7.- Pesadillas

1711 Words
PAOLA ―Usted pudo comprobar que no está aquí. Rolando sonríe con una mezcla de frustración y burla. ―Él sabía dónde encontrarla ¿o de verdad cree que llegó aquí de casualidad? Siempre lo supo, si hay un corrupto aquí, es él ―lanza como si tirara un dardo sobre mi pecho. Se da la vuelta y yo lo tomo del brazo para detenerlo, él se vuelve con excesiva lentitud. ―¿Le dirán a Bernardo dónde estoy? ―Por mi boca no lo sabrá. Yo hice un trabajo que me encomendaron hace tres años. Retirar a dos niños que sufrían maltrato por parte de su madre, del hogar. Listo. No hay más que agregar. Yo lo hice, cumplí mi misión, si usted era o no culpable de maltrato, era trabajo del juez averiguarlo, no mío. Yo cumplía órdenes de mis superiores y, que yo sepa, Bernardo Echeverría no es mi superior. ―Gracias. El sostiene mi mirada, a pesar que está pasando el tiempo, yo no la aparto. De pronto, afirma con la cabeza, se despide con un gesto y sale sin rastro de burla ni despotismo en su mirada. Cierra la puerta tras de sí y yo busco una silla para sentarme. Rolando Meneses lo sabe todo. No solo que Camilo se escondió en mi casa. Sabe lo que me dijo. Sabe lo que pasó. Corro al segundo piso y me meto a la cama. Necesito pensar. Necesito esconderme. Soy la más idiota de las idiotas. No aprendo. Nunca voy a aprender. Camilo se aprovechó de mí y yo lo dejé. ¡Idiota, mil veces idiota! Me acabo de acostar con el hombre que me arrebató a mis niños después de tantas veces que juré y rejuré que si volvía a ver a uno de ellos, les escupiría en la cara su maldad. Sin embargo, con Camilo no pude. No pude porque él... porque él fue el policía bueno. Dejo caer una lágrima y recuerdo aquel fatídico día de hacía tres años, dos meses y cuatro días atrás. Los niños despertaron como siempre aquel viernes; contentos porque su papá les había prometido llevarlos de viaje. Nada me hacía presagiar lo que sucedería más tarde. Bernardo había ido a la oficina temprano y volvería para llevarlos al campo. Y volvió. Pero para llevárselos solo a ellos. Dos oficiales, Camilo Espinoza y Rolando Meneses, llegaron a escoltarlo y a hacer cumplir la orden de alejamiento que pesaba contra mí, su madre. Mi exesposo me acusó de maltrato físico y psicológico contra los niños y contra él mismo; según dijeron, había varias denuncias y demandas de eso en la fiscalía. Yo no tenía idea de esas acusaciones. No entendía por qué querían quitarme a mis niños si yo nunca les hice nada. Ni siquiera necesitaba retarlos, pues a pesar de ser gemelos, eran muy tranquilos. Ver a Bernardo sacar a los niños mientras los dos oficiales me detenían para que no saliera tras ellos, fue más de lo creí poder soportar. Yo suplicaba a ambos que no lo hicieran, que era un error, que yo jamás había maltratado a mis hijos, ni lo haría. ―Lo siento, no podemos hacer nada ―dijo Camilo―, es la orden superior, señora, por favor, cálmese. ―¿Cómo me pide que me calme si me están robando a mis hijos? ―casi grité. ―Eso debió pensarlo antes de maltratarlos, mujeres como usted no deberían ser madres ―espetó Rolando. ―¡Yo nunca les he hecho nada malo! ―me defendí―. Eso no es verdad, no sé de dónde sacan eso. ―Cálmese, si hay un error, pronto podrá arreglarse todo ―me tranquilizó Camilo―, pero mientras tanto, debe acatar la orden de alejamiento y por su bien, es mejor que obedezca. ―Por favor... ―rogué echándome a llorar, no podía cree que estaba pasando eso. Bernardo entró de vuelta y al ver que los dos hombres me tenían sujeta, se acercó y me dio un puñetazo que, de no estar afirmada por Camilo, hubiese caído, porque Rolando me soltó. ―No haga eso, señor ―lo reconvino Camilo―, si ella hace una contrademanda... ―Esta perra no hará nada, pobre de ella que lo haga. Yo, desesperada por la separación con mis niños, me tiré al suelo de rodillas para suplicarle que no se llevara a los niños, que estaba dispuesta a lo que fuera con tal de quedarme con ellos. Bernardo me dio una patada en el estómago y se fue. Camilo se agachó a verme, pero no dijo nada, solo me miró preocupado. ―Deja de llorar, no sacas nada con hacerlo ―me retó el otro. ―Por favor ―le supliqué a Camilo―, no deje que se los lleve. ―No puedo hacer nada. ―Es una injusticia, yo nunca... ―¡Basta! Me cansó el llanto de esta mujer y nosotros debemos irnos. Rolando se agachó, sacó sus esposas y me ató a una silla. Camilo lo iba a impedir, no obstante, Meneses no se dejó. Una vez asegurada, agarró a Camilo y lo empujó contra la pared, algo le dijo en voz baja, yo no alcancé a oír, y se fueron. Ni Camilo ni Rolando se volvieron a mirarme, aunque yo gritaba en el suelo, rogando que me soltaran. Intenté por todos los medios liberarme. La silla pesaba una tonelada, era una reliquia de la madre de Bernardo y no era capaz de moverla, mucho menos por estar media tendida en el suelo. Lo único que conseguí fue romperme las muñecas. Desesperada como estaba en ese momento, decidí morir. Ya había perdido las dos razones más poderosas de mi vida y sin ellos no tenía sentido seguir luchando. Sabía el poder que tenía Bernardo y si él no me quería devolver a mis hijos, no lo haría y no habría juez que pudiera darme el favor si él no lo aprobaba. Las muñecas se me fueron rompiendo poco a poco. Mucho rato después estaba segura que me quedaba poco tiempo en este mundo y que pronto dejaría esta vida, lo único que lamentaba era que no había podido despedirme de mis niños. Esperaba que Dios me concediera unos minutos en sus sueños para hacerlo. Un sopor me fue envolviendo. El fin estaba cada vez más cerca. Me eché a llorar porque no quería morir, pero tampoco tenía nada por qué vivir. ―Paola... Paola... ―Escuché a lo lejos, pero no reconocí la voz―. Paola, despierte, por favor. Sentí mis brazos caer, había sido liberada de las esposas. Casi sin fuerzas, abrí los ojos y con dificultad reconocí a Camilo que estaba a mi lado con la preocupación pintada en el rostro. ―Tranquila, todo está bien. ―Mis niños... ―Usted estará bien ―especificó. ―No ―sollocé, no quería vivir si no era con ellos. ―Tranquila, por favor, tranquila ―me decía al tiempo que envolvía mis muñecas con unas vendas. ―Mis niños... ―Tranquila... Me acunó en sus brazos un buen rato y yo no estuve segura, ni aún lo estoy, si él lloró conmigo, por mí, por culpa o por qué, pero lloró como un niño y, bueno, yo tampoco lo hacía mejor. Una vez calmado, me tomó en sus brazos hasta el automóvil y condujo hasta un centro de urgencias, donde me dejaron hospitalizada. Allí estuve por dos semanas, hasta que me enteré de algo que no comprendí muy bien en ese momento. ―Acaba de irse el hombre que pregunta por usted ―me informó la enfermera una tarde en tono cómplice. ―¿Qué hombre? ―La verdad es que me asusté pensando que era Bernardo, pues a pesar de que mi guardaespaldas no se había movido de la puerta, mi exesposo no se había aparecido por allí. ―Un hombre guapo, sí, no es un adonis, pero es fuerte, parece policía, es moreno, alto, con unos ojazos negros que derriten ―explicó la enfermera con un suspiro. ―Camilo ―musité no muy conforme con la actitud de la enfermera. ―Desde que llegó, viene cada día, tres veces al día, a preguntar por su estado de salud. ―¿Y no ha pedido verme o hablar conmigo? ―Por eso se lo menciono, porque hoy el doctor le ofreció pasar a verla aprovechando que estaba despierta y él dijo que no, que no le parecía buena idea. Yo creí que era un ex o algo así. ―No, es un oficial y por su culpa estoy aquí ―replicó. ―Ah, a lo mejor tiene cargo de conciencia. ―Sí, eso debe ser. Y bien merecido se lo tiene si es así. ―Perdón, no quise alterarla. ―No, no, está bien que me lo haya dicho, al menos sé que él se preocupa de mí. ―Sí, parece de verdad muy preocupado. ―¿Cuándo me van a dar el alta? ―No sé, el doctor no ha mencionado nada de eso. ―Gracias y si ese hombre viene de nuevo, me avisa, ¿ya? ―Claro. Desde que habían ocurrido los hechos, cada noche soñaba con aquel momento en el que, sin piedad, arrancaron a mis niños de mi lado, pero también con el momento en el que Camilo volvía y lloraba conmigo. Y muchas veces, me parecía despertar y verlo ahí, a mi lado. Quizá su alma estaba junto a mí. ¡Idioteces! Ya no puedo seguir pensando así, él se fue sin avisar, como un ladrón. Así mismo me fui yo hacía tres años. Luego de enterarme que Camilo iba a consultar por mi estado de salud y a pesar de sentirme bien con eso, sabía que no podía quedarme allí mucho más. Así que al día siguiente hablé con Markus, mi guardaespaldas y le pedí su ayuda para irme del hospital. Ya estaba bien en sentido físico, en sentido emocional ya nunca volvería a estar bien, no importaba si estaba en el hospital, en la calle o en un palacio, el motivo de mi tristeza seguiría conmigo por mucho tiempo. Y aún sigue. Y seguirá hasta el mismo día que mis hijos vuelvan a mi lado.
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