.CAPÍTULO 06.

1949 Words
La vista del hombre se mantuvo al frente, en aquel viaje no murmuró una sola palabra y para su chofer aquella madrugada fue cansada, sin saber cómo interpretar al gran Desmond este intentó no molestarlo hasta llegar a su residencia. Al llegar el chofer no dudó en informarlo con un tono lento. —Hemos llegado señor— Desmond accedió al sentir como el auto se detenía en aquel jardín delantero, con plantas y aquel recibidor que dejaba en evidencia la gran fortuna de la familia Ratcliffe. —¿Necesita algo más?— sin pensarlo el hombre negó rotundamente con aquel porte elegante. —No, ve a casa y descansa— fueron sus palabras al dejar aquel auto oscuro, al pisar su propiedad este no dudó en observarla. —Eso haré, lo veo en unas horas— se despidió el sujeto sin antes mostrarle una gran sonrisa, para aquel chofer no era extraño el recibir llamadas de su jefe durante las madrugadas, este estaba al tanto de lo tan importante y ocupado que era Desmond Rafcliffe. Con pasos lentos Desmond siguió avanzando por aquel lugar hasta llegar a la entrada principal de la residencia. —Buenos días, señor, ¿Necesita ayuda?— Preguntó el encargado de seguridad, por su parte el empresario negó con un gesto áspero. —Descuida John— aseguró. —La señora está esperando por usted, al parecer se encuentra algo preocupada— insistió aquel hombre con vestimenta oscura y cómoda para una mejor vigilancia. —Claro, puedes retirarte— Desmond le resto importancia. Aunque en aquel momento intentó no parecer tan tenso. —Maldición— antes de abrir las puertas este observó el costoso reloj en su muñeca, el cual marcaba cerca de las dos de la mañana. Cuando el interior le dio la bienvenida pudo escuchar un ligero carraspeo. —Desmond— su vista capturó a la mujer con la que se había casado tiempo atrás, esta vestía una pijama de seda en tonos claros. —Es bueno que estés en casa— mencionó su esposa con un gesto cansado. —¿Dónde has estado?— cuestionó esta vez al no recibir una respuesta de él. —Pensé que algo malo había ocurrido— sin poder evitarlo Desmond fingió una sonrisa en sus labios para dirigirse a ella. Su humor no era el mejor, puesto que su día había terminado y empezado de una manera fatal. Pero el punto central consistía en su molestia causada por aquella mujer de cabellos negros. Aunque sabía que no debía comportarse de esa manera con su esposa fue difícil para él actuar relajado. —Desmond— este accedió intentando no levantar sospechas. —Vuelve a la cama— ordenó al detener sus pasos frente a ella. —¿Estás bien?— Cuestionó su esposa. —Si, Becca solo tuve una reunión que se alargó más de lo que debía— explicó este para besar su frente rápidamente e intentar calmar cualquier preocupación. Culpable: ya no se sentía porque sabía que, ya no podía elegir a una. Él quería y necesitaba a las dos de cierto modo, la rubia había estado con él desde sus principios, antes de que tuviera aquella fortuna para malgastar, mientras que la pelinegra lo hacía sentir vivo, completo y alguien amado. —Desmond debes considerar no trabajar demasiado— indicó la rubia al abrazar a su esposo, él era su vida entera o eso intentaba demostrar. —anda vamos a la cama— le dijo en un susurro lento. Ante los ojos de Rebecca no había mejor hombre que el suyo, era perfecto— llegaba a pensar. Por otro lado, también estaba segura de que nunca le fallaría a ella ni a su familia. —No he llegado al cumpleaños de tu madre— Reconoció el semi rubio fingiendo arrepentimiento aunque para él era algo de poco interés. Ya que no toleraba a la madre de su esposa, quien solo quería su posición y fortuna para poder destacar. —No te preocupes cariño, mañana podemos llevarla por aquel bolso que le ha gustado— Mencionó la rubia para besar sus labios, este accedió para abrazarla y recibir aquella caricia. —Y tal vez unas zapatillas— bromeó esta. —De acuerdo— Desmond no discutió, para él era mejor mantener a Rebecca distraía. —Es bueno que estés aquí, te he extrañado— Desmond presionó mejor su cuerpo, pero no pudo sentir aquella calidez que nacía cuando tocaba el cuerpo de la mujer que vivía en uno de sus departamentos. Al recordarla no pudo controlar el coraje que inundó sus pensamientos. —Vamos a la cama necesito un masaje de esos que terminan haciéndote el amor— Con un susurro este intentó olvidarse de Nicole, recorrió el cuerpo de su esposa sin importarle mucho estar cerca de la entrada principal. Además, la pelinegra lo había estresado por completo, algo dentro de él necesitaba liberar todo y sabía que no había mejor candidata que su linda esposa. —Amor no, no puedo, recuerda que estoy en tratamiento para mi próxima cirugía— Recordó la mujer al soltarse de él y caminar jalándolo del torso de su mano. Esté accedió para seguirla desganado. —Vamos a descansar, sé que lo necesitas— Desmond intentó calmarse. —Claro— fue lo único que mencionó al caminar junto a ella, frente a él se presentaron todos los momentos junto a su esposa, eran más de quince años juntos... en los cuales este tal vez nunca la había llegado a entender, pero no por eso la había dejado de querer, Rebecca tenía un lugar especial en su pecho. —Podemos platicar si así lo deseas— este negó al tomar las escaleras junto a ella. Al llegar al dormitorio que compartían, Desmond llevó sus manos a su rostro con frustración, su hogar lo hacía sentir a sí, y todo había aumentado con aquel sujeto que ahora merodeaba los pasillos. —¿Y el chico?— preguntó al dirigirse a su armario para poder desvestirse e intentar descansar, por más que lo ocultará y negara sabía que tenerlo cerca era peligroso. Aún no estaba listo para dejar a la pelinegra y nunca lo estaría, puesto que la mujer de curvas pronunciadas se había convertido en una parte de él y de su vida. —Está en su habitación— respondió su esposa a unos cuantos metros. —Creo que se está adaptando tan bien a Londres, debemos apoyarlo Desmond, somos como sus padres— mencionó al ir con él, un gesto inconforme del empresario causó una sonrisa a la mujer. —Luces tan entusiasmada por su presencia— atajó el semi rubio sin perder el tiempo. —Lo estoy, me emociona saber que desea estar con nosotros en vez de alejarse como lo hizo todo este tiempo... Además, pienso que ha conocido a alguien especial— contó la mujer orgullosa, causando un mal sabor de labios del empresario. Este arrojó su sacó lejos de él, para seguir desvistiéndose frente a su esposa. La desconfianza lo abrazó creando escenarios nada buenos ante sus ojos, no podía ser aquella pelinegra— supuso. —¿Por qué lo dices?— su actitud cambió por completo a una más alterada, desconfiada. —John mencionó que en su auto encontró un abrigo blanco junto con un bolso y diferentes prendas— su cuerpo se tensó, aquella chaqueta en el departamento de su chica era tan idéntica al regalo de navidad que le había dado al intruso... se habían conocido— maquinó con desespero al dejar los botones de su camisa. Estaba molesto... no sabía a quién culpar. El intruso no podía llegar a arruinar su vida así de fácil, no debía aceptar su regreso. —¿Estás segura?— cuestionó de golpe a la mujer frente a él, no podía ser cierto, se negaba a creerlo... ella no pudo fallarle. —Cien por ciento Des, aunque aquello me asusta, sé que es joven y comprendo que quiera divertirse con mujeres, pero deberías hablar con él, debe cuidarse... — las ganas de golpear todo a su paso lo hicieron caminar a la mujer para intentar ir en busca del intruso. —Becca— la llamó. —Vamos a la cama, puedes hablar con él en el desayuno— ordenó la rubia con una sonrisa cálida. —Ahora regreso— Con valor Desmond dejó el armario como la habitación principal, las ganas por advertirle que no se acercará a su pelinegra o al menos comprobar si sus pensamientos eran correctos lo carcomieron. Sus pasos fueron largos y escandalosos, sus ganas por golpear a cualquier tipo eran incontrolables, que se creía aquel sujeto al llegar a su propiedad e intentar arruinar su vida— pensó sin detener sus pasos. [...] Al colocarse en su puerta, Desmond no dudó en abrirla bruscamente. —Vaya, has vuelto— gruñó el chico más que fastidiado, su odio por el hombre mayor no podía faltar al hablarle. —Parece que solo pasas a cambiarte a esta casa— mencionó al dejar aquel móvil junto a él, para regalarle toda su atención al empresario. —Lo entenderás cuando tengas el mando— mencionó Desmond, con rapidez examinó la habitación del tipo, nada era interesante o alarmante. —Te aseguró que no seré un esclavo del trabajo como lo eres tú— El rencor se colaba entre las palabras del hombre con cabellos ondulados, puesto que no toleraba al adulto. —¿Qué es lo que quieres?— cuestionó al dejar la cama donde se encontraba. —Clayrer— lo llamó el adulto. Odio, resentimiento y molestia envolvieron la habitación del nombrado, y todo por una razón; muertes. Clayrer estaba seguro de que el único responsable de la muerte de sus padres era el hombre frente a él. Sabía que su tío, Desmond era alguien sumamente listo, ambicioso, audaz y sin moral, ¿cómo había tenido el valor de ejecutar a su propio hermano?— pensaba el castaño al observarlo. También sabía que Desmond podía manipular a cualquiera en la ciudad y su regreso a Londres sería salvaje. —No estés a la defensiva— por fin Desmond habló, su tono fue frío como era costumbre. —No lo estoy— intentó explicar Clayrer al alzar los brazos con un gesto. —Claro, no debes estarlo, no voy a eliminarte o algo por el estilo— se burló el hombre mayor al ver lo tenso que se encontraba el castaño. Por su parte Desmond conocía la rabia de su sobrino, sabía que lo detestaba y su muerte sería su única cura a esos males. —Tienes un sentido del humor muy... bastó— —¿Estás seguro de querer quedarte en Londres?, no me importa si quieres seguir siendo un desobligado en otro lugar— por fin Desmond introdujo el tema principal, el cual consistía en alejarlo de Londres y su vida. —¿No quieres que esté aquí?— tentó el castaño. —No nada de eso, esta será tu residencia dentro de poco— —No voy a irme— sentenció Clayrer al mostrarle una sonrisa fina y triunfante, la cual hizo enloquecer al semi rubio frente a él. —Lo sé— intentó pronunciar Desmond al mirarlo por última vez. —¿Has conocido a alguien?— explotó sin cuidar su tono. —Puede ser— río su sobrino. —Las mujeres en Londres son problemáticas, debes alejarte de ellas— sentenció el empresario. —Tal vez lo sean, pero son atractivas... es imposible no caer en los brazos de una, ¿cierto?— —Claro, descansa— el castaño accedió para regresar a lo suyo tomando el móvil. —Igualmente...—
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