La tarde era cálida, corría un viento tibio, noviembre es así en Concepción, Ariel caminaba de vuelta a su casa, luego de haber pasado por el departamento de Vivían; allí se entretuvo enseñando francés a Emilia.
Al doblar la esquina y a tres cuadras de su casa, lo abordaron tres hombres exigiendo que le diera un cigarrillo, a la negación de Ariel, comenzaron a cerrarse alrededor mientras lo empujaban de un lado a otro, cada empujóno hacían con más fuerza hasta que Ariel se tropezó cayendo al suelo y ellos comenzaron a dar de puntapié en su cuerpo, evitaron golpear su rostro, después de un minuto se alejaron, en tanto Ariel empezó ponerse de pie con dificultad, le dolía el cuerpo, en especial los costado, camino lento y apoyado en la cerca hacia su casa.
Contestó la llamada, era Emilia quién lo saludaba en francés, hizo un esfuerzo aparentando estar bien, no quería provocar preocupación en la niña, luego al despedirse camino a al baño, echo a correr el agua mientras se desvestía con dificultad. No hubo queja alguna, solo se volvió más lento al caminar, se tiró en la cama con la mirada perdida en el techo y sus pensamientos en Vivían, sonrió complacido al recordar las palabras llenas de amor de ella, susurro un “te amo”, el que le salió del alma.
Esa noche se durmió sobre la cama. Al despertar el movimiento brusco le recordó lo sucedido. Llamó a Vivían como cada día para darle los buenos días, lo hizo desde su sillón, para no hacer esfuerzo y así olvidarse del dolor por un instante. Sintió a Vivían silenciosa, no como las mañanas anteriores. Ariel había desarrollado la capacidad de oír a Vivían hasta en su silencio, así de grande era el amor por ella y su hija.
Por fortuna para él, los sábados los pasaba todo el día en casa, y aquel día no era la excepción, sintió alivio por un momento. Por otro lado le preocupaba el saludo casi silencioso de ella. Contestó el teléfono con la mano izquierda, mientras con la otra hacia presión en el lado derecho sobre las costillas, escucho un, — Buenos días— de parte de Ángel seguido por una inusual y predictiva pregunta—¿ Que hay de nuevo?, Ariel guardo silencio y comenzó analizar la pregunta, como lo hace vez que le resulta incómoda la pregunta, luego respondió, — Nada nuevo, la vida fluye de forma natural y sin contratiempo—, aquello sonó a sus oídos como si fuera el Ariel de otro universo contestando. La mentira, el engaño, los prejuicios, y el clasismo no formaban parte de su esencia.
—Si por alguna razón te encuentras en alguna situación que atente tu vida, solo llama, confía en mí, que si llegase a suceder estaré ahí para ayudar, — dijo Ángel como algo predictivo.
—¿Eso lo dices por un acto de compasión hacia alguien, que claramente va como perdedor?
—Prefiero pensar que inducido por la generosidad humana hacia un hermano en desgracia— guardó silencio Ángel terminada la frase.
—Entiendo.
—Creo que no has entendido o más bien aceptado, el hecho de que Andrés es un hombre de grandes y fuertes tentáculos, capaz de hacer desaparecer a alguien sin poner en riesgo su identidad.
Ariel quedó en silencio analizando para luego digerir lo que acaba de escuchar.
Ambos evitarán decirle a Vivían lo ocurrido, ambos por la misma razón. Sin pensarlo, sin buscarlo han formado una complicidad con respecto Andrés y lo que ha comenzado a pasar.
Ariel comenzó a pensar de como decirle a Vivían sobre sus alucinaciones, temía que les sucedieran estando con ella; como le explicaría, y como le diría que ha estado internado en el psiquiátrico más veces de las que quisiera, cómo le explicaría el diagnóstico de esquizofrenia que carga.
Sin embargo, nunca contará sus batallas interna contra su pasado para que este no inocule su veneno. Había aprendido que la respuesta mas inteligente a una pregunta incomoda, era el silencio, y el recurría a ella a menudo, en especial cuando hablar de su enfermedad se trataba. Solo espera que la vida algún día lo perdone por tentar al mal, eso era lo que representaba Andrés en la vida de cualquiera que osara contradecirlo.
—Te regalo este Saturno en miniatura para que ilumine tus noches al acostarte; por un lado representa el amor imposible, y no es que tú no me ames, ni tampoco yo a ti, es porque está en riesgo mi vida y si muero, tu sufrirás y te culparas por ello, pero, también este pequeño Saturno representa mi amor imperecedero por ti. No eres un amor más en mi vida, eres el amor de mi vida.
Navidad había llegado y con ella los calores y las escapadas a la playa. Pronto llegarían las vacaciones y con ella tiempo para jugar con Emilia y encontrarse más seguido y por mucho más tiempo con Vivían.
Su vida era un compendio de pedazos de recuerdos, que se iban convirtiendo en angustia y ansiedad sin saber cómo manejar todo lo que sentía contra todo lo que podía suceder, el temor de tener alucinaciones frente a Vivían le aprisiona el pecho como el peso de una enorme piedra.
La vida suele convertirse en algo incierto, de caminos variados, sin atreverse a dar el siguiente paso y poder elegir que camino seguir; sin embargo, para Ariel, desde que conoció a Vivían y a su hija, su vida se había convertido en poesía, y los variados caminos se habían unido en uno solo, al igual que sus sentimientos por ella. Cada día que pasaba con ellas, era una línea que iban formando una prosa, las que muy pronto se convertirían en la poesía más bella que jamás haya escrito o al menos eso era lo que él esperaba.
A menudo se traslada a su oscuridad para charlar con ella, le susurra que lo deje disfrutar el amor que ha nacido y el cual lo tiene en un extasis nunca antes vivido. Las veces en las que está apunto de tener las alucinaciones que lo atormentan, le ruega a su oscuridad que lo deje en tranquilidad, apela a la compasión de esta para poder disfrutar por un tiempo de aquella felicidad, que le había sido tan esquiva hasta ahora.
Vivían se había convertido para Andrés en una quimera, la que nunca alcanzaría debido a que cuando la pudo alcanzar su narcisismo y misoginia la habían alejado a una distancia imposible de atrapar, al menos no por voluntad de ella. Vivian se había convertido en una obsesión para el honorable juez y el hará lo que esté a su alcance para traerla de vuelta a su lado, sin importar a que tenga que recurrir, sin importar por sobre quién o quiénes pisar.
En cambio para Ariel, Vivían era como un bonito sueño, lento y brillante y esperaba que este no desaparezca al despertar o que se esfume con la llegada del alba.
Año nuevo estaba a las puertas y con el nuevos desafíos, nuevas metas, nuevas aventuras y posiblemente alucinaciones más seguidas e intensas.
Pensó en su madre y su hermana; lo hacía a menudo pese a que lo habian enviado al psiquiátrico sin compasión solo por decir que veia a un lobo en su ventana como invitándolo a seguir.
Sonrió al evocar un recuerdo de su padre, aquel bondadoso y amoroso hombre que lo hacía sentir grande frente al resto al cargarlo sobre sus hombro, de donde él podía mirar hacia abajo a su hermana y así madre. Al recordar a su padre se le escapa una que otra lágrima. Cogió la guitarra, la acarició con suavidad para luego comenzar a marcar las notas de una bella canción escrita por Eduardo Díaz León, aquel hombre que le enseñó todo lo mejor que el poseía, entonó la bella melodía mientras piensa en Vivían.
No le digas a nadie que te amo con el alma, ya que la envidia y la maldad tienen un agudo oido, y no quiero que despierten y comiencen atormentar con mentiras a tu corazón.
No gritaré que te amo, porque siempre hay alguien que verá mis defectos y los usará para alejarte de mí y querer conquistar tu hermoso corazón
Tu y yo enfrentados a lo imposible por estar juntos, tu y yo surcando la oscura noche dibujando el sol con nuestro amor, tu y yo cruzando el universo para acurrucarnos en lo más lejano, donde nadie jamás podrá alcanzarnos.
—Te extraño papá, y te amaré por siempre— susurró mientras seca sus lágrimas con el dorso de su mano.
Colgó la guitarra en la pared frente a su sofá. Miró la hora en su reloj y recogió los vasos que habían sobre la mesa. Se alistó par dormir.
El 25 de diciembre llegó cerca del mediodía al departamento de su amada. Se extraño al ver a Vivían en la puerta frente a él.
—Andres vino a las 10 por Emilia—dijo Vivían abrazándose a él mientras cuera la puerta de un empujaon.
El la abrazo a su pecho.
—Es importante que pase tiempo con él.
—Lo sé, pero si le hubieses visto, llevaba carita de sufrimiento. Su abuela no es muy cariñosa ni agradable con ella.
El la apretó a su pecho, le beso su cabeza y caminaron abrazados hacia la sala. Ella se dejó caer y luego el se sentó junto a ella, le tomo las manos.
—Comeremos recalentado, como todo buen chileno— dijo sonriendo, ella río le dio un suave beso en los labios a él en un acto de gratitud por hacerla reír.