Tiara
Nunca me imaginé escapando de mi casa y aprendiendo a surfear. Estoy en la arena con Ken, me está enseñando cómo remar hacia la ola. Me encuentro acostada en la tabla y simulando los movimientos. Estoy ansiosa, un poco nerviosa, pero no me quitaré. Mi primo está sentado en la arena con una cara de pocos amigos y piensa que perdí la cabeza. Tal vez la perdí, solo sé que Kendrick me reta a vivir y siempre amaré esta sensación. Me siento útil, respiro sola y me siento volar.
—Recuerda, vas con la tabla caminando hasta que el agua te llegue a la cintura —Kendrick simula que está entrando en el agua con las manos y se ve chistoso—. Luego te acuestas en la tabla y remas.
—Entiendo, Ken —sonreí.
—Remamos —él todo serio—, cuando venga una ola haces el pato…
—Sí, tengo que pegar la nariz a la tabla —terminé por él lo que ha repetido varias veces—, me impulso con el pecho y hago el pato —al darse cuenta de que ha sido intenso sonrió Ken—. Copiado, estoy recopilando todo.
Él está tan emocionado por enseñarme. Su apoyo es valioso. Ken está en la otra tabla acostado dando las lecciones, se levantó y se echó el cabello castaño para atrás.
—Lo difícil es pararse en la tabla, no quiero que te frustres —mi maestro volvió al ataque—. Si no puedes hoy, es normal. Estás aprendiendo y tiempo hay para lograrlo —dijo con sus ojos marrones, pero fascinantes, con motas de verde puesto en mi dirección.
—Prima, es bastante difícil —Fabi con su negatividad me sacó del embobamiento por los ojos hermosos de Ken—. No es como se dice treparse en una tabla —lo volteé a ver y su cara espanta a cualquier persona, no a mí—. Requiere fuerza, equilibrio y práctica.
—Prometo cuidar tu tabla, Fabi —cambié el tema y lanzó un caracol al agua.
Mi primo se queda callado y lo ignoro. Ken, carraspea, se siente incómodo con Fabian como halcón.
—Continuemos y observa —se acostó en la tabla—. Sabemos que tu pie líder es el derecho —Ken lo apunta—. Te impulsas con los brazos, no será fácil allá dentro —cada movimiento lo realiza y lo imito—. Tu pie derecho en el alma y el izquierdo en la cola de la tabla —se da golpes leves en las piernas—. Te quedas de cuclillas, siempre los brazos extendidos y la mirada al frente para el balance.
Mi mente tratando de absorber todo. En eso observo el mar, los chicos montando las olas y sus caras de alegrías. Estoy como niña, loca por estar ahí. Aunque no sé si a la hora de la verdad pueda tan siquiera pararme en la tabla. Siento que me acarician la mejilla, al girar la cara me encuentro con sus ojos.
—Necesito ir allá, ¡vamos! —supliqué ansiosa por probar.
—¡Vamos! —asintió con la cabeza y su sonrisa que detiene corazones me otorgó—, será una misión —dijo advirtiendo, pero no me importa.
Me alejé de su toque, agarré la tabla y me dirigí hacia la orilla. La marea me recibió y respiré profundo. Al mirar por encima de mi hombro vislumbré a Ken con su tabla en mano caminando hacia la orilla con Fabian todo serio conversando y él solo escuchando a mi primo. Me dejo abrazar por la emoción de arriesgarme y vivir. Se detuvieron a cada lado mío en silencio, terminaron su plática. Ken se agacha, me coloca el amarradero en el pie y hace el mismo proceso en su tobillo. Fabi me observa con sus ojos oscuros y lee mi rostro. Nos conocemos bastante, él busca una muestra de arrepentimiento, pero no la consigue y sonrío abiertamente para mi primo. He logrado que Fabi me regale su sonrisa y me demostró su apoyo incondicional besando mi frente. Eso, amo de mi primo, nunca me ha juzgado en mis decisiones. Sin importar si son las correctas, él siempre me da la mano. Me zambullo a la aventura con la sensación que pase lo que pase estoy respaldada por ellos. Los chicos empiezan a gritar cuando el agua me llega a la cintura, sigo las instrucciones y después de dos intentos logré montar en la tabla. Me dejaron sola, veo que Ken está acostado en su tabla y su mirada puesta en mí. Empiezo a mover los brazos, es cuesta arriba, pero no me rindo y la tabla al fin la siento deslizar.
—¡Vas bien, vamos por las olas! —grita Timoteo y me sonríe.
Al fin me reuní con los chicos y siento que he corrido un maratón. Me siento en la tabla, visualizo a Oscar en una ola y su mirada llena de excitación me cautiva. Los chicos se han apartado y cada vez se adentran más en lo profundo. Iba a nadar hasta ellos, pero la voz de Ken me detiene.
—Ni lo pienses, todavía no has practicado —hice un puchero y él sonrió sexy—. Por más adorables morritos no cederé —mi sonrojo me cubrió las mejillas y él soltó una carcajada—. Empieza aquí, prueba la espuma en la cara y la sensación de la velocidad en que nos deslizamos por las olas.
Estamos sentados al lado del otro, la marea moviéndonos y sus palabras me animan. Nos permitieron estar solos, Fabi está más atrás flotando. Ken que se acuesta en la tabla y se hunde en el agua. Luego pasa tan rápido, se levanta y se desliza en la ola. Me deleito, veo su adoración en toda su cara y me acuesto en la tabla. Sin esperar por él, me moví hasta la ola que viene y hago el pato. Cuando me voy a trepar, me caigo y la ola me arrastra. Siento el jalón, pero el miedo no me paraliza y me impulsé hacia arriba. Viene Ken nadando con su tabla hacia mí y me logré trepar en la mía. Respiré agitada, mis manos tiemblan y empiezo a reír a carcajadas. ¡Dios! Nunca pensé que fuera tan difícil, mis respetos a los surfistas. Llega Ken con su preocupación en su rostro, veo a Fabi nadando hacia nosotros y no puedo parar de reír.
—¿Cómo estás? —preguntó nervioso Ken.
—Todavía viva, tranquilo —respondí y tosí.
En eso llega Fabi, su cara es puro susto y espero su regaño.
—¡Estás loca, Tati! —Su bramido es el que esperaba.
—Nunca había estado más cuerda en mi vida —susurré con la mano en el pecho, esperando que se apacigüe el corazón para continuar.
—Esto no es un juego, te puedes golpear con una piedra a lo mucho ahogarte —dijo un Fabian preocupado.
—Déjame disfrutar, estoy bien. Necesito tu apoyo, Fabi. —Puse las manos en la tabla y me impulsé adelante para quedar más cerca de mi primo y busqué su apoyo en esos ojos maniacos.
Ken miraba a cada uno, sin mencionar ni una palabra.
—Ve, estoy contigo siempre, eres mi Tati —acarició mi mejilla y sonreímos ambos—. ¡Vamos, ve por tu ola! —con la barbilla apuntó el mar abierto—. Una ola no será un obstáculo en tu vida —sus palabras me animaron y seguí practicando.
Por supuesto, me caí, sin exagerar, unas veinte veces o quizás más. No quiero detallar, estoy cansada y he tragado agua por montón. Mis ojos están que arden, no me quiero ir sin al menos lograr estar de cuclillas en la tabla. Todos me han echado buenas vibras, nos hemos reído y me han dado técnicas que ninguna me sale. Estoy descansando en la tabla, veo pasar una ola y la dejo ir. Sin embargo, no dejaré esa que viene. Mi vida ha sido asfixiada, sin lograr volar por sí sola. Empiezo a mover las manos, meto saco, enfocada en la ola y hago el pato. La corriente recorre todo mi cuerpo, mis ojos fijos en ella y me impulsé con todas mis fuerzas. Mis rodillas están pegadas a mi pecho, me pongo de cuclillas y escucho a los chicos de lejos. Bloqueo todo el ruido y extiendo mis brazos. Siento como me deslizo a toda velocidad, me equilibro y mi mirada se fija adelante. Lo logré, es maravilloso y de pronto pierdo el control. Me caí, me impulsé hacia arriba y alcancé la tabla. Estoy tan feliz, empiezo a reír y los chicos haciendo bulla.
—¡Wepa, lo lograste! ¡Maldita sea! —escuché a los chicos al unísono y no los distingo.
Me siento en la tabla, empiezo a alzar mis manos celebrando y Ken me alcanza sonriendo.
—¡Mi Sirena, fue magnífico! ¿Te gustó? —su voz llena de júbilo.
—¡Fue fantástico, me sentí libre! —La emoción es indescifrable.
—Debemos parar por hoy, ya cae la noche —susurró Ken y sí, se está acabando el día.
—Estoy de acuerdo, me duele todo el cuerpo —admití.
Los chicos estaban nadando hacia la orilla y Fabi alzó el dedo pulgar para mí. Le lanzo un beso, me sonríe y se marcha con los demás. Ken me arrastra por la tabla, me señala con el dedo índice y lo dobla hacia él. Sin dudar me echo hacia delante, me agarra la cara y me besa. Aún me recorre adrenalina por mi cuerpo, ahora unidos con mis petardos explosivos me entrego a mis sentidos. Cuando nos separamos rozó mi nariz, le salpiqué agua y movió la cabeza de lado a lado sin despegarse de mí.
—Mi Sirena cada día me sorprende —su voz bajó de tono y se retiró evaluando mi rostro.
Sus ojos me acarician sin tocarme.
—Tú me haces ser libre, ¡gracias! —dije con el corazón a millón.
—No me agradezcas, solo sorprenderme cada día. —Ken lanzó un reto, eso es lo suyo.
Le salpiqué agua y se volvió un juego entre los dos. Me arrastró por la tabla hasta la orilla. Al llegar me quitó el amarradero y luego la suya. Nos alcanzó Fabian y me ayudó con su tabla. Me percaté de que Ken coloca su tabla en la arena enterrada quedando parada. En eso grita Zuriel con una cámara, Ken se acomoda frente de la tabla, me atrae hacia su pecho y me mira pícaro.
—Voltea solo la cabeza mi Sirena, esa foto va para mi cuarto —susurró y volteé hacia Zuriel.
Nos tira la foto, mi corazón se acelera y me enamoro más de mi Ken. Antes de soltarme, me alza la barbilla y nos besamos. Me siento en el agua todavía flotando y para terminar de rematar me sonrió en mis labios.
—¡Esa foto la quiero Zuriel! —alzó la voz para su amigo—. ¡Vamos mi chica! —saca la tabla de la arena y sostuvo mi mano.
Zuriel asiente y se marcha hacia la casa. Los alcanzamos, Jorge tenía más comida y entre risas nos llenamos la panza. La música no podía faltar y la noche cayó. Estaba acople con todos, fueron muy atentos y respetuosos. Me gustó que Ken me dejaba ser yo, me daba espacio y compartía con sus amigos. Estoy en el baño de arriba, el único en la habitación de Ken. Me bañé, me siento halagada de que me dejara su espacio. Estoy mirándome en el espejo, la chica que me devuelve la mirada es nueva ante mis ojos. Toda colorada por el sol, con sus ojos brillosos y me sonríe de vuelta. Es lindo verla renacer, tanto tiempo infeliz y apagada. Es una chica más fuerte, decidida y con ganas de comerse el mundo. Me seco todo el cuerpo, me coloco unos pantalones largos y una camisa floral. Recojo mis pertenencias y me peino por encima. En eso mi celular suena, está en mi bolso y lo saco. Al ver la pantalla, vuelvo a la realidad y veo la hora 9:00 pm. Mi madre insistió y no contesté. Al final, su enojo será el mismo. Además, se dará cuenta de que mentí cuando vea mi rostro. La que me espera, pero son las consecuencias de vivir y me deja un mensaje de texto. Miro el icono de mensaje, dudando si abrirlo y mi dedo está tembloroso. Al abrirlo, empiezo a leer:
Una vez más, mientes. Esto se hará de costumbre. No me tienes contenta. Fui a casa de Betsy, no estabas y nunca le avisaste que mentirías.
Me quedé mirando el mensaje y surgió una interrogante. ¿Soy terrible por querer experimentar y conocer el mundo? Le contesté:
Estoy bien. Cuando llegue me reclamas y me das tus insultos. Tu hija mentirosa.