—Ari, ¿Qué crees que haya sido primero? ¿El huevo o el pollo?
Cubro mi desnudez con la sábana color rosa de mi cama para girarme a mirar a Dru, él mantiene sus manos apoyadas tras su cabeza, con su mirada perdida hacia el techo. recorro con la mirada su pecho descubierto, perdiéndome en aquel maravillo abdomen perfectamente marcado al que había lamido hacía unos minutos atrás.
—¿Por qué siempre que tenemos sexo haces preguntas tontas? —apoyo mis brazos contra su pecho descubierto, quedando frente a él, aquella maldita y perfecta sonrisa se marca en sus voluptuosos y besables labios, a la vez que se dedica a mirarme fijamente.
—No lo sé, eres tan lista que me gusta ponerte a prueba.
Le saco la lengua a la vez de que vuelvo a acomodarme a su lado. Me gustaba escucharlo hablar, responder a sus bobas preguntas se había vuelto uno de mis pasatiempos favoritos, dado a que, era la manera en que había notado que permanecía más tiempo a mi lado.
Hacía tal vez unos seis años atrás habíamos comenzado una estúpida relación liberal, éramos los mejores amigos, pero, cuando nos entraban las ganas, nos la quitábamos. Al principio, todo fue genial para mí, desde mi adolescencia jamás deseé enamorarme alguna vez, pero, luego llegó él, demostrándome que con pequeños detalles se preocupaba de mí, haciéndome sus tontas preguntas de prueba que me divertían tanto, los cafés repentinos que me llegaban al canal… j***r, siempre debió de tratarse de solo sexo sin amor, pero, de forma lamentable para mí, me había enamorado de mi mejor amigo hasta los malditos huesos. Sentimiento que, sin ninguna duda, él no compartía conmigo.
—En el ámbito científico, obviamente ha sido el huevo —respondo al final al llevar mis brazos hasta cubrir mis pechos desnudos—, desde el tiempo de los dinosaurios, el huevo fue evolucionando hasta llegar a formar un pollo —tuerzo una sonrisa, para luego perderme en sus bellos ojos azules, los cuales me veían con total atención—, pero, en el ámbito religioso, ha sido el pollo, Dios creó a cada ser que existe sobre la tierra, después de todo —digo al encogerme de hombros—, incluso a ti y a mí.
—¿Y tú en cuál teoría crees? —interroga al mirarme con curiosidad.
—Creo que me quedo con la segunda —arrugo la nariz y asiento con la cabeza con total seguridad—, eso de la teoría del mono y la explosión en el espacio que ocasionó la creación de la Tierra, no es lo mío —lo miro con seriedad, aún sin poder creer que se entretuviera tanto con este tipo de pláticas—. ¿Y tú?
—¡Bah! Obviamente creo que en algún momento mis antepasados tuvieron cola —dice al echarse a reír.
Me siento en la cama, estiro mis manos arriba de mi cabeza y dejo salir un lento bostezo, había pasado toda la tarde metida en la cama junto a Dru, cogiendo como un par de conejos insaciables, los cuales jamás se aburrirían del cuerpo del otro.
Un chillido ahogado sale de mis labios para luego echarme a reír a la vez de que trato de alejar las manos de Dru, las cuales habían aprisionado mis pechos sin previo aviso.
—Luces como una jodida diosa griega —susurra a mi oído al deslizar con suavidad un dedo por lo largo de toda mi columna vertebral.
Trago saliva con fuerza a la vez de que cierro los ojos. Me estremezco con solo su simple roce, haciéndome desear gritarle que lo amo y que mi mayor deseo es pasar mi vida entera a su lado.
Sus labios acarician mis hombros, mientras poco a poco, comienza a quitarme nuevamente la cobija con la que trataba de cubrir mi desnudez. Muevo mi cabeza hacia un costado, dejándole un mejor acceso a su boca. Muerdo mis labios y cierro los ojos, dejándome cubrir de espasmos ante las caricias que me provocan sus manos y sus labios.
—Eres insaciable —murmuro mientras sonrío, girándome para sentarme a horcajadas sobre él, deslizándome con suavidad hasta que mi centro se encuentra con la punta de su m*****o.
Justo cuando nuestros sexos se unen, ambos jadeamos al mismo tiempo, me quedo inmóvil por algunos segundos, acostumbrando mi cuerpo otra vez a su maravillosa virilidad. Me sostengo de sus hombros y bajo mi cabeza hasta clavar mis dientes en su piel, al comenzar a moverme de arriba abajo, él jadea, sosteniéndome por las caderas, permitiéndome llevar el control.
Ese aspecto era otro del que me hacía amarlo tanto, Dru no era el tipo de persona que siempre pretendía llevar el control, sabía cuando callar y cuando permitir que alguien controlara sus emociones, era un oyente y un gran amigo, preocupado, consentidor y divertido… prácticamente era el hombre más perfecto que alguna vez pude conocer, su único defecto era la falta de compromiso. Él simplemente disfrutaba su libertad, sin necesidad de querer caminar de la mano de alguna chica o de presentarla como su novia formal.
Aquellos pensamientos golpean mi pecho, haciéndome cerrar los ojos con fuerza a la vez de que me muevo con mayor rapidez, tratando de terminar aquella tortura a la que yo misma entré, una tortura a la cual en su momento pensé que era capaz de sobrellevar sin tener la necesidad de acabar envuelta en estos malditos sentimientos que me quitaban el aire día a día.
Solo debía de ser sexo sin amor… lo malo fue que la única que se enamoró al final, había sido yo.
Jadeo con mayor fuerza al sentir sus dientes apretar mi hombro, al igual a como lo hacen sus dedos en mi cintura, mostrándome que estaba a punto de llegar al orgasmo. Sus manos me guían en movimientos más apresurados, ayudándome a moverme en círculos hasta que al final, ambos explotamos.
Descanso mi frente contra su hombro, dejándome envolver por sus brazos que me estrujan contra su pecho desnudo. Cierro los ojos y guardo silencio, solo dedicándome a escuchar los suaves latidos de su corazón. Aspiro con lentitud, para luego comenzar a salir de él, me levanto y me dirijo al baño de mi habitación para asearme, otra vez, en completo silencio, aún guardando una leve esperanza de que sea él quien rompa aquel silencio, rogando una vez más que por favor en algún momento sea capaz de decirme que me quiere como algo más que una amiga.
—Tengo hambre —digo al salir del baño.
Él se encuentra de pie, recogiendo su ropa del suelo.
—Cool, ¿pedimos algo? —pregunta al verme sobre su hombro.
—No —respondo al negar con la cabeza—, quiero cocinar algo.
Camino hacia mi closet, donde saco unas bragas y una bata de dormir. Me visto con rapidez, aguantando la tentación de mirarlo a los ojos, algo que siempre evitaba hacer para que no fuese capaz de notar lo mucho que le amo.
—Vale, me doy un baño y bajo a ayudarte —murmura para después desaparecer dentro del baño.
Suspiro con pesadez, mientras pego mi frente contra la puerta del closet, odiándome una vez más por ser tan masoquista.
Una vez le confesé a mi mejor amiga Kendall sobre lo mucho que anhelaba tener una vida tan bonita a como ella la tenía con Audrey, anhelaba comprar un vestido de novia, caminar del brazo de mi padre hacia el altar donde fuese él quien me esperara para luego jurarnos amor eterno. Quería una casa grande, con grandes jardines donde pudiese tener muchos perros, anhelaba tener al menos cinco hijos, j***r, quería una familia grande y feliz, pero, todo lo quería tener con él.
Muchas veces había llorado por teléfono al desahogarme con Kendall, donde ella terminaba enfadándose con Dru por negarse a darme el lugar que yo debía de tener, me insistía en que me alejara de él, que tratara de encontrar a alguien que compartiera los mismos anhelos que yo tenía, pero, simplemente no podía, estaba atada a ese chico, mi corazón solo le pertenece a él.
(…)
Nos movemos en la cocina hablando de cosas random mientras preparamos pollo al horno y verduras salteadas. Dru me comenta sobre su trabajo en la emisora, sus ojitos azules se iluminan cada vez que habla de los programas radiales que dirige, lo que me hace sonreír como idiota. Él amaba su trabajo más que a nada en el mundo, lo cual era algo con lo que jamás podría competir. Justo cuando Audrey decidió mudarse a San Francisco con Kendall, le dejaron a cargo prácticamente que toda la emisora, dejándole poco tiempo libre, tiempo que, por lo general, siempre la pasaba conmigo.
—Lucas otra vez ha preguntado por ti —comenta al llevar las verduras a la mesa, sin pretender mirarme.
Lo sigo con la mirada, esperando ver algún atisbo de celos en su reacción, pero, por más que trato, no logro encontrar su mirada.
Lucas es quien entró a reemplazar a Audrey, un guapo moreno que desde que lo conocí, no había dejado de alabar mi trabajo en el noticiero en el cual participaba, cinco días a la semana, me había invitado unas cuantas veces a salir, pero, por alguna extraña razón, al final terminaba cancelándome la salida porque le salían trabajos de improviso con los cuales él no contaba.
—Dice que te ha visto en las noticias —me cuenta.
—Es extraño que aún pregunte por mí —murmuro al llevar la bandeja con el pollo—, no ha vuelto a hablarme, pensé que volvería a quedar conmigo para salir, pero, al parecer no le intereso lo suficiente.
Dru levanta la mirada y sonríe de medio lado mientras niega con la cabeza.
—Lucas es un idiota, de fijo que está saliendo con alguien más y pretende salir contigo también.
—¿Y eso tiene algo que ver? —pregunto al sentarme frente a él—, yo tengo sexo contigo y no es nada formal, si él mantiene algo así con otra chica, no creo que haya algún inconveniente en que lo vea —murmuro al encogerme de hombros, lo que lo hace guardar completo silencio.
Sirve ambos platos, dividiendo las verduras entre ambos, dejando como siempre solo para mí, las zanahorias que tanto disfrutaba comer, lo que provoca un nuevo pinchazo en mi pecho… esos malditos detalles eran los que me volvían loca. Si no le importaba lo suficiente para algo serio, ¿Por qué carajos siempre se esmeraba en cuidarme? ¿Por qué era tan observador al punto de aprenderse mis dichosos gustos?
¡Maldición! Si seguía así, de verdad que jamás se me pasaría ese estúpido enamoramiento que tenía hacia él.
—Está bueno —dice al cambiar el tema de conversación de forma drástica—, ¿tienes vino?
—Sí, el blanco está en la alacena —digo al hacer un gesto con mi cabeza.
En el instante en que él va por el vino y un par de copas, levanto mi celular ante la notificación de un nuevo mensaje de texto el cual abro enseguida al ver que es parte de Kendall.
“¡Me voy a casar! Te necesito como mi madrina de bodas”
Un pinchazo de dolor se clava en mi pecho, trato de sonreír, juro que trato de alegrarme por mi amiga, pero, me es imposible hacerlo. No quería sentirme como una completa perra al envidiar la dicha de mi amiga, pero, me parecía un poco injusto que ella, una chica que jamás ilusionó casarse, ahora fuese a hacerlo, cuando yo, que era la que tenía ese maldito sueño tan arraigado a mí, debía de conformarme con una dichosa relación de amigos con beneficios.
Justo cuando Dru regresa, tomo la botella y lleno mi copa, la cual bebo sin detenerme a respirar.
—Oye, ¿Qué haces? —me regaña el rubio al verme con preocupación cuando comienzo a toser como una desesperada—, más despacio, Ari, te hará daño.
—Tú preocúpate por ti y déjame en paz a mí —reniego de mal humor al volver a servirme una nueva copa de vino.
—¿Y ahora qué bicho te picó?
Su celular comienza a sonar, mostrándole la llegada de un nuevo mensaje el cual revisa de inmediato, una sonrisa divertida se forma en sus labios mientras se dedica a negar con la cabeza.
—¡Caray! Al parecer seré el padrino de bodas de Audrey y Kendall —dice al devolver el teléfono a la mesa.
Aprieto mi mandíbula y lo observo con dureza, llenándome de una furia tan grande que no sabía que tenía hacia él.
—Hasta que al fin se decidieron, bien por ellos —continúa hablando, mientras vuelve a concentrarse en la cena—. ¡Bah! Aunque pensar en permanecer atado por una alianza durante toda mi vida, me hace sentir escalofríos, definitivamente son admirables —murmura en son de burla.
—Ya mejor lárgate —mando al señalar hacia la puerta.
Su tenedor se estrella contra la mesa, puedo notar la confusión cruzar su mirada, aun así, decido no inmutarme. En ese instante solo necesitaba cerrar la puerta y ponerme a llorar hasta quedarme dormida, por lo que, lo necesitaba fuera.
—¿Qué?
—¡Que te largues! —grito al golpear la mesa con ambas manos—, no quiero verte más por hoy. Sal de mi departamento y déjame sola.
—Ari, ¿Qué te pasa? —pregunta con confusión—, ¿te ofendí en algo para que decidas tratarme así?
—Solo vete, Dru —le pido al bajar la cabeza—, por favor… solo termina por irte.
Él no se mueve, permanece en su lugar, buscándome con la mirada, casi podía sentirlo, pero, aún así, continué con mi mirada clavada en la mesa. No quería dejar que viera mi debilidad, no podía permitirle que notara lo mucho que me estaba haciendo sufrir en aquel instante.
—No voy a moverme de aquí hasta que me digas qué es lo que sucede contigo —afirma al intentar tomar una de mis manos, lo cual impido al jalarla bruscamente para que no me toque—, ¿Ya no confías en mí, Arizona?
—Cierra la puerta cuando decidas irte —me limito a responder para luego tomar mi teléfono y así caminar en dirección de mi habitación.
—¡Arizona, por Dios! —lo escucho quejarse, pero, no me detengo, subo las escaleras con rapidez y termino por encerrarme en mi habitación.
Apoyo mi espalda contra la madera de la puerta y me deslizo hasta sentarme completamente en el suelo, dejándome invadir por el llanto descontrolado, aquellos sollozos que me pedían que los dejara salir, para así tratar de calmar un poco de todo aquel dolor que presionaba mi pecho impidiéndome respirar.
Dru Saltzman era un completo imbécil que no era merecedor de ninguna de mis lágrimas y yo… yo simplemente era una grandísima idiota al aferrarme a algo que sabía que no tenía futuro.
Dru Ssltzman era un tipo de verdugo, el cual había sido enviado a la tierra para torturarme de mil maneras diferentes al no corresponder a todo aquel amor que sentía hacia él. El verdugo que se adueñaba de mis sueños cada noche, donde era capaz de imaginarlo siendo un padre amoroso con cada uno de los niños que deseaba tener, sueños que se volvían en pesadilla cada vez que abría mis ojos en la mañana, encontrando el sitio vacío a mi lado.
Debía de dejarlo ir, necesitaba terminar con todo ese dolor que asechaba mi pecho cada vez que alguien se comprometía, recordándome que, si seguía con él, eso sería algo que nunca tendría. Necesitaba acabar con todo, ocupaba una enorme carga de fuerza de voluntad para tratar de ser una mujer capaz de comenzar de cero, pero, en el fondo sabía que solo me bastaba con ver directamente a sus ojos azules para olvidarme de la necesidad que sentía de alejarme de él.
A su lado estaba condenada a ser simplemente la chica con la que se quitaría las ganas, su mejor amiga, su confidente, la chica lista que es capaz de contestar cada una de sus preguntas estúpidas después de tener sexo, aquella mujer divertida que era capaz de reírse de cualquier chiste tonto que se le ocurre en los momentos más incómodos.
El ruido de la puerta principal al cerrarse me hace explotar aún más, hundo mi cabeza entre mis rodillas y grito con todas las fuerzas que encuentro en mi interior, tratando de liberarme, tratando de encontrar la fuerza de voluntad que pierdo cada vez que estoy a su lado. Tratando de arrancar de mí toda aquella frustración que me invade al no ser feliz con un momento tan importante en la vida de mi amiga a como lo era su compromiso.
Incluso ya había perdido la cuenta sobre la cantidad de veces en que le prometí a Kendall que me alejaría de él, sin conseguir mi objetivo. ¡Maldición! Si es que con solo estar frente a él era suficiente para sentir a mi corazón acelerarse y a mis rodillas flaquear.
Amar a ese hombre de la forma en que yo lo hago, duele hasta los huesos.