Ginna se hallaba en su oficina desde casa mientras trabajaba en uno de los diseños más costosos en cuanto a vestidos que había hecho en su carrera, y eso la tenía tanto emocionada como estresada.
Quería hacer algo nunca antes visto, ya que la competencia era mucha, sin embargo, no era en extremo fácil hacer de la nada un nuevo vestido que dejara asombrado a más de uno. Sus diseños eran demasiado solicitados por mil y un modelos, pero no siempre estaba disponible para cuando ellas la necesitaban, por eso, debían hacerle por encargo lo que querían.
Esa vez era diferente, ella no estaba allí porque alguien le hubiera dicho lo que quería, todo lo contrario, quería crear algo nuevo de su propia inspiración, algo que la hiciera sentir algo nuevamente, y que sobre todo, le ayudara a calmar los nervios.
Últimamente estaba teniendo pesadillas, soñando con que no volvería a ver a su hija, pero Hanibell para ese momento aún estaba en casa, sana y salva, solo saliendo a recibir clases, como siempre, ahora que había conseguido un trabajo nuevo, eso la llenaba de alegría, pues quería enseñarle todo lo bueno de la vida, algo que no todos los padres en buena posición económica hacían con sus hijos.
Eso era de criticar, según ella, pues siempre que el tema salía a la luz, ella era la primera en hacer ver que la libertad y la autonomía era muy importante en la vida de cualquier persona, de modo que esta podría lograr lo que quisiera si tenía esas dos cosas.
Luego de divorciarse de su esposo, de Renedit, su vida parecía haberse caído a pedazos, siendo su único consuelo lo que había logrado por sí misma, es decir, los estudios que tenía antes de haberse fijado en un hombre como aquel, que le prometió siempre serle fiel y hacerla feliz, pero se dio cuenta de que solo era un hipócrita más al que no le importaba realmente las personas a su alrededor, sobre todo ella como esposa y sus hijos.
Todos como familia se refugiaron en la mano derecha de ese hombre, quien se llamaba Marcus y siempre tenía para ellos una palabra de aliento, nadie pudo resistirse ante tal amabilidad y gran corazón, algo de lo que carecía Renedit por completo.
Durante un buen tiempo, la mujer intentó engañarse a sí misma, diciendo que su esposo volvería a sus brazos de alguno de sus viajes y se daría cuenta de los tesoros que tenía como familia, volviendo también a ser el mismo hombre del que se enamoró, quien la engatusó de tal manera que ella quedó prendada.
Por supuesto, esto jamás ocurrió, y luego del nacimiento de Hani, como ella le decía, cayó aún más bajo, quedando su corazón roto en mil pedazos cuando se enteró de que el hombre de ojos azules prefería estar fuera de casa que compartiendo con ellos. Lo supo porque a raíz de todo aquello fue que comenzaron los problemas maritales.
Ella le reclamaba porque él no pasaba tiempo en casa, y la excusa nunca cambiaba, ya que decía a todo el mundo que su trabajo como asesor de bienes raíces iba tan bien que no tenía ningún momento libre, mucho menos para dedicárselo a la familia. Algunos le creían, otros no tanto, esto debido a que lo que ganaba era mucho más dinero de lo que podía hacer un simple asesor, un trabajador de empresas como esa, la cuales explotaban a sus empleados de las peores maneras.
Renedit se defendía diciendo que no podía estar allí como ella, todo el día sin hacer nada, algo que insultó de tal manera a la mujer que decidió terminar la relación, ya cansada de que quisiera humillarla cada vez que tenía ocasión, y ella no era mujer que permitiera tales abusos, ni siquiera sus padres la maltrataron como para que ese hombre se sintiera con el derecho de hacerlo.
No era su decisión el estar en casa, solo estaba de permiso por haber dado a luz a su pequeña Hani, pero parecía ser que su esposo no comprendía lo difícil que era ser madre de un bebé, mucho menos tener que cuidarla prácticamente sola, sin apoyo siquiera emocional por su parte. Aunque tenía varias sirvientas que le ayudaran con la pequeña, no le gustaba dejar que ellas tomaran el control total sobre su vida, por eso a veces cocinaba junto para su hijo y para ella, a veces ella misma era quien le preparaba los alimentos a la bebé, ya que lo que más quería en el mundo era precisamente a su familia.
Ella siempre tenía tiempo para sus pequeños, y aunque quisiera, tampoco podía dejarlos a su suerte, eso sería demasiado despiadado, incluso para alguien malvado.
Dejó de pensar tanto en lo ocurrido y comenzó la videollamada con su editora de confianza, quien le publicaba los mejores diseños en las más famosas revistas con ayuda de varios fotógrafos de renombre.
La mujer el hizo saber que dentro de poco se celebraría un festival en honor a los primeros diseñadores, como todos los años, y ella debía lucirse para quedar entre los tres primeros diseños que causarían impacto en la moda de la siguiente temporada.
La competencia en el nicho de la moda era muy compleja y demasiado dura, es así como no todas las personas podían dedicarse a ello, si lo hacían corrían el riesgo de deprimirse por el simple hecho de no ser elegido alguna vez, incluso habiendo puesto todo el empeño en que así fuera.
Ginna era fuerte, no como la mayoría de las mujeres en la industria, quienes formaban dramas enormes si no obtenían lo que querían cuando querían, solo hasta que alguien tuviera piedad de sus historias e hiciera que el siguiente año ganara algún premio de consolación, solo que esas personas se engañaban a sí mismas creyendo que en algún momento todo sería miel sobre hojuelas, cuando ya tuvieran una marca reconocida y al menos una tienda a la que todo el mundo quisiera asistir, pero así no funcionaba, pues debían siempre de estar en la vanguardia, concentrarse en crear nuevos modelos cada temporada que dejaran al público lleno de euforia.
Por supuesto, nada de eso era sencillo, pero para la mente de una mujer que llevaba ya varios años en los cuales había aprendido mucho, las cosas no parecían tan terribles como las pintaban. Sabía más o menos en qué cosas nuevas invertir, qué resaltar y qué no, cuáles podían ser sus objetivos, no solo como marca, sino también como persona, su aporte al mundo.
Su deber era buscar qué cosas hacían mejor a su marca, qué cosas podía hacer para intentar cambiar al mundo, aunque esto no se pudiera lograr con facilidad. Sonrió cuando vio una tela en específico de un color rosa viejo, ya que recordó una vez en la que su hija le comentó que ese color le hacía lucir como una princesa, ella le dijo que quería ser como su madre cuando creciera, así de fuerte e independiente, de modo que el orgullo que sentía por su hija era enorme, igual que el que sentía por Jayce, quien siempre fue cariñoso y travieso a partes iguales, imposible no quererlo.
La editora la hizo salir de sus pensamientos con una sola pregunta que hizo a su mundo girar sin control por unos instantes.
─¿Qué harás para este verano? ¿Sabe Hanibell que te irás a Italia una temporada?─ fue su pregunta, siendo que la mujer a la que se lo dijo quedó un tanto en shock.
─Este verano va a estar cargado de colores cálidos, pero no los de siempre, tengo pensado en algo tropical y elegante a la vez... Sobre lo de mi hija, no lo sabe aún ¿Estás completamente segura de que no puede acompañarme nadie?─ quiso saber, algo angustiada por la situación, ya que nunca había dejado a la chica por su cuenta, eso le dolía mucho, saber que no podría estar allí para abrazarla después del desfile.
La chica siempre había soñado con acompañar a su madre cuando fuera mayor a alguno de los desfiles de moda a los que asistía, ya que los diseños podían verse mucho mejor en persona que a través de una simple pantalla, que era lo que siempre le tocaba.
─Sabes que mientras siga siendo menor de edad, es un riesgo que vaya contigo a un lugar como ese─ le informó con pesar la editora, quien también conocía a Hanibell muy bien desde que nació.
─Ya le falta poco, es lo bueno─ Sonrió entonces Ginna, pero no terminaba de convencerse de que eso era cierto, como si tuviera una corazonada muy intensa que no le permitiera respirar con regularidad.
─Así son todos, pero disfrútala ahora que es menor, porque ya luego te será imposible, volará del nido y quedarás sola, no importa si tienes pareja o no, es como un duelo el dejar ir a quienes quieres, a los hijos mucho más, pero ánimo que eres una gran diseñadora, y debes concentrarte en crear modelos exquisitos como todo el tiempo ¿Sí?─ fueron las palabras de la mujer de cabellos en corte pixie color chocolate.
Ginna le creyó, pues no tenía de otra, y en parte también tenía miedo de perderse algo importante que pudiera haber hecho su hija, desde que nació fue así, le costó cuando dio sus primeros pasos sin ella, le costó cuando comenzó la escuela y ella no pudo ser quien la llevara, pero tenía presente que eran situaciones que casi nunca tenían cabida en su vida familiar, eran ocasiones en las que debía cumplir con el trabajo, sin embargo, Jayce siempre la apoyó con eso, no era un niño celoso, todo lo contrario, ayudaba a cuidar de su pequeña hermana como si dependiera enteramente de él mientras su madre no estaba.
─Aún cuando ella vuele, me tendrá a mí en el nido para volver cuando guste, al igual que con Jayce, él ya ha empezado a hacer su vida, y me encanta que nos haga parte de ella, no es un ser egoísta, y no sabes cuánto me enorgullece decir que es mi hijo, Stacy─ le confesó a la mujer frente a la pantalla, sonriendo sin mostrar los dientes.
─Claro que es un buen chico, así lo has educado, y no veo el por qué debería ser diferente─ le respondió ella, asintiendo.
De repente, la mujer que se encontraba en su despacho, vio que entraba una de las mujeres del servicio, así que finalizó la llamada con rapidez.
─¿Qué se te ofrece, Candy?─ preguntó a la muchacha.
─Señora, tiene visita─ le dijo ella, algo nerviosa.
─¿Sabes quién es?─.
─Su ex-esposo─.
Cuando la chica terminó de decirlo, un sentimiento de amargura le revolvió el estómago.