Bell sentía que sus latidos del corazón saltarían tanto que terminarían por acabarse allí mismo, desgastando su caja torácica como si se tratase de una enfermedad mucho peor, o que algo le hubiera aplastado desde arriba, un objeto macizo y pesado.
Pensó en cuál sería su próxima acción en llevar a cabo, pero la conclusión siempre fue la misma, tenía que huir de allí, tenía que despistar a sus persecutores con toda la fuerza que tuviera.
Pasó detrás de un almacén que parecía ser parte de una boutique muy reconocida, una sucursal llena de lujo, sin embargo, ella nunca pudo comprar prendas allí, no porque no tuviera el dinero, sino porque nada de lo que vendía en esos lugares cumplía con su estilo, casi todas las prendas eran simples y muy infravaloradas, cuando en realidad no tenían nada de especial, lo único que las hacía diferentes era un pequeño recorte de tela que pusiera allí el logo de la marca.
A su generación le importaba demasiado el cómo se veían en el espejo, no en demostrar que tenían el conocimiento suficiente como para lograr ser alguien en la vida por su misma cuenta y no por depender de alguien más. Bell siempre criticó esa manera tan frívola de ser, solo dependiendo de cómo se veían las personas frente al espejo y no cuando se quitaban las caretas en sus casas, lejos de todo lo que conocían.
Caminó tranquilamente por allí, como si no fuera sospechosa en absoluto, pues era un callejón, sin embargo, al doblar en una esquina, se encontró con que la calle estrecha siguiente estaba llena de personas yendo y viniendo, con un montón de negocios abiertos en los cuales la mayoría de las personas se encontraban bebiendo un café estando cómodos mientras conversaban entre sí. También se escuchaba una música agradable y el olor a pan recién horneado le dejó imaginando cómo sería comer una de esas delicias exhibidas en las vitrinas, de modo que entró en una pastelería y sacó de su pequeño bolso que logró tomar antes de bajar un sweater que le ayudaría a cambiar un poco la vestimenta que tenía antes, este no era muy caluroso, en realidad era bastante fresco, tenía un color vinotinto.
Una vez que entró, también tomó unos cuantos billetes de baja denominación para pagar por lo que compraría. Una vez que hizo la pequeña fila, terminó por comprar un pan de hojaldre con crema batida y mango fresco, siendo feliz nada más por la elección que realizó, esto lo acompañó de una limonada frappé, ya que se veían deliciosas allí.
Una vez que tuvo ese otro desayuno, pensó en qué haría a continuación, pero no quería perder la oportunidad de comer con tranquilidad, así que escogió una de las mesas más retiradas de la entrada y sentarse allí, pues no quería tener que hacer la voluntad de aquellos hombres que solo querían eso, tener control sobre ella como si fuera una niña y no una persona grande que pudiera tomar decisiones por sí misma.
Si bien, tenía cierto recelo debido a que su padre decidió escoger el trabajo antes que a sus propios hijos, en algún momento también fue cariñoso con ellos, así que las señales que les enviaba eran muy confusas como para comprenderlas a plenitud.
Apenas le dio un mordisco al pan, quedó enamorada al instante, siendo que aquel mango era dulce pero muy fresco, se sentía el amor puesto en cada uno de los alimentos, así que dejó a la chica con ganas de volver alguna vez a ese lugar. El frappé también estaba muy a la altura de la alta cocina, por eso la chica se quedó unos buenos veinte minutos, en los cuales nada malo le ocurrió, de hecho creyó haber perdido de vista a quien querían sus huesos, por lo que cuando salió de allí, miró hacia ambos lados de la calle, pero no notó nada extraño, por lo que caminó hacia un aviso que decía hotel.
Únicamente entró allí porque pensó que de esa manera podría escapar con facilidad, esconderse durante un momento, aunque no pidiera una habitación.
Cuando se adentró, vio desde lejos que el par de hombres se hallaban en recepción preguntando algunas cosas, razón por la que salió de nuevo pitando de allí, teniendo en cuenta que los tenía pisándole los talones sin saberlo.
Camino todo lo que pudo hasta que llegó a un centro comercial de la gran avenida, allí era mucho más fácil perder de vista a alguien, de modo que hizo como si fuera a entrar en el centro comercial, pero en realidad, pidió a uno de los autos que estaban fuera con anuncios de taxi que la llevara, el conductor asintió con toda su buena intención, pareciéndole extraña la forma en la que se lo pedía la menor, pero accedió a llevarla.
Continuó al auto, entrando en una de las puertas traseras. El hombre le preguntó hacia dónde se dirigía, y ella solo contestó, un hotel lejos de aquí.
La petición fue algo extraña, pero decidió que haría lo que se le ordenaba, así que comenzó a conducir, llevándolos lejos de ese lugar en específico. Durante el camino no preguntó nada, pero le daba mucha curiosidad por qué una chiquilla de su edad estaría huyendo hacia un hotel lejos de ese punto en específico, al principio creyó que solo huía de sus padres, que era una niña mimada a la que solo le importaban sus propios sentimientos, pero a medida en que el tiempo avanzaba, podía ver a través de la expresión en el rostro de la chica, siendo que este denotaba un montón de tristeza encima y una preocupación mucho más allá de lo normal, algo que le hizo entender que la razón por la que ella huía no tenía nada que ver con la frivolidad, así que continuó el camino un poco más tranquilo.
Una hora más tarde, se encontraban frente a un hotel que se veía cuatro estrellas, algo que no le desagradó, así que le dio en efectivo el p**o al hombre y continuó como si nada hacia el hotel, adentrándose en este no sin antes mirar a ambos lados, pues los que la perseguían podían aparecer en cualquier lugar.
No vio nada sospechoso, así que sus pasos se dirigieron hasta la recepción de dicho hotel, en donde dio un nombre falso y edad falsa, pagando en efectivo por la habitación, una en la cual pagó al menos dos noches. Cuando terminó de firmar los acuerdos, le dieron la llave, que consistía en una tarjeta, y de esa manera, pudo subir hacia el piso acordado, que era uno alto.
Una vez que llegó al pasillo donde se hallaba la habitación que le asignaron, la encontró con facilidad, llegando a abrirla en un santiamén.
Al estar adentro, se recostó de la puerta, comenzando a deslizarse contra esta hasta llegar al suelo, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba, acababa de escapar de la muerte una vez más, y no sabía qué sentir.
Escuchó entonces que su teléfono móvil de emergencia sonaba, así que lo buscó con dedicación dentro del pequeño bolso hasta que pudo encontrarlo, así que contestó apenas tuvo la oportunidad, escuchando la única voz que en ese momento podía hacerla volver en sí.
Era Marcus.
─¿Qué ocurre, Bell? ¿Por qué no contestabas?─ preguntó la voz del hombre a través de la línea.
─¡Por Dios, Marcus! ¡Estás vivo!─ exclamó ella, llena de felicidad.
─Lo estoy, pero responde a mi pregunta, es importante─ dijo él, sin querer ahondar mucho en cómo se hallaba con vida.
─No es nada... Estoy bien, pero acabo de salvarme de una buena, los hombres de Renedit me persiguieron, todavía estoy huyendo de dos más, y no sé cuánto tiempo soporte en la misma situación─ continuó ella, sin saber muy bien qué decir.
─De eso quería hablarte, sabes que no te dejaría morir ¿En dónde te encuentras?─ preguntó él, sonando bastante seguro de lo que decía.
─No sé muy bien el lugar, pero lo buscaré por internet, ahora que tengo la oportunidad, y te mando la dirección en un texto─ le dijo ella, por lo que el hombre terminó por aceptar, pero no quería esperar.
─Bien, tengo un lugar para ti, así que en cuanto reciba la información, iré directo hacia allá para acompañarte hasta donde te digo─ respondió el mayor de los dos con una voz que poco a poco sonaba más llena de energía, como si de verdad quisiera protegerla de cualquier cosa en el mundo, sobre todo si se trataba de la maldad de su propio padre.
─De acuerdo, pero no quiero que te arriesgues demás solo por mí, sé cuidarme sola─ le hizo saber la de ahora cabellos cortos.
─Sé muy bien que puedes cuidarte, pero quiero hacerlo, protegerte siempre ha sido mi deber, y lo he hecho porque me nace, ahora no debería ser diferente─.
─Dejaré que lo hagas solo porque te quiero mucho, pero hay que encontrar a Jayce cuanto antes, no puede pasar más tiempo en manos de ese desgraciado─ informó ella, estando harta de todo lo que había tenido que vivir huyendo de ese hombre tan lleno de malicia.
─Estará bien, eso puedes escribirlo─ le prometió él.
Hanibell pudo sentirse solo un poco más calmada, pero muy dentro de sí se seguía sintiendo como una niña débil, una que solo piensa en recuperar lo que es suyo, como si de un jardín de infantes se tratara.
No podía superar estar en ese lugar sin compañía, sin la fuerza de su hermano, sin los consejos de su madre, sin los abrazos de Marcus. Era una pesadilla despertar todos los días sin tener idea de cómo volver a como eran antes, sin saber cómo lograr tener calma y paz aunque fuera por un momento.
Una vez que cortó la comunicación con el hombre, tuvo la sensación de que esas conversaciones con él no durarían mucho más tiempo, algo que la dejó muy asustada, como si todo ese tiempo hubiera estado corriendo en círculos.
Unas cuantas lágrimas resbalaron por sus mejillas, pero las limpió momentos después, sin querer dejarse llevar por la tristeza. Se levantó entonces como pudo y caminó hasta la cama, en donde se lanzó de espaldas al ver lo cómodo del colchón.
Mirando al techo, se dio cuenta de que su vida no era para nada normal, y que se asemejaba a una fugitiva sin opción alguna, pero estaba en sus manos lograr su libertad. Sabía que a manos de Marcus conseguiría lo que quisiera, sobre todo al verse en una situación tan riesgosa, agradecía tener personas que se preocuparan por ella.