Los días que Dawson pasó fuera de la ciudad, fueron 6 días; mismos que Ángela aprovechó, para encontrar las pruebas que respaldaran sus teorías.
A pesar de sospechar que Fishman y Bella tenían algo, pensó en usarlo, para demostrar que la cercanía de cualquier hombre la provocaría, porque la pobre tenía casi un año de abstinencia s****l.
La tarde del jueves, dos días después del incidente con Dawson, Fishman llegó a su oficina, para darle detalles de cómo se estaban desarrollando los casos.
-Me siento algo cansada, ¿le molesta si vamos a los sillones? –Dijo con inocencia, para evitar la lejanía que les daba el escritorio.
Fishman, se acercó ingenuamente al lugar señalado, incluso dejó las carpetas sobre la mesa, para poder abrirlas y mostrarle los documentos. Ángela le agradeció internamente, se paró justo a un lado de él, podía sentir su brazo rozar el suyo, y cuando se sentaron, sus piernas también estaban en contacto, pero no sintió nada. Sin embargo, él, tragó saliva en repetidas ocasiones, se sintió tan incómodo, que terminó por levantarse con la excusa de poder extender todos los documentos, para crear una mejor vista; así, se se quedó frente a ella, con la mesa manteniendo la distancia. Y no es que no le pareciera atractiva, simplemente lo intimidaba.
Después de eso, lo intentó con Wood, con Palmer, incluso coqueteó con su amigo Foster; y nada, no sintió ese nerviosismo característico de la pubertad. Dawson era atractivo sin dudas, cuando lo vio la primera vez le había parecido guapo, pero era menor que ella, era un niño, ¿por qué sólo había reaccionado con él? ¿Debería intentar acercarse de nuevo para corroborar que sólo era él? ¿O había sido sólo el momento?
De repente, se hizo consiente de su actitud: tenía problemas sin resolver en la empresa, hijos que esperaban por ella en casa, y Rodolfo aún seguía en sus pensamientos y en su corazón; por lo que volvió a encerrarse en su interior.
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El abogado y el detective, regresaron de Ciudad Rho el lunes a primera hora. Después de haber dejado a alguien “cuidando” del licenciado Méndez, Dawson estaba deliberando, cómo y cuándo debía revelarle a Ángela lo que había descubierto; y lo que era peor, hacerle entender, que para llevar a la justicia al autor intelectual, debían reunir evidencias contundentes, lo cual podría llevarles mucho tiempo.
Aquella tarde de lunes, Dawson estaba acompañado del detective Noel Murray, esperando a que Ángela los recibiera en su oficina. Se sentía como un total novato, las manos le sudaban y repasaba mentalmente una y otra vez lo que le diría.
-Pueden pasar, licenciado – avisó Linda. Dawson tragó saliva, y Murray puso su mano sobre el hombro de su compañero, para brindarle ánimo.
-Buenas tardes, señora Vietz –Ángela se sintió tranquila, al menos su formalismo seguía. Porque sí, ella también se había puesto ansiosa con la sóla idea de que lo vería de nuevo.
-Buenas tardes licenciado, siéntense por favor –Dawson se sentó en los sillones, Murray lo siguió; y Ángela, no pudo evitar fruncir el ceño, el acto le pareció sumamente extraño. No dijo nada, sus conjeturas le hicieron pensar que quería mostrarle información, así que se puso de pie y los alcanzó rápidamente.
Murray colocó su portafolio sobre la mesa, de donde sacó unos documentos y la grabadora, con la que habían tomado evidencias de la conversación con Méndez.
-Él es Murray, el detective – lo presentó, con nerviosismo; ya que teniéndola de frente, se le había olvidado todo lo que iba a decir.
-Mucho gusto, detective – ella respondió con cortesía, aunque ya lo suponía.
Escuchó a Dawson suspirar en repetidas ocasiones, entonces comprendió que algo no estaba bien. –Por favor Dawson, sólo dímelo. –
-Encontramos a Méndez, y obtuvimos la carta poder – reveló Dawson, pero fue Murray quien le extendió el documento.
-¿Por qué se lo llevó con él? –Preguntó intrigada, mientras le daba un vistazo.
-Eso ya no es importante –Ángela levantó la vista. –Voy a poner la grabación, para que escuches las propias palabras de Méndez. -
El bullicio era notorio, al igual que la música; pero entonces, la conocida voz de Méndez se escuchó clara: “Debes cuidarte la espalda muchacho, las personas pueden clavarte el puñal cuando menos lo piensas, empezando por los socios de Grupo Vietz” –Ángela no se inmutó, ella lo sabía, solo quería escuchar nombres.
“Especialmente de los Thomson, que han manipulado a las personas hasta obtener lo que quieren.”
La voz de Dawson apareció: “¿Te refieres a Michael Thomson?”
Méndez respondió de inmediato: “No, Junior no, ese no le llega a los talones a su padre…”
Murray pausó la grabación, Ángela lo miró con desesperación, sabía que seguiría revelando cosas; pero Dawson, cambió de lugar, se sentó a su lado, la tomó de las manos y clavó sus ojos pardos en los azules de ella.
-No hay manera de prepárate para lo siguiente que va a decir Ángela – frunció el ceño; esa cercanía, la manera de llamarla. Dawson le hizo un ademan a Murray, éste activó la conversación.
“…Mira que mandar matar a un amigo, a su socio, a quien lo había sacado prácticamente de la ruina, de la pobreza…” Ángela dejó de escuchar, su respiración se aceleró, lágrimas comenzaron a salir por sus ojos y lo único que quería, era convencerse de que había escuchado mal.
Dawson la abrazó, mientras ella se hundía en su pecho, porque necesitaba un refugio, alguien que la consolara en aquellos momentos. La primera vez que la vio vulnerable, y saber que él era el portador de la noticia, lo hacía sentir culpable, como si él fuera el responsable.
En medio del abrazo, de la tristeza, la ira comenzó a apoderarse de su cuerpo. Ángela se levantó violenta e imprevistamente, desconcertando por completo a Dawson. Justo cuando la vio dirigirse hacia la puerta, corrió hacia ella.
-¿A dónde vas? –Se interpuso entre la puerta y ella.
-¡Voy a matarlo! –Gritó llena de rabia.
-¡No puedes hacer eso! –La sostuvo por la cintura con fuerza, para evitar que saliera de la oficina, e hiciera una locura; porque se lanzó a la puerta.
-¡Lo quiero muerto Jerome! ¡Entiendes! ¡Muerto! –Luchaba entre los brazos de Dawson, para poder salir y dar rienda suelta a su cólera.
-¡No puedes ponerlo sobre aviso! ¡No lo ves! ¡Necesitamos conseguir evidencias de todo, la declaración no oficial, de un hombre totalmente ebrio no tiene validez! –Esas palabras la hicieron entrar en razón.
-Es que… es que, no puedo… – se dio por vencida, permitiendo a su cuerpo descansar en los brazos de Jerome, destrozada.
Él suspiro pesadamente. –No podemos decírselo a nadie. No por el momento. Murray será el único que lo sepa, y no porque me agrade – el detective le dedicó una mirada ofendida; –pero él estaba conmigo, además, lo necesitamos para la investigación. –La separó de su cuerpo, para verla a los ojos. –Te prometo, que haré hasta lo imposible por hacer justicia, y más, si puedo hacerlo sufrir, lo haré – sus palabras, su voz, su expresión corporal la convencieron. En medio de esa promesa, asintió, porque quería creer en algo, quería creer en él.