donde vivían, en un barco que no conocían con gente igual de extraña, pero necesitaba que esa joya quedara fuera de la vista de halcón de Renedit, era el único tesoro que podía decir a ciencia cierta que le pertenecía. Había estado generación tras generación en su familia hasta terminar en sus manos, y no permitiría que una estupidez le arrebatara aquello. La persona que le compraría la joya era de suma confianza, un contacto de Marcus que se haría pasar por el mayor millonario de todo el puerto, un hombre misterioso y de tierras lejanas, con un acento italiano muy marcado. En realidad, eran compañeros de andanzas, puesto que Marcus un buen tiempo de su vida fue el chico de los mandados, un simple criado de las casas más ricas, y un día por suerte conoció a un hombre que se volvió su amigo, alguien en quien podía confiar y viceversa, este lo adoptó como suyo, su mano derecha después de hacerle varias pruebas de fuego, las cuales pasó todas en un segundo, era un ser humano transparente. Lástima que ese hombre llevara el apellido Laurenti.  Le juró millones de veces que le dejaría poseer al menos un tercio de lo que él tenía cuando llegaran a los diez años juntos, sin embargo, cuando esto se cumplió, ya Renedit tenía otro pensar, solo le dio migajas, como siempre, jamás le dio el poder que le prometió y mucho menos el reconocimiento que mereciera no solo por cuidar de él y sus espaldas, sino también de su familia. A Marcus esto le sentó de la patada, pero nunca fue capaz de traicionarlo, solo hasta que vio que su maldad había trascendido a niveles que nunca logró verle antes. Se metió con sus propios hijos, queriendo llevarlos como él a la oscuridad, a un mundo del que no había salida alguna que no fuera el cementerio. Esa era una de las maldades más grandes que vio jamás, un padre actuando así era lo peor que se podía tener en la vida, y Hanibell lo sabía a la perfección, a ella también le dolió mucho que a Marcus nunca se le diera lo que en realidad merecía por su trabajo, pero Renedit se encargó de que siguiera siendo solo una rata del servicio más. En eso pensaba la chica de cabellos cortos y decolorados mientras se hallaba recostada de la puerta del conductor del auto junto a Karin, quien se hallaba en la carretera esperando que algún auto pasara para pedirle que la llevara. Entonces de lejos se observaron un par de luces de auto, y al acercarse más este, se vio que en realidad era una pick up color gris no muy moderna, sin embargo, el chófer paró y bajó la ventanilla, observando a la anciana. ─¿Necesitan algo?─ fue lo que preguntó, sin saber muy bien qué decir. ─Oh, sí, quería saber si sería usted tan amable de llevarme hasta el final de la avenida Colfax─ le propuso al conductor, a lo que este la miró por unos segundos más, analizando si era de fiar o no. ─Bien, pero tendrá que decirme en cuál calle exactamente, ya que doblo en una esquina hacia la autopista, de modo que tendrá que ser clara y concisa─ Ella asintió muy feliz y le mostró el papel escrito, y cuando él lo leyó, frunció el ceño. ─¿Está segura de que es esa la calle y la casa?─ quiso saber, un poco confuso. ─Por supuesto ¿Hay algún problema?─ respondió ella con el miedo tallado en los ojos, miedo a que la rechazara y la dejara allí por su cuenta. ─Verá, esa es la casa del gobernador... No sabría qué decirle ¿Es usted su familiar?─. ─Sí, él es mi hermano, pero no lo he visto en varios años... ¿Va a llevarme o no? Está haciendo un poco de frío aquí afuera, por lo que podrá comprender, y alguien de mi edad no está para estos trotes─ insistió ella, así que al hombre no le quedó de otra que aceptarla con él dentro de la cabina. ─Espero que no le moleste el olor a estiércol, pero es el abono que llevo por sacos en la parte trasera─ dijo este, y en ese momento, Hanibell se acercó. Vio que la mujer se subió a la cabina sin siquiera despedirse, así que le gritó un adiós cuando ya estaban en camino lejos de allí. La chica bufó y volvió a su auto. ¿Cómo era posible que alguien a quien había tratado de ayudar se comportara de tal manera a la hora de separarse? Le creyó todo el acto de anciana abandonada por el mundo, quedó muy impresionada cuando no le dio una mirada o alguna explicación cuando decidió subirse en una pick up con ese extraño, el cual tenía pinta de granjero, y aquellos no eran de fiar. Acababa de sobrevivir ante las manos de un hombre al cual poco le importaba si ella vivía o no, y era capaz de abandonarla en medio de la nada por irse con uno que lucía casi igual al anterior. Nada en el mundo tenía sentido. Hanibell se quedó mirando en la dirección en la que se fue la camioneta con los brazos en jarras, todavía sin creer lo malagradecida de la mujer a la que quiso dejar sana y salva. La maldad no tenía rostro, eso era cierto, pero de ahí a que alguien pudiera engañar también la dejó perpleja. Supo que le quedaba mucho camino por recorrer y mucho por aprender. Cuando subió al auto de nuevo, ya era bien entrada la noche, y pudo ver que en su bolso de provisiones le hacían falta varias latas, al igual que el mechero con incrustaciones que formaban la bandera británica.  Cerró los ojos, sin querer creer que el pequeño bolso que llevaba la mujer con sus cosas podría tener también algo de las suyas.  Si iba a esa dirección exacta ¿Para qué robar comida? Esa era una muy buena pregunta, una que comenzó a rondar por su mente una vez que estuvo sola, pero no quiso ahondar más en aquello, pues sentía que se volvería loca si las cosas seguían saliendo así de mal. Golpeó entonces el volante con toda la fuerza que pudo, sin llegar a dañarlo, pues solo quería sacar su frustración. Ahora se hallaba en un lugar que no conocía, sola y llena de ira, algo que no estaba bien en absoluto.  Entonces escuchó varios toques en la ventanilla de su auto, cosa que le hizo abrir de nuevo los ojos para encontrarse con un joven que lucía un curioso cabello peinado hacia atrás con más gel del que pudiera haber en un bote nuevo y grande. Luego cayó en cuenta de que llevaba un traje que le quedaba al menos dos tallas más grande de lo que él era, parecía un fideo. Ella frunció el ceño, sin ser capaz de hacer sinapsis en lo que hacía ese chico allí. ─¿Todo bien?─ preguntó él desde afuera cuando la contraria bajó la ventanilla. ─Sí, más o menos, solo estoy esperando que el auto se refresque un poco, conduje por mucho tiempo y se recalentó...─ lo miró de nuevo y dijo ─¿No soy yo quien debería preguntarte lo mismo?─. ─Entiendo...─ contestó al principio, pero luego su rostro se puso rojo como las brasas ─Ah, sí, es que vengo de una obra de teatro, debo verme como un lunático justo ahora, disculpa si te asusté─ comentó, subiendo sus manos en señal de defensa. Hanibell asintió sin muchas ganas, puesto que solo quería salir de esa carretera, pero debía esperar al menos hasta el amanecer. ─No eres de hablar mucho ¿Cierto?─ preguntó de manera retórica el desconocido ─Bueno, mi nombre es Halim, si necesitas algo, estaré del otro lado de la carretera, mi grupo y yo acamparemos aquí─. Cuando el chico dijo esto, la de orbes azules le miró una vez más, como comprobando a lo lejos si tal cosa era verdad, y lo cierto fue que vio una fogata encendida al otro lado del camino. ─Está bien, Halim, gracias por ofrecerte─ fue lo que dijo, sin querer dar más detalles acerca de sí misma o querer entablar relaciones con nadie más en la carretera, ya había aprendido la lección. Sin más, volvió a subir la ventanilla de su auto, y al pelinegro no le quedó de otra que volver de donde vino.
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