El diablo en los detalles

2162 Words
Su espalda perlada por el sudor era mi despertar perfecto. Sus cabellos cayendo en ríos sobre su rostro y el sol bañando todo su cuerpo desnudo en su cama. No había otra cosa que pudiera robarme tantas sonrisas ni crear tantas pasiones en mí. La desperté con un beso en la frente y sus brazos se enredaron en mi cuello como por defecto mientras yo la llenaba de mimos y cariños bien merecidos. Mis manos se paseaban por todo su cuerpo dejándome revivir recuerdos de sus más sublimes petites morts a mi merced. –Tengo que ir a trabajar, V… –me suplicaba mientras remoloneaba en la cama tanto como podía. –Está bien –le dije permitiendo que se levantara–. Pero solo con una condición. – –¿Y cuál es esa condición, señor – preguntó desde el baño. Yo, sentado en la cama, veía toda su desnudez con la mayor naturalidad–? ¿Tengo que venderle mi alma? ¿Firmar un contrato de confidencialidad acerca de todo lo que suceda en esta habitación? –dijo regresando a mí en ropa interior. –Hmm… Un contrato no estaría mal. Pero extiéndelo a toda la casa, no solo a esta habitación –bromeé con toda la intención de molestarla, por lo que recibí un almohadazo de su parte mientras ella intentaba colarse en unos ajustados vaqueros negros y un abrigo beige de lana que delineaban a la perfección su esbelta figura. Era imposible mantenerme lejos de ella por más de cinco minutos y terminé tomándola de la mano y llevándola hacia mí en la cama nuevamente. –Te odio, Vincent Harper –me decía sentándose sobre mi abdomen en un intento de librarse de mis brazos en su cintura, pero solo consiguió que yo la atrapara y la acorralara entre la cama y mi cuerpo. –No. No lo haces, Alice Maxwell. – La besé con toda mi alma embestida en ello. Siempre lo hacía. Sin dejar nada para mí. Todo lo mío era de ella y no esperaba nada a cambio. –Si esta es tu forma de negociar, puedo ceder fácilmente a cualquiera que sea tu proposición –dijo entre suspiros ahogados por mis besos mientras sus manos regresaban a mi espalda y se aferraba a ella como tantas otras veces lo había hecho en los últimos días. –Puede ser –sonreí, y sumergiéndome en sus inmensos ojos turquesas, le dije–. Quiero que conozcas a mis amigos. – Su mirada se suavizó así como un profundo mar se calmaba luego de una tormenta y su pulgar comenzó a jugar con mi mantón mientras escuchaba mis palabras. –No tengo una familia regular… mi relación con mi hermana no está en el mejor lugar y no quiero exponerte a ese drama… mis amigos también tienen sus dramas pero ellos son todo lo que tengo… Y yo… –comenzaba a divagar. Se sentía como si regresara a ese primer día que la conocí en el café. Por su risa y sus tiernos besos en mis labios para hacerme callar, supe que quizás también se sentía así para ella. –Los conoceré con mucho gusto –me dijo jugando con mi cabello y separando los mechones que caían sobre mi rostro, como para que pudiera ver con mejor claridad cómo me sonrojaba ante el más diminuto de los roces de sus manos–. Pero ahora, realmente necesito ir a trabajar. – Dejarla libre de mis brazos era una tortura. Cuando ella se iba, mi calma se evaporaba. Hacía días que no iba a mi casa, sino que me había instalado por completo en su pequeño piso de una sola habitación. Ella trabajaba todo el día y yo me dedicaba a revisar en los periódicos si había alguna oferta de trabajo que pudiera tomar y a caminar por los restaurantes a ver si estaban contratando lavaplatos. La cena corría a mi cuenta e iba acompañada de las más inusuales charlas. Ella y su adorable obsesión por los crucigramas y los juegos de palabra y yo mirándola batallar con las horizontales y verticales desde la segura distancia de mi libro. Habíamos creado una rutina terriblemente acogedora en cuestión de unas pocas semanas. Y se sentía bien. Alice había logrado desterrar de mí todo ápice de apatía por el mundo. Incluso mi autodesprecio parecía haberse evaporado gracias a ella. En su compañía todo era repentinamente más soportable y cuando se iba, el silencio no parecía molestarme. No sabía si en realidad todo se debía a ella o si, como me había dicho Ronnie, el espacio que había entre mis amigos y yo había comenzado a sanar mis heridas. En todo el tiempo que estuve con Alice, no llamé a Liam o a Ronnie, sino que solo pasaba por el hospital todas las mañanas a ver a Ed, quien había quedado bajo el completo cuidado de su madre. Aquel día, como de costumbre, preparé dos cafés largos y fui a ver al pelirrojo; no con la esperanza de que despertara, como antes lo hacía, sino con la ratificación de que él sentiría mi presencia en la sala y quizás, solo quizás, eso lo reconfortaría donde quiera que estuviera. Su madre, la señora Peterson ya se había acostumbrado a mis visitas y todas mañanas me esperaba fuera de la sala privada de Cuidados Intensivos hacia donde habían trasladado a Ed luego de su llegada. Ella era de dulces ojos castaños en un mar de pecas naranjas, justo como las de su hijo. Nadie más de su familia había ido a ver al muchacho, ni siquiera estaban al pendiente de su salud, solo ella y yo lo mirábamos desde el otro lado del cristal mientras tomábamos sorbos del café n***o que yo le preparaba. –No creo que odie otra cosa más que los cafés y los budines de un hospital –me decía Eloise cada vez que veía a uno de los acompañantes de la sala con un vaso de café de la máquina expendedora–. Eddie también los detesta. ¿Nunca te lo dijo? – –No –negué en suspiro–. Ed tendía a no decirnos mucho de su experiencia en hospitales – ¿Por qué hablábamos como si él estuviera muerto? Me preguntaba cada vez que conversaba con su madre. –Mi Eddie fue afortunado de encontrar amigos como tú, Vincent –decía mientras se obligaba a no llorar–. Su padre fue muy duro con él y yo… yo también le hice mucho daño…– Los remordimientos de su madre salían a flote cada vez que ella lo miraba. Ed me había dicho de su turbulenta relación familiar y del trato silencioso que recibió por parte de todos ellos, pero no lograba entender cómo aquella amable mujer de llorosos ojos cafés hundidos en profundas ojeras de noches completas sin descanso, podía haber negado a su hijo. Quizás, la negación fue lo que él sintió, pero no lo que realmente ella quiso expresar cuando le ofreció su distancia. El proceso de aceptación que vivieron ambos los separó de tal manera que los hizo verse de formas totalmente diferentes. ¿Acaso era eso lo que sucedía entre mi hermana y yo? –No sé cómo pude haberle fallado tanto a mí niño –me decía entre lágrimas. Eloise Peterson lloraba todos los días. Uno tras otro, cada vez que me veía. –Él hablaba de usted con cariño –mentía yo para consolarla todo lo que pudiera. Si algo había aprendido de Ronnie era a mentir para decir lo que otras personas necesitaban escuchar, no lo que realmente merecían oír. Incluso yo muchas veces era víctima de sus pequeñas mentiras condescendientes y no podía estar más agradecido por ello–. El tiempo que Ed estuvo con nosotros fue muy feliz. – Nuevamente ese tiempo pretérito hacía que se me erizara toda la piel. –Lo sé –asintió–. Tú y los otros chicos no dejan de preocuparse por mi niño, aunque no he visto a su… a su amigo… –dijo refiriéndose a quien ella se había empeñado en eliminar de todas nuestras charlas. –¿Sean? –agregué y Eloise sonrió intentando no retorcerse ante la mención de su nombre, pero no preguntó nada más al respecto, lo que debo confesar que me alivió un poco. No había tenido el valor para decirle que Sean había decidido acabar con su vida tan pronto había recibido el diagnóstico terminal de Ed. Yo me había propuesto desterrar por completo ese suceso de mi mente, como tantos otros eventos traumáticos, y no pretendía ser el encargado de darle las noticias a mi comatoso amigo o a su madre. Desviando el tema por completo, terminamos conversando de la obsesión del pelirrojo por las barras de chocolate cuando era pequeño, pues su madre siempre encontraba un momento para rememorar viejas historias de la niñez de mi amigo. En mi despedida, le aseguré que regresaría temprano al día siguiente como de costumbre y mientras salía del hospital, marqué el número de Ronnie. No esperaba que respondiera al teléfono, pero esperaba que lo hiciera. Desde nuestro desafortunado interrogatorio en la estación policial, habíamos perdido el contacto el uno con el otro y la realidad era que yo nunca había sido muy cercano a Liam. Solo sabía de ellos dos a través de la señora Peterson, quien me aseguraba que ellos iban diariamente al hospital por las noches, pero había decidido no encontrarme con ellos pues, quizás, al igual que yo, agradecerían la distancia. El teléfono dio cuatros largos timbres antes de que Ronnie respondiera y por sus palabras pude notar que se había mantenido tan al pendiente de mí como yo de él. –¿Estás en el hospital –me preguntó tan pronto descolgó la llamada–? La madre de Ed me dice que vas todas las mañanas y le llevas tu asqueroso café. – Su voz fue refrescante para mis oídos. Su sarcasmo y rudeza me hacía sentir como en casa nuevamente. –Un buen café fuerte es de las mejores cosas que sé hacer –respondí divertido. –Exactamente –añadió él y pude verlo a la perfección frente a mí rodando sus ojos en blanco como cada vez que me llamaba la atención–. Escucha, Vince, he estado un poco alejado porque… –quiso excusarse, pero antes de que me diera razones que conocía con total claridad, lo interrumpí. –Ronnie, quería agradecerte por darme este tiempo a solas. Realmente lo necesitaba –dije con toda la intención de aliviar la culpa de mi amigo, pero en el fondo, no había más verdad que esa –. Y en parte esa es la razón por la que te llamo ahora. – –¿Te apetece quedar esta noche –me preguntó antes de que yo pudiera hacer la invitación que tenía en mente. Detrás de su voz escuchaba el sonido de unas botellas de cristal chocando entre sí y el crujido de unas bolsas de papel–? Liam tiene la noche libre hoy y aquí hay bastante alcohol como para una fiesta que dure el resto del invierno. – Tuve que sonreír al escuchar que mis amigos no habían cambiado en lo absoluto a pesar de las distancias, aunque no estaba del todo seguro si aquello era del todo bueno. –Hoy me gustaría mantenerlo simple, Ron –dije caminando dentro del café literario mientras Alice me regalaba una amplia sonrisa tan pronto entornó sus maravillosos ojos sobre mí –. Quiero que conozcan a una persona… a mi novia…– Ronnie soltó una carcajada que se escuchó a la perfección incluso por encima de la bocina de mi teléfono y resonó por el silencioso lugar, haciendo que Alice se sonrojara y escondiera sus mejillas entre sus manos, a la segura distancia del mostrador. –¡Por favor, dime que hablas de tu chica turquesa! De otra forma, no queremos ni conocer a la pobre ovejita a la que acabas de joderle la vida por ser el clavo encargado de remover la estaca –bromeó–. Has estado divagando y volviéndome loco con tu amor platónico por esa muchacha desde la primera vez que la viste. – –Es ella, Ronnie –aseguré para que se detuviera mientras Alice pasaba por mi lado y me hacía señas para que lo saludara de su parte sin siquiera conocerlo. –En ese caso, olvida mi casa –me dijo de inmediato–. Los esperamos esta noche en el club abandonado y vamos a hacer una parrillada como lo merece la familia. – La emoción de Ronnie era conmovedora y no pude hacer otra cosa que decirle que sí a todos sus requerimientos. Sabía que no me dejaría en paz hasta tanto no le hiciera caso a cada una de sus sugerencias, por lo que cedí y dejé que se encargara de todo.
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