Quizás un tiempo fuera...

2273 Words
–¡Termínate esa cerveza que se te va a calentar! –me habló Ronnie saliendo por la ventana de su apartamento y sentándose en la escalera de emergencias que atravesaba su resumido balcón. Yo le regalé una mirada entretenida al escuchar sus palabras. –Está a punto de comenzar a nevar –hice notar sorprendido por su comentario con una sonrisa de medio lado–. ¿Cómo se va a calentar si está congelada? – –¡Da igual! La cerveza hay que tomársela rápido o sino pierde el encanto – comentó el chico de cabello rubio y terminando el último sorbo de su bebida, abrió otra botella congelada casi inmediatamente. Ronnie vivía junto a Liam en el piso catorce de un viejo edificio cerca del muelle. Era un apartamento de mala muerte, pero tenía una vista bastante decente; mejor que la mía, definitivamente, así que con frecuencia iba a su piso solo para leer sentado en las escaleras mirando las gaviotas o para conversar de esas cosas que no quería que los otros supieran sobre mí y solo Ronnie comprendía. Aquella tarde Liam había tenido que trabajar. Ed y Sean tampoco estaban. Se habían quedado en casa pues habían pasado todo el día en el hospital. Ed, de repente, había comenzado con unas palpitaciones peligrosas y unas preocupantes faltas de aire que le causaban un punzante dolor en el pecho. Afortunadamente, no había sido nada grave, sino complicaciones regulares por el avanzado estado en el que se encontraba su enfermedad. Así que éramos solo Ronnie y yo, aunque por aquellos días mi amigo no se parecía en nada a la persona que solía ser antes, sino que cada vez se le veía más dependiente del alcohol y los cigarros que de costumbre. Al parecer, su técnica funcionaba bien pues cada día se hacía más evidente que había sido capaz de dejar atrás la muerte de su mejor amigo. Aunque fuese sumergido en un vaso de ron, ya no se culpaba tanto por el suicidio de Jaime como el resto de nosotros lo hacía y no sacaba el tema con tanta frecuencia. Yo tampoco estaba en mi mejor juego, sino que con frecuencia sentía que los pies se me iban del suelo y me encontraba flotando unos segundos en el aire en una desagradable experiencia extrasensorial que se sentía como si estuviera minutos u horas fuera de mí mismo. –¿Has ido a trabajar hoy? –me preguntó. –No. No tenía muchas ganas… –dije luego de tomarme un sorbo de mi poco congelada cerveza. –No puedes siempre escaparte del trabajo diciendo que tu hermana está enferma. No todos tus jefes van a ser tan condescendientes contigo –me riñó el chico enfocando sus expresivos ojos avellanados sobre mí. –Yo no estoy mintiendo. Ella sí está enferma –respondí con un tono apagado tomando un sorbo de mi cerveza–. Tiene que estarlo para soportar las palizas de ese soquete –añadí un poco ofuscado. Cada vez que hablaba de Cass terminaba de mal humor y Ronnie lo sabía. No comprendía cuál era su propósito de hacerme hablar de ello. –Quizás ella solo le teme a la soledad –habló Ronnie en su tono más filosófico mirando al horizonte. Ya se había puesto el sol completamente y solo rondaban unas nubes anaranjadas por el cielo. Un barco de carga se observaba en la distancia cruzando el mar con un par de luces encendidas en la proa y en la popa. –¿Tanto le teme que se le hace necesario soportar a Mike? –pregunté dejando la botella en la escalera y apoyando mis manos en el balcón que me impedía una caída de casi veinte metros. –No tienes idea de lo que la soledad le puede hacer una persona… –habló el chico y acto seguido clavo su mirada en la rejilla oxidada debajo de sus pies, como deseando que esta se desvaneciera en el acto. Me pensé mis siguientes palabras, pero luego de un sobrado silencio, dejé escapar la pregunta que tanto temía Ronnie. Él ya la esperaba, así que solo sonrió. Después de todo, estaba acostumbrado a mis interrogantes sin filtro y mis comentarios hirientes. –¿Eso fue lo que le sucedió a Jaime? –pregunté. –Quizás… –respondió centrando su mirada en las estrellas que comenzaban a avistarse en el firmamento. –¿Incluso si él nos tenía a nosotros? –me cuestioné. –Tú sabes que, a veces, ni siquiera eso es suficiente –dijo el chico–. La soledad que provoca creer que no tienes un propósito en la vida es la más peligrosa y cruda de todas. – –¿Alguna vez te has sentido así? –pregunté. Mi duda, esa vez, cayó como un aguijón punzante. –¿Y tú? –arremetió. Mi sonrisa con los dientes apretados habló por sí sola. Ronnie sabía que esa era una perpetua característica de mi vida. Había dejado de creer la historia de que todos nacemos para cumplir un propósito especial varios años atrás y mi filosofía actual de vida se basaba en respirar y beber hasta que llegara el día indicado en el que no les temiera a los demonios que me esperaban en el más allá para poder morir finalmente, justo como lo había anunciado varias veces y exactamente como lo había hecho Jaime. –Como sea –habló Ronnie como para disociar nuestras mentes de las repetidas veces en las que la soledad nos venció en la vida–, creo que ya es tiempo de que te des una vuelta por casa de tu hermana. Arregla tus cosas con Cass que ya lo necesitas. – –No me parece una buena idea. – –¡Que sí, joder –me riñó abruptamente–! ¡Deja ya de encerrarte en esa burbuja que creas para alejarte del mundo y no salir herido! Al final de la historia, vas a alejar a todo el que te tenga un mínimo de cariño y vas a terminar herido igual… siempre vas a terminar herido. – –Pues mejor –resoplé–. Si alejo a todo el mundo, sé que los que se quedan a mi lado son las personas que realmente me valoran. – –Esa ni es la solución –suspiró, quizás un poco cansado de que yo escuchara las palabras que me convenían de lo que él intentaba explicarme–. Si no le aportas nada a la persona que tienes a tu lado y solo bloqueas sus consejos, más temprano que tarde esa persona se hartará de ti y en ese momento, te quedarás total y completamente solo –me aconsejó Ronnie. Él estaba en lo cierto, solo que a mí me costaba aceptar lo que el chico me había dicho tantas y tantas veces. –Tú sabes que es bastante difícil para mí comunicarme con las personas –le dije sosteniendo la mirada, cosa que yo raramente hacía. –Lo sé. Creaste una especie de coraza emocional para protegerte… –hablaba, pero se detuvo cuando observó que yo estaba con los ojos cerrados y casi reviviendo el incidente que me convirtió en ese suicida frustrado adicto a las malas decisiones–. Mira a Sean, por ejemplo. A veces creo que le va a dar un derrame cerebral cada vez que le dices algo –comentó riendo el enorme chico cubriendo su enrolado cabello rubio con la capucha de su abrigo. –Sí –afirmé–, no quiero ser cruel, pero a veces, incluso lo hago por molestar. Se toma todo lo que yo digo muy a pecho –reí y por un momento incluso recordé el rostro ofuscado de Sean que acompañaba cada uno de mis comentarios. Pero mi risa desapareció abruptamente al rememorar las palabras que el chico dijo la última vez que estuvimos en su casa: unas palabras mías que él había repetido en el peor momento posible–. No quiero ser cruel… –repetí. –Pero a has avanzado mucho desde que te conocí –me habló Ronnie al ver que volvía a ese mundo interno mío–. No puedes echar todo ese avance por el suelo, incluso si lo que le sucedió a Jaime te afectó hasta la médula, tienes que trabajar en superarlo. – –Se dice muy fácil –le comenté. –Nadie ha dicho que sea cosa de un día. Solo te digo que ocupes tu mente en cosas nuevas. Eso te ayudará a seguir adelante –me aconsejó el muchacho, pero yo, como siempre, decidí cuestionar sus palabras. –¿Así como lo haces tú? ¿Bebiendo todo el día? –pregunté en una ráfaga. Ronnie solo puso sus ojos en blanco y respiró profundo. Hasta yo comenzaba a pensar que él también estaba harto de mí, y si era honesto, yo también estaba harto de mí mismo. –Estoy hablando de hacer cosas que estén a tu alcance y te hagan sentir mejor: conoce nuevas personas; vuelve a hablarle a tu hermana, ayúdala, y si no lo consigues, pues al menos asegúrate que las horas que pasa junto a ti sean las mejores de su día, no las peores –me decía con aquel tono de voz autoritario que utilizaba solo para regañar a Liam–. Y búscate una novia, por favor, que al paso que vas, ni a los treinta… –rió divertido el chico. –¿Por qué suena como si estos fueran tus últimos consejos hacia mí? –pregunté mirando fijamente los ojos avellanados del muchacho. En su reflejo podía ver a la perfección mi rostro y mi desesperación al suponer que sus palabras podrían ser las últimas–. Suenas como si te estuvieras despidiendo o como si supieras que no vamos a reunirnos en un largo tiempo –la preocupación en mi tono de voz también era lastimosa. ¿Acaso iba a perder a Ronnie también? ¿A quién fue mi amigo, mi hermano y mi padre a la vez? Me pregunté. –¡Por supuesto que lo sé –exclamó el chico provocando un temblor en mí–! ¿No viste la que se armó la última vez que estuvimos juntos? Por ahora es mejor que cada cual esté por su cuenta si no queremos que la fiesta se vuelva un círculo de patéticos llorando y auto compadeciéndose hasta caer borrachos. – –No era una fiesta –corregí en un susurro como para que Ronnie no me escuchara. –Tienes razón –continuó al escucharme– No se sentía como una fiesta y, sin embargo, lo era –sonrió. Luego de unos segundos, clavo su mirada nuevamente en el oscuro mar y con un tono melancólico, habló–. Creo que todos necesitamos un tiempo para estar separados. – Esa vez, su comentario no era en broma. –¿Deberíamos? –pregunté un poco desconsolado pues yo era de una opinión completamente diferente. Me imaginaba que en algún punto sucedería; que cada uno tomaría un camino distinto al resto, pero no pensé que fuera el mejor momento para separarnos pues, después de todo, estábamos lidiando con el suicidio de un amigo. –Quizás por un tiempo… quizás… si compartiéramos con otras personas finalmente dejaríamos todo pasar y asentarse. – –No estoy tan seguro –dije tratando de encestar la botella de cerveza vacía en uno de los contenedores de basura del edificio adjunto al de Ronnie–. No necesito a más nadie en mi vida ahora mismo. – –¿Y qué hay de la chica del metro? –preguntó el chico justo antes de entrar en su apartamento por la angosta ventana por la que había salido. –¡Sabía que no tenía que haberte dicho nada –exclamé, pues sabía que desde el momento en el que le conté de la fascinación que me había causado aquella chica en particular, Ronnie no iba a dejar pasar la oportunidad de molestarme–! ¡Es solo un amor platónico mío! Nada más –me lancé a la defensiva. –¡Solo porque tú así lo quieres –me gritó desde adentro de su apartamento y sacando su cabeza por la ventana en un gesto exagerado, continuó–! Solo te digo que es mejor si te das la oportunidad de involucrarte con alguien además de tus amigos; alguien con quien puedas tener un poco de sexo para liberar el estrés y la tensión, por ejemplo. Además, en estos casos está científicamente probado que es bueno comenzar una relación para combatir la depresión y la ansiedad. – –Creía que la principal causa de la depresión y la ansiedad era comenzar una relación –comenté divertido a lo que el chico solo pudo hacer un gesto cansado de mi constante contradicción ante sus palabras. –Escucha, no te estoy diciendo que te involucres sentimentalmente con alguien, sino que te aconsejo que tengas un poco de distracción en tu vida. ¡La necesitas desesperadamente –dijo–! ¡Haz lo que sabes hacer mejor! – –¿Y eso que sería? –pregunté curioso. –¡Hacer el papel de chico dañado que las chicas creen que pueden reparar y puede que incluso termines llevándote a esa chica “esmeralda” a tu cama! – –Sus ojos son turquesa, no esmeralda –le corregí quitándole la botella de cerveza que traía en sus manos para tomar un sorbo. –No sé y no me interesa. –
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