Capítulo Diez: Jayce.

1807 Words
La consciencia iba y venía dentro de la mente del hermano mayor de Bell, este se encontraba atado de manos y pies en una silla muy incómoda. Quiso moverse y liberarse, pero le fue imposible, solo pudo mirar hacia adelante, y lo que encontró no le gustó para nada. Frente a sí se hallaba una máquina que no sabría decir muy bien para qué servía, pero parecía una especie de rueca vieja, algo que no le generó mucha confianza, de modo que solo tragó con fuerza y trató más de soltarse, pero en medio de este forcejeo, alguien irrumpió en la enorme habitación, de la cual él solo ocupaba un cubo de cristal que se veía indestructible. Apenas se dio cuenta de que se encontraba en una caja de cristal, su verdadero terror comenzó. Si se desataba, entonces ¿Cómo lograría abrir ese calabozo de alta tecnología? Tampoco quiso enterarse de para qué servía aquel aparato, pero no fue necesario que preguntara, puesto que una mujer se hallaba frente a una de las paredes transparentes, observándolo como si fuera un bicho raro.  ─Ni lo intentes, cariño, no funcionará y gastarás más energía de la necesaria─ le advirtió ella, con una sonrisa falsa. ─Pero ¿Tú qué sabes? ¿Acaso has estado en mi situación antes?─ preguntó de mala manera el chico, harto de tanto misterio alrededor de su vida, él solo quería ser un chico normal con una vida aburrida y común. ─Atada, sí. Sin escape, también─ le dijo, mirando hacia el suelo ─He pasado por mucho para llegar hasta aquí, no debes juzgar a nadie nada más por cómo luce, pequeño Jayce─. ─Vaya ¿Ahora me van a decir que cada persona aquí me conoce? Eso es ridículo, tampoco estoy juzgando a nadie, solo quiero ser normal por una vez en la vida─. ─Por eso es que Renedit no te ha querido aceptar como sucesor, tienes un alma buena, y para estar al frente de un negocio así de importante hay que tener agallas─ le dijo ella. ─Lo que sea ¿Sabes para qué sirve este aparato? ¿Me van a torturar?─ quiso saber el castaño, harto de tantas estupideces. Él no quería ser el dueño de un negocio marcado por la desgracia, las mentiras y lo ilegal, jamás había sido un chico al que le interesara andar metido en negocios turbios, nunca robó ni sintió la necesidad, era quien delataba a los ladrones y quien defendía a los más inocentes. No se parecía mucho a su padre, quien convencía a cualquiera de lo que quisiera para lograr sus objetivos, y eso lo notó desde muy pequeño, en las pocas visitas que les hizo luego del divorcio con su madre. En un principio pensó que su padre jamás le haría daño, pero cuando lo del cumpleaños tuvo cabida, perdió toda fe en aquel hombre, aunque le haya dado la vida. Todo sentimiento de quererlo se fue al caño, ya ni siquiera sentía respeto hacia él, pues solo era una rata, un parásito que se alimentaba de las personas que sí generaban ingresos por su cuenta. Se sentía nauseabundo al saber que venía de una sangre tan mala como la de Renedit, asqueado era poco para como estaba, mientras la tristeza era un puñal que se asentaba en su corazón al pensar en que su familia no volvería a ser la misma nunca más. Solo deseaba una cosa en el mundo, y era que a diferencia de él, Bell haya logrado escapar y que a Ginna no le sucediera nada malo, porque entonces tomaría venganza en contra de su propio padre. A él podía hacerle todo lo que le viniera en gana, pero no a los dos seres más importantes de su vida, a quienes amaba con todo el corazón, su madre y su hermanita menor. Todo el tiempo en el cual Renedit no estuvo en casa, él tuvo que hacer de padre postizo para Bell, enseñarle lo que se supone que un padre enseña, algo que nunca quiso, sin embargo, no tenía opción. Siempre que lo hacía, pensaba en que la próxima vez lo haría su padre porque se daría cuenta de cuánto extrañaba a su familia, recapacitaría y entonces estarían juntos de nuevo como una familia, pero eso jamás pasó y la ilusión dentro de sí murió con el pasar de los años. Aunque ese hombre haya intentado convencerlos de que había cambiado y que quería compartir tiempo con ellos, empezando por estar presente en los días importantes, le dejó muy claro qué clase de persona calculadora era, porque nunca le interesó en lo más mínimo volver a compartir, solo quería su beneficio, y ese estaba en llevarse a Bell. Solo llevándoselo a él conseguiría que ella llegara hasta allí por voluntad propia, era un cobarde. ─No puedo responder a eso, pero digamos que no la pasarás precisamente bien durante los próximos días, así que prepárate, piensa en que eres fuerte, porque vas a necesitarlo─ continuó la mujer de unos treinta y tantos, con uniforme oscuro y cabello recogido en un moño que mantenía sus cabellos peinados a la perfección hacia atrás. ─Eso significa que me van a torturar... Qué poco hombre, yo no sé ni tengo nada que le pueda interesar─ expresó, bufando luego. ─Una vez que estás aquí es por algo, el jefe jamás se equivoca─ le discutió al chico, mirándolo con seriedad, como si lo que acababa de decir estuviera escrito en la biblia o algo parecido. Lo único que tenía claro Jayce allí, era que su padre se había buscado un ejército propio que lo respaldara en cada decisión, y eso sí era jodido, porque no tendría que enfrentarse solo a él, y tampoco estaban en igualdad de condiciones, lo que demostraba lo poco hombre que era, huyendo de su propio hijo por temor a que este pudiera plantarle cara y hacerle daño. ─Tu jefe no es Dios ¿Lo sabes, verdad?─ formuló de manera retórica el chico, a sabiendas de que la contraria no admitiría tal cosa, y le causaba gracia. ─No tienes derecho a decir tal cosa, será mejor que me vaya─ concluyó ella, tomando su arma nuevamente de manera amenazante, era una escopeta. La apuntó hacia su pecho y soltó una risa ligera, como si estuviera en sus mejores fantasías dispararle ahí mismo. Jayce solo pudo soltar un suspiro, preparado para lo que fuera que el destino tuviera entre manos. Tenía años pensando en cómo sería su muerte, pero jamás pensó que podía ser a manos de su padre, en un sitio como ese, donde ni la luz del sol daba de lleno, como una rata. Un escalofrío le recorrió entero al creer que moriría allí, pero no dejaría que le quitaran la vida así de fácil, trataría en lo posible de mantenerse sano y salvo, pero lo haría por su querida novia, por su madre y su hermanita. Si tuviera que defenderlas, no le costaría nada en absoluto, de modo que su vida también valía. ─No tienes las agallas para hacerlo, así que tampoco lo intentes─ fue lo que dijo el castaño, mientras veía a la mujer con el mismo aire de superioridad con el que ella lo vio antes. La mujer bajó el arma, dándole la razón al menor, sin embargo, no dijo nada más, solo se marchó por donde vino, y entonces la soledad volvió a abrazar el cuerpo de Jayce como si se tratara de la peste. Estar solo era una de las peores cosas que podrían sucederle en el mundo, pero esa vez no era algo que pudiera cambiar. Quería gritar hasta ser escuchado, pero dudaba que su voz se colara más allá de unos pocos metros tras aquellas paredes blindadas.  Su novia no merecía que él desapareciera así, el resto de su familia tampoco, era algo injusto, y sobre todo cruel el tener a un joven cautivo solo porque podría ser útil a una cacería sin sentido que terminaría sí o sí siendo un baño de sangre. Estiró tanto sus manos en la cuerda, que esta terminó por quemarle y hacerle sangrar, algo que le dolió, pero no tanto como estar separado de los más allegados a sí. Se quejó de dolor, sintiendo cómo sus ojos se empañaban. La luz que allí había era blanca y artificial, pero solo se encontraba dentro de la bendita caja de tortura, de modo que se le hacía difícil distinguir qué había más allá de dos metros de cualquier pared. Vio en el suelo una colchoneta que aunque se veía mullida, no parecía lo más cómodo, un par de botella de agua, un cubo metálico y una manzana. Claro, como si fuera un hotel, pero si se hallaba amarrado ¿Cómo alcanzaría aquello? Era más que absurdo. Chasqueó la lengua al ver la mentalidad de aquellas personas, quienes solo querían lo peor para él. Miró hacia el techo, donde colgaban las luces de buena calidad, unas led color blanco que alumbraban sin tener una sola falla. Aquello había sido preparado con mucho tiempo de antelación, cosa que le hizo hervir la sangre ¿A cuántas personas habrían torturado allí dentro? ¿Cuántas de ellas habían fallecido en su mismo lugar? Con cada pregunta que su mente se hacía, mayores eran sus temores, dejándolo casi por completo inestable.  La mujer le dijo que pensara en que era fuerte, pero ¿Lo era? Porque justo en esos momentos se sentía un cobarde de primera, alguien que no podía hacer nada para salir de aquella situación tan turbia. Entonces movió sus pies de tal manera que para cuando alzó los brazos por detrás de la silla, pegó un salto que le hizo caer de bruces al suelo, pero esta vez sin la silla, había logrado escaparse del artefacto de madera, pero quedó a milímetros de lo que creía era una rueca, cosa que le asustó, sin embargo, buscó por todos los medios liberar sus manos y sus pies. Por mucho que quiso, no pudo hacer nada, solo hasta que volvió a escuchar la puerta metálica abrirse, un sentimiento de terror se apoderó de él, puesto que si lo descubrían, sería hombre muerto, así que tomó lugar de nuevo en la silla, la cual levantó como pudo, pero no se hallaba atado a esta, solo hacía que lo estaba. Cuando un nuevo hombre pasó a verlo, se hallaba tan nervioso que temblaba. ─¿Qué pasa, nenita? ¿Tienes frío? Deja que te bajo un poco más la temperatura, para que sientas lo que es el frío de verdad─ le comentó este de manera cínica, mientras hacía lo dicho, y entonces el aire cambió, volviéndose casi insoportable. Sus dientes comenzaron a castañear poco después, y lo único que hizo el ajeno fue reírse de su desgracia y abandonarlo de nuevo a su suerte. ¿Qué clase de pecado estaba pagando?
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