Capitulo 05

4257 Words
El domingo Pupi se despertó cerca del mediodía y no había rastro de Ian por ninguna parte y se sintió aliviada. Podría hacer sus cosas sin la mirada hostil de ese tipo. Anoche había comido bien gracias a la pizzería, pero debería comenzar a cocinar algo en algún momento. Tomo las tres porciones de pizza que habían sobrado y las colocó en el microondas y puso agua a calentar en la pava eléctrica. Pizza con mates era su ambrosía personal. Comió las tres porciones y se fue con el equipo de mate a su habitación. Aún quedaban cosas por ordenar, quería organizar su escritorio, seleccionar que ropa llevaría al depósito que alquiló su padre, porque no había forma que entrara todo en el pequeño nuevo armario. Para las cinco de la tarde no tenía más nada que hacer. Volvió a calentar agua, cambió la yerba del mate y se tiró en el sillón a mirar Netflix. Ian no había aparecido en todo el día y más allá del alivio que sentía, no podía evitar preguntarse dónde estaría o qué estaba haciendo. ¿Tanto la odiaba al punto de evitar estar en el departamento? Tendría que hablar con él. Estaban conviviendo a la fuerza, y por el tiempo que durara esto, tendrían que llevarse medianamente bien. De otra forma sería insoportable para ambos, y ella no estaba segura de poder tolerarlo mucho tiempo si seguía con esta actitud. Llevaba cuatro episodios de su serie cuando finalmente llegó. No la miró, no dijo nada. Fue directo al baño y escuchó como el agua de la ducha comenzaba a correr. Era muy misterioso. Salió después de 10 minutos con una toalla en la cintura y secándose el pelo. No pudo evitar observarlo. Si no fuese tan hostil sería realmente lindo, pero su carácter no tenía concordancia con su aspecto, y eso le restaba todos los puntos. La miró y ella desvió la vista rápidamente. Debería hacer el mismo comentario, que no ande desnudo por la casa, o que según sus reglas, él debía bañarse por la mañana, pero ella no era así, y no pagaría con la misma moneda. —¿Estuviste todo el día tirada en el sillón? —le preguntó finalmente. Pupi sintió vergüenza, y no entendía por qué. Era domingo, estaba permitido no hacer nada los domingos. —No, termine de ordenar mi habitación. —O sea que no hiciste nada. ¿Cuál era su problema? Siempre con esa actitud de porquería, no iba a responder con la misma moneda, pero no iba a tolerar que la insulte de forma constante. —Se llama descansar en algunas partes del país. Y tampoco te importa. —Algunos no nos podemos dar ese lujo ¿No tenes nada que estudiar? Los trimestrales son en un mes. —Vamos a estar conviviendo por un largo tiempo hasta que alguno consiga mudarse, creo que debemos intentar llevarnos bien. —No me interesa. Aish, nunca había sentido la necesidad de golpear a alguien hasta que conoció a Ian. —A mí tampoco me interesa tu vida, pero... ¿Por qué esa actitud? Tratemos de hacer las cosas sencillas para ambos. —Puede que en tu egocéntrica cabeza no entre la posibilidad que no seas interesante para alguien, pero pasa. No me interesa. —Si no te interesa entonces no te metas si estuve todo el día en el sillón o no. Por lo que vi, vos no estuviste en todo el día tampoco, y mis trimestrales son en las mismas fechas que los tuyos. —Estuve trabajando, no tengo un papá millonario que me pague el alquiler. Y con esa declaración se metió en su habitación. ¿Trabajaba? Eso... fue una sorpresa. ¿Podía trabajar un chico de 17 años? ¿Cómo hacía para mantener las notas tan altas? ¿Por eso había dejado el equipo de rugby el año pasado? ¿Dónde trabajaba? Recordó lo que le dijo ayer «Gaste todos mis ahorros...» Había ahorrado para vivir solo, y ahora vivía con ella. Capaz por eso la odiaba. Había frustrado sus planes. ¿Por qué vivía sólo? Tenía muchas preguntas. Salió a los minutos con ropa deportiva y libros en sus manos, se sentó en la mesa y se puso a estudiar. —¿Te molesta la televisión? —No. —¿Queres un mate? —No. Definitivamente no encontraría respuestas a todas sus preguntas. Decidió ignorarlo también, tal vez sea la forma más sencilla de convivir. Hacer como si el otro no estuviese allí lo haría más sencillo. No logró concentrarse en la televisión de nuevo, tenía muchas preguntas. Apagó la televisión y se fue a su habitación. Podría estudiar, tenía razón que los trimestrales estaban cerca. Buscó su libro de matemática. Odiaba matemática. Su papá era quien le explicaba, y ahora no lo tenía, debía hacerlo por sus propios medios. Después de un rato se dio por vencida, no había forma que lograra estudiar con tantas cosas en la cabeza. Miró sobre la estantería. La pomada para su tobillo estaba ahí. Le había servido mucho, hoy casi no dolía. Ese había sido un buen gesto, dentro de toda su hostilidad. No podía ignorar el hecho que vivía con él, aunque lo intentara, se verían la cara a diario. Tomó la pomada y salió de su habitación. Él seguía estudiando en la mesa. —Gracias.—dijo dejando la pomada sobre la mesa. —De nada. Quería decir algo más pero no se le ocurrió qué, por lo que volvió a su habitación. Cerca de las ocho de la noche escucho la puerta de entrada del departamento. Cuando salió, Ian ya no estaba. *** El lunes se despertó a la misma hora de siempre, seis de la mañana, y no ingresaba al colegio hasta las ocho. Ahora vivía más cerca, y como Ian la obligó a bañarse a la noche tenía tiempo de sobra. Se preparó un café con leche y tres tostadas, podía desayunar tranquila sin el señor analizando cada movimiento y lanzando comentarios cargados de odio. Ian salió de su habitación a las siete y cuarto y corrió al baño. No sabía a qué hora había vuelto anoche. Cuando ella se fue a dormir él todavía no había regresado. ¿Había ido a trabajar? Lavó su taza y las cosas que había usado. Sirvió café en la taza de Ian y la dejó sobre la mesa. También dejó la leche y el pote de azúcar. Colocó dos panes en la tostadora, tomó su mochila y se fue. Él podía comportarse como un idiota, pero ella no era así, y no comenzaría a comportarse de esa forma por él. No la transformaría en una mala persona. Llegó muy temprano, pensó que le tomaría más tiempo caminar hasta el colegio. Fue hasta su aula y dejó la mochila. Los lunes, la primera media hora se destinaba a una misa, por lo tanto, regresó al patio, al sector que ocupaba su grupo, pero todavía no había llegado ninguno. Tampoco veía a Ian por ningún lado. «Espero que no llegue tarde...» pensó. No te importa Guadalupe. No te preocupes por él, así como él no se preocupa por vos. No merecía su atención. ¿Anoche se había ido a trabajar? Mei tenía razón, era mucho más maduro que todos sus compañeros. Mucho más responsable. «¡Deja de pensar en él! » —¡Ey! Llegaste temprano. —Mei la saludó con un abrazo. —Sí, muy temprano. Vine caminando y calculé mal el tiempo. —Pensé que llegarías tarde, menos mal que no aposté con nadie. —Gracias por la confianza. —¿En qué pensabas? Se te notaba muy concentrada desde lejos. No podía decirle la verdad a su amiga y se sentía mal por eso. —Nada. ¿Qué le viste a Ian? —¿Por qué esa pregunta de repente? Intentó no ponerse nerviosa, Mei lo notaría. —Es que... no es muy amigable, las veces que me he cruzado con él. —Conmigo tampoco fue amable. —se encogió de hombros — Supongo que nos ve como unas perras. Tenemos fama de eso... —Por tu culpa. —Yo soy sincera, la perra es Camila. Los roles están bien definidos. Vos sos la buena, yo la sincera, Camila la perra. Tenía razón en eso. —Supongo que será por eso entonces. —¿Te preocupa? —¡NO! —Sonó muy perturbada. Tomó aire. —Me dio curiosidad el por qué a vos te empezó a gustar siendo que no te interesan los chicos de secundaria. Mei miró hacia al patio y se centró en un punto fijo. Pupi siguió la mirada y ahí estaba Ian, había llegado a tiempo. —Está mirando para acá. Supongo que ahora le debo dar lástima, pero voy a insistir. La miró sorprendida. Debía advertirle a su amiga la clase de persona horrible que era el chico que le gustaba. —¿Por qué? —Porque me rechazó. Mi ego está herido. Sólo por eso. Cuando me dé bola, lo dejo. —No se puede jugar así con las personas. —Es algo sin sentido. No voy a romper su corazón. Sólo voy a jugar un rato. Él también va a querer jugar, te lo garantizo. —Mercedes le regaló una enorme sonrisa triunfante. Sabía que su amiga no fracasaría, cuando Mei se ponía un objetivo lo cumplía. —Hola. —Camila se unió al grupo—. ¿Qué pasó el sábado? Pensé que al menos tus papás irían al almuerzo. —Están de viaje por trabajo de papá, van a estar fuera por unas semanas. —Significa que estás sola en casa. —Joaquín se unió al grupo y la abrazo desde atrás. —Puedo acompañarte si te sentís sola. —Le dio un beso en el cuello. —¡Chicos! ¡Distancia! —Los reto la preceptora. Pupi se alejó de Joaquín. —Deja de hacer esas cosas. No me gustan. Después la gente cree que estamos saliendo. —Deberían. — Dijo Camila—. ¿A dónde se fueron tus papás? —México. —Escuché que van a colocar una oficina allá. ¿Tu papá está a cargo? —Hernán se unió.— Hola gente. — Hola. Si, está a cargo de eso. Estará allá unas semanas. Muchas semanas. —Podemos hacer fiesta en tu casa mientras no estén. —Sugirió Camila. —No. —Creo que te olvidaste la diversión en el útero de tu mamá. Mei comenzó a reír del comentario de Camila. Pupi la miró enojada, sabía perfectamente porque no podía hacer una fiesta en su casa. —Perdón, pero fue gracioso. El timbre sonó para dar aviso a la formación en el patio para luego dirigirse a la capilla del colegio. —No me olvidé la diversión en el útero de mi mamá, no nos divertimos con las mismas cosas. Fue demasiado hostil con su respuesta, pero ya tenía suficiente con los comentarios hirientes de Ian. No escuchó la respuesta de Camila. Fue a su lugar en el patio. La hora del almuerzo llegó finalmente. Los lunes eran extremadamente pesados, las tres primeras horas de matemática y luego física. Debería ser ilegal organizar los horarios de esa forma un lunes. Mei salió primero para hacer la fila para comprar, mientras Pupi buscaba su billetera. Ya en el comedor buscó a Mei en la fila, la encontró parada justo detrás de Ian. ¡Mierda! Mei la miró divertida. En silencio se unió a ella. Ian no las miró. —Podes creer que alguien me rechace. —Lanzó de golpe. —pero no me doy por vencida fácilmente. Pupi no emitió comentario. Mercedes le golpeó el brazo para que dijera algo. —Creo que voy a pedir el menú 1, ¿Vos? Mei la asesinó con la mirada. No la seguiría en esto, pero luego tendría que volver a casa y compartir el mismo espacio con esa persona, y no quería que todo se vuelva más difícil. —Un sándwich de jamón y queso por favor.—pidió Ian delante de ellas. Eso captó la atención de Pupi. ¿Un sándwich solamente? ¿Con eso lograba sostenerse el resto de la tarde? ¿Trabajaría después? La chica del buffet se lo alcanzó, pagó y se fue sin mirarlas. —¿No es poco sólo un sándwich? —Le preguntó a Mei. —Capaz no tiene hambre. Un menú 1 y un 2, por favor. —Siempre compra lo mismo. —Les informó la chica—. El menú es muy caro para los becados, la mayoría trae su propia comida o compra algo sencillo como él. —Eso está mal. Mei se encogió de hombros tomó su bandeja y le indicó que la suya también estaba lista. Caminaron a su lugar habitual en el patio en absoluto silencio. Algo de toda esta situación le siguió haciendo ruido en su cabeza. Algo no estaba bien. Recorrió el patio con la mirada buscando a Ian pero no se encontraba allí. Basta. No se preocuparía por él. *** No vio a Ian cuando salió del colegio y tampoco estaba en el departamento cuando llegó. Se iba a trabajar después del colegio sin comer bien. Pero él no quería que se meta en sus cosas así que se prometió no hacerlo. Hizo la poca tarea que tenía y se duchó. No podía seguir viviendo de delivery así que decidió hacer unas hamburguesas que había comprado de regreso al departamento. Colocó la plancha al fuego. Había visto a Sandra hacer esto miles de veces. ¿Qué tan difícil podía ser? Puso dos hamburguesas y se fue a su habitación. Sandra las dejaba ahí un tiempo largo. Se echó en su cama a leer un manga, hasta que un fuerte olor la sacó de su lectura. Había humo entrando por debajo de la puerta. ¡Se había olvidado de las hamburguesas! Salió corriendo al mismo tiempo que Ian entraba por la puerta. —¿Qué mierda pasó? —gritó Ian. Pupi se paró delante de la plancha sin saber qué hacer. ¿Las hamburguesas se estaban prendiendo fuego? ¿Cómo había pasado eso? Se fue solo unos minutos. Ian la empujó hacia un costado y sujetó la plancha con un trapo y la colocó en la pileta. Abrió el agua para apagar el fuego. Más humo invadió el ambiente. La enfrentó enojado. —¿Estás intentando quemar el departamento? ¿Qué hiciste? El humo llegó al ascensor. —le gritó. —Quise hacer unas hamburguesas. No sé por qué se quemaron. ¿Por qué se prendieron fuego? —Abrí la ventana, nos vamos a asfixiar acá dentro. Le hizo caso. Abrió la ventana que daba al balcón. —Perdón. —se dejó caer en el sillón y comenzó a llorar. ¿Por qué tenía las lágrimas tan fáciles? Pero se había asustado al ver el fuego. Era un maldito desastre. Si Ian no hubiese llegado habría estado en grandes problemas. —¿Cómo haces para prender fuego unas hamburguesas? —No lo sé. —dijo entre hipos. —La vi a Sandra hacer esto mil veces, creí que era fácil pero casi quemo todo el edificio. —No llores, no solucionas nada llorando. —sabía eso, pero estaba asustada. —Quería cocinar algo. Perdón. —¿Cuánto tiempo la dejaste para que la grasa haga combustión? —lo observó con culpa en los ojos. Ian suspiró como si estuviese agotado. —¿Cuánto tiempo las dejaste ahí? —Puse la plancha con las hamburguesas y me fui a mi habitación, pasaron diez minutos como mucho. Quince tal vez. Ian cerró los ojos como si buscase paciencia en algún punto extremo del universo. —De cuatro a cinco minutos por lado, Guadalupe. Lavá eso. Y con esa orden se metió en su habitación. No estaba en condiciones de hacerse la rebelde, así que obedeció. Cuando finalizó, Ian volvió a aparecer llevando unos viejos jeans y una remera gastada de The Ramones. La obligó a hacerse a un lado. —¿Hay más hamburguesas? Fue hasta el freezer, tomo la otra caja y se la alcanzó. —Voy a cocinarlas yo, pero sólo porque no quiero morir asfixiado o quemado. Presta atención porque va a ser la única vez que te explique esto. —Gracias. —¿Cuántas vas a comer? —Las cuatro. —La observó con el ceño fruncido. —¿Qué? —Nada. Le explicó cómo cocinar las hamburguesas, básicamente lo hizo por ella, pero prestó atención y tomó notas mentales, luego, se fue, dejándola comiendo, sola, en la mesa. Miércoles, era el día en que Pupi debía limpiar el baño. Nunca lo había hecho, y no quería caer en la vergonzosa situación de buscar un tutorial en Youtube. Observó los productos de limpieza que había comprado Ian, le había pedido la mitad del dinero que había gastado en esta compra, había pagado por ellos y aprendería a usarlos. Tomó una de las botellas: desinfectante para pisos. Sonaba lógico usarlo en el baño. Lo llevó hasta allí. Lavandina. Si ya había desinfectante, ¿Para qué necesitaba la lavandina? Esto mancha la ropa. No lo usaría. Bueno, comenzaría con el piso, después vería el resto. Leyó la etiqueta. «Diluir una pequeña cantidad en un balde con agua fría. Aplicar la mezcla en el piso a desinfectar. Dejar secar.» Fácil. ¿Dónde había un balde? Recordaba que Ian había entrado con uno. Fue a la bajo mesada y revisó de nuevo. Allí estaba. Lo llenó de agua y colocó el producto. Tomó un trapo lo humedeció, se arrodilló y comenzó a refregar el piso. Maldición. Esto era difícil. El dolor de espalda la estaba matando. Escuchó la puerta de entrada. —¿Ian? —dijo desde el cuarto de baño. —¿Quién va a ser? —pasó caminando delante de la puerta, que estaba abierta y se paralizó. — ¿Qué estás haciendo? Se puso de pie. —Limpiando. Hoy me toca el baño. Observó dentro del baño, al balde y luego el trapo que había quedado en el piso. Revoleó los ojos, y largo un suspiro cansado. —Tiene que ser una broma. —susurró. —¿Te estás riendo de mí? No contestó. Percibió que si lo hacía se humillaría, ya se sentía humillada por la expresión en su rostro. Se dirigió hacia la cocina, asomó la cabeza para verlo en la bajo mesada. —¿No trabajas hoy? —preguntó con el único fin de no quedarse callada. —No. — caminó hacia el baño nuevamente con la lavandina en la mano. — Vas a tener que superar el papel de princesa, no te va a servir de mucho conmigo, no soy uno de esos idiotas que besan el piso que caminas. —Nadie besa... —Presta atención, princesa, lo voy a decir una sola vez. Déjame pasar. Salió del baño. La habitación era amplia para los dos, pero aun así se sentía raro compartir un lugar tan privado con él, y su mala actitud. Debajo del lavatorio había un pequeño armario. Saco otro balde, y más productos. La miró fijo. —¿Este balde que tiene? —señaló el balde que ella había preparado. —Desinfectante. La etiqueta decía... — Tiró el contenido por la bañadera. —¡EY! —Presta atención. Este balde, ves que tiene esto, —señaló un sector redondo con rendijas. — Tiene un propósito. —tomó un trapeador de detrás de la puerta. No sabía que eso estaba ahí —para esto. —Abrió la canilla de la bañadera y colocó el nuevo balde. Agregó un pequeño chorrito de desinfectante y otro poco de lavandina. Lo llenó con agua hasta un poco más de la mitad. Y cerró el agua y retiró el balde. Hundió el trapeador en la mezcla y quitó el sobrante de agua con la parte redonda con rendijas. Y comenzó a trapear el piso. ¡Wow! Eso era mucho más fácil. —Bien, seguí vos. —le pasó el trapeador y se dirigió a su habitación. Había quedado como una completa idiota, de nuevo. Hasta que comenzó a vivir con él, nunca se había sentido mal por no saber hacer algunas cosas. Ian hacía que se avergüence de ello cada día que pasaban juntos. Suspiró y continuó limpiando el baño. A partir de hoy se esforzaría el triple. Haría que Ian se tragara cada una de sus palabras. Era una promesa a sí misma. No se dejaría humillar más por el idiota superdotado de cerebro y con cero empatía. Habían cenado por separado, se estaban evitando mutuamente. Ahora cada uno estaba estudiando. Él usaba la mesa alta, y ella la mesita de té. Un extraño ruido los puso en alerta. Se miraron buscando una respuesta en el otro, pero ninguno emitió sonido. El ruido de nuevo y provenía del baño. Ian se puso de pie primero y abrió la puerta. Una cantidad imposible de agua salió de golpe. —¿Qué pasó? —Preguntó ella. Ian la ignoró e ingresó al baño. Salió rápidamente con una mirada feroz en su rostro y la plancha para el pelo en la mano. —La dejaste prendida sobre la manguera del lavarropas. Iba a negar eso, pero no recordaba bien. La había usado esa mañana, y la apoyó sobre... El lavarropas. Mierda. —Perdón. —¿Perdón? Esto es imposible. Casi quemas el departamento, y ahora ¿qué pretendías? —No lo hice a propósito. —Es hora que te despiertes de tu cuento de hadas, princesa. Si al vivir conmigo pensaste que haría las cosas por vos, estas muy equivocada. Vivimos en el mismo lugar pero no vivimos juntos. —Lo sé. La realidad es que Pupi nunca había tenido que pensar en estas cosas, había tenido un vestidor y un baño lo suficientemente grande como para no tener que pensar en la manguera del lavarropas. Otra cosa más que debía aprender y fracasó. No paraba de humillarse a sí misma e Ian la hacía sentir aún peor al juzgarla. —Mañana vas a tener que comprar el repuesto, y colocarlo. —¿Yo? Y... ¿Cómo? —No sé, ni me importa. Vivís sola, es hora que te despiertes y empieces a tomar conciencia. Vas a tener que empezar a valerte sola. —Es lo que estoy intentando. —susurró. Camila y Mei querían ir de compras después del colegio, pero tuvo que negarse. Debía encontrar el repuesto del lavarropas y colocarlo. Anoche, después de limpiar todo, buscó en Google algunos negocios, ahora debía recorrerlos hasta encontrar la manguera. Luego buscaría algún tútorial para colocarlo. Tenía que haber alguno en Internet. Rezaba por eso. Desde que se habían enredado en esta situación lo único que hacía era agredirla verbalmente. Ya se estaba cansando de su actitud de mierda. Gracias al universo, el repuesto fue bastante sencillo de encontrar, pero ahora venía la parte difícil. Colocarlo. Había mirado tres vídeos en YouTube pero aun así, no había conseguido ensamblar la maldita manguera. Sin contar que no tenía ninguna de las herramientas que mostraban en los vídeos. La frustración ya estaba en su punto límite. Había sido un día de mierda. Se durmió tarde por limpiar el agua. Había obtenido un tres en matemática. Tuvo que rechazar una salida con sus amigas para comprar el maldito repuesto y ahora llevaba tres horas intentando colocarlo. Sin contar que le quedaba la tarea de Historia por hacer aún. Intentó nuevamente con el primer video, parecía el más fácil. Al menos era el que menos herramientas usaba. Siguió cada paso al pie de la letra. Nada. La manguera seguía suelta. Completamente cansada revoleo la manguera, definitivamente no era su día. Cayó a los pies de Ian que ingresaba al departamento. Estaba harta de disculparse con el ser de hielo. Tenía el corazón tan gris como sus ojos. El señor Frozen observó la manguera detenidamente con una ceja elevada, y luego la observó a ella, que aún seguía sentada en el piso del baño. —Necesito el baño. —Hola, ¿Cómo estás? ¿Bien? Me alegro mucho. ¿Cómo estuvo tu día? —estaba delirando. Estaba en ese punto. — Una mierda. La verdad que mi día fue una mierda. —se puso de pie. —acá tenes el baño de mierda. Pasó delante de Ian, pero no lo miró. Luego se encerró en su habitación. Lo odiaba. Había logrado en tan sólo unos pocos días aquello que no había logrado nadie. Germinar un sentimiento de puro odio. No quería llorar. No le daría el gusto. Tenía la sospecha que por cada lágrima que caía de sus ojos, él largaba una carcajada de satisfacción. No lloraría. No. En su lugar comenzó a golpear a un pobre oso de peluche. —Deja de llorar en tu habitación. El lavarropas ya está funcionando. —dijo desde fuera de su habitación. Abrió la puerta de un tirón. —No estoy llorando. ¿Cómo que ya está funcionando? ¿Cómo hiciste tan rápido? No le creyó y fue hasta el baño. Era verdad. Lo miró con bronca. —Solo debías colocar la manguera en este orificio. No era tan difícil. Lo señaló. Ian miró el dedo que lo apuntaba y le regaló una mirada cargada de soberbia. —Te odio. Lo juro. —Y volvió a encerrarse en la habitación. Odiaba que hiciera que todo pareciera tan fácil. Idiota sabelotodo. —¡Te odio! —Gritó desde su habitación, con la esperanza que la escuche.
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