PAOLA
Un fuerte ruido desconocido me asusta y despierto agitada. No puedo determinar qué fue. Estoy sola en la cama, Camilo no está. ¿Se había ido? Mi alma se encoge con temor. ¿Se había burlado de mí? Me visto con un pantalón de tela suave, una camisa blanca y unas sandalias. Busco a Camilo y no está por ninguna parte. Un nuevo ruido se escucha en la calle. Parecen disparos. Suenan lejos. Otro más, parece que se acercan. ¿Acaso Camilo salió y lo persiguen? Unas sirenas de policía comienzan a ulular. De pronto se oyen gritos. La gente está desesperada. Quiero asomarme, pero no me atrevo. Los gritos de la gente, las órdenes de los policías, las sirenas, los disparos, los perros aullando...
No, es demasiado y no quiero meterme en líos por estar mirando.
La reja suena con estruendo, como si quisieran echarla abajo. Con mi corazón latiendo a mil, me asomo a la ventana. Rolando y otros tres hombres están ahí, mirando hacia adentro. Decir que tengo terror, es un eufemismo. Abro la puerta con lentitud. Las llaves se me caen al intentar quitar el cerrojo a la reja. No puedo evitar el temblor de mis manos. El policía mete su mano entre los fierros y me quita la llave para abrir él. Me imagino el castigo que me dará por ser tan estúpida.
Me echo hacia atrás cuando la puerta se abre.
―Señora Donoso, tengo una orden de allanamiento para su casa ―me informa Rolando Meneses con aire autoritario.
―¿Por qué? ―Intento parecer normal, estoy segura de que no lo logro, mi miedo es demasiado patente.
―Porque tengo mis dudas que usted esté sola aquí ―explica simplemente, no demuestra malhumor al devolverme mis llaves.
―¿Por qué mentiría? Además, ¿qué cree, que estoy escondiendo al peligroso delincuente?
―Usted sabe muy bien quién es ese peligroso delincuente ―me dice queriendo traspasarme con su mirada.
―No veo noticias. Si no es por mi vecina, ni me entero de que ustedes andaban por aquí.
―Eso es verdad, oficial Meneses, yo le avisé de que tuviera cuidado, ella escucha música todo el día y más encima de su celular, ni siquiera de la radio, nunca escucha noticias. ―Sin darme cuenta, detrás del oficial está la señora Berta que habla con un tono de censura hacia mis costumbres, que hoy me han ayudado.
―¿Lo ve? ―digo pretendiendo restarle importancia.
―De todos modos, voy a entrar a ver su casa.
―Adelante. Espero que no me rompan todo, las personas no pueden esconderse en los cajones ni en los cuadros.
Agradezco que Camilo no esté en la casa, aunque, claro, no está porque se fue, tomó lo que quería y me dejó atrás sin importarle nada. La señora Berta pone su mano en mi brazo, lo que me devuelve a la realidad.
―Tranquila, vecina, ese hombre la tiene en la mira, pero no puede hacer nada en contra de usted ―me consuela con mucha tranquilidad mi vecina.
―No sé qué espera, si al final, yo creo que todos sabemos que el tipo al que están persiguiendo ya cruzó la cordillera.
―Sí, pues, siempre es lo mismo. Usted no ha visto el programa de la policía que dan en la noche, ahí muestran lo ineptos que son.
―Ya me di cuenta. Voy a entrar, no vaya a ser que me destrocen todo ―me disculpo antes de volver a entrar a mi casa.
Justo en ese momento, el hombre baja y me queda mirando, resopla con frustración, le fue mal en su búsqueda. Yo casi no puedo evitar sonreír.
―¿Y? ¿Encontró al peligroso delincuente? ―me burlo con la voz temblorosa.
―Fuera todos ―ordena y espera a que desaparezcan para volver a dirigirse a mí―. No es un simple ladrón, señora Donoso.
―¿Ah, no?
―No, y usted lo conoce muy bien.
Creo que me puse pálida, roja, amarilla y verde.
―Es Camilo Espinoza ―continúa haciendo caso omiso a mi cara―, el hombre que me acompañaba cuando fueron retirados sus hijos de su lado.
―¿Usted cree que si ese hombre hubiese venido para acá, yo lo habría acogido, lo habría escondido? Por favor, lo único que quiero es verlos caer ―logro articular con todo el rencor renaciendo dentro de mí.
―Su cama está muy desordenada para dormir sola.
―¿Qué quiere decir? ―No entiendo esas palabras en una primera instancia.
―Nada más que lo que dije.
No, definitivamente, estoy lenta, es la hora, apenas son las cuatro de la mañana, o no sé, pero no logro captar lo que me quiere decir.
―No se haga la tonta, señora Donoso, sabe lo que quiero decir.
Niego con la cabeza. La expresión del hombre cambia.
―Me extraña que, siendo usted una mujer con experiencia, no sepa lo que significa una cama desordenada. ―Su voz y su cara van disociadas, mientras la primera es dura, la segunda es de confusión. Solo entonces logro entender.
―A ver, oficial, ¿qué se cree? ¿Cree que aparte de esconder a un "peligroso delincuente" como ustedes lo han catalogado, también me acosté con él? ¿Tiene celos?
―No me falte el respeto.
Dos de los oficiales que habían salido, vuelven a entrar. Yo no les hago caso.
―Usted me lo faltó primero. Yo tengo derechos y si mi cama está desordenada es porque tuve pesadillas toda la noche. ¿Quiere que le diga, frente a sus hombres, qué fue lo que me provocó tantas pesadillas?
―No se atreva ―advierte con los labios apretados.
―Ja. ¿Se da cuenta? Usted espera que nada de lo que pasó me afecte, pero sí. No tenía idea de a quién estaban buscando, yo le aseguro que aquí no está, aunque créame, Rolando, que si estuviera, tampoco se lo diría, no le haría su trabajo más fácil.
―Paola... ―Me agarra la muñeca y mi cuerpo tiembla por completo.
―Suélteme, no puede tocarme, no he hecho nada ―El pánico me agobia, pero sé que debo mantenerme firme.
―Suéltala, Rolando, no queremos que encima de todo este lío se agregue una demanda por abuso de poder ―le indica uno de los hombres.
―Ya oyó a su compañero, no se meta más en líos y espero que muy pronto usted y toda esa manga de corruptos, caiga y se descubra la verdad de sus acciones.
―Aunque así sea... Jamás volverás a ver a tus hijos, ¡nunca!
―Ya lo quisieras, pero créeme que lucharé hasta el último de mis días por recuperarlos.
―Primero muerto antes que Bernardo te los entregue.
―No le daré esa satisfacción, él me rogará por sus hijos, me rogará por clemencia, tal como hice yo.
―Sigue soñando. Esas cosas no pasan en este país.
―Tú sigue durmiendo en ese sueño donde todo para ti es perfecto, donde todo está bien y puedes hacer lo que quieras y pisotear y humillar a la gente decente. Hazlo. Que no seré yo quien te despierte. No todavía, al menos ―amenazo con el corazón en un puño. Mis ojos brillan con la amenaza de las lágrimas, pero no quiero darle esa satisfacción.
Rolando me fulmina con la mirada, en tanto el otro oficial que le había hablado antes, lo toma del brazo y lo tira para salir de allí, me pide las disculpas correspondientes, pero antes de salir, Rolando se suelta, se devuelve hacia mí, yo ya no soy capaz de reaccionar, espero quieta, no sé qué, un golpe, un grito, no lo sé. Solo sé que espero con los ojos cerrados. Al notar que tarda, abro los ojos y ahí está, viéndome fijo.
―Solo una cosa te voy a decir. ―Toma aire que expulsa bajando la cabeza, la vuelve a levantar y a mirarme―. Todos cumplimos un papel. Todos. ¿Has visto películas de policías? ―Yo asiento sin saber a dónde va toda esa cháchara―. Has visto, entonces, que siempre hay un policía bueno y uno malo. ―Vuelvo a asentir―. A mí me tocó ser el malo. Todo lo que hicimos, todo, fue ordenado previamente. Incluso el regreso de Camilo estaba programado. No te creas que él fue el bueno porque volvió y te ayudó. Fue enviado a hacerlo. Yo tenía que seguir cumpliendo mi rol de desgraciado. Y lo logré bien, ¿no?
―Váyase de mi casa, por favor ―replico en un hilo de voz. No puedo creer lo que me está diciendo.
―Buenas noches, Paola, ya no la molestaré. Nos vamos. Si Camilo se esconde aquí, dígale que ganó esta batalla.