El sol quema a fines de enero sobre Concepción. La brisa en verano atraviesa la ciudad dejando una estela con olor a alga, típico en las ciudades que se levantan cerca de la costa.
Ariel camina medio cabizbajo hacia el apartamento de Vivían, aunque el sol brilla, iluminando todo, en la vista y vida de Ariel está nublado, acaricia con delicadeza su cabello, su ojos turquesa suelen brillar camino al hogar de Vivían, sin embargo, hoy palidecen, el color de sus ojos se ha vuelto opaco, su tristeza lo delata, en el fondo presiente que algo malo muy pronto sucederá, mientras camina bajo el sol abrazador, piensa en Emilia y su madre, quiere protegerlas, pero no sabe cómo enfrentar a uno de los hombres más poderosos de la ciudad. Ni aquel calor fiero y quemante apacigua el frío que lo invade. Al cruzar la avenida, una dulce vocecita interrumpió sus reflexiones. Por un momento el hombre oscuro, gris y sombrío se transformó en un tierno hombre al responder a la pequeña niña.
—No te preocupes, no pesa la rueda de tu bicicleta — respondió a la disculpa de la niña, cuando está sin querer pasó su bicicleta por sobre el pie de Ariel.
Luego continuó su camino mientras va recordando la frase que utiliza Ángel para justificar los golpes que lanza sobre algún troglodita que insulte a una mujer enfrente de él, “Cuando se agota la razón, la violencia es el único camino”. Pero, ¿como él podría acercarse a Andrés sin que ningún guardia le corte el paso?.
Al llegar le abre la puerta Emilia, salta para que él la alce en sus brazos, la besa en la mejilla y camina hacia la sala donde se encuentra Vivían y Ángel. Emilia camina a su pieza en tanto Ariel saluda a Vivian.
Ángel se acercó a la ventana a mirar hacia la gran avenida que pasa por frente del edificio, luego giró sobre sus talones, miró a su prima y dijo.
—Andrés quería un varón, siempre alardeo que como todo un Canessa, quería un hijo que siguiera sus pasos, ser juez, llevar su apellido, y heredar su dinero, y de paso también su maldad.— dijo tan suelto como de costumbre.
Ariel y Vivían miraron hacia el pasillo por si venía Emilia.
—Emilia es más observadora que nosotros tres juntos, ella sabe que tipo de padre tiene, así como sabe lo que hay dentro de Ariel— luego miró fijo hacia Ariel y continuó hablando—Ella te ama como si fueras tú su papá, jamás la decepciones o sino olvidaré que me agradas.— sentenció.
Luego apareció Emilia .
—Ariel, ¿quieres tocar el piano conmigo?,—preguntó mirándolo tan cerca que sus ojos verdes se reflejaron en los ojos color turquesa de Ariel.
Él se levantó, la tomó de la mano y se trasladaron al piano, se sentaron uno junto al otro y comenzaron a tocar “The Reason”, a ella le divertía por lo fácil que resultaba tocar la misma nota, y apretar la misma tecla, ambos se reían como locos. Vivían y Ángel los observaban de cuando en cuando al escucharlo reír a carcajadas. Sin duda la conexión que existía entre ellos, se asemeja a la de un padre y su hija. Al finalizar se acercaron a la sala, allí se encontraba Ángel y Vivían revisando las cuentas del hotel.
Ellos habían heredado de sus padres un hotel que lo administra Ángel.
Ángel como hijo único heredó la parte de su padre y Vivían tenía otros hermanos que optaron por quedarse con los otros bienes, así Ángel y Vivían continuaron con el legado Colín.
Llegada la noche, camino a su casa, como de costumbre mete sus manos en los bolsillos del pantalón, camina a paso lento. Su mente la distrae evocando las palabras dicha por Emilia o la forma en que Vivían lo mira.
Fijó su vista hacia el cerro Caracol, aspiró y exhaló con lentitud. Le preocupa el porvenir, le preocupan sus visiones y le preocupa dejar a Vivían y a Emilia, las ama con su vida, también sabe que no podrá quedarse por mucho tiempo, el llamado a cambiar de rumbo su andar, cada vez se hace más fuerte, es como si un imán lo estuviera atrayendo sin darle tregua a una resistencia.
Mientras camina, saca su teléfono del bolsillo sonriendo, solo Emilia lo llama cuando va de camino a casa, aprovechó que el semáforo estaba en rojo y se detuvo para contestar.
—Ariel, solo quería decirte que te cuides y que mañana o tal vez pasado mañana nos veamos.
—Me cuidaré, y si, tal vez mañana nos veamos.
—Adiós, te quiero.
—También te quiero.
Cambió a verde el semáforo y el cruzó la calle, sonreía mientras lo hacía.
Al llegar a plaza Perú, se detuvo, enfrente de él se encontraba el lobo mirando fijo a sus ojos, el lobo tenía algo en particular, sus ojos se asemejan a los de él, su pelaje entre gris y blanco, más tirando a blanco, el tamaño del lobo lo desconcertó, era grande, las patas gruesas y se veían fuertes, el pelaje se movía con la brisa, era como si el lobo hubiese estado presente ahí, frente a él. Miró alrededor y vio a jóvenes que se desplazaban a esa hora. Solo se quedó parado hasta que el lobo desapareciera, esta vez tenía la sensación de haber leído en los ojos del lobo una súplica de ayuda, era como si para el animal el tiempo se le acabase. La plaza quedó vacia y el clavado en el sitio, incapaz de ordenar sus ideas. Luego de unos minutos pudo continuar, pero esta vez lo hizo con cierto desazón.
Al llegar a su hogar, se sentó a recordar, tiene el fuerte impulso de viajar hacia Navarra(España), y se pregunta, ¿Por qué Navarra?, que hay en Navarra que lo atrae.
Al día siguiente solo salió con Vivían, Emilia la pasaba con su padre. Ariel la llevó a un pequeño restaurant de comida orgánica, ambos disfrutaban de la preparación.
Pasaron la tarde en el departamento de él. Charlaron, rieron de anécdotas pasadas de ambos, luego el se acercó a ella abriendo por completo su corazón y exponiendo todos sus sentimientos, la besó apasionadamente y luego dejó que sus manos comenzarán a acariciar cada parte del cuerpo de su amada. Ambos temblaban, ella por temor y el por su nerviosismo, luego él le susurró al oído,—Calma, no te haré daño, si quieres que pare, lo haré, no te obligaré—, ella se abrazó a él y respondió,—se que no lo harás, no me lastimarás, — Le quitó el vestido con delicadeza, mientras le va resaltando su belleza, —Que suave se siente tu piel, como si fuera de seda—. La alzó en sus brazos, mientras siente las suaves caricias de ella en su desnuda espalda, al sentir la suave piel en su cuerpo, lo hizo estremecer. La depósito con suavidad, como si fuese de cristal, se quitó la ropa restante y con delicadeza puso su cuerpo sobre el de ella, la continuo besando, en los labios y cuello hasta llegar a las partes donde explotaron los deseos. Y así sus cuerpos se entregaron por primera vez, disfrutó cada momento con ella, era inmensamente feliz, hubiera dado parte de su vida para detener el tiempo, justo en el momento cuando sus cuerpos se habían unido formando uno solo. Aquel encuentro solo era la entrada a los otros que vendrían. El la observa dormir entre sus brazos, le quita un mechón rojizo de su frente, al tiempo que dice—Te amo, bonita—, se quedó observándola por un largo rato mientras anochecía en Concepción, aquel fin de semana era solo de ellos.
Las vacaciones pasaron aprisa y las calles comienzan a repletarse de estudiantes universitarios y él se empieza a preparar para impartir sus clases en la universidad.
El tiempo pasa aprisa cuando se disfruta de la vida, y así, sin darse cuenta llegaba noviembre y con el el estrés propio de las salas de clase.