Capítulo 2: Mi desesperada decisión.

3241 Words
Dos meses antes. —No es candidata para recibir el préstamo.— era la quinta vez que recibía esa respuesta. Pese al dinero de las asociaciones para madres solteras que recibía, mi sueldo de tres trabajos y la beca de Lu por buenas notas en la escuela aún no me alcanzaba para cubrir todos nuestros gastos, la renta y los medicamentos de Lu. Tomo la mano de mi pequeña mientras salimos del tercer banco en ese día. Ya estaba en buró de crédito y sería muy difícil que me hicieran otro prestamos con mis bajos salarios y mis inconstantes trabajos. Realmente me estaba orillando a pedir dinero a las últimas personas a las que quería pedirle ayuda. A mis padres. Niego con la cabeza. Tenía que haber una opción mejor. —Mami, tengo hambre.— miro a mi hija que me observa con sus grandes ojos redondos. Tiene unos grandes ojos claros que no heredó de mi. Su cabello n***o ligeramente rizado y su piel pálida y rosada es sin duda algo que si heredó de mi. Me agacho y la tomo en brazos mientras me acerco para sentarnos en una banca cerca del parque. Saco un toper de mi bolso con su comida planificada del día del hoy y se lo doy. Ella observa la comida sin mucho entusiasmo pero finalmente se la lleva a la boca. Mientras espero que Lu termine su comida ella juega con un folleto que encontró en la banca e intenta hacer un avión de papel. Entonces leo las palabras del folleto que mi hija tenía en la mano. —Lu, déjame ver eso.— ella extiende el papel hacía mi con entusiasmo, probablemente pensando que yo quiero ver su avión de papel pero tengo que desdoblarlo para poder leer las palabras: Préstamos. Desde cualquier cantidad sin importar su historial crediticio. Suena a una estafa segura. Pero aún así… Veo a mi hija a mi lado que jugueteaba con sus pies al aire ya que no alcazaba el suelo con ellos. Luce tan frágil e inocente que se me hace un nudo en la garganta. Ella no debe sufrir sin importar lo que yo tenga que hacer para que ella se mantenga sana y feliz. Finalmente tomo la decisión mas estúpida de mi vida y llamo al número escrito en el folleto. Me quedo estática mientras él me mira, su presencia me hace sentir mas aprisionada que las sogas que me sostienen a la silla. Él me suelta y mi rostro cae al suelo de nuevo. —¿Cuánto nos debe?— pregunta y de nuevo lo único que puedo ver son sus zapatos que lucen costosos en comparación a las botas de combate desgastadas que usan los otros hombres. —Veinte mil dólares, señor.— responde alguien con voz firme. Casi puedo escuchar al hombre bufar con incredulidad. Cierro los ojos con dolor. ¿En que momento mi cuenta ascendió tanto si solo pedí prestados tres mil dólares? —¿Como una chica tan pequeña e insignificante nos debe tanto dinero? Eso me pregunto yo. —Déjenme solo con ella.— dice de pronto y un dolor frío invade mi cuerpo no se si es por miedo o por que estoy de cara contra el suelo. Pasa un momento en que creo que los hombres se alejan, se escucha el chirrido metálico de una puerta pesada y finalmente se hace el silencio. Me toma por sorpresa sentir que la silla se levanta jalándome en el proceso. La luz molesta vuelve a mis ojos impidiéndome ver, cierro los ojos para evitarla pero en ese momento se apaga dejándome en una oscuridad absoluta. —Nombre.— exclama el hombre frente a mí sorprendiéndome, en medio de la oscuridad apenas puedo notar su alta silueta. —¿Cómo… —Tu nombre, niña. Trago saliva ante su tono autoritario. ¿Decirle mi nombre empeoraría o mejoraría mi situación? ¿Acaso esto puede ser peor? Me arrepiento de inmediato de preguntarlo cuando la silueta del hombre se hace mas clara cuando se acerca a mi con pasos grandes. No tengo tiempo para pensar en su impresionante presencia cuando me toma de rostro y me hace mirarlo. —No me gusta que me hagan esperar por una respuesta. Me sostiene el rostro como si yo fuera un cachorro desobediente. No se si me siento asustada u ofendida. —Annie— dijo en voz baja pero él parece escucharme por que me suelta. —Annie— repite él y mi nombre suena extraño en sus labios— un nombre tan débil como tu. —Déjeme ir, prometo pagar hasta el último centavo. Yo solo pedí tres mil dólares, yo no… —Se llaman comisiones, Annie. Es lo que pasa cuando pides un préstamo, luces pequeña pero espero que seas lo suficientemente mayor para entenderlo. Dejó caer la cabeza con derrota. Esas comisiones tan altas no venían en el contrato que firme, este no debía ser legal, pero dudaba que nada que tuviera que ver con estos hombres lo fuera. No quiero mostrar mi desesperación pero tengo tantas ganar de echarme a llorar en este momento que solo atino a apretar los dientes. —Supongo por tu expresión que no tienes el dinero. Niego con la cabeza. —Pero lo tendré— me apresuro a agregar.— por favor no le haga daño a mi hija. No se que más hacer, no se que más decir, no se como voy a salir de esto. Solo ruego por que Lu este bien y no pague por mis estúpidas decisiones. El hombre me rodea y me siento como un siervo servido en bandeja de planta para el león. Necesito salir de aquí. Ya. Intento girarme mi cabeza hacía él cuando se para tras de mi pero su mano se toma del cuello desde atrás con una velocidad impresionante. Se que él puede sentir cuando trago saliva dificultosamente. —¿Cómo se llama tu hija?— pregunta de nuevo muy cerca de mi. No. Mi hija no. No permitiré que se acerque a ella. —Erika— respondo rápido. Llevó una mano a mi cuello cuando él aprieta más fuerte impidiendo que el aire entre correctamente a mis pulmones. —No me gusta que me mientan. Empiezo a ver manchas negras conforme la falta de oxigeno se hace más fuerte, él aprieta un poco más cuando intento luchar contra su mano implacable. —¿Y bien, como se llama? —Luciana— respondo sin aliento y él finalmente me suelta. —Que nombre tan curioso— dice riendo.—¿Qué edad tiene? No, ya no quiero que haga preguntas sobre mi hija. —Ocho años— respondo sin mentir. —Ya veo.— él sigue tras de mi y no tengo el valor de tratar de girarme hacía él de nuevo así que me limito a mirar la oscuridad espesa frente a mi.— se que los niños son caros, Annie. Pero parece que la tuya es especialmente costosa. —Tiene diabetes tipo uno desde su nacimiento. Un silencio nos rodea un momento antes de que pueda escucharlo hablar de nuevo. —Eres una buena madre Annie, estoy seguro que estas dispuesta a hacer cualquier cosa por tu hija, no es así. Siento como sus pasos vuelven a rodearme y tengo los ojos pegados al suelo cuando él se para frente a mi. Ya no me sorprende cuando vuelve a tomarme del rostro para que lo mire. Dios. Pese a la oscuridad puedo verlo. Es tan aterrador e imponente que apenas recuerdo como respirar correctamente. —¿Qué tan lejos estas dispuesta a llegar por tu hija? Las palabras se ahogan en mi garganta cuando lo siento acercarse más a mi. Doy un brinco cuando su mano roza mi rodilla, luego sube un par de centímetros. Apenas puedo moverme el terror y la incertidumbre me tienen paralizada. —Por favor…— es lo único que sale de mi boca. Él se detiene. —¿Por favor qué, Annie?— su mano sube más alta y siento un grito ahogado acumularse en mi garganta. —Por favor, no… no me haga daño, no le haga daño a mi hija.— su mano se detiene. Vuelve a tomar mi rostro y siento su pulgar contornear mis labios. Lucho contra las sensaciones que provocan su toque en mi cuerpo. Esto no esta bien. Debo volver a casa con mi hija. —Responde mi pregunta. ¿Qué tan lejos estas dispuesta a llegar por tu hija?— sus dedos pasan de rosar mis labios a bajar por mi cuello. Un cosquilleo queda donde sus manos tocan. No, no quiero sentirme así. No quiero que mi cuerpo reaccione a él. Ahora se que mi cuerpo tiembla incontrolable mente. Por algún motivo siento que él parece complacido con mi terror. Una lagrima baja por mi mejilla sin que logre detenerla. Él la limpia con un gesto rápido. —Me parece que ya te expliqué que no me gusta que me hagan esperar por una respuesta. —Lo que sea, haré lo sea— mis voz sale cortada y llorosa pero digo la verdad— haré lo que me pida pero por favor no lastimen a mi hija. —Respuesta correcta. Él finalmente me suelta y casi suspiro aliviada pero me contengo. Lo siento rodearme de nuevo y después siento sus manos moverse ágilmente contra el nudo de mis muñecas, estas se liberan y resisto el impulso de sobarme la piel dolorida. —Arrodíllate— me ordena y el poco alivio que sentí por un instante se esfuma. No logró mover un músculo pese a que ya estoy libre. De pronto siento su mano tomar mi cabeza desde atrás, hace un gesto sorprendentemente dulce acariciando mi cabello desde la raíz hasta las puntas. Entonces siento su voz inesperadamente cerca cuando me susurra. —Arrodíllate Annie. Me obligo a mi misma a bajarme al piso y me dejo caer como un peso muerto de rodillas en el suelo. Lo escucho caminar y después escucho el sonido de la madera de la silla chirriar cuando él se sienta en el lugar donde estaba yo antes. —Gírate hacía mi, Annie.— la manera en la que dice que mi nombre me pone aún mas nerviosa que cuando solo me dijo niña. Me giro hacía él temiendo que se moleste de nuevo. Su torso queda frente a mis ojos ahora que él esta sentado frente a mi. Ahora que estoy de rodillas frente a él me siento aún mas pequeña y aterrada y él luce más grande e intimidante. La oscuridad del lugar solo hace que todo sea más aterrador. —Si lo haces bien te perdonaré dos mil dólares de la deuda y podrás ir a casa a ver a tu hija. Sus palabras hacen que una llama de esperanza brille en mi pecho. ¿Realmente va a dejarme ir? Cuando veo que se desabrocha el cinturón del pantalón cualquier sentimiento de felicidad se esfuma de mi cuerpo. ¿Él realmente espera que yo… Oh Dios mío. —Quiero que quede algo claro desde ahora.— se reclina en la silla y el aire queda atrapado en mis pulmones.— no te obligaré a nada, puedes irte ahora y tendrás veinticuatro horas para conseguir al menos la mitad del dinero. Nadie te detendrá cuando cruces por la puerta. Señala hacía donde imagino esta la puerta por que en medio de la oscuridad con trabajo logró distinguirlo a él. ¿Los otros hombres siguen afuera? ¿Sabrán lo que su jefe está planeando? Se me cierra la garganta. —Tu otra opción es quedarte y obedecerme. Entonces perdonaré la deuda.— Él se inclina hacía el frente hasta acercar su rostro al mio. Lo impresionante de su mirada y el perfecto perfil del su rostro es aún mas claro para mi ahora. Él extiende una mano hacía mi cabello y quita un mechón de mi rostro en un gesto sorprendentemente gentil— ¿Qué es lo que decidirás, Annie? ¿Te entregarás a mi? Los sentimientos acumulándose en mi estomago y mi pecho son tan confusos que ya no se si es miedo lo que siento exactamente. ¿Diez mil dólares en veinticuatro horas? No hay manera. Me sorprendo a mi misma cuando una de mis manos toca su muslo, él parece tensarse brevemente sorprendido también antes de volver a reclinarse en la silla. —Muy bien, parece que ya tienes tu respuesta. Me acerco al botón de sus pantalones de vestir con manos temblorosas y lo desabrocho. Puedo sentir su fija mirada en mi poniéndome más nerviosa, sin embargo, me deja hacer. No podría temblar más mientras saco su pene de sus pantalones. Cierro los ojos un momento. ¿Realmente estoy haciendo esto? —Abre los ojos Annie, quiero que me mires. Abro los ojos y me encuentro con su intensa mirada mientras me llevo su m*****o a la boca. Empiezo a moverlo dentro y fuera de mi boca con demasiada lentitud. Nunca he hecho algo parecido y ni siquiera se si lo estoy haciendo bien. Él solo me mira en silencio así que continuo. Mi mandíbula comienza a quejarse, su pene es muy grueso y es difícil introducirlo por completo en mi boca. Me sorprende sentir de pronto su mano en mi cabello, entonces empieza a empujarme el mismo follando mi boca a un ritmo más rápido. Si, definitivamente debo ser muy mala en esto si decidió tomar el control de la situación. Continúa un poco más y entonces lo siento tensarse y cuando un líquido invade mi garganta se que se esta corriendo. En mi boca. Lucho contra las arcadas cuando él me impide alejarme sosteniendo mi nuca con fuerza. —Trágalo— me ordena. Mierda. Me obligo a mi misma a hacerlo y él finalmente me deja ir. —Muy bien, Annie tu cuenta desciende de veinte mil dólares a dieciocho mil dólares. Me limpio el borde de la boca aun de rodillas sin poder creer aún lo que acabo de hacer. —Si sigues así pronto podrás librarte de mi.— se levanta y se ajusta la ropa.— vuelve a tu casa, Annie. En ese momento llama a sus hombres pero yo no tengo la fuerza para ponerme de pie no se si es por la humillación o la sorpresa de lo que acabo de hacer. O por que no fue tan desagradable como esperaba. Oh Dios, esto es horrible. La luz entra al lugar cuando las puertas se abren de par en par lo que me deja ver el interior de el almacén, hay algunas refacciones de auto pero en general está vacío y sorprendentemente limpio. Cierro los ojos al darme cuenta que ya se esta haciendo de día y las luz del sol me lastima. De día… Dios. ¡Luciana! —Llévenla a casa— dice el hombre a los que entran en ese momento.— no la molesten en el camino ni le dirijan la palabra. ¿Quedó claro? —Si señor— responde uno de ellos. Siento que tiran de mi poniéndome de pie. Cuando giro hacía la persona que me levantó lo encuentro a él muy cerca de mi sosteniéndome por los hombros como si yo fuera a derrumbarme en cualquier momento. —Vuelve a casa y cuida de tu hija— casi parece una orden. Me alejo de él empujándolo. No puedo evitar mirarlo con rabia profunda, sin embargo, él parece imperturbable. —Hasta nuestro próximo encuentro, Annie—me dicen desde atrás mientras sus hombres me escoltan a la puerta. Ignoró la punzada de terror que sus últimas palabras me provocan. Sorprendentemente el camino de regreso es justo como él ordenó. Ninguno de sus hombre se detiene siquiera a mirarme durante todo el trayecto lo que si es que me ordenaron no mirar por la ventana en ningún momento si no quiero un bolsa negra en la cabeza así que me limito a obedecer. Casi lloro de alivio cuando el auto se detiene y puedo ver la fachada de mi edificio. Quiero salir corriendo del auto pero me contengo hasta que abren la puerta por mi. —No salga del país sin comunicárnoslo.— es lo último que me dicen antes de irse. Es una amenaza segura. Corro al interior ignorando al portero que me interroga por la hora llamándome irresponsable. Llegó al tercer piso sin aliento pero no me detengo hasta que estoy frente a la puerta. Tocó tres veces y luego dos con ese toquido secreto que mi hija debe reconocer para abrir la puerta. Ella toca dos veces en respuesta y el alivio llega a mi cuerpo cuando abre la puerta. El alivio es mayor al verla frente a mi, vestida ya en su uniforme escolar con su cabello peinado en dos coletas bien hechas. Mi hija se ha visto obligada a ser tan autosuficiente por mi culpa que no puedo evitar odiarme por ello. —¿Mamá? ¿Dónde estabas? ¿Tomaste el turno de la noche de nuevo? El alivio me invade al darme cuenta que ella no tiene ni idea de lo que sucedió, nadie la molestó. Quiero llorar de alegría. —Si amor, siento no haberte avisado.— le digo tratando de que no se note lo que ocurrió conmigo, debo lucir hecha un desastre y solo espero que su mente de niña no haga conjeturas. Cierro la puerta tras de mi y pongo el candado doble inmediatamente. —¿Ya desayunaste? Ella niega con la cabeza así que me pongo manos a la obra. Finalmente dejo a Annie en el autobús de la escuela y yo vuelvo al departamento mientras pienso que debo ir a recogerla al salir en lugar de dejarla tomar el autobús. Ya no puedo confiarme en dejarla sola así tenga que dejar un trabajo. Cuando la realidad de lo qué pasó en ese almacén me golpea me apresuro a sentarme en nuestro viejo sillón para dos frente a la tele analógica en la sala. Me llevó una mano a la boca comprendiendo lo que hice. ¿Realmente le hice una mamada a ese hombre por dinero? Me cubro la cara cuando la vergüenza me invade. Tal vez mis padres tenían razón… No. Me niego a pensar así, no me arrepiento en absoluto de tener a Annie, ella es mi vida, lucharé por ella hasta el final. Me limpio el sudor de la frente. El calor de mi trabajo de la tarde es insoportable. La cocina casi esta encima de los comensales lo que es uno de sus atractivos pero también crea en el restaurante una especie de horno insoportable. Estoy mas torpe que de costumbre, lo qué pasó en el almacén se repite en mi cabeza si cesar. —Orden de la mesa diez— me dice el cocinero extendiendo el plato hacía mi. Asiento levantando la bandeja ágilmente. Tengo que dejar de divagar lo último que necesito es perder un trabajo. Como es por la tarde todos piden comidas sustanciosas para familias grandes así que me sorprende cuando la orden de la mesa diez al fondo es solo un café n***o sin azúcar. ¿Con este calor? Lo dejo frente al comensal que mira su teléfono. —Llámeme si necesita algo más— digo mi discurso habitual con falsa cortesía y una estudiada sonrisa. —Gracias, Annie. Esa voz… Me paralizo al reconocer al hombre frente a mi.
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