Los pasos de Renedit resonaban por todo el suelo de concreto por el cual se accedía al a su cuarto de tortura, de modo que una vez que ingresó, Jayce ya estaba mentalmente preparado para que alguien más entrara y se burlara de él, solo que no tenían idea de que se había desatado.
El hombre entró en compañía de dos de sus secuaces, quienes solo miraban la escena atentos, sin intervenir, como si fueran los propios robots sin vida, dispuestos a morir de ser necesario por unos ideales que quizá en el fondo no compartían.
Jayce se encontraba aún sentado en esa incómoda silla, con las manos detrás de la espalda, las cuales volvió a colocar cuando entraron las personas al espacio.
Vio en los ojos de su padre que la malicia nunca lo dejaría en paz, sus planes macabros debían de cumplirse al pie de la letra, incluso si eso significaba tener que dejar a su propio hijo herido y moribundo, como el propio animal salvaje.
Se colocó en frente del cristal irrompible que creó para torturar a sus peores enemigos, y entonces se burló, con una sonrisa que parecía sacada de la peor escena del terror cinematográfico.
Jayce tragó saliva con fuerza, sabiendo que estaba en problemas, que nadie iría en su rescate, como pudo haber pensado en algún momento, en su imaginación quedaba cualquier intento de escape fuga o huida.
El aparato extraño seguía posado frente a sí, y aunque él creía que era una rueca, una vez que Renedit se adentró con ayuda de una llave cilíndrica a la cabina que tenía a su entera disposición, el menor comenzó a temblar un poco más violento debido al frío que su cuerpo contenía.
El aire de verdad estaba helado, eso pudo sentirlo el de ojos azules como el hielo, pero poco le importó, en realidad solo quería ver a su hijo derrotado, sin opción alguna.
Pasó hasta tocar el artefacto, sin decir ni una sola palabra, ya que no tenía la necesidad de dirigirse a él.
Pidió entonces a los compañeros que tenía que por favor le taparan la cabeza con una bolsa de plástico, cosa que hicieron sin chistar, y al tener al chico allí, casi desmayado, se preparó el elemento principal de tortura, su creación más famosa. Esta consistía en una rueda gigante que una vez enganchada a alguna parte del cuerpo, comenzaba a girar hasta desprender esta por completo, sin medir ningún riesgo, pues tenía una fuerza inmensa, siendo capaz de acabar con cualquier cosa.
Ordenó entonces que colocaran un mechón grande de sus cabellos allí, y eso hicieron, uniéndolo con un pegamento universal que podía unir casi cualquier material, incluyendo el biológico.
Este mechón de cabello lo sacaron abriendo un poco la bolsa con un bisturí, solo una pequeña fisura. Tomaron el mechón y lo unieron de manera satisfactoria, secando el pegamento con una lámpara de calor, la cual hizo a aquello quedar como una sola fibra.
El jefe de ellos ajustó la máquina para que esta halara al menos un metro por minuto, cosa que no sería fácil de soportar, primero por el dolor, segundo por la pérdida de sangre o las posibles migrañas.
Aunado a eso, le colocarían unos cuantos castigos más, ya que no podía irse ileso, lo primero apenas era una muestra que tardaría un poco en hacerle hablar, pero las descargas eléctricas no.
Por eso, los hombres buscaron una cubeta con agua helada y se la colocaron en los pies, atando estos con cadenas a la misma para que no los pudiera sacar, y asimismo un artefacto capaz de generar descargas eléctricas se hallaba allí dentro del agua, y este sería controlado por un temporizador, dispuesto a generar descargas de menor a mayor intensidad en un intervalo de dos minutos en los cuales el ciclo se reiniciaba constantemente.
Una vez que todo esto empezó, las quejas del menor no fueron pocas, ni bajas, pero lo único que hacían todos allí era burlarse de él desde sus adentros, como si no tuvieran alma, disfrutando cada segundo de oírle sufrir.
Por supuesto, se dieron cuenta de que estaba de manos desatadas, por eso las esposaron, colocándolas entre uno de los barrotes de la silla, a sus espaldas, para que no pudiera desatarse así lo intentara con todas sus fuerzas.
El chico debía tener hambre, frío y sed, mucho más al estar solo con un pantalón gastado, pero eso a nadie le importaba ahí. Comería cuando soltara lo que sabía, y si no lo hacía, entonces podía prepararse para lo que se le venía encima, el mismísimo mundo entero.
─Querido, sabes que esta no fue mi decisión, pero te has negado a colaborar en repetidas ocasiones, y no puedo permitir tal cosa. Me vas a decir qué planea tu hermana quieras o no, sé que ustedes se cuentan todo, no mientas más... Está en tus manos salir de aquí, Jayce─ le hizo saber, teniendo un tono de voz bastante amable, pero todos sabían que solo era para tratar de generar empatía con el secuestrado.
Una vez que el chico escuchó esto, solo pudo parar de quejarse un momento para hablar.
─¡Puedes irte a la mierda! ¡Ojalá mi hermana logre destruirte, porque lo mereces!─ gritó con toda su fuerza, creyendo llegar a lastimar sus cuerdas vocales, pero ya nada de eso importaba, su vida parecía una tragedia para ese momento, y él era el único protagonista sin ayuda.
─Sigues haciendo las cosas a tu modo, de la manera incorrecta─ continuó el hombre ─Pero qué puedo esperar de un hijo que ni siquiera puede cumplir a cabalidad una simple orden─.
El mayor se encogió de hombros, comenzando a mirar hacia otro sitio, siendo incapaz de continuar con aquella conversación, pues ese chico era insolente y solo hacía que su sangre hirviera de maneras estratosféricas.
Salió de allí, sin querer escuchar más de sus quejas, pues él continuó gritando a todo pulmón, como si el mundo se fuera a acabar de una sola vez, cosa que siempre le desesperó de la gente, que no fueran capaces de controlarse a ellos mismos, ni siquiera acatar una simple orden como "no entres ahí".
En cambio, podía decir con todo el orgullo del mundo que su hija sí que sabía cuándo cumplir con las normas, era inteligente y pensaba por sí misma, siendo independiente en cada cosa que se propusiera, digna chiquilla que tenía sus mismos ideales.
Por mucho tiempo quiso hacer que ella se diera cuenta de que tenía un lado malvado, lleno de interés como lo tenía él mismo, quería hacerle ver las similitudes entre sí, pero la pequeña tenía un alma mucho más bondadosa de lo que él pudo imaginar alguna vez, cosa que lo dejó pensativo en muchos sentidos.
Aún así, sabía que por ser sangre de su sangre, algo debía quedar en ella de la memoria genética, tanto así que quisiera de algún modo colaborar con su padre y el negocio, pero le había costado sangre, sudor y lágrimas poder llegar hasta allí.
Ella logró escapar de sus cadenas, como las llamaba, pero no se daba cuenta de que en lo único que podía pensar era en dejarla sana y salva con ingresos estables de los cuales pudiera disfrutar hasta la muerte, parecía ser que ella no lograba ver que en realidad se preocupaba demasiado por su bienestar.
Si bien, ella mostró signos de quererle cuando era más pequeña, últimamente solo logró tener una actitud rebelde ante él como si quisiera hacerle daño, pero es que no había forma amable de ofrecer ser cabecilla de un negocio como al que él mismo pertenecía, nadie nunca llegó a su vida a pedirle que formara parte de una mafia, mucho menos siendo quien llevaría la batuta, ya que de haber sido así, se habría sentido honrado y por supuesto que habría cumplido con el más mínimo detalle, la cuestión estaba en cuando las personas pensaban demasiado cualquier idea, allí todos los planes se desvanecían.
No quería que lo que tanto le costó lograr se fuera al caño, y aunque podía confiarlo a Marcus, él también estaba mayor, y debía pensar en el futuro de un legado tan importante como ese. Hasta donde sabía, él no tenía descendencia, y tampoco buscó ninguna mujer nunca, entonces estaba de manos atadas, mucho más cuando incluso él se rebeló ante sí, creando todo un drama en cuanto a su propia hija, eso no se lo podía perdonar, tampoco podía perdonarse a sí mismo el hecho de no haber acabado cuando tuvo la oportunidad con ese mismo imbécil que se hizo pasar tanto tiempo por su amigo, su mano derecha, pero solo era un traidor más, como la mayoría de las personas cuando descubrían el secreto, la manera de hacer dinero por su cuenta.
Después de haberlo sacado de la ruina y haber hecho crecer un imperio en las calles de la ciudad, ahora él tenía que clavarle aquella daga en el costado, pensando que nada de eso podría dolerle, pero aunque fuera malvado, tenía muy claros su horizonte y de dónde venía.
Una vez que entró en su despachó, lanzó la puerta tras de sí, sintiendo cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos, por lo que comenzó a derribar todos los estantes, a quebrar cualquier tipo de adorno frágil que tuviera, estaba harto de tener que fingir que nada le importaba, pero el verse vulnerable frente a otras personas era algo que no se permitiría jamás, fue un juramento que se hizo apenas cumplió la mayoría de edad.
Ser independiente era uno de sus más grandes deseos, y cuando lo logró, cuando por fin edificó todo lo que quería, los naipes empezaban a caerse en efecto dominó, siendo que el destino a veces jugaba tan sucio que dejaba hasta al más pintado fuera de liga, fuera de todo lo que pudiera imaginar.
Luego de quedar entre los destrozos, llamaron a su puerta incontables veces los chicos que contrató para su seguridad, pero lo único que hizo fue gritarles que se apartaran y que lo dejaran en paz, algo que acataron sin siquiera protestar, pero en el fondo le habría gustado que alguien abriera la puerta y lo abrazara, diciéndole que todo estaría bien y que no era mala persona por estar en negocios turbios.
Pensó en qué sentiría su hijo en esos momentos, y no soportó el dolor que le atravesó el pecho, sabiendo que incluso su herida comenzaba a sangrar nuevamente, pero poco le importó, ya nada parecía ser suficiente cuando se trataba de lograr objetivos, de no sentir nada.
Ya quisiera ser como lo imaginaban, tan frío y malvado que nada le importaba, pero por desgracia, cuando se es humano, las emociones juegan malas pasadas.