La llegada de Ariel

1468 Words
Al contestar se paralizó al escuchar la voz tan familiar, y que deseaba con todo su ser oír. —Vivian, cariño, soy yo, Ariel— dijo titubeando, su voz se oía temblorosa. —¡Amor, amor, eres tú, estás vivo!, tienes idea de todo lo que he pasado al saberte muerto. —Lo sé, y todo lo que me queda de vida, no me alcanzará para pedir perdón por todo lo sufrido. ¿Como están?, y ¿cómo está Emilia? —Estamos bien los tres. Pero ha sucedido algo trágico, doloroso. —Cuéntame, mientras preparo la maleta, viajaré en un par de horas, hay tantas cosas que contar, que aclarar y que ordenar. Vivian solo le contó los últimos sucesos. Ella está aterrada, aparenta tranquilidad mientras habla con Ariel. Luego al cortar la llamada se dejó caer en el sillón, las emociones que le había provocado el haber escuchado a Ariel, hicieron que el pequeño se moviera de forma desmedida en su vientre, apenas ha podido soportar el peso. El jet que traía de regreso a Ariel, estaba al final del aeropuerto, en medio de otros jets similares que usan los ejecutivos que combinan sus carreras urbanas con la vida rural. Al subir le pareció demasiado cómodo. El piloto era muy amable y silencioso, eso no era inconveniente para él que acostumbra hablar poco. Tenía que retocar sus planes, hacer llamadas telefónicas, como el ganar tiempo era fundamental, se arrepintió de cierta forma haberlo perdido en formalidades al despedirse de ciertas personas en Navarra. Pero no solo era fundamental el tiempo, sino también la prudencia, su enfrentamiento no lo realizará con un ser ordinario, ni común, su enemigo, era despiadado, rencoroso, vengativo y altanero. Aunque en su pasado se mantuvo alejado, caminando en silencio y casi a escondidas por las calles, no volvería hacerlo. Sacó de su billetera una fotografía doblada dónde estaba junto a su padre, luego de darle un vistazo la guardó junto a otra actual junto a su otro padre. Inquieto se acomodó en el asiento y el piloto puso en marcha el motor, luego de unos minutos le dieron la autorización para despegar. Trajo a su memoria el recuerdo del tiempo que pasó en la selva amazónica, luego recordó el tiempo que pasó en los psiquiátrico, irritado apartó de su mente el último recuerdo. No serviría de nada quejarse. Debía preocuparse por los problemas del presente, los del ayer enterrarlos entre los perdidos olvidos de su memoria. —¿Por qué estoy tan nervioso?—su voz repercutió en el interior del jet y en el eco escuchó su propia soledad, luego sonrió al decirse a si mismo que no estaría solo, eso le hizo sentir feliz, apartando su inquietud. Mientras vuela el jet, recorrió con la vista el horizonte, deseando que aquel día terminará pronto. Su inquietud se transformó en impaciencia. Ansiaba que llegará la mañana siguiente para poder abrazar a Vivían, a Emilia, poder tocar a su hijo a través de la panza de Vivían. Eso lo hizo feliz, sonrió sin darse cuenta que era observado. Al aterrizar en Santiago, aprovechó de llamar a Vivían, saludar a Emilia, quien emocionada hasta las lágrimas, hizo que rodarán una que otra por la de él. Falta poco para verla y faltaba poco para el infierno que se desataría al enfrentar a Andrés. Luego comenzaron el último trayecto rumbo a Concepción. Distraído por sus pensamientos, no escuchó al piloto que decía,—acomoden los cinturones, comenzaré a descender, hemos llegado,—el acompañante que viajaba con ellos, le hablo en voz más alta para apartar a Ariel de sus pensamientos . Al llegar el chófer del auto que los espera, se encargó del equipaje. Al bajar Ariel, respiró profundo, inhalando el aire tan típico con aroma de sol y sal, de una ciudad que se asienta cerca del mar. Sin duda extrañaba el aroma y el lugar, pero por sobre todo extrañaba a Vivían y a Emilia. —¿Dónde lo llevo?,—pregunto el chófer, luego de haber acomodado el equipaje. —Donde el joven le indique, luego yo le indicaré hacia donde me lleve. El chófer asintió con la cabeza, luego de cerrar la puerta del último pasajero, subió y se puso al volante. Ariel en silencio, observa hacia afuera, recorriendo con la vista todo el paisaje desplegado ante él. Trata de ocultar su nerviosismo e impaciencia sin poder lograrlo, siente la mano de su acompañante y al tiempo que dice—Tranquilo, todo estará bien, ahora no estás solo, me tienes a mí y enfrentaremos al infierno si es necesario para hacer justicia. Aquello lo tranquilizó, como no se lo podía imaginar. Respondió con una sonrisa y posando su mano en la mano de su acompañante que descansaba sobre su pierna. El auto entró hasta el estacionamiento del edificio, bajaron el equipaje de Ariel, el solo se preocupó desde que salieron de España, de su mochila, como si en ella estuviese guardado toda su dicha y felicidad. Se despidieron y el junto al chófer caminaron al ascensor, luego lo dejó en la puerta del departamento y volvió al auto para llevar a su otro pasajero a su destino. Vivían abrió la puerta y se abrazó a Ariel entre lágrimas, luego dio suaves golpe en el pecho de él a modo de castigo por dejarla sola, por dejar que llorara tanto pensando en su muerte. Ariel solo la abrazaba suplicando perdón por haberla dejado sola enfrentar tantos problemas, tristezas y dolor. Al acariciar la notoria panza de Vivían, sintió movimiento y las pequeñas patadas, que sin duda, era su pequeño hijo dándole la bienvenida. Cayó de rodillas al ver a Emilia correr hacia él, la abrazó y ella lo rodeo con sus pequeños brazos por el cuello, él se puso de pie con ella en sus brazos, los tres se abrazaron y luego Emilia interrumpió aquel acto al preguntar,—No te volverás a ir, ¿Verdad?, ¿lo prometes?, debes prometer, ¡por favor! —No las volveré a dejar, buscaremos la solución y la salida a todos nuestros problemas juntos. Su cansancio y su inquietud habían desaparecido en tanto abrazó a Vivían. Almorzaron junto, Emilia se encargó de amenizar la comida, le contó de su colegio y luego entre la alegría, afloró una preocupación, que sin duda, carcomía a la pequeña,—ahora que tendrás tu propio hijo…,—hizo un alto para ordenar sus ideas, aquel acto, Ariel lo entendía muy bien, era su acto reflejo para ordenar las frase de forma tal que no resultará equivoca o hiriente. Ariel corrió su silla para ponerse de pie bajo la atenta mirada de Vivían, luego dijo mirando a Emilia,—Ven acá,—la alzó en sus brazos y luego que sus ojos estuvieron frente a frente dijo de forma calmada y con tal ternura que Vivían se quedó prendida de aquella imagen.— Serás mi primogénita, no por sangre, sino por destino,—luego la puso en el piso y Emilia le sonrió complacida aceptando tal declaración. Aunque no entendía que quiso decir Ariel, sin embargo, él entendía la primera parte, pero la última, fue como una profecía que salió de sus labios. No pasará mucho tiempo cuando se cumplirá parte de aquella declaración. Luego de almorzar, Ariel comenzó a relatar lo sucedido, y todo lo que su cuerpo comenzó a experimentar, pidiendo perdón una vez más, porque la promesa echa a Emilia, posiblemente no la pueda cumplir. Su tiempo está limitado, debe apresurar sus pasos hacia Campanario en busca de la solución a un hechizo de un pasado que pronto se hará realidad, sino encuentra la forma de romperlo. Aquel día que arribó a Concepción, fue un domingo inolvidable, al encontrar sanos y salvos, de momento, a los que más ama en su vida. El lunes comenzó temprano, fue por Ángel para poder sacarlo de la cárcel, está vez tenía los recursos y pagará por liberarlo de donde está, buscó al mejor abogado de la capital, pagará a peritos extranjero para que revisen el informe del servicio médico legal y mandará a exhumar el cuerpo de Daniel para un nuevo peritaje. La batalla apenas comienza, y él tiene el apoyo de su padre y los recursos, de los que antes carecía. Se presentó en los tribunales junto al abogado que defenderá a Ángel, y de paso se presentó ante Andrés Canessa. —Sorprendido. —Tú…tú—fue lo único que alcanzó a decir —Estoy vivo y está vez no te será fácil matarme, o dañar a Vivían. Protegeré a la madre DE MI HIJO. Aquello fue como un gran planeta arrojado sobre el ego de Andrés. Dicho eso, dio media vuelta y caminó a la salida, dejando la puerta abierta y al juez mordiendo su ira y frustración.
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