Xavier King
Recorrí las ajetreadas calles londinenses, mirando a Olivia, que tenía la cabeza apoyada en la ventanilla con los ojos cerrados.
Vi el restaurante más adelante y me detuve en la entrada.
—Nena". Estamos aquí. Despierta —murmuré, pasando suavemente mi mano por su cara hasta su cuello. Su piel era tan suave y sedosa. Me encanta.
Sus ojos se abrieron lentamente y me miró de soslayo, haciéndome sonreír.
—Vamos, dulce niña. Estamos aquí.
Bostezó con dulzura, mirándose la cara en el espejo, y yo me bajé, lanzando las llaves al valet-parking.
Me acerqué a su lado, le abrí la puerta y le di la mano para ayudarla a salir del coche. Ella se ajustó el vestido y yo cerré la puerta, tomando su mano entre las mías y llevándola hasta la entrada del restaurante. Entramos en el ascensor y no pude resistirme a estrecharla entre mis brazos, depositando un beso en sus suaves labios.
—¿Te he dicho lo sexy que estás con ese vestido? —murmuré, deslizando mi mano bajo su abrigo de seda para acariciar su trasero.
—Mmm no. Dijiste algo sobre lo hermoso, pero no escuché lo sexy —se burló.
—Bueno, te lo digo ahora. Te ves absoluta y jodidamente deslumbrante en ese vestido.
Se sonrojó, escondiendo su cara en mi pecho. Incluso cuando lleva tacones, todavía soy más alto que ella.
Las puertas del ascensor se abrieron y la acompañé a la salida hacia la azafata.
—Buenas noches, señor, ¿tiene usted reserva? —ronroneó la anfitriona, mirándome como si fuera el último trago de agua en un desierto caliente.
Sentí que Olivia se tensaba a mi lado y la apreté con fuerza.
—Sí, tenemos reservas a nombre de King —respondí.
—Por aquí, por favor —me dio su intento de sonrisa sensual, y yo puse los ojos en blanco mentalmente.
Estaba acostumbrado a esto. Las mujeres me han perseguido durante años, intentando encerrarme, pero nunca me interesó.
Hasta ahora.
No sé cómo sucedió, pero todo lo que sé es que no voy a dejar ir a esta chica, nunca.
Sí, sé que es un poco pronto para decir esta mierda, pero sé que ella es la única para mí.
Nos llevaron a la parte trasera del restaurante, junto a los ventanales del suelo-al-techo que ofrecen una vista espectacular durante el día.
Le retiré la silla a Olivia y ella me dio las gracias. Me senté frente a ella y miré a la anfitriona, que estaba demasiado cerca y me follaba con la mirada.
—Si alguna vez necesitas algo, no dudes en preguntar por mí personalmente. Me puso una mano en el hombro, y reaccione encogiendo los hombros.
—Por favor, abstente de tocarme y deja de hacer insinuaciones. No estoy interesado. Me parece muy irrespetuoso para mi cita y para mí, que usted actúe de esa manera. Ahora váyase antes de que llame a su jefe, al que conozco personalmente —dije con severidad, haciendo que la chica palideciera y diera un paso atrás.
Su cara se puso roja como una cereza, mientras murmuraba disculpas antes de salir corriendo.
Miré a Olivia, que estaba sentada observando todo aquello, y me miró perpleja.
—No esperaba que dijeras nada —dijo.
—¿Por qué iba a sentarme aquí y permitir que alguien le falte el respeto a mi mujer? No está bien, y cualquier hombre que lo permita no es un verdadero hombre —dije, recostándome en mi asiento.
Sacudió la cabeza, con una pequeña sonrisa en los labios.
—Eres completamente diferente a los chicos con los que suelo salir —murmuró.
—Por supuesto que sí. Estás acostumbrada a salir con chicos, por eso —respondí.
Me miró fijamente, como la linda gatita que es.
—Te diré que todos los chicos con los que he salido eran mayores que yo —resopló, cruzándose de brazos.
—¿Has salido alguna vez con alguien diez años mayor que tú? —levanté una ceja y ella se sonrojó, negando con la cabeza.
—No. Tú eres el primero —murmuró, mirándome por debajo de las pestañas.
—Me lo imaginaba. Estás tratando con un hombre adulto que sabe lo que quiere y lo que es, cariño. Ya no tengo tiempo para juegos. Ya jugué bastante cuando tenía tu edad —la observé mientras trataba de digerir mis palabras.
Es cierto. Aunque tengo 32 años, y no tenía ninguna intención de sentar cabeza, ya había terminado de “jugar” en el campo. Sembré toda mi avena salvaje en mis años de juventud, y desde que me hice cargo de la empresa de mi padre, he estado casado con mi trabajo.
Por supuesto, tenía algunas parejas sexuales a las que llamaba cuando tenía ese proverbial picor que rascar, pero normalmente era con mujeres que ya conocían el asunto y entendían que no buscaba nada permanente.
Por eso me confundí cuando aquella mujer se me acercó el primer día que conocí a Olivia. No recordaba su nombre porque había cortado con ella hace unos cinco años, cuando empezó a presionarme para que fuéramos más y a afirmar que yo era su novio.
Eso era lo mío. Cortarlas cuando se volvían demasiado pegajosas.
Pero con Olivia, las cosas son muy diferentes. En este caso, yo soy el que la persigue y ella es la perseguida.
Y debo decir que me encanta ser el perseguidor.
Ella era una cosita muy luchadora. Nunca tuvo miedo de decirme dónde meterlo, y aunque me gusta que lo haga, odio oírla maldecir.
Palabras como esas nunca deberían salir de una boquita tan bonita como esa.
Olivia cogió su menú, pero se lo quité de la mano.
—¿Confías en mí? —pregunté de repente, y ella me miró confundida.
Asintió vacilante y la miré con severidad.
—Hablame, Muñeca.
—Sí, confío en ti —dijo suavemente.
—Bien. Pediré para los dos —le sonreí, dejando nuestros menús a un lado.
Apareció una camarera que nos saludó a los dos con una cortés sonrisa.
—Buenas noches. ¿Puedo comenzar con un trago para ustedes dos? —preguntó.
—Sí, nos gustaría una botella de Dom Perignon —dije.
—Bien. ¿Quieren pedir ahora también?
—Sí, tomaremos el risotto de apio asado y trufa para empezar, y el bacalao asado de Cornualles.
La chica anotó nuestro pedido, antes de dejarnos.
—¿Vienes aquí a comer a menudo?— preguntó Olivia.
—Sí, así es. Un amigo es el dueño de este restaurante.
Tarareó, mirándose las uñas, y algo en su expresión no me gustó.
—¿Qué pasa? —pregunté, agarrando su mano.
—No es nada... Es una estupidez —murmuró, mirando por la ventana.
—Si lo pregunto es porque quiero saberlo de verdad y no me parece una estupidez —le dije, apretando con fuerza su mano cuando intentó apartarla de mí.
—¿Es aquí donde sueles traer a todas tus citas? —soltó.
Bueno, joder.
Me detuve un momento y ella suspiró.
—¿Ves? Te dije que era una estupidez —dijo entre dientes.
—No es una estupidez, muñeca. Pero para responder a tu pregunta, sí, he traído mujeres aquí en el pasado. Sin embargo, eso fue hace mucho tiempo. Hace años que no tengo una cita —me miró confundida.
—¿Pero no has tenido mujeres antes? Sé que no me estás diciendo que no has estado con una mujer en años —levantó una ceja, como si me retara a mentirle.
—Nunca dije que no he estado con una mujer en años. He dicho que no he tenido una cita en años. Las parejas sexuales que tuve no requerían que yo proporcionara la cena primero. Por decirlo crudamente, sólo estuvimos juntos el tiempo suficiente para follar y luego nos fuimos por caminos separados hasta la próxima vez.
—Oh. —Pude ver la incertidumbre en su cara y traté de tranquilizarla.
—¿Qué tienes en mente princesa?
—¿Así es como van a ser las cosas entre nosotros? Porque si sólo me persigues para meterte en mis jodidas bragas, tú… —puse mi mano sobre su boca, y la miré fijamente.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que vigiles tu maldita boca? Lo dejaré pasar esta vez, ya que sé que todavía tienes el culo magullado de antes, pero la próxima vez que maldigas, te lavaré la boca con un jodido jabón. Ahora voy a quitar mi mano de tu boca, y te vas a levantar tranquilamente de tu asiento, y vas a venir a sentarte a mi lado. ¿Entiendes? —dije en voz baja.
Cuando retiré la mano, me miró con desprecio y, en lugar de hacer lo que le dije, se levantó de su asiento y se alejó, apretándose las manos.
Podía sentir la ira en mis venas aumentando, y me levanté para seguirla.
—Olivia. ¿A dónde vas?
—Lejos de ti. No eres mi padre, no me digas lo que tengo que hacer —respondió indignada, caminando rápidamente hacia el ascensor.
Oh, va a ser divertido domar a este pequeña escupe fuego.
La agarré del brazo al llegar a ella y la jale hacia mi pecho.
—No vas a ir a ninguna parte. Vamos a sentarnos juntos y a tener una buena cena, luego te vas a callar, y vas a escuchar la mierda que tengo que decir, sin interrumpirme o irte. Te he dicho que no tengo tiempo para juegos y no voy a jugar a ninguno contigo —dije con severidad, mirándola a los ojos.
Ella se derritió ante mí y luché contra la sonrisa que quería abrirse paso en mi rostro. Es naturalmente sumisa conmigo y ni siquiera se da cuenta.
—¿Estás lista para volver a entrar? —le pregunté, y ella asintió en silencio.
Tomé su mano entre las mías y la conduje de nuevo a nuestro asiento. En lugar de que se sentara frente a mí, esta vez la puse en el asiento de al lado.
Tenía los brazos cruzados y se negaba a mirarme.
—Muñeca, se te nota la mocosa que llevas dentro —bromeé, acercando su silla a la mía.
—Vete a la mierda —murmuró, y yo me quedé con la boca abierta.
—¿Que te he hablado acerca de esa boca, nena? ¿Qué voy a hacer con ella? —giré su cabeza hacia mí, pasando mi pulgar por su labio inferior.
Lo que no esperaba era que sonriera y se lo metiera en la boca, chupándolo suavemente.
Mi mandíbula se apretó mientras mi polla crecía, y empujé mi pulgar entre sus labios, escuchando el suave gemido que se le escapó.
No lo estaba poniendo fácil.
Le quité el pulgar de la boca y me miró con suficiencia, pensando que tenía la sartén agarrado por el mango en esta situación.
Me incliné hacia abajo, hasta que mis labios se apretaron contra su oreja, y sentí que se tensaba.
—Cualquiera que sea el juego que crees que estás jugando conmigo aquí, muñeca, piénsalo de nuevo. Puede que sea un caballero, pero no tengo ningún reparo en llevarte al estacionamiento y follarte en el coche donde todo el mundo puede oírte. No soy un hombre al que le guste que le tomen el pelo —le advertí suavemente, tirando del lóbulo de su oreja entre mis dientes y mordiéndolo.
Pude sentir el ligero temblor de su cuerpo, y escuché el más dulce gemido que se le escapó cuando me retiré.
No me extrañó la forma en que sus muslos se apretaron con fuerza bajo el vestido y sonreí.
Ella quiere esto tanto como yo.
Me recosté en el asiento, justo cuando la camarera volvió con nuestra botella de champán.
Se sirvió dos vasos, antes de excusarse. Observé cómo Olivia se tomaba un enorme trago, antes de yo dar un sorbo.
Al final se relajó a mi lado y pudimos mantener una agradable conversación.
—Así que... me he dado cuenta de que te pareces mucho a tu padre, pero no te pareces en nada a tus hermanos —dijo.
—Bueno, eso es porque no tenemos los mismos padres. Tenemos madres diferentes. Mi padre estuvo casado antes, y me tuvo a mí —dije, tomando otro sorbo de champán.
—¿De verdad? ¿Y dónde está tu madre? —preguntó con curiosidad, y mi cuerpo se tensó durante un minuto antes de relajarse.
—Murió cuando yo tenía dos años. Un conductor ebrio —respondí, y ella hizo una mueca.
—Lo siento —murmuró.
—Está bien. No llegué a conocerla y no recuerdo cómo era —me encogí de hombros, pero ella negó con la cabeza.
—Parece que Katrina te trata bien —dijo, y yo sonreí.
—Sí, lo hace. Es la única figura materna, aparte de mi abuela, que he conocido. Intervino en el momento en que la necesitaba, y desde que la conozco, la llamo mamá. Es la mejor —dije.
—Eso es genial. Parece una mujer encantadora.
—Lo es. Ella mantiene a la familia unida y no podría pedir una madre mejor —agarré un poco de su sedoso cabello, haciéndolo girar alrededor de mi dedo.
Nuestra comida salió poco después y comimos en un cómodo silencio.
Cuando terminamos de comer, pedí un pastel de lava de chocolate con helado y se lo di a ella.
Aunque no sin que ella luche contra mí.
Cuando terminamos el postre, me volví hacia ella, reuniendo mis pensamientos.
—Quiero volver a lo que estábamos hablando antes, antes de que te levantaras bruscamente y te fueras. No, Olivia. No estoy tratando de 'meterme en tus jodidas bragas', como has dicho tan elocuentemente. Si lo hiciera, no me tomaría la molestia de perseguirte. Que sea la última vez que cuestionas mis intenciones sobre ti —dije en voz baja, y ella se quedó atónita un momento, antes de recuperarse.
—¿Y cuáles son tus intenciones, Xavier? —preguntó.
—Creo que he dejado más que claras mis intenciones desde la primera vez que te conocí, pero ya que parece que no puedes hacerte a la idea, déjame que te lo aclare un poco más. Eres mía. Desde el primer día en que te vi tumbada en la piscina con ese diminuto bikini y me permitiste follar ese delicioso culo, has sido mía. Nadie más va a mirarte o tocarte como yo lo hago, o habrá un infierno que pagar. ¿Entiendes ahora?
Sus ojos ardían de calor, y supe que estaba a punto de venir hacia mí escupiendo fuego.
—No soy un objeto que pueda poseer. Soy una mujer independiente que lleva años cuidando de sí misma. No puedes decirme lo que puedo y lo que no puedo hacer, maldición —escupió, y mi mandíbula se apretó.
Le agarré la barbilla con la mano, haciendo que se le cortara la respiración en la garganta, pero me miró fijamente.
—Noticia de última hora, cariño. Puedo decirte lo que tienes que hacer, porque eres jodidamente mía. Me importa una mierda lo que digas de otra manera. Todas las veces que te he dicho lo que tienes que hacer y te has derretido en mí y has cumplido, demuestran lo mucho que me perteneces. Aprecio todo lo que has pasado en tu vida, pero estoy aquí para cuidar de ti ahora. Esto no es una aventura de una noche, Olivia. Cuanto antes te lo metas en la cabeza, mejor —me miró con los ojos muy abiertos y se ablandaron un poco, mostrando un poco de la vulnerabilidad que tenía.
—Quiero creerte, Xavier. De verdad que sí. Pero después de haber sido quemada la cantidad de veces que lo he sido en mi vida, es difícil tomar las palabras de alguien al pie de la letra —dijo suavemente.
—Sé que te estoy pidiendo mucho, cariño. Pero necesito que confíes en mí. Dame la oportunidad de demostrarte que estoy aquí a largo plazo —murmuré, pasando un dedo por su labio.
Me estudió durante un rato, sus ojos mostraron su indecisión, antes de asentir.
—De acuerdo. Confiaré en ti. Pero por favor, no me hagas daño —susurró.
Me incliné y presioné mis labios contra los suyos en un suave beso. Lo hice corto porque estábamos en un restaurante rodeados de gente.
Me aparté, disfrutando de la mirada aturdida de su rostro, antes de llamar a la camarera para que pidiera la cuenta.
A pesar de que el lugar es propiedad de mi amigo, seguí pagando mis comidas porque, para mí, es la mejor manera de mostrar apoyo.
—La noche aún no ha terminado, muñeca. Tengo una sorpresa para ti —mencioné.
—¿Qué es? —preguntó con curiosidad.
—Ya lo verás.
—¡King! —oí el grito desde el restaurante, y mi cabeza se levantó al oír la voz familiar.
Una sonrisa se dibujó en mi cara mientras me ponía de pie, saludando a mi viejo amigo de hace quince años.
—¡Damien! ¿Cómo diablos estás? —nos abrazamos y le di una palmada en la espalda.
—Bien, bien. Me enteré de que estabas aquí y me preguntaba por qué diablos mi amigo no había venido a verme —dijo y yo me reí.
—Bueno, estoy en una cita —dije, y sus ojos se abrieron de par en par.
Él sabía que yo no tenía citas.
—Joder. ¿Quién es la afortunada? —preguntó.
Me giré hacia donde Olivia estaba sentada observándonos y le hice un gesto para que se acercara.
—Esta es Olivia —rodeé su cintura con mi brazo, atrayéndola contra mí.
—Encantada de conocerte —dijo tímidamente, haciéndome sonreír.
Una cosita tan tímida y linda. Nunca esperarías que tuviera la boca que tiene.
—Ah. No parece que seas de por aquí —dijo, y ella negó con la cabeza.
—No, soy de Estados Unidos —dijo ella, y él sonrió.
—Sí, conozco ese acento donde sea. Entonces, ¿cómo terminaste con este viejo bastardo?
—Soy la mejor amiga de su hermana. Me vio y me reclamó —me miró con una pequeña sonrisa y no pude evitar darle un pequeño apretón.
—Claro que sí.
—No me sorprende, a Xavier nunca le gustó compartir. De todos modos, será mejor que los deje volver a su cita. King, llámame cuando estés libre. Olivia, ha sido un placer conocerte, chica —me dio una palmadita en el hombro y nos despedimos, y conduje a Olivia fuera del restaurante hasta el coche.
Le puse el cinturón, antes de deslizarme por la calle del conductor y dirigirme a nuestro siguiente destino.