CAMILO
Debo admitir que una vez que Paola sale de la casa, una angustia me aprieta el pecho. Ella podría denunciarme sin correr ningún riesgo. Estaría protegida afuera y estoy seguro de que lo sabe. Mientras ella no está, me dispongo a hacer unas llamadas para preparar mi partida.
―Mañana, después que se vayan, te vamos a buscar. Ya lo tenemos listo ―me informa el que fue compañero de mi papá.
―¿Qué hago?
―Esperar. Mañana en la tarde el fiscal dará la orden de revisar el lugar, como no te encontraremos, se dará la orden de salir de la población y por la noche, te ayudaremos a escapar.
―Gracias.
―No podemos hacer menos. Solo tenemos un problema.
―¿Cuál?
―La cabaña no tiene comida.
―Yo lo arreglo, no se preocupen.
―¿Seguro?
―Seguro, no hay problema ―respondo con seguridad a pesar de que no estoy nada tranquilo.
―Está bien. Mañana nos vemos, quédate tranquilo, te ayudaremos a salir de esta.
Sé que lo dice en serio. Diego, junto a José Manuel y Raúl, fueron amigos y compañeros de papá cuando él era oficial de la policía.
La reja suena de forma violenta, lo que paraliza por un segundo mi corazón. La puerta de la casa se abre de igual modo. Paola cierra la puerta, apoya la espalda en ella y me queda mirando con terror en la mirada. Resopla y mueve sus labios como si elevara una plegaria.
―¿Qué pasa? ―consulto preocupado al tiempo que me acerco a ella y la tomo con suavidad de los brazos, no me atrevo a abrazarla.
―Tu compañero estaba en el negocio ―responde en un hilo de voz.
―¿Te dijo algo? ¿Te molestó? No debí dejarte ir. ―Mi desesperación debe notarse en mi voz―. Rolando puede ser muy cruel cuando quiere.
―No, está bien, si no iba a comprar se hubiera dado cuenta que algo pasaba, debo continuar con mi rutina. Es que ese hombre me descompone mucho más que tú.
No sé qué hacer. Me siento impotente.
―¿Quieres un vaso de agua? ―ofrezco por inercia... o estupidez.
Ella asiente con la cabeza, la abrazo de los hombros y así la llevó hasta la mesa para que se siente y darle un vaso de agua. Me preocupa su palidez.
―¿Mejor?
―Sí, gracias.
―Siento mucho haberte traído problemas.
―Hubiera sido lo mismo, igual ese tipo habría venido a ver si te escondías en mi casa. Él no sabe que estás acá, o eso se supone, y es lo mismo, es como si me odiara. Además, verlo solo a él...
No continúa la frase, Rolando le trae peores recuerdos que yo, eso lo sé.
―Ese hombre me molestaría de igual modo ―expresa con molestia―. Y estoy segura de que buscaría el modo de fastidiar.
―¿Tu esposo nunca más se contactó contigo? ―pregunto interesado.
―Sí, apareció un par de veces. En realidad, fue cuatro veces a mi casa antigua.
―Fue un cambio muy drástico, tu casa era muy distinta a esta, ¿no te costó acostumbrarte aquí? ―En cuanto esas palabras salen de mi boca, me arrepiento, no sé cómo se me ocurre decir una cosa así.
―Fue difícil, pero la otra era de Bernardo y él llegaba a "cobrarse" mi estadía.
No quiero saber el significado de aquellas palabras, aunque me lo puedo imaginar.
―Me violaba, me golpeaba y se iba ―explica ella con rencor.
―¿Y cómo saliste de ahí?
―Alguien, no sé quién, me ayudó. Me dejó lentes de contacto; dinero, mucho; las llaves de esta casa; la tarjeta de una estilista que me hizo un cambio de look, una carta con las instrucciones de lo que debía hacer y el día y la hora en la que debía escapar. El día señalado me esperaba un auto que me trajo hasta aquí.
Suspira y vuelve a clavar su mirada en mí. Con un gesto de su mano me enseña el lugar, pequeño, pero propio.
―Aquí estás más tranquila.
―Hasta ahora. Tengo miedo de que tu amigo le diga a mi ex dónde estoy. Aunque si tú diste conmigo...
―Yo no di contigo, si llegué aquí, fue casualidad.
―Con mayor razón, Meneses ganará un punto extra por haberme encontrado. ¿Te imaginas el provecho que puede sacarle a esta información?
―Vámonos juntos.
―¿Qué?
―Tengo un refugio donde te puedes quedar sin problema, allí no llegará nadie a buscarte.
―¿Tanto es tu cargo de conciencia que quieres ofrecerme un refugio? ¿O es que quieres ganar tú los puntos extras con mi ex?
Paola se había vuelto una mujer muy suspicaz y desconfiada.
―No. O sí ―tuve que admitir―. Mi conciencia me taladra cada día por lo que hice. Pero no lo hago por eso. Lo que pasa es que ahora que conozco a Bernardo Echeverría y a Rolando Meneses, sé de lo que son capaces y si Rolando le dice a tu esposo donde estás, ten por seguro que vendrá y te cobrará todo... Retroactivo.
―No sé si pueda irme, no es algo fácil.
―Deja todo, vente conmigo y luego, cuando todo esté un poco más calmado, veremos la forma de recuperar a tus hijos ―insisto una vez más.
―¿De verdad harías eso por mí?
―No estoy bromeando, Paola, yo fui engañado y tú sacaste una parte muy mala de todo esto, pero ese hombre tiene que caer, no puede seguir por la vida siendo impune a tanta maldad, a tanta corrupción, esto tiene que terminar de una vez, ya está bueno...
―¿Te imaginas si cae? Él tiene mucho poder, sería un escándalo a nivel nacional... No creo que caiga con el poder que tiene.
―Poder que se irá por la alcantarilla si logramos desenmascararlo. ¿Estás dispuesta a ayudarme a lograrlo?
―Por mis hijos estoy dispuesta a todo.
―Por ti, por mí y por ellos, vamos a sacar a la luz todo lo que han hecho hasta ahora. Mañana en la noche nos iremos. Prepararemos todo y saldremos en la madrugada, cuando ya todos se hayan ido.
―¿Por qué mañana y no hoy?
―Porque hoy no se irán, pero mañana al ver que no aparezco, tendrán que sí o sí dejar la búsqueda en el sector y ese será el momento preciso para huir.
―¿Y cómo nos vamos a ir? Yo no tengo auto.
―No te preocupes, ya arreglé eso. Nos vendrán a buscar.
―¿Cómo sabes que no te traicionarán?
―Porque no podrían, están tan metidos en esto como yo y lo único que quieren es terminar con el abuso, no solo de ahora, de unos pocos años, esto viene de mucho tiempo atrás. Desde que mi padre estaba vivo en servicio activo.
―Wow... Bueno, a esperar.
―No te preocupes, todo saldrá bien.
―¿Y qué tengo que hacer?
―Mañana tú irás al supermercado a comprar algunas cosas para la semana, o eso se supondrá, te haré una lista de las cosas necesarias y, por supuesto, te daré el dinero.
―No hace falta.
―Claro que la hace. De todos modos tendría que haberlo hecho yo y prefiero que lo hagas tú, así ahorramos tiempo y evitamos un posible riesgo si nos ven en otro lado.
―Es verdad.
Ella guarda silencio un momento mirando la nada, luego regresa su vista hacia mí. Yo, por alguna razón, me siento incómodo con su insistente mirada.
―Camilo... ―se atreve a hablar―. ¿Por qué volviste aquella vez?
Sabía que en algún momento vendría esa pregunta.
―Porque no podía no volver ―aseguro y coloco mis manos en sus mejillas―. No volví antes porque no pude, teníamos que hacer mucho papeleo, pero te juro que no dejé un solo segundo de pensar en ti y en cómo estarías. Ese fue el punto de quiebre entre Rolando y yo, desde ese momento nunca más fuimos amigos y solo entonces pude darme cuenta de la mierda en la que estaba metido. El abuso que vi contra ti...
―Estuve en el hospital dos semanas.
―Lo sé, volví un par de veces a ver cómo seguías, hasta que un día me dijeron que habías sido dada de alta y que te habías ido. Nunca más supe de ti.
―Me llevó Markus, mi ex guardaespaldas, y Bernardo.
―¿Te lastimaron?
―No. Ese día Bernardo fue especialmente amable conmigo. Además, Markus fue quien se hizo cargo, Bernardo casi no se acercó a mí. Tal vez por eso se comportó así. Markus era un tipo muy especial... Yo creo que nadie era capaz de enfrentársele, ni siquiera mi marido.
―¿Cómo te sentías tú respecto a él en ese momento?
―Yo lo odiaba, no quería verlo, no quería hablarlo, lo único que quería era que se muriera, ojalá en frente de mí... No se murió ―termina con un gesto de resignación.
―No merece morir tan fácil.
―Yo preferiría verlo muerto, solo así me devolverá a mis hijos, de otro modo, nunca me dejará en paz.
―No, lo que debemos hacer es desenmascararlo, eso hay que hacer y que se pudra en la cárcel.
―Las cárceles no están hechas para los ricos, Camilo, eso ya deberías saberlo.
―Están hechas para los delincuentes y Bernardo Echeverría lo es.
―Por favor, ¿de verdad te crees eso? Hay muchos delincuentes de cuello y corbata que no han caído ni van a caer. ¿Crees que él lo haga? Mira, lo que a mí me interesa es recuperar a mis hijos. Con eso y con que él me deje tranquila, me basta.
―¿Estás segura de eso que dices?
―La verdad es que quisiera que se muriera. Pero volver a tener a mis hijos conmigo, me conformaría.
―No te preocupes, los recuperarás.
―Espero que mañana salga todo bien, si tu compañero se da cuenta que te tengo aquí oculto... No quiero ni pensar en lo que pasará.
―No se dará cuenta, no te preocupes.
―Eso espero.
La abrazo a mi pecho para que se tranquilice, su voz tembló en la última frase y no quiero que se asuste, no corremos peligro.
―Todo estará bien, si el destino me trajo hasta ti, y tú no me delataste, es porque las cosas están tomando su rumbo normal, el rumbo que siempre debieron tener.
―¿A qué te refieres?
―A que esto es lo que debió ser desde un principio.
―No entiendo.
Ella se aparta de mí, sé que no comprende.
―Camilo... ―musita.
―No, todo está bien ―la tranquilizo y apoyo mi frente en la frente de ella―. Todo está bien y todo irá mucho mejor que antes y que nunca. Hoy es el primer día de lo mejor de nuestras vidas.
―Pareciera como si estuvieras prediciendo algo.
―Así es, tómalo como si yo supiera leer las señales.
―Yo debo ser muy mala para leer las señales... O tengo la mente muy retorcida.
―¿Por qué? ―Sonrío imaginando sus pensamientos.
―Porque estar así contigo, ahora...
El ambiente se siente íntimo, cálido y eso, a ella, la pone nerviosa.
―¿Ahora? ―la insto a seguir hablando, necesito que me dé el pie para continuar.
―A mí me señala una sola cosa y es algo que no debería ser.
―¿Qué cosa?
―¡No me digas que no sabes! ―exclama avergonzada.
―No tengo idea ―respondo fingiendo inocencia.
―Mentiroso ―susurra ella.
―Contigo no ―afirmo y busco sus labios con los míos, con suavidad, esperando que sea ella quien dé el segundo paso, yo ya me había acercado, ahora le toca a ella aceptar o rechazar aquel encuentro.
Paola se queda estática unos segundos, parece ser que no me va a corresponder, pienso en alejarme, si ella no quiere, no la obligaría. De pronto, ella abre sus labios y me responde al beso con timidez, yo intensifico el beso y ella me imita. Paola es hermosa, no solo por fuera, también por dentro. Ella no merece un hombre como Bernardo Echeverría.
―Camilo... ―jadea ella, nerviosa, separándose un poco.
Yo no me disculpo, simplemente junto mi frente a la de ella y me mantengo así, necesitamos calmarnos. Yo necesito calmarme.
―Espero que esto no impida que te vayas conmigo ―inquiero con miedo.
―No. No. Ya no quiero seguir aquí, no quiero que él me encuentre.
Me doy cuenta de que ella tiene más miedo que yo. Le doy un suave beso y me quedo abrazado a ella para que en mis brazos encuentre la paz que le ha sido negada. Paz que yo también puedo sentir en los suyos.
Después de tomar el té, subimos al segundo piso y en el descanso de la escalera nos miramos sin saber bien qué hacer. Es cierto que apenas nos conocemos, pero no somos niños, claro que yo tampoco quiero apresurar algo para lo cual ella no esté preparada.
―¿Quieres quedarte conmigo? ―pregunta ella con dificultad.
―Eso debería preguntarlo yo ―respondo sin saber bien por qué.
Ella suspira y junta sus labios entre sus dientes.
―Creo que necesito un baño ―dice nerviosa, parece una chiquilla que nunca ha hecho el amor.
―Yo también ―digo y sonrío para mis adentros: me siento de igual modo.
―¿Será muy notorio si nos bañamos por separado? ―pregunta con voz temblorosa―. Estas casas son tan chicas que se oye todo lo que hacen los vecinos ―explica sin una gota de coquetería, al contrario, parece más bien preocupada.
―Creo que será mejor fingir que solo se dará un baño una sola persona ―concedo algo nervioso.
―Claro...
Paola entra a su habitación y del ropero saca una muda de ropa. La observo fijamente cuando se quita los lentes de contacto marrones. Me mira. Sus ojos violetas son muy particulares y por ellos es presa fácil de ser descubierta, no pasa desapercibida en ninguna parte con ellos.
―No tengo ropa de hombre para prestarte ―me dice.
―No te preocupes, ya con una ducha estoy más que bien ―afirmo.
Bajamos y nos metemos juntos al baño. Ella duda unos instantes. Yo no hago amago de sobrepasarme con ella, a pesar de que las ganas me juegan una mala pasada. Me refreno con mucha dificultad. Para olvidarme de ella como mujer, la trato como a una niña y le lavo el pelo y la baño. Al terminar, tomo mi ropa y la llevo al cuarto, las circunstancias en las que estamos metidos me obligan a tomar resguardos y no dejar nada al azar, si llegase Rolando de nuevo, no puede haber ropa masculina en esta casa.
Solo al momento de llegar a la habitación, me acerco a esa niña-mujer y la beso con verdadera pasión. Me acuesto con ella en la cama para hacerle el amor con calma y dulzura. Ella fue muy dañada en su pasado y no quiero asustarla o hacerle pensar que soy un imbécil como su exmarido. Esa es, precisamente, la imagen de hombre que le quiero hacer olvidar.
He esperado demasiado tiempo para esto y no quiero echarlo a perder.