Hanibell se hallaba en la habitación que hubo rentado, en la cual no estaba muy segura de quedarse, pero no tenía muchas más opciones que esa, ya que no podía permitirse confiar en nadie más que en ella misma.
Tomó una botella de agua de la pequeña nevera de refrescos, esto debido a que el lugar tenía un estilo de posada muy marcado, cobrando por noche y no por mes, algo así de fugaz era lo que necesitaba, pues no tenía idea de cuándo le tocaría marcharse sin dejar rastro nuevamente.
Tomó varios sorbos de esta y miró por la pequeña ventana de la cabaña, eligió un lugar pintoresco para quedarse, ya que eran los menos sospechosos y más alejados de donde residía. Sentía un nudo en la garganta al dejar a su madre, pero era eso o tener que enfrentarse a que la torturaran en su cara, algo que jamás permitiría.
Su madre tenía por bien hacer su trabajo de la mejor forma que encontrara, así que eso era algo que no pondría en riesgo, por mucho que tuviera la oportunidad. Sería egoísta llevarla lejos consigo sin tener un sitio claro en el cual poder convivir y estar seguras, de modo que no pondría a su madre en esa situación, no lo merecía.
Si alguien debía huir del monstruo de su padre, sería ella, nadie más. Para el momento, aún tenía dudas sobre el paradero de su hermano, pero quería encontrarlo a toda costa, él no podía morir por manos del mismo ser que le vio nacer, eso sería de locos, y no dejaría que ese hombre se saliera con la suya.
Dormía con el arma en su pecho, preparada para saltar y defenderse en cualquier instante, ya que sabía que el estar tranquila, no era un estado para alguien como su persona, menos en aquellos momentos.
Recordó entonces la única vez que fue con su padre a visitar las instalaciones de su oficina en la empresa de bienes raíces, lo que halló no le gustó demasiado, pues solo tenía en las paredes todos los reconocimientos que hubo obtenido durante su carrera y el servicio a ese lugar por tantos años, y solo tenía una pequeña postal de su madre y su hermano cuando este nació guardada en un cajón, mientras que la única pequeña foto que se hallaba en un marco mínimo era la de ella mientras la bautizaban.
Algo se revolvió dentro de sí, sin poder siquiera tragar con normalidad, sobre todo porque siempre soñó con ir al trabajo de su padre y decirle con todo el cariño del mundo que estaba orgullosa de tenerlo como papá, pero una vez que ese momento ocurrió, lo único que quería hacer era llorar. Su padre tenía una novia en ese tiempo y ella también tenía el puesto de secretaria y asistente, de modo que no había manera en el mundo en la que no los viera juntos, cosa que hería su pequeño corazón de infante.
Nunca quiso volver a visitar a su padre en horario de trabajo, mucho menos al enterarse de que tenía una relación medianamente seria con la mujer de vestidos cortos y apariencia juvenil. Se sentía traicionada, y eso que no era su madre, quien había mantenido un matrimonio si se quería estable por varios años.
Hanibell escuchó un ruido en la parte externa de la cabaña cuando despertó al siguiente día, viendo la hora en el reloj de mano que poseía, siendo que este indicaba que era ya mediodía.
Su cabeza dolía, pero tenía que sacar fuerzas para vigilar lo que fuera que estuviera acechando allí fuera. Salió por la parte trasera de la habitación que le rentaron, pues tenía dos entradas.
Sus pasos sobre la tierra no se escuchaban demasiado, ese era su objetivo principal, y siendo que se acababa de levantar, tenía muy buen equilibrio para mantenerse en pie y ocultarse de una forma efectiva.
Tragó saliva cuando notó una sombra saliendo de la casa donde vivía la dueña de la posada, pero no era una mujer la que se veía, por el contrario, un hombre alto y tosco era el encargado de caminar hasta allá con una gran herramienta en mano, esta parecía un hacha, de modo que a la chica se cabellos cortos solo le quedaba ocultarse bien y esperar a ver cuáles eran las intenciones de dicho sujeto, aunque no se veían demasiado buenas tampoco.
Cargó la pistola de mano que tenía, cuidando por si acaso tenía que usar la bala, y ya sentía su pulso acelerarse.
¿Quién la había enseñado a disparar? Esa era una gran pregunta, y la respuesta siempre sería la misma, el único hombre que se preocupó por ella y su buena crianza durante tanto tiempo, y aunque le habría gustado decir que era su propio padre, en realidad había sido Marcus, la mano derecha de este, sus ojos y oídos en el mundo.
El hombre de cabellos ya canosos y de ojos mieles puros siempre le había enseñado tanto a ella como a Jayce a defenderse como era debido, por eso no era tan débil como mucho pudieran pensar.
Tras la visita de su padre en la casa donde residía con Ginna y su hermano, el miedo se instaló en ella por completo, dejándole saber que si no huía, todos sus seres queridos estarían en peligro, incluyéndola a ella, pero si no estaba, concentrarían todas las fuerzas en hacer que volviera, en encontrarla.
Renedit creía que tenía al mundo a sus pies, que podía controlar todo a su gusto, pero no era así, sobre todo porque no tenía idea de lo manipulable que era la gente en general. Había aprendido demasiado mientras estuvo con el gran hombre que era Marcus, quien siempre les comentó sobre sus planes y cómo los llevaría a cabo para mostrarles qué se tenía que hacer para defender lo suyo.
Ahora, cuando vio al hombre acercarse a las instalaciones de la posada, este se escondió en el jardín, y para cuando una de las chicas que se hospedaba allí salió a tomar aire porque el calor se estaba concentrando dentro de la viviendo, él la tomó por los brazos, llevándola en contra de su voluntad fuera de allí, por lo que las alarmas dentro de la mente de Hanibell se activaron, yendo detrás de ellos para averiguar a dónde la estaba llevando, pues todo eso ya era sospechoso.
Frunció el ceño cuando quiso encerrar a la chica en un pequeño cuarto, pero esta se defendió como pudo para evitarlo, terminando por darle una patada en las zonas bajas. El hombre cayó de rodillas mientras se sostenía con las manos el área afectada, vociferando obscenidades en contra de la chica, peros esta solo pudo correr y liberarse de su agarre, tomando sus cosas de la habitación con rapidez.
La chica armada, en cambio, decidió ir hasta aquel hombre, quien se retorcía en el suelo sin poder levantarse aún. Observó con cuidado desde lejos el interior de ese pequeño cuartucho de quinta, y dentro de este pudo ver cómo habían varias cuerdas colgando del techo, y en el suelo había una enorme mancha de lo que parecía ser sangre.
Pensó que era un sueño, pero de inmediato supo que no cuando la mujer dueña de la propiedad, una bastante mayor, salió de su casa para ir a la recepción de la posada, y en medio del camino se encontró con aquella escena y con una de sus clientes huyendo despavorida.
Se espantó, por supuesto, preguntando quién demonios era aquel hombre, y este solo empezó a reírse como si la loca fuera la mujer y no él.
De pronto, este se puso en pie y tomó a la anciana por los cabellos, obligándola a entrar en el cuartucho, así que en cuento hizo eso, la ojiazul no pudo permitirlo, así que se lanzó con pistola en mano a defender a la indefensa mujer, que nada tenía que ver con lo que ese hombre quisiera o no.
Una vez que abrió la puerta de aquel cuarto de una sola patada, pudo ver cómo este tipo de cabellos malos ataba a la mujer y la colgaba por las manos del techo en un gancho que se veía lo suficientemente fuerte como para soportar el peso de un animal grande, como un cerdo.
Cerdo, eso fue lo que pensó en cuanto vio al hombre empuñando un cuchillo, queriendo hacerle daño a la contraria, o mejor dicho, torturarla.
─¡Alto! ¡Ni un solo dedo le tocas, pedazo de cerdo!─ le gritó al demente, y cuando este volteó hacia ella, no dudó en abalanzarse sobre su cuerpo, queriendo atravesarla de una sola embestida con lo que pensó antes que era un cuchillo.
Se dio cuenta de que en verdad era un hacha, como su mente se imaginó primero, así que tragó saliva y esquivó varios de los golpes que quiso darle con el mango de esta, que ya se veía bastante macizo.
Pidió a todos los ancestros que conocía e incluso a los que no que por favor la dejaran vivir, que ella tenía una misión mucho más importante que solo acabar con personas tan despreciables como aquella.
En una de esas, logró darle en la mano, haciéndola perder el arma con la que se sentía protegida, de modo que solo pudo arrastrarse de nuevo hacia esta, queriendo tomar de nuevo el control, pero el hombre la tomó por el tobillo, haciendo que no alcanzara su objetivo, pero ella luchó con todas sus fuerzas hasta que por fin la soltó y pudo volver a tener la pistola con ella.
En cuanto eso ocurrió, disparó sin siquiera dudar a la cabeza de aquel desconocido, dándole en la frente sin fallar, así que el cuerpo de este cayó en el suelo, y la única sangre que se le unió a la demás fue la propia.
Enseguida, las náuseas se apoderaron de ella por completo, terminando por botar el estómago a un lado del cadáver, ya que jamás le había quitado la vida a nadie, entonces volvió a escuchar la voz de la mujer mayor, angustiada y llorosa.
─P-Por favor, no me hagas daño...─ le suplicó ella, teniendo las mejillas mojadas por tantas lágrimas y la garganta afónica de tantos gritos proferidos.
A Hanibell se le partió el corazón de solo imaginar a lo que tuvo que haber sido sometida la mujer para que suplicara por su vida a esas alturas del partido.
─Todo estará bien, verá que sí─ le dijo a la mayor, empezando a desatarla con cuidado.
Los ojos de la mujer se veían bastante hinchados, como si ya hubiera llorado desde antes, así que supo que no podría irse de allí hasta asegurarse de que ella estuviera a salvo de cualquier mal.