Capitulo 04

3373 Words
—¿Qué haces en mi departamento? Esa no sería una pregunta extraña si la que la hubiese formulado fuese ella, pero salió de los labios de Ian. —¿Tú departamento? Acabo de mudarme, es mi departamento. Ian miró hacia las cajas en la sala y luego a sus cajas en el pasillo. —Yo alquilé este departamento. —Le dedicó una fuerte mirada—. ¿Este es un intento de juego de tu novio y sus amigos? Le llevó unos segundos adivinar que se refería a Joaquín. —No es mi novio, y no es un juego, me mudé acá hoy. Tiene que haber un error. Es el 8°A, te equivocaste... —No me equivoque. Yo alquilé el 8°A. Vos estás equivocada. —Quiero ver tu contrato. —No soy idiota, alquilé este departamento. No podía estar pasando esto. —Quiero verlo. —Intentó sonar tranquila y segura, pero estaba entrando en una crisis. Ian caminó hasta el pasillo y rápidamente buscó en una caja su copia, fue hasta la mesa de té y apoyó el papel. Cuando Pupi iba a mirar se lo sacó del campo de visión. —Trae el tuyo también. Mierda, no recordaba donde estaba. Su madre le había dicho, pero no le prestó atención porque supuso que lo encontraría mientras desempacaba. Buscó en una caja. En otra. Y en otra. Miró a Ian que la observaba impaciente con esos insensibles ojos grises. —Dame un minuto. —¿Siempre sos así de desordenada? Esa pregunta la ofendió. Aunque si era desordenada, él lo hizo sonar como una ofensa. —Estoy en mitad de una mudanza.— respondió con indignación. Cuando caminó hacia la siguiente caja un pinchazo en el tobillo la paralizó. En la caída se debió haber torcido. Intentó disimular. No quería parecer débil frente a Ian, la fuerte mirada ya la estaba intimidando mucho. Se sentía como un pequeño animal en manos de su presa. —Yo también, pero sabía en qué caja estaba. — dijo con ironía. No le respondió, Mei la había entrenado en el sarcasmo. Fue hasta su habitación para buscar en las cajas que se encontraban allí. Después de revisar por varios minutos, finalmente lo encontró. Lo apoyó sobre la mesa de té y se dejó caer en el sillón al lado de Ian que se alejó unos centímetros. El tobillo le latía. Ian colocó los dos contratos uno al lado del otro y los observó en silencio. Luego la miró. —Es el 8ºA. — susurró. —Te dije que estabas equivo... —Los dos tenemos el 8ºA. Es el mismo contrato. Vamos. —¿Adónde? —A la inmobiliaria. Tiene que haber un error. Se puso de pie, intentó caminar sin renguear. Entraron las cajas de Ian que habían quedado en el pasillo y luego bajaron el ascensor en absoluto silencio. Realmente esperaba que hubiese un error, porque tenía que resolver esto sola, no podía llamar a sus padres. Y rezaba que, para resolverlo, la señora de la inmobiliaria no recurriera a ellos, porque la subirían al primer avión. Caminaron las dos cuadras en el mismo silencio. Pupi siempre dos pasos por detrás de Ian, el tobillo la estaba matando, pero no iba a mostrar debilidad justo ahora. Intentaba seguirle el ritmo a pesar del dolor. Cuando llegaron a la inmobiliaria un nudo se le instaló en la garganta. La persiana estaba baja y había un cartel que decía "Clausurado" y en aerosol rojo la palabra "LADRONES". —No puede ser. — susurró. Cerró los ojos para evitar que las lágrimas, que pinchaban sus ojos, se escaparan. Ian no dijo ni una sola palabra, comenzó a caminar en dirección al departamento. Pupi lo siguió. El silencio se prolongó en el departamento. Ambos miraban los contratos. Ian de vez en cuando cerraba los ojos como si estuviese pensando. —¿De verdad no es una trampa de tus amigos? —preguntó finalmente. —No, ¿Por qué haríamos algo así? ¿Cómo? —Todos ustedes son hijos de políticos, no sería difícil conseguir esta información. El concepto que tenía de ellos la enojó, pero no dijo nada al respecto. —Ellos no saben que estoy viviendo sola. —confesó. —Podes pedirle a tu papá que te alquile otro departamento. —No, no puedo. —Lo último que quería era llamar a sus padres—. Ellos no están en el país. —¿Qué tiene que ver? Que deje sus vacaciones y te busque otro departamento. —Llegue primero al departamento, te toca irte a vos. Ian revoleo los ojos. —Firmé el contrato un día antes, con esa política el departamento es mío. —¡Mierda! — ¿Por qué no podés llamar a tu papá? No quería decir la verdad, podría usarlo en su contra, pero no tenía opción. —Porque se fue a trabajar a México por un año, y mi mamá está con él, si lo llamo me van a subir al primer vuelo disponible. ¿Por qué no podés irte vos? —Porque gasté todos mis ahorros, y dudo que la inmobiliaria, que ya no existe, quiera devolverme la plata. — Ian recorrió el departamento con la mirada—. ¿Te mudas sola o tu novio se muda con vos? —No es mi novio. —se estaba cansando de aclarar eso. —¿Todas esas cajas son tuyas? Pupi sintió que sus mejillas se ruborizaban. —Sí, son mías. Miró en dirección a las cajas de Ian que eran un cuarto de la cantidad de las de ella. —¿Cómo sabes mi nombre? —Todo el maldito colegio sabe tu nombre, princesa. ¿Cómo sabes vos el mío? —Todo el maldito colegio sabe tu nombre, antisocial. —lo imitó. — Llegaste a quinto siendo becado. —reconoció finalmente. De nuevo silencio. Miró el departamento buscando una solución que no sea llamar a sus padres. Iba resolver esto sola, esta experiencia era sobre madurar, y el resolver sus problemas sin llamar a papá era el primer paso. Una idea se le vino a la cabeza y la dijo en vos alta antes de descartarla por completo, porque era una absoluta locura. —Hay dos habitaciones... —No. —Sentenció Ian. Sí, ella esperaba esa respuesta. —Vos no tenes plata, yo no quiero irme a México. Voy a ahorrar de la mensualidad, y cuando alguno de los dos logre reunir el dinero se va. Será más fácil así, siendo dos, los gastos se dividen. — Pudo ver en sus ojos que lo estaba considerando—. ¿Por favor? —¿Por qué es tan importante quedarte acá? —Porque no me quiero ir estando a un año y medio de graduarme. Tengo a mis amigos, y...—el celular de Pupi comenzó a sonar. Nunca lo había sacado de abajo del sillón. Se puso de pie y recordó gracias al pinchazo, su tobillo. Se agachó en el piso y metió la mano bajo el sillón buscando su celular. Lo encontró al mismo tiempo que la llamada se cortaba. —¡Mierda! Tengo siete llamadas perdidas. — estaba a punto de devolver la llamada cuando volvió a sonar, está vez como vídeo llamada. Se acomodó ocultando a Ian— ¡Hola mamá! —¡Pupi por Dios! Estábamos por subir a un avión para volver, ¿Por qué no respondías? —¡No! No, má. Bajé a comprar algo para comer y me olvidé el celular, ¡perdón! —Bajó a comprar algo para comer, está bien Daniel. Tu papá está en un ataque de nervios. —Estoy bien, ma. —Miró a Ian— Está todo bien, decile a papá que se relaje. —¡Hola Pupi! —Su papá apareció en pantalla. —Hola papá, de verdad estoy bien. Perdón. —Dios, princesa, me asuste. Princesa. En los labios de su papá sonaba dulce. —Lo sé, perdón. Decidiste confiar en mí. —Volvió a mirar a Ian que no la miraba, estaba muy concentrado en algo que sucedía en el balcón—. No podés tomar el primer vuelo solo porque no respondo el celular. Necesitas estar concentrado en el trabajo, no te preocupes por mí. —Siempre me voy a preocupar por vos. —Sonrió a su papá con ternura. —Lo sé, pa, y te amo por eso, pero concéntrate en tu trabajo así podés volver antes. —Te amo, hija. —Yo también te amo. —Daniel, ahí está el chofer. —se escuchó a su mamá de fondo. —Intenten disfrutar su estadía en México. —Sí, tu mamá ya está haciendo planes para ir a la playa, quiere ir a Cancún, y no sé qué otros miles de lugares me mencionó. —Era muy típico de su madre, y sonrió ante eso—. Tengo que cortar, princesa. Te llamo más tarde. —Está bien, pa. Los amo. —Te amamos —dijeron los dos al mismo tiempo. Y la llamada finalizó. Ian aún no la miraba. —Perdón, debería haber ido a otra habitación. Pueden ser algo... melosos... —No pidas perdón por tener padres que te aman. Ese comentario la tomó por sorpresa y se preguntó qué tipo de relación tendría él con los suyos. ¿Por qué estaba viviendo solo? —Ok, vamos a compartir el departamento, pero hasta que alguno de los dos tenga la plata para mudarse a otro lado. —Pupi asintió. Lo había logrado.—. Pero habrá reglas. —¿Reglas? —Nada de amigos o novios. Nadie puede saber que estamos viviendo juntos. Si el colegio se entera de esto me va a expulsar y la única forma que no se enteren ellos es que nadie lo sepa. —Pupi asintió de acuerdo con eso—. El baño es tuyo a la noche, mío a la mañana. —Pero me ducho para despertarme. —Tendrás que cambiar eso. —iba a responder, pero siguió. — Cada cual se compra su comida y no toca la del otro. Lo mismo con la ropa, cada cual se lava la suya. Como tengas tu habitación no me importa, pero los espacios en común como cocina, baño y comedor se limpian a diario. Iremos rotando. —¡Wow! Stop señor militar. Pupi empezó a dudar si esto era una buena idea. La idea de independencia era que nadie le diga lo que tenía que hacer y este chico estaba imponiendo sus propias reglas. —Las reglas ayudan a la convivencia. Vivimos juntos, pero no somos amigos, no me interesan tus cosas, ni a vos las mías. —Ya entiendo porque no tenes amigos. —No me interesa tener amigos, no los necesito. Pupi reprimió las ganas de pedirle disculpas por ser una chica socialmente activa. —Bien. —Se rindió— Como quieras, voy a terminar de ordenar mi habitación. —se detuvo en la puerta. — El lavarropas que estaba en el departamento lo llevé a un depósito, traje el que estaba en mi casa porque es más nuevo, como no soy tan antisocial, como vos, no hay problema que lo uses. Y el televisor que ves allá —lo señaló — también es mío, podes usarlo con total libertad, es más, te ofrezco una sesión en Netflix, porque dudo que quieras compartir la mía. No esperó una respuesta y se metió en su habitación. Esto de la mudanza no estaba resultando como lo planeó. Ian tenía razón, si se enteraban en el colegio, no solo lo expulsarían a él, ella también corría el riesgo, no verían con buenos ojos que dos alumnos de sexos opuestos vivieran juntos, y les importaría poco la razón de ello. Si esto salía a la luz, perdería todo por lo que decidió quedarse. Pero, ¿Cuánto tiempo podría ocultar esto de Mei? ¡Oh, no! Mei se le había declarado a Ian, era obvio que algo sentía. ¿Se enojaría con ella por esto? No era su culpa, pero si Mei estaba enamorada de Ian... Esto era una locura. ¿Realmente había accedido a convivir con Ian Santos? El chico la odiaba. Ian golpeo la puerta de su habitación. —¿Si? —dijo al abrirla. —Tomá. —Le alcanzó una cajita— para tu tobillo. Miró la caja y luego a Ian. Se había dado cuenta, a pesar de que intentó disimular. —Gracias. —De nada. Se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta del departamento y se fue. Observó el comedor. Las cajas de Ian ya no estaban. Y había apilado las de ella de forma muy ordenada a un costado, cosa que no estorbaran. El televisor estaba conectado sobre una cómoda de tres cajones que se encontraba en el comedor. Ella también había pensado que ese sería el lugar ideal, porque se podía ver desde el sillón y la mesa. El lavarropas no estaba. Fue hasta el baño y lo encontró conectado y ya encendido. Acomodó unas cosas en la cocina, y para las siete de la tarde había hecho todo. Decidió tomar una ducha, dado que no había rastros de Ian, podría hacerlo tranquila. ¿A dónde había ido? Tomó su caja que decía baño, acomodó algunas cosas, las cremas y perfumes las dejaría en su habitación. Ian ya había puesto su cepillo de dientes y una maquinita de afeitar. Era un chico misterioso. No tenía grandes cosas. Había contado cinco cajas como mucho. Buscó las sales de baño y la espuma. Necesitaba relajarse y cuidar su tobillo, un baño así ayudaría. Al salir tendría energía renovada para hacer frente a Ian y su humor de porquería. ¡Por Dios! Estaba viviendo con un chico. Que odiaba a sus amigos y que era el blanco del equipo de rugby. Bueno, pero si nadie se enteraba, no había problema. En el colegio actuarían como si no se conocieran, entonces nadie sospecharía nada. Había tenido razón en eso. Mientras lo mantuviesen en secreto estaban a salvo. En algún momento debió quedarse dormida porque la despertó el golpe en la puerta. El agua ya estaba tibia. —¡Voy! Perdón. La puerta se abrió antes de que se ponga de pie y se cubrió de forma espontánea. —No vivís sola, princesa. Estoy golpeando hace 15 minutos. Wow, hizo sonar el "princesa" como un insulto, otra vez. —Perdón, me quedé dormida. ¡No podés entrar así! ¡Soy una chica! —gritó. —Me da igual. —tomó algo del botiquín del baño, la pasta dental. Cepilló sus dientes y salió. Observó la puerta cerrada, ¿Le daba igual? ¿No la veía como una chica? No sabía cómo sentirse con eso, ¿relajada o insultada? Se colocó su bata de baño y salió. —Ya está el baño. —gritó a la puerta de la habitación de Ian. Su celular comenzó a sonar sobre la mesa de té. Miró la pantalla. Mei. —Hola amiga. —contestó mientras se dejaba caer en el sillón. —Hola. ¿Cómo va la nueva casa? —Miró hacia la habitación de Ian. ¿Se enojaría su amiga si se enteraba? —No es fácil —reconoció. — pero manejable. O eso esperaba. —Bueno, la libertad no es sencilla. Por mucho que la deseemos. Sonrió a su amiga. Algo que nadie sabía de Mei era su afición por la filosofía. El tema es que su libertad ahora estaba ligada a un chico socialmente defectuoso. —Supongo que no. ¿Tu día? ¿Tú mamá? —¡Una mierda! Creo que empeora con el tiempo, no puedo con esto, ¿en qué momento me convertí en la mamá de mi mamá? —Cuando se fue tu papá. Habían tenido esta conversación miles de veces, y sentía pena por su amiga. Quería ayudarla, pero más que escucharla no podía hacer, y eso la frustraba a veces. —Sí, no me recuerdes a ese, me está pidiendo que vaya al nuevo restaurante que abre hoy, no es que me quiera ahí realmente, pero va a estar la prensa y bueno, ya sabes... —No vayas. — no tenía energía para alentar a su amiga. —Creo que eso hare. Estoy cansada, Pupi. De mi mamá, de mi donante de e*****a, de todos. Ian salió de su habitación y la observó detenidamente y luego se dirigió hacia la cocina. Se olvidó lo que estaba a punto de decir. —¡Hola, Pupi! ¿Estás ahí? —Sí, perdón. Vas a aguantar porque no está en tu naturaleza abandonar a los que amas y podrás decir todo lo que quieras, pero amas a tu mamá. —Lo sé, y por eso me enojo conmigo. Soy una tonta. Tenía ganas de contarle por lo que estaba pasando. Mei era una persona práctica. Le resolvería este lío de forma inmediata. —No sos una tonta, Mei. Sos una buena persona con un corazón enorme, que no puede dejar de lado a las personas que ama, sin importar que. Mei rio. —Eso me hace una tonta. Hablando de tontos. Me llamó Cami, al parecer todos están indignados porque tus padres no fueron al almuerzo del equipo. —Cierto que era hoy. Raro que Joaquín no me mandó mensaje en todo el día. —Que Joaquín se mate. Bueno, estoy enojada, no doy buenos consejos en este momento. Pupi comenzó a reír. —Enojada o feliz, habrías dicho lo mismo. Si fuese por vos, matarías a todos los hombres. —Es culpa de mi papá, Freud se haría una orgía con mi familia. Largó una carcajada. —¿Acabas de usar padre, Freud y orgía en una misma oración? Mei rio. —Supongo. Bueno, me alegro escucharte bien. Me voy a vestir para ir a preparar la orgía de Freud. Hablamos mañana. —Chau amiga. Éxitos con tu papá. —Gracias. —colgó. Desde el sillón observó a Ian que le daba la espalda en la cocina, ¿Estaba cocinando? Se moría de hambre. —Intenta no andar desnuda por la casa —dijo sin mirarla. No estaba desnuda, llevaba su bata de baño. Se observó y se dio cuenta que la bata se había abierto y dejaba toda su pierna izquierda a la vista. Avergonzada, se puso de pie y corrió a su habitación. ¡Qué vergüenza! Pero si no la veía como una chica, por qué le molestaba que anduviese desnuda por la casa. Se cambió con un short de jean y una remera que había visto mejores días. Incluso poco quedaba del n***o original de la tela. Había tenido que salvar a esta remera muchas veces de su madre y su ataque de tirarla a la basura, pero no podía dejarla ir. Era su favorita. Llevar algo tan de ella, la hacía sentir en casa, a pesar que la presencia de Ian no le brindaba esa comodidad. Cuando salió de la habitación Ian estaba en la mesa comiendo. —¿Ya está la comida? No la miró. —La mía, sí. La tuya, no sé. Ese comentario la tomó por sorpresa. —No compre nada para comer. —No es mi problema. —se puso de pie con su plato ya vacío, se acercó a la pileta de la cocina y lo lavó. Las cosas que había usado para cocinar ya estaban todas limpias secándose. Limpió la mesa, y se volvió a sentar con un libro que Pupi reconoció. Estaba estudiando. Tomó su celular en el bolsillo trasero y buscó a Mei en sus contactos. ¡No! Resolvería esto sola. Volvió a su habitación y se colocó un abrigo, guardó su billetera y las llaves y se fue a buscar un lugar para comprar algo. No tenía idea a dónde ir. Pero era la época del delivery, seguramente había algo donde comprar comida en la zona. Estaba enojada, tenía miedo, y hambre. Caminó sin sentido un par de cuadras hasta que reconoció la pizzería a la solían ir durante el almuerzo. Ahora vivía cerca del colegio, por ende, cerca de esta fabulosa pizzería. Perfecto. Un poco de su comida favorita le levantaría el ánimo y le daría energía para llegar a mañana.
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