El sol del nuevo día todavía no salía, pero Emely ya estaba despierta y lista para su nuevo escape porque ese día llegaba Aiger con provisiones para la abadía, su llegada habitual era a las siete de la mañana, sin embargo, siempre acordaban verse a las tres de la madrugada en las cuevas al norte de la muralla donde era su lugar especial. Se levantó de la cama y se puso sus ropas de siempre, un vestido color crema con delicados bordados de flores, cuello alto y mangas tres cuartos con una amplia falda de paletones anchos que le llegaba a los tobillos, su cabello siempre tenía que estar atado en una mantellina blanca tan larga como cada hebra y sus botines siempre tenían que estar muy bien lustrados porque si no recibía azotes por ser descuidada.
Como una de las tantas lagartijas que habitaban en las grandes piedras de los muros Emely se fue deslizando por las partes más oscuras hasta que llegó a la cocina donde estaba la ventana por la que siempre salía, la abrió sin mucho problema y se brincó por ella como ya era costumbre sin miedo a ensuciar su vestido pues estaba muy bien acostumbrada a no mancharse, levantó la falda del vestido y corrió hacia el desagüe olvidado donde las rejas oxidadas estaban a nada de volverse escarcha, con cuidado quitó los dos barrotes y al haber atravesado el muro los volvió a poner como si nada hubiese pasado. Salir afuera de los muros era un aire de libertad para Emely, era como llegar a un mundo completamente diferente al que vivía donde las reglas se cumplían a rajatabla y si alguien fallaba recibía un fuerte castigo, pero afuera nadie castigaba ni la regañaba por no usar su mantellina en la cabeza, tampoco la regañaban por eructar de forma accidental.
– ¡Emely! – Aiger la llamó en un susurro escondido detrás de los árboles como siempre.
– Hola. – corrió hacia él.
– Hola, pensé que no ibas a llegar hoy. – le dio un abrazo.
– Me agarró la tarde un poco, pero no podía faltar a nuestra tercera cita de este mes. – levantó la cabeza para verlo, en esa hora de la madrugada ya hacía un poco de claridad.
– Me gusta mucho cuando dices eso de la cita... – le tomo la mano y comenzaron a caminar – ¿Pensaste en lo que te dije nuestra última vez juntos? – pregunto mientras la llevaba a las cuevas.
– ¿Sobre escapar contigo? – preguntó Emely levantando su vestido para poder avanzar mejor entre las raíces de los árboles.
– Si, soy un hombre que trabaja y podría darte todo lo que necesites a cambio de que seas mi mujer, a cambio de que tú también me des lo que yo necesito, libertades y amor. – Aiger sonrió de una forma que incomodaba a Emely.
– ¿Seria tu esposa? – preguntó restándole importancia.
– No, ser mujer de un hombre es algo más intimó que ser su esposa, yo trabajaría y podría tener amigas, amigos, pero tú no, tu estarás en mi casa atendiendo el hogar, cuidando de que no me falte nada y cada noche nos acostaríamos juntos en la cama. – le soltó la mano cuando llegaron a las cuevas.
– Me quisiera quedar afuera esta vez, hace mucho calor y ayer termino mi castigo por no haber querido hacer la segunda semana de mis botos. –algo muy dentro de ella le dijo que no debía entrar a esa cueva, no esa madrugada.
– Había preparado algo para ti ahí adentro. – el chico quiso tomarle la mano y llevarla a la fuerza.
– ¡Por favor, necesito aire fresco! – Emely retrocedió impidiendo que su mano fuese aprisionada.
– Esta bien, nos quedaremos afuera, pero no volverás a la abadía sin antes ver lo que había preparado para ti. – se sentó en el paso y ella imito su acción.
Aiger le había declarado su amor la última vez que se vieron y le propuso que escapara con él del lugar, le juro que la llevaría muy lejos de todas esas mujeres que vivían con ella en la abadía, que le mostraría el mundo, sus culturas, comidas y paisajes, cosas que Emely solo había visto en imágenes por internet, pero su deseo por conocer el mundo no era más fuerte que el miedo que le provocaba dejar lo que conocía, sobre todo en manos de un joven cuya forma de mirarla había cambiado completamente y le provocaban un sentimiento de desconfianza absoluto.
– ¿Qué cosas nuevas han pasado en el pueblo? – preguntó Emely mientras veía la abadía sumergida en oscuridad, los árboles los ocultaban a ellos.
– Pues no mucho, lo único extraño que ocurrió ayer por la tarde fue la llegada de tres camionetas oscuras que se dirigieron directo a la casona cerca del lago. – explicó Aegir antes de recostarse sobre el pasto.
– ¿Serán nuevos inquilinos? – volteo a verlo.
– No creo, esa casona es conocida como la casa del Cuervo y papá dice que nunca fue puesta a la venta así que han de ser los dueños los que vinieron de vacaciones. – llevo su mano a la curva de la espalda de Emely.
– Es un lugar muy lindo, quizás se han venido a vivir aquí. – comento un poco inquieta por el tacto.
– No hay nadie que quiera venir en ese miserable pueblo, estoy aburrido de ver siempre lo mismo, solo hay un hospital, una tienda que se surte cada mes, es un lugar bonito para turistas, pero no para quienes estamos acostumbrados a ver lo mismo siempre. – subió y bajó su mano en una caricia.
– Me estás haciendo cosquillas. – le tomo la mano.
– Me gusta mucho tu cintura, es pequeña y bonita a pesar de ser ocultada por esa falda tan fea... – Aegir se sentó de nuevo – Quiero que escapes conmigo, hay muchas bonitas allá afuera y quiero que seas mi mujer, estoy enamorado de ti. – llevo su brazo tras la espalda de Emely y la posó sobre su cadera.
– No sé qué responderte, eres un chico muy atractivo, pero yo no sé qué podría sentir por ti, es algo confuso. – bajo la cabeza para ver sus manos.
– Es sencillo, solo dime que si serás mía y te prometo darte todo lo que quieras. – se acercó más a ella.
– ¿Cómo sé que es lo que quiero si nunca he sabido lo que es? – le vio de reojo.
– Para eso debes experimentarlo primero. – le tomó la barbilla y le dio un beso en los labios.
– ¿Qué haces? – Emely se quitó de inmediato.
– Te doy un beso, es lo que hacen las parejas que se quieren, los amigos. – la agarró con más fuerza para volver a darle otro beso.
– ¡Me estas lastimando! – le dolió la barbilla con la fuerza que estaba haciendo para alejarse.
– Solo déjate llevar, te prometo que será divertido. – intento acostarla sobre el pasto.
– ¡No quiero esto! – lo empujo y lucho por no acostarse – ¡Aegir, por favor! – se levantó, pero él la volvió a tirar entre sus piernas.
– Quiero hacer lo que te mostré en el video del otro día, si te da pena desnudarte solo podemos levantar tu vestido. – le forzó otro beso.
– Yo no quiero hacerlo. – le pegó un puñetazo en el estómago y se levantó.
Emely corrió sin voltear a ver atrás porque aquello fue un acto de traición a su confianza, quizás la abadesa tenía razón sobre que todos los hombres eran degenerados seres que pensaban en profanar el cuerpo de las mujeres, cerdos sin corazón a los que sólo les importaba su interés y que serían capaces de asaltar a su propia madre si no tenían a nadie más, ideas radicales según había investigado, pero lo que le hizo Aegir en esos momentos se sintió como la representación viva de aquellas palabras; iba con los ojos tan nublados por las lágrimas que no se fijó hacia donde corría, solo quería llegar al lugar seguro y sin fijarse se estampó de lleno contra algo suave, pero firme al mismo tiempo, trastabilló hacia atrás y por suerte no cayó al suelo gracias a que fue sujetada con firmeza de su brazo izquierdo.
– ¿Estas bien? – pregunto quien la había sujetado.
– ¡Es un hombre! – exclamó Emely mucho más asustada saltándose de su agarre.
Aquel hombre era dos o tres veces su cuerpo femenino, el pantalón camuflajeado le quedaba bastante ajustado al igual que su camisa beige con mangas largas y camuflajeadas también, había chocado contra su amplio pecho y eso fue lo que la hizo retroceder, pero al verlo con mejor claridad se dio cuenta de que utilizaba algo que le cubría el rostro casi por completo, lo único que dejaba libre eran sus ojos que se veían muy oscuros con la media luz de la madrugada.
– Si soy un hombre. – dijo con extrañeza viendo cómo se alejaba con nerviosismo.
– Se supone que los hombres no suben hasta estos lugares de la montaña ¿Viene a matarnos? – Emely se acercó a un árbol buscando esconderse.
– ¿Qué? ¡No! – levantó sus manos – No he venido a hacerte daño, salí a caminar con unos amigos y creo que me perdí ¿Tu vienes de la abadía? – se quiso acercar, pero Emely estaba presta para huir.
– ¿Por qué debería responder? Es un hombre cuyo rostro no se ve, quizás usted sea el demonio del que habla la abadesa Dalila. – dio la vuelta al árbol y corrió hacia abajo.
– ¡Espera! – exclamó el hombre – Me he perdido y no sé cómo regresar al sendero, si me dejas aquí no sé cómo volveré con mis amigos... – se quitó la tela que ocultaba su rostro y dejó ver sus facciones – De verdad que mis intenciones no son lastimar a una niña, solo quiero volver, dime desde donde estás y yo caminaré. – mantuvo sus manos levantadas en muestra de que no era una amenaza.
– Desde aquí no va a poder volver al sendero del venado ¿Qué es eso? – señaló su pecho.
– Esto es una placa de identificación, tiene mi nombre, edad, tipo de sangre y cosas importantes. – tomó la placa para mostrársela.
– Tengo que volver. – retrocedió cuando él dio un paso.
– ¡Espera, ayúdame a volver al sendero! – pidió nuevamente – Si me das indicaciones te daré esto. – sacó algo del bolsillo de su pantalón.
– ¿Qué es eso? – el color dorado brillante llamó su atención.
– Es una bala para rifle de calibre cincuenta, si me ayudas a volver te la podrás quedar. – vio su interés por aquel objeto y aprovecho eso.
– Los hombres son mentirosos, engañosos y traicioneros. – Emely siguió retrocediendo.
– Que mal concepto tienes de los hombres... – se rio – Pero de verdad que no todos somos así, de todos modos, puedes quedarte con ella. – lanzó la bala hacia ella y la vio atraparla en el aire.
– Si sigue recto llegará a unas cuevas, desde ahí puede verse la abadía y el sendero del venado, le será fácil llegar, pero yo no lo voy a acompañar. – le dio las instrucciones antes de bajar la mirada al obsequio tan extraño que tenía en las manos.
– Muchas gracias por tu ayuda, eres un ángel. – con esas palabras Emely sintió sus mejillas ponerse calientes.
No dijo nada y vio al hombre emprender el camino tal como ella se lo dijo, debió aprovechar aquel momento para volver a la fortaleza de roca totalmente alejada de los peligros, pero en cambio decidió seguirlo esperando de que hubiese entendido bien las instrucciones que le dio y mientras caminaban el hombre se detuvo de la nada, antes de dar la vuelta Emely ya se había escondido detrás del tronco de un pino así que él no pudo ver nada y continuó caminando a lo que ella también hizo lo mismo manteniendo una distancia mayor. La curiosidad de Emely era demasiado grande como para prevenirla de tomar decisiones imprudentes y así fue por todo el camino escondiéndose detrás de los árboles vigilando que el hombre siguiera el camino correcto, por suerte Aegir tomaba el camino del venado para llegar a su casa y esperaba que el chico no volviera porque iba a pasar vergüenza cuando lo viera entregando la despensa.
– ¡Es al otro lado! – dijo Emely al verlo ir hacia el acantilado – Señor ¿No sabe ubicarse? – se apuró para alcanzarlo – El camino del venado es a este lado, le dije que vería la abadía de enfrente y que al otro lado estaba el camino que debía seguir para llegar a donde quería. – lo tomó del brazo y lo empujó hacia el lado donde debía ir.
– Hace mucho que no vengo por estos bosques, es difícil ubicarse. – el hombre se rio con ligereza mientras caminaba hacia el otro lado de las cuevas.
– Tenga buen viaje y procure caminar recto sin desviarse hacia ningún lado, quizás pueda encontrar a sus amigos en el camino. – corrió hacia abajo cuando él regresó sobre sus pasos.
– Me gustaría agradecerte de alguna otra manera, si bajas al pueblo me gustaría llevarte a comer algunas empanadillas de carne. – dijo el hombre sacando otra bala de su bolsillo.
– Gracias, pero yo soy una monja y tengo prohibido abandonar la abadía porque en el mundo hay muchos males que solo buscan pervertir almas puras. – los ojos se le fueron directo a la bala.
– Pero en estos momentos estás afuera de la abadía. – la cara de la jovencita fue toda una poesía después de haberle dicho eso.
Cuando Emely iba a refutar aquellas palabras escuchó el sonido de las campanas anunciando que era hora de que todas las monjas despertaran, así que sin decirle nada al hombre se dio la vuelta y corrió hacia la abadía de nuevo cuidando de no caerse porque entonces iba a estar en problemas, pero iba tan asustada que no se dio cuenta de que estaba siendo observada por un par de iris oscuros y una sonrisa burlesca, vio como Emely entró al agujero de desagües y movió las barras oxidadas para finalmente entrar a la abadía dejando en el olvido su salida, el intento de Aegir por forzarla a hacer algo que no quería y el encuentro con el misterioso hombre enmascarado. Se escurrió entre los arbustos para ir directo a la granja donde estaban las cabras, su trabajo era alimentarlas y darles agua por eso es que no iba a ser extraño verla salir de ese lugar ya cambiada, les hecho heno a las cabras y llevo rápido una paca a las vacas, mientras le estaba acomodando en su comedero vio de reojo a una de las monjas.
– Emely ¿Qué haces despierta tan temprano? – preguntó la mujer, extrañada de verla.
– Buenos días sor Diana... – la mujer era desagradable – No podía dormir y me levante temprano para venir a estar un rato con las cabras. – vio el balde, imagino que era su turno de ordeñar a las vacas.
– Bueno, ya que estas aquí ayúdame a ordeñar. – extendió el balde hacia ella.
– No, mi labor es darle de comer a los animales y limpiar sus corrales, no ayudarte con tu trabajo. – se dio media vuelta para irse.
– Me voy a asegurar que pases una semana más castigada en las mazmorras. – la mujer se enojó mucho con esa respuesta.
– Adelante, líbrame una semana más de mis labores y encárgate tú de lo que yo hago. – siguió caminando.
– Buenos días Emely. – sor Rosario iba saliendo a hacer su labor de cada mañana, recoger los huevos de las gallinas.
– Buenos días, ahora voy por el grano de las gallinas, dame cinco minutos. – respondió con una sonrisa hipócrita.
Emely no se llevaba bien con ninguna de las monjas mayores, desde sus quince años se había comenzado a pelear con ellas porque se cansó de que la usaran de tapete para hacer sus labores, tuvo que despertar por las malas y darse cuenta de que aquellas mujeres no eran sus amigas ni sus hermanas, la abadesa estaba ciega con las mayores mientras que a ella la despreciaba por su juventud y su belleza, la abadesa tenía el cabello completamente regado de canas y su rostro cuadriculado por las arrugas de la edad, cada vez que se encontraba con Emely por los pasillos sin su mantellina criticaba su cabello ondulado por lo rubio que era y se burlaba de su piel por ser tan blanca como la leche, le gritaba que sus pecas le daban asco, que sus labios rosados parecían salchichas, que tenía orejas de caballo y que sus ojos azules eran repulsivos, por ese motivo Emely tenía prohibido ver a los ojos a la abadesa, ridículo completamente, pero todas obedecían porque sí.
– Ya que has despertado temprano, ayúdame a recoger los huevos de las gallinas. – dijo ros Rosario viendo como la joven luchaba con el saco lleno de grano.
– No, tengo que darles agua a los animales. – casi se va dentro del comedero porque el saco pesaba, ella era menuda y el saco pesaba, pero la mujer ni se inmuto.
– Ayúdame y después te ayudare yo a darles agua, hay muchos gallineros y me tomara mucho tiempo recoger los huevos. – sor Rosario era quien más se quejaba.
– La última vez me dijiste lo mismo, te ayudé y después te fuiste a desayunar diciendo que no podías ayudarme más, yo perdí mi desayuno, no volveré a cometer ese error dos veces. – termino de verter la comida de las gallinas.
– Por el camino de poco servicio en el que vas nunca harás los votos para ser monja. – se cruzó de brazos.
– Que mala suerte por ti. – se hecho al hombro el resto de grano y se fue del gallinero.
Estaba aburrida de estarlas escuchando decir lo mismo, le gustaba leer la biblia, aprender de Dios y hacer lo correcto, pero no le gustaba ser el tapete de nadie, ya no, así que si no la nombraban monja no importaba porque ella se seguiría declarando como una confiada de la ceremonia que realizó sola en la capilla; fue al pozo que estaba al frente de la abadía cerca de las grandes puertas de reja de la salida, necesitaba sacar agua y llenar el cántaro para llevarlo a los bebederos de los animales, a medida iba de un lado a otro vio al resto de las monjas ir haciendo sus labores e incluso vio a su madre ir detrás de la abadesa en el segundo piso, la mujer tenía diez chaperonas que siempre andaban detrás de ella y entre ellas estaba su madre que gracias a eso se había olvidado de ella. Cuando iba con su sexta vez que recogía agua vio una camioneta oscura de vidrios polarizados ir avanzando en aquel camino de terracería lleno de baches al que solo podía acceder un vehículo como ese, la camioneta se detuvo enfrente de las rejas y se acercó un poco más para ver quienes iban bajando de aquel vehículo, sus ojos enfocaron primero a la mujer que conducía; grandes rizos oscuros, piel canela y sus ojos cubiertos por elegantes lentes oscuros, sus ropas tan pegadas al cuerpo le dieron más curiosidad.
– Hola, buenos días. – dijo la otra mujer que la acompañaba, cabello corto, lacio y con lentes marrones.
– Buenos días ¿En que las puedo ayudar? – dijo Emely un poco nerviosa porque no solía tratar con muchas personas desconocidas.
– Buenos días, veníamos a hablar con la abadesa Dalila sobre algunas cosas importantes. – respondió la mujer que conducía.
– La señora no ha dicho que tenía visita. – volteo a ver hacia adentro.
– Es difícil comunicarse con ella porque no suele contestar su celular... – dijo mientras subía los lentes sobre su cabeza – Tú debes ser Emely ¿Verdad? La monja más joven de toda la abadía y la más guapa. – la vio de pies a cabeza.
– ¿Cómo sabe mi nombre? – aquello le generó mucha intriga porque ella no conocía a nadie más que Aegir por fuera de los muros.
– La verdad es que hemos venido a buscarte, fuimos contratados por tu padre, ha pasado años buscándote después de que te secuestraran. – lo dijo en voz baja consiguiendo que ella se fuera acercando cada vez más.
– ¿Mi padre? – todo estaba siendo completamente confuso para ella en esos momentos.
– ¡Emely! – la voz de su madre la sobresaltó – Sabes que tienes prohibido hablar con desconocidos. – la mujer bajó corriendo las gradas.
– Ellas están buscando a la abadesa, quieren hablar con ella de cosas importantes. – respondió tranquilamente.
– Mi nombre es Zoe Sussina, he sido quien se comunicó con la abadesa hace dos semanas atrás, quedamos en hablar en persona. – dijo la mujer de grandes rizos.
– Si, ella comento algo de usted, pero a tierra santa no puede entrar cualquier hombre. – dijo Carolina viendo a quien su hija no había notado.
– ¿Tierra santa? – Zoe alzó una ceja y volteo a ver a su amigo que estaba oculto – No importa, él nos puede esperar aquí afuera mientras nosotras hablamos con su abadesa, es algo importante y me he tomado el tiempo de hacer un largo viaje desde Italia hasta acá. – toco la reja y les dio un pequeño jalón, eran rígidas y estaban bien empotradas a los muros de piedra.
– Emely, abre las rejas y deja entrar a las mujeres. – se quitó la llave del cuello y se la extendió a su hija.
– ¿Qué sabe de mi padre? – pregunto mientras abría.
– Estamos aquí para llevarte con él, si la abadesa te libera, este día vendrás con nosotras. – respondió Zoe sin mover sus labios porque eran vigiladas.
– Emely, ve a regar los rosales y te castigare si hablas con el hombre, recuerda que estas en el camino de tus votos. – dijo Carolina al ver a las mujeres entrar.
– Hoy viene el joven Aegir a dejar provisiones, deberías mandar a alguna de las monjas a esperarlo si yo no puedo recibirlo. – vio al hombre con curiosidad, piel morena, más oscura que la de Zoe y sus labios gruesos le dedicaron una sonrisa discreta.
– Las demás monjas están en su tiempo de oración, por esta vez vas a tener que recibirlo tu porque la abadesa no se quedara sola. – vio a las mujeres.
– No quiero recibirlo para que después me manden a las mazmorras sin más que pan y agua por otra semana más, me estoy quedando en los huesos mamá. – Emely reclamo con molestia.
– Llamaré a sor Anna para que venga a recibirlo, pero te quedas sin tomar el desayuno por responderle en ese tono a tu madre. – dijo la abadesa mientras iba bajando las gradas.
– No le he respondido en ningún tono. – replicó mientras caminaba al pozo.
– Agradece que no te mandó a las mazmorras, te has convertido en una criatura salvaje y repulsiva, cada día que pasa el diablo posee más tu cuerpo y llegará el momento en que tengamos que hacer algo... – dijo la abadesa poniendo sus ojos en Zoe y la barrió con la mirada – ¿Que trae a este templo sagrado a dos pecadoras? – preguntó pasando a ver a la otra mujer.
– ¿Hay algún lugar donde podamos hablar a solas? Valeria y yo le traemos una propuesta sencilla. – Zoe ni se inmuto por esa acción.
– Vamos a mi oficina y espero que su diezmo sea generoso, mi tiempo no lo dedico a nadie. – caminó hacia adentro.
– Por favor, tienen que caminar diez pasos por detrás de la abadesa. – dijo Carolina.
– Eso aplica para las borregas. – susurro Valeria caminando con Zoe a la altura de la mujer mayor.
– Entonces abadesa ¿Por qué ha estado evitando mis llamadas en los últimos días? – preguntó Zoe importándole menos la mala cara de la señora.
Emely se quedó viendo fijamente como las dos mujeres caminaban a los lados de aquella mujer frívola que no permitía que nadie caminara a su altura ni que la vieran a la cara, le gustó mucho el aura de la mujer de piel morena, su porte, su forma de ver, su forma de hablar y la seguridad que tenía al caminar le provocaron cierta envidia porque ya quisiera tener esa actitud para que todas la respetaran, pero tenía que conformarse con su poca rebeldía que siempre la metía en problemas y hacía que la abadesa la detestara mucho más.