La tarde en la cual Renedit tenía que estar presente para entregar una carga importante, allí lo tenían como un clavel, a pesar de haber sufrido un disparo al costado. No era alguien que se rindiera con facilidad.
Se encontraba pálido, pero no se rendiría, ahí estaba sentado en una silla desde donde veía a la perfección cómo el cargamento estaba listo para ser entregado, dentro de autos blindados y con hombres armados fuera de estos.
Varios de sus secuaces vigilaban desde la costa, ya que ninguna medida era suficiente como para estar preparados para cualquier inconveniente. Su lema era siempre trabajar y pensar como el enemigo, de esa manera había evitado que lo robasen más de una vez, lo cual demostraba que era un método eficaz, por ello todos le creían y seguían a cabalidad cualquier orden que diera.
El tiempo que llevaba el negocio en funcionamiento era prueba suficiente como para estar más que satisfecho con el trabajo y las ganancias de este, comenzaba a dar frutos, unos de calidad. La mayoría ahí estaba feliz de haber logrado que la mercancía se vendiera como pan recién horneado, pues resulta que a la gente de alta sociedad le gustaba mucho probar cosas nuevas cada vez, por ello siempre tenían combinaciones nuevas listas para sorprenderlos, algo que no era difícil.
El chico al que había ordenado hacer el trato principal se encontraba en posición para llevar a acabo la operación. Uno de los oficiales del staff de la mujer que recibiría el cargamento fue hasta Renedit.
─Hace una buena tarde ¿No cree? Hemos querido hacer esto por meses, gracias por la oportunidad, señor Laurenti─ le comentó el joven con traje de sonrisa amable y perfecta.
El aludido sonrió y le tendió la mano al chico, preguntándole su nombre, pues la manera en la que se hubo dirigido a él daba mucha confianza, algo que no todos los que le hablaban tenían cuando les miraba como si quisiera hacerles todas las preguntas del mundo.
─Es un placer hacer negocios con ustedes, con tu señora, sobre todo─ le respondió, dejando ver sus dientes.
─Esta noche estará a reventar la disco, sé que será todo un éxito gracias a sus productos, jamás vi algo parecido, son muy innovadores en su trabajo, eso me agrada. La señorita De Vienna me ha dicho que le lleve los más sinceros recuerdos a su familia, pues la suya tendrá el honor de celebrar por lo alto esta noche gracias a usted─dijo el chico, logrando convencer al mayor de los dos con pocas palabras.
─De nuevo, no es ninguna molestia, sino todo lo contrario, y me alegra mucho que puedan celebrar el éxito esta noche ¿Algún problema con que pase por allí un rato?─.
─Oh, por favor, sería un gran gesto por su parte acompañarnos esta noche, venga cuando quiera─ contestó el chico, y tras revisar bien lo entregado, asintió y los hombres de Renedit comenzaron a cargar los autos de la señorita De Vienna, una mujer millonaria y poderosa de la industria de la música, con un cuerpo escultural y una voz forjada por los mismos dioses del Olimpo.
─¿Cantará tu señora esta noche?─ quiso saber el ojiazul, mirando a la mujer con un escote pronunciado desde su lugar, mientras ella se echaba el aire con un abanico de estampado tropical.
Su piel se veía besada por el sol, y ante el calor del atardecer y los colores cercanos al mar hacían que se viera aún más irreal, como si alguien así de perfecto no pudiera existir. Renedit tuvo el presentimiento de que se llevaría muy bien con ella, sobre todo en la cama, pues ella se ofrecía cuando retiraba la poca tela del kimono que tenía encima para que lograra ver más allá.
Por supuesto, lo notó y se sintió muy halagado respecto a eso, pero miró hacia otro lado, solo hasta que el cargamento estuvo listo y cargado. No quería serle infiel a su mujer, la que se consiguió luego del divorcio, aunque la carne es muy débil, y la suya era en extremo sensible, amaba el cuerpo femenino y todo lo que este tenía para ofrecer.
Le sería difícil resistirse la tentación de besar él mismo las piernas de la mujer y llevarla al éxtasis con su lengua, solo que algo así tendría que esperar un buen tiempo hasta que lograra conocerla a fondo y supiera que no era una mujer de las muchas que querían aprovecharse de su fortuna para envenenarlo y quedarse con esta. Aunque sonara a chiste, no lo era.
Ya muchas veces en la vida había visto ese tipo de cosas suceder, y él no sería uno de esos viejos tontos que se creyeron el cuento del amor solo para dejarle su fortuna que tanto esfuerzo costó construir a una mujer joven que quería lujos y viajes en su vida.
Ya su mujer vivía bastante bien como para querer a una más. Suficientes problemas le había causado el amor en la vida, o lo que creyó que lo era, pero ya no más, estaba harto de tener que ser el que perdiera aún haciendo todo el esfuerzo.
Su ex-esposa nunca quiso comprender que si el trabajaba tanto tiempo solo era para brindarle comodidades a ellos, su familia, así que cuando las cosas comenzaron a tornarse turbias, decidió que no le importaría tener una aventura, pero jamás lo hizo, respetó a la madre de sus hijos hasta el día en que se divorciaron, pues su ética no le dejaría hacer tal cosa, eso y que no le gustaría ni un poco que le hicieran lo mismo.
Mucho tiempo pasó creando un buen negocio que pudiera sacarlo de la mediocridad y colocarlo en un estatus donde todos supieran quién era él, ya que quería codearse con las personas más ricas de todo el país, como si estas le debieran algo a él solo por existir.
Y ahora que había encontrado una forma de entretener a las personas de allí con sus productos que les hacían alucinar, todo mejoraba un poco más, la gente comenzaba a reconocerlo y respetarlo no solo como un hombre poderoso sino también lleno de peligro, justo lo que buscaba ser desde un principio.
Ahora impartía clase, estilo, y una nueva manera de actuar para todos los que andaran en negocios turbios. La competencia que tenían en ese momento tenía que pensarse muy bien los siguientes movimientos que harían, sobre todo porque ellos solían llevarse toda la atención del público en general, jóvenes y mayores, ricos y pobres, gordos y flacos. Esa era una gran ventaja, y ellos la tenían.
Cuando por fin todo estuvo listo. La mujer bajó del auto donde se encontraba y caminó hasta la posición en donde Renedit se hallaba.
Al llegar junto a él, le sonrió de una manera que él llamaría inapropiada, pero disfrutó de ver de cerca esa piel tan suave y sin imperfecciones, sus manos casi picaban por tocarla, pero no lo haría a menos que ella se lo pidiera de rodillas, cosa que dudaba mucho sucediera.
—Debo darle las gracias por hacer de esto algo posible, señor Laurenti, aunque de seguro mi querido jefe de seguridad ya se lo habrá hecho saber— dijo ella, con un tono de voz que sonaba ronco y le incitaba a imaginar cómo se escucharía gimiendo y llenando toda una casa de ruidos producidos por el puro placer.
—Como ya he dicho, el placer es todo mío al tenerla a usted de socia— comentó con toda la intención de verle el escote, más allá de sus labios hinchados y sus ojos cafés.
Ella vio el movimiento decidió mantener su mano en la ajena por mucho más tiempo del que sería correcto. Deseaba a ese hombre dentro de sí como nadie lo haría en el mundo, y lo conseguiría sin esfuerzo alguno, de eso estaba más que convencida.
Era el hombre más guapo que hubiera visto jamás, tenía todo lo que debiera en su justo lugar, algo que la hacía gotear de anticipación. Lamió sus propios labios de una manera lenta que buscaba ser seductora, y supo que el contrario no perdió detalle alguno de esta acción, que era lo que buscaba precisamente.
Pasados unos segundos, Renedit mencionó que debía irse ya, así que ella extendió el maletín lleno de billetes que llevaba consigo y lo dejó a un lado del hombre, en el maletero de uno de los autos.
—Ahí lo tienes todo, recuerda que cualquier cosa que necesites solo debes llamar— dijo ella, escondiendo la mitad de su rostro en el dichoso abanico que volvió a abrir segundos después.
El más alto asintió, queriendo estampar el delicado cuerpo contra alguno de esos automóviles blindados y follarla hasta que sus piernas temblaran y rogara que parase.
Las fantasías estaban hechas para ser pensadas y soñadas, por eso, él no se quejaba cuando alguna de estas cruzaba por su mente, era maravilloso lo que podía hacer la imaginación con solo un toque de vivencias.
—Lo tendré muy en cuenta, señorita De Vienna, pierda cuidado— le respondió él, diciendo luego a alguno de sus agentes que la acompañaran de vuelta a su auto.
El chico lo hizo sin dudar, y en cuanto todos tuvieron su parte, se inició la partida del lugar. Era hora de volver con Jayce y ver qué clase de tortura podía darle para que soltara información sobre su hermana.
Hanibell era mucho más importante para ese negocio de lo que cualquiera pudiera creer, en realidad era parte crucial de todo, desde su felicidad propia hasta poder llevar las riendas de una forma excelente, pues era genial siguiendo indicaciones.
Una vez que volvió al auto, se comunicó con su secretaria, quien también era su mujer. Le dijo que le acordara una cita con su ex-esposa para aclarar algunos puntos importantes respecto a su querida hija, debía asegurarse de que ella no sabía nada.
La mujer le respondió enseguida y dijo que se pondría a ello de inmediato, por lo que dejó al mundo tal y como estaba para poder continuar con su recorrido hasta la residencia donde vivía. A su lado iba el maletín con la paga por la mercancía, y cuando lo abrió sonrió, todo estaba saliendo de acuerdo al plan que se trazó en la mente desde el comienzo de todo aquello.
Ni siquiera tener a su hijo cautivo le bajaría los ánimos, esa noche debían celebrar.