Debido a que el almacén era un lugar oscuro fue difícil reconocerlo inmediatamente pero ahora que puedo mirar sus facciones con atención sin duda es él.
Pero ahora que no estoy arrodillada frente a él luce mucho menos como un mafioso y más como un hombre de negocios, su costoso traje esta vez azul marino, la forma en que sostiene la pluma a su lado con la libreta de cuero, su postura impecable y su altura impresionante incluso sentado lo hacen ver como un hombre importante.
No como alguien que intercambia una mamada por dinero.
Tengo el impulso desesperado de salir corriendo o de gritar quien es realmente esperando que sea arrestado.
Pero no soy tan tonta. Se que en este país los hombres como él nunca van a la cárcel.
Ya tengo suficientes problemas.
—Buen provecho— digo a modo de despedida tensa comenzando a caminar a paso rápido alejándome lo más rápido de él.
Me quedo atendiendo ordenes cerca de la mesa cuando una de mis compañeras, una chica joven de un bonito cabello anaranjado se acerca a mi.
—Te llaman de la mesa diez— me dice recibiendo otro pedido.
—Puedes atenderla por mi— digo tragándome lo culpable que me siento por mi pedido.
Ella me observa y casi parece darse cuenta que estoy alterada por que asiente y me entrega el pedido a mi.
—Esto es para la mesa tres— me dice con un gesto tranquilizador.
Casi quiero besarla.
Poco después vuelvo y ella esta en el mismo lugar con una expresión ligeramente descolócala.
—¿Qué ocurre?
—Él no quiere que lo atienda nadie más que no seas tú— dice y parece tan sorprendida como yo por sus palabras.
Quiero gritar.
El cocinero me mira mal como si estuviera evadiendo responsabilidades intencionalmente.
—De acuerdo, iré— respondo con resignación.
Me repito qué hay muchas personas presentes para que él me haga algo mientras camino a su mesa como si fuera hacía mi ejecución.
—Annie, parece que no quieres atenderme— ese tono cortes que usa me hace querer enterrarle el tenedor en la entrepierna.
¿Quién se cree para parecer un hombre decente cuando claramente no lo es?
—Aquí esta su cuenta— respondo antes de que él pueda decir algo dejando la pequeña carpeta con la cuenta en su mesa.
—Si me lo pides puedo ayudarte para que no tengas que trabajar más. Podrías quedarte junto a tu hija— me dice mientras firma dejando su tarjeta dentro del sobre.
Tomo la cuenta con un gesto brusco.
—Le pagaré y usted nos dejará en paz.— respondo con un valor que no pensé tener antes de darme la media vuelta para cobrar.
Su mirada clavada en mi espalda solo me pone más furiosa.
Cuando saco la tarjeta para cobrar me encuentro con una nota que se cae a mis pies.
Me apresuro a recogerla esperando nadie más la haya visto.
“Te veo esta noche afuera del restaurante en el que trabajas, si intentas huir te encontrare…
Compórtate Annie”
—Estas bien, Annie. Te vez pálida.
—Estoy bien, Sandra. No te preocupes— le digo rápidamente escondiendo la nota en mi bata.
Estoy tan distraída que ni siquiera me importan los clientes que intentan tocarme cuando paso entre las mesas.
El turno de la noche en el restaurante-cafetería es el que más odio pero es el que mejor paga me da.
“Te veo esta noche”
Tengo en mi interior una combinación de deseos suicidas con deseos homicidas.
Respiro profundo.
Debo calmarme.
Ramiro ha estado más distante conmigo y casi lo agradezco. No podría con más cosas en este momento.
Cuando mi turno termina es la primera vez que mi jefe no me llama para regañarme por rechazar los avances pervertidos de los clientes. Cuando estoy por salir varios pensamientos llegan a mi cabeza.
¿Debería salir corriendo? ¿Debería pedir ayuda o solo aceptar mi inminente destino?
Temo ver al hombre al cruzar la puerta a la calle pero la voz de Ramiro llamándome me distrae.
—¡Annie, espera!— me dice alcanzándome.— hay algo que quiero hablar contigo.
—Ramiro tengo prisa lo siento— digo sin mirarlo. Se lo que quiere. Se que le gusto pero realmente no puede ser.
—Solo será un minuto.
—Tengo que irme Ramiro, será para otro día— respondo tratando de sonar amigable.
—Por favor…— insiste y me sorprendo al sentir que me toma del brazo regresándome dos pasos.
—Ramiro, lo siento. Eres un chico increíble pero no puedo. Mi vida es demasiado complicada en este momento y no estoy lista para una relación.
De pronto el agarre que tiene en mi brazo se hace un poco más fuerte.
Al ver su rostro que tiene un aire joven y casi infantil me sorprendo al notarlo molesto y sin su característica sonrisa.
—Entonces ¿yo era así de obvio?— pregunta y parece fastidiado.
Ups.
—No quise decirlo así. Realmente me siento halagada pero…
—Que egocéntrica eres Annie. Ni siquiera me dejas hablar y ya esperas que me declare a ti.— tira de mi un poco más cerca.— no eres la chica dulce e inocente que pensé que eras.
Me sorprendo al sentir miedo de Ramiro que siempre fue tan dulce y atento con migo. Intento tirar de mi brazo pero su agarre es fuerte.
—Lo siento, llego tarde.
Alguien me envuelve de la cintura desde el lugar contrario y tira de mi lejos del agarre de Ramiro que mira sorprendido a la persona tras de mi.
—Se me hizo tarde en el trabajo, pero ya podemos irnos— me dice desde atrás una voz al oído y la reconozco inmediatamente.
Ramiro mira entre yo y el hombre tras de mi. Esta enojado y muy confundido y cuando me mira de nuevo hay una expresión de decepción en sus ojos.
—Quita esa expresión de tus ojos mientras la miras, a partir de ahora no puedes siquiera mirarla. ¿Esta claro?
Ramiro luce tan sorprendido como yo ante las palabras inesperadas. Siento un tirón en la cintura cuando el hombre me hace caminar lejos de Ramiro que se queda parado en el mismo lugar viéndome alejarme como si aún no entendiera del todo lo que acaba de pasar.
—Sube al auto—me dice molesto cuando llegamos a una camioneta negra.
Me planteo de nuevo salir corriendo pero al final tomo una bocada de aire y entró en el asiento del copiloto.
El interior del auto es impresionante, hay demasiados botones y controles que apenas puedo imaginar para que funciona cada uno.
—¿Es tu novio?— me dice una vez adentro. Yo tragó saliva tratado de no ser oída.
No puedo evitar pensar que es lo que él va a hacer conmigo ahora que me tiene a su merced de nuevo.
Mis manos empiezan a sudar y me limpio en la bata del uniforme de mesera que no me alcancé a cambiar.
—No, es un compañero de trabajo— me apresuro a contestar. No quiero que involucren a Ramiro en esto.
Ya es bastante malo que sepan que tengo una hija.
Miró de reojo su perfil. Tiene una nariz recta casi perfecta y un rostro duro pero elegante. Más que un mafioso parece un hombre de una familia acomodada, es difícil creer que fue este mismo hombre el que me puso de rodillas en un almacén el día de ayer.
Con ese recuerdo quiero volver a salir corriendo del auto.
—Si te bajas ahora te darás un buen golpe estamos en carretera— me dice de la nada sorprendiéndome.
¿Me lee la mente o algo así?
—No involucren a mi hija en esto— le pido.
—Tu hija estará bien siempre y cuando te comportes.
¿Siempre y cuando me comporte?
Que hijo de…
—¿Esa bien que dejes a tu hija sola tanto tiempo con su enfermedad?— me pregunta de pronto.
—Me turno entre trabajos para verla.— respondo incomoda.
De pronto el auto se detiene.
Mi corazón empieza a palpitar con fuerza contra mi pecho.
—Siéntate en mi regazo, Annie.
Parece como si mi corazón se hubiese detenido de golpe al escuchar su voz. Odio cuando usa mi nombre, parece que solo lo usa en el peor momento o justo antes de hacerme hacer algo en extremo humillante.
Miró de reojo su regazo pero no me muevo.
No puedo creer que tuve el pene de este hombre en mi boca ayer.
—No me gusta repetir las ordenes Annie, ¿tendremos que empezar a imponer castigos?
Lo miró con horror ante sus palabras.
¿Castigos?
Mi cuerpo se mueve por si solo cuando atravieso la palanca de auto para llegar al asiento del conductor.
Me siento en su regazo con trabajo y él en ningún momento hace algún gesto de tocarme. Es un poco incomodo pero finalmente logro estar sobre él.
Dios… estoy sobre él.
Me sorprende sentir un bulto debajo de mi.
¿Esta excitado?
Es un psicópata pervertido.
Me sobresalto al sentir sus manos en mi cintura.
—Deja de moverte tanto o no respondo.
Me congelo.
—¿Qué quiere que haga?— le pregunto sin poder mirarlo a la cara.
—Bésame.
Dice y lo miró por la inesperada petición.
Gran error.
Sus ojos azules me taladrarán de una forma casi asfixiante. A partir de ese momento ya no puedo dejar de mirarlo, es como si me controlara solo con observarme.
Es horrible.
Y no puedo.
Por algún motivo besarlo es más difícil que tener su pene metido en mi boca. Es mas…
Íntimo.
—No puedo…— admito en voz alta.
—¿Tienes el dinero?— me pregunta con voz fría.
Niego con la cabeza.
—Entonces bésame.
Dios. Realmente espera que lo haga ¿Cierto?
Me apoyo en sus hombro para subir hacía su boca ya que es considerablemente más alto que yo. Cuando lo alcanzo me quedo a unos centímetros de su boca. Nunca he iniciado un beso y realmente no se como proceder del todo.
Él espera pacientemente y un calor extraño invade mi pecho conforme nuestros labios se unen, parece ser eso todo lo que él esperaba para empezar a tomar el control por que agarra mi nuca que aun duele por el golpe que me dieron con la pistola y me acerca a él para tomar el control del beso.
Es como si me estuviera corrompiendo, hacerme tomar la iniciativa para demostrarme que tiene el total control de mi.
Lo odio.
De algún modo empiezo a besarlo furiosa pero eso parece gustarle por que me muerde de pronto con sorprendente fuerza, quiero alejarme pero él no me deja.
—Te dije que te castigaría si te portabas mal.— me susurra dejando mis labios.— ahora voy a tocarte.
Abro mis ojos con sorpresa.
Quiero bajarme, bajarme ahora pero mi cuerpo no me obedece cuando siento su mano subir la falda larga de mi uniforme, su piel tiene heridas y callos que hacen más pronunciado el roce de sus dedos.
Preferiría hacerle una mamada antes que sentir sus dedos en un mi piel pero por algún maldito motivo empiezo a sentirme húmeda. La forma tan fija en la que él me mira mientras hace todo solo lo hace más intenso.
Siento sus dedos delinear el borde de mi ropa interior. Cuando sus dedos empujan mi ropa interior a un lado olvido como respirar.
Intento empujarlo por instinto cuando su dedos comienza a acariciar mis pliegues húmedos. Él encuentra mi clítoris con sorprendente facilidad y aprieto los labios cuando comienza hacer círculos sobre este.
Círculos, círculos pequeños y otros mas amplios.
Y rápido.
Más rápido.
Más rápido.
—Basta— le suplico cuando siento el inicio de un orgasmo construirse.
No quiero esto, no quiero correrme para él, no quiero sentirme así cuando él me toca. Mi cuerpo por otro lado no quiere escucharme.
—Córrete para mi— me dice al oído y siento su lengua delinear mi oído lo que solo lo empeora todo. Comienzo a jadear en voz alta.
Él sigue y sigue y…
Cuando el orgasmo me alcanza a penas soy capaz de pensar con claridad, me aferró a sus hombros intentando encontrar un punto al que aferrarme.
Mi cuerpo se siente tan ligero y liviano ahora.
—Solo te devolvía el favor— me susurra al oído estrechándome contra su pecho.
—¿Por qué no puede dejarme tranquila?— pregunto con voz somnolienta.
—Eres mía ahora.
Apenas logro que sus palabras se registren en mi mente mientras la nube del orgasmo se disipa y vuelvo a la tierra.
—Debo irme— digo empujándolo cuando la realidad vuelve a mi. Me golpeo la espalda con el volante por el impulso pero ignoro el dolor.
—Has sido una buena chica— dice acariciando mi cabello como si fuera una mascota pero por algún motivo no me siento ofendida.
Me siento… dócil.
Dios, esto no esta bien debo salir de este auto ¡ya!
—Reduciré tu cuenta mil quinientos dólares.
No se qué pasa por mi mente cuando digo.
—¿Solo mil quinientos?, la última vez fueron dos mil— reclamó.
—Si, pero esta vez me hiciste molestar, si no quieres que tu cuenta aumente de nuevo mantente alejada de ese chico.
¿Ramiro?
Esto es una locura, ni siquiera se por que estoy negociando con este loco.
Abro la puerta antes de que él pueda detenerme y doy un salto fuera, la distancia del carro al suelo es mucha más de la que esperaba y casi me voy de bruces al suelo, intento recuperar un poco de la dignidad que me queda y corro al departamento rogando por que él no venga tras de mi.
El no lo hace y el auto pronto se va.
Finalmente me recargo en la pared cuando mis piernas no quieren sostenerme más.
Esto es una maldita locura.