La charla entre Tomas e Ian continúo conmigo como testigo. No emití ni una sola palabra porque las ruedas en el engranaje de mi cerebro seguían girando acerca de cómo salir de esta situación. En el sueño que había tenido, antes de la memorable y horrorosa cita a ciegas, un hombre mayor estaba en su estudio observando un video casero de una niña con grandes rizos. Sus ojos no tenían vida y las lágrimas le recorrían la cara, se puso de pie, fue a la caja fuerte del estudio donde estaba, marco la clave numérica y saco una pistola. Se sentó, vio un poco más el video, introdujo el cañón en su boca y apretó el gatillo. Ahora le estaba viendo tan vivo, tan feliz. ¿Por qué un hombre como Tomas se suicidaría? Tenía una gran familia llena de niños pequeños y gente que no aparentaban ser malos.