Capitulo 02

2857 Words
El imponente edificio de la escuela era un infierno cuando llegabas tarde. Ocupaba toda una manzana, y su aula se encontraba en la otra punta de la puerta de ingreso. Se había quedado dormida. Y ahora corría por el pasillo con la esperanza de llegar al aula antes del segundo timbre de aviso. Habían vuelto tarde de la cena y no escuchó el despertador esta mañana. No era una persona madrugadora, las noches era su momento del día. Disfrutaba la quietud del mundo a su alrededor y la compañía de la luna. Algunas noches se quedaba horas observándola a través de la ventana de su habitación. Un cuerpo apareció en su camino y se dio de lleno contra él. Rebotó y fue a parar directo al piso. ¡Mierda! Eso dolió. —Perdón. —Dijo mientras se miraba la rodilla. —Fíjate por donde vas, princesa. El tono hostil hizo que mirara hacia arriba. Se encontró con unos fríos, y muy enojados, ojos grises. —Perdón. —Repitió. El chico la ignoró y siguió caminando. ¡Wow! Qué carácter. Otro chico la ayudó a levantarse. El segundo timbre sonó y eso le recordó que estaba llegando tarde. Le agradeció y corrió hasta su aula. Mei la observaba recuperar el aire. —Me quedé dormida. —dijo entre jadeos cansados. —Me imaginé. —Corrí desde la entrada y me choqué con el antisocial de quinto. Y me lastimé la rodilla. Volvió a mirarse la herida. —Vas a sobrevivir. Ver a Pupi caer en mitad del pasillo. ¿Cómo me perdí eso? Espero que este en **. —Mei sacó el celular. —Muy graciosa. —Escuché que no funcionó ningún plan para expulsarlo. —dijo Camila, desde el asiento de adelante. —¿A quién? —Al antisocial de quinto. —¿Y por qué quieren expulsarlo?. —Porque es becado. —sentenció Mei. El colegio aceptaba, cada año, cinco alumnos becados para primer año, era la forma de hacer caridad. De esos cinco, era un porcentaje muy bajo el que llegaba a la graduación. La mayoría no soportaba el peso social y el ser discriminado por el resto del alumnado. Y el otro tanto, no conseguía mantener las notas para seguir mereciendo la beca. Los becados no podían tener menos de promedio nueve. Era mucha presión para un adolescente, y el colegio era demasiado exigente. Ella apenas conseguía aprobar, y A veces ni eso. —¿Llegó a quinto siendo becado? —se sorprendió. Lo había visto un par de veces, pero siempre solo, pensó que era antisocial, nunca sospechó que era becado. La mayoría no pasaba de tercer año. —No habla con nadie, y los tres primeros años formó parte del equipo de rugby. Según Hernán, era muy bueno y eso lo mantuvo a salvo. El año pasado, de un día para el otro, decidió abandonar el equipo y los chicos no han podido conseguir que se vaya, todavía. Pupi recordaba haberlo visto en los partidos, pero no había notado que ya no formaba parte del equipo. ¿Por qué alguien dejaría aquello que lo mantenía a salvo? —El chico es toda una leyenda en el colegio y Pupi no está ni enterada. —se burló Mei. —No vivo del chismerío. —No, el chismerío vive de nosotros. Hola Pupi. —Joaquín se acercó y le dio un sonoro y coqueto beso en la mejilla. —¿Te quedaste dormida? Quiso poner distancia entre ambos, pero el estar sentada y tener a Joaquín prácticamente sobre su escritorio lo convirtió en una tarea sumamente difícil. —Sí. Joaquín era divertido, pero cuando se ponía en plan de conquista era insoportable. Era el chico lindo del colegio. El número uno. Que Pupi lo rechace de forma constante le había dado la fama de «perra». Obviamente el apodo se lo habían dado todas aquellas chicas que querían a Joaco y el rechazaba públicamente, haciendo una escena de que solo tenía ojos para Pupi. En la intimidad era otra cosa. Sabía que salía con varias chicas a la vez. Era precioso. Alto, musculoso, rubio ceniza, ojos celestes como el cielo y un rostro que muchos envidiaban. No era el mejor alumno, su padre era un hombre de la política muy importante, y posiblemente no necesitaría estudiar nunca más en su vida, pero, si por alguna razón, no quería vivir de su padre, tendría una próspera carrera de modelo. Y aun así, a pesar de toda la belleza de Joaquín, había algo que no le atraía. —Mañana puedo pasar a buscarte si estás teniendo problemas para despertarte. —Gracias, pero no. —Rechazado de nuevo. Mei rió por lo bajo. —Si dejaras de insistir dejarías de ser rechazado. —Lo sé, pero mantengo la esperanza. Joaquín le guiñó un ojo antes de volver a su asiento. *** Hacía ya una semana que habían ascendido a su padre y casi no lo había visto. Incluso hubo noches en que no fue a dormir a la casa. Intentaba ser paciente. Sabía que su padre ahora tenía más responsabilidades y debía adaptarse, pero tenerlo menos que antes le estaba doliendo. Lo extrañaba con locura. Su madre intentaba manejar la situación, pero no podía ocultar la tristeza en sus ojos. Pero esa mañana habían prometido ser fuertes para apoyar a su padre en esta nueva etapa, su papá las necesitaba fuertes. Este momento pasaría y volverían los momentos de disfrute y tiempo juntos. El colegio era doble escolaridad. Durante la mañana mantenían clases en español, luego tenían 30 minutos para almorzar y durante la tarde complementaban las clases de la mañana, pero en inglés, y muchos tenían otras actividades como deporte, arte, etc. Generalmente almorzaban en la misma mesa en el patio. El grupo era el de siempre. Mei, Camila, Hernán, Joaquín y ella. —¿Cómo le está yendo a tu papá en el nuevo puesto? Sacó la vista del almuerzo que había comprado en el comedor para mirar a Joaquín. —Casi no lo veo. Está muy ocupado, pero en un tiempo volverá todo a la normalidad, supongo. —Voy a preguntar esto, aunque ya sé la respuesta. El almuerzo para el equipo es en dos semanas... ¿Queres ir conmigo? Le regaló una sonrisa torcida a Joaquín como disculpas. —Ya sabes la respuesta. —Pero, ¿vas a ir? —No lo sé todavía. —Tenes que ir. —indicó Camila. Era el primer evento que no estaba a cargo de la organización en tres años, y se sentía realmente bien no tener ese peso, ni la obligación de ir. La tradición del colegio indicaba que el comité de eventos debía organizar estos tipos de acontecimientos, pero las chicas de quinto habían solicitado permiso para hacerse cargo este año, el cual cedió con gusto. Le habían dado el lugar de presidenta del comité de eventos el año pasado, cuando Sandy tuvo que abandonar el colegio. Prácticamente la obligó a tomar el puesto, y no tuvo oportunidad de negarse. Su celular vibró. «Ya estoy en casa. ¿Tenes examen? ¿Puedo pasar a retirarte?» Le sonrió al celular. Siempre firmaba con lo mismo. «Te amo, papá» como si el celular no le dijera quien era el remitente, y usarán siempre la misma ventana de conversación . Respondió inmediatamente. «Libre de exámenes. Te espero. También te amo». —Mi papá está en casa, pasa a buscarme. Nos vemos. —Miró al grupo—. ¿Alguien puede llevar la bandeja al comedor por mí? —Yo la llevo. Suerte con tu papá. —Abrazó a Mei y salió corriendo hacia el aula para guardar sus cosas. Necesitaba pasar tiempo con él. Estaba tan feliz que no vio a la persona frente a ella y chocó. Volvió a aterrizar de culo en el piso. Alzó la mirada para disculparse. Y se volvió a topar con esos gélidos ojos grises. Ian Santos. El antisocial de quinto. Estaba empezando a tomar por costumbre el chocar con él. Una pésima costumbre teniendo en cuenta el profundo odio en sus ojos. —Sé que no podés ver más allá de tu propio ego, pero no estás sola en este colegio, princesa. Otra vez ese tono. Había usado el apodo que solía utilizar su papá, pero en sus labios pareció un insulto. —¿Estás bien, Pupi? Miró hacia atrás para ver a su grupo llegar corriendo. El primero fue Joaquín que la ayudó a ponerse de pie. —Estoy bien. —Miró a Ian—. Perdón, no te vi. —No le pidas perdón al becado. ¿Te golpeaste? —movió su cuerpo para quedar en medio de ambos, como si quisiera protegerla de Ian. —Estoy bien. De verdad. —¡Ey, idiota! —dijo mirando a Ian, después de corroborar que ella estaba entera—. La próxima vez fíjate por donde caminas. Joaquín le plantó el cuerpo, se sorprendió al darse cuenta que Ian era más alto. Joaquín medía un metro setenta, por lo que Ian debería estar en el metro ochenta. Se lo notaba fuerte, pero no abusaba del gimnasio como Joaquín. Cabello n***o como la noche, con grandes ondas y un corte rebajado a la altura de las orejas que le daba un aspecto despeinado salvaje. Sus rasgos eran delicados, labios gruesos que en un ser más amable provocarían besarlos, pero los fríos ojos te abstenían de hacerlo. Si no fuese tan antisocial y amargado, seguramente sería muy popular entre las chicas. —No van a pelear por esto. Me lo llevé por delante. No pierdas el tiempo en esto, Joaquín. El almuerzo ya termina. Cruzaron miradas unos segundos más y finalmente Joaco la miró. —Vamos, te acompaño. Quiero saludar a tu papá. Asintió. Si eso ayudaba a que no peleen podía aceptarlo. Lo sujetó del brazo para que la siguiera. —Algún día, cuando salgan al mundo real se van a dar cuenta que no son más que parásitos. —Dijo Ian cuando ya le habían dado la espalda. Joaquín se soltó y volvió a hacerle frente. —¿Qué dijiste? —Lo que escuchaste. Sus intentos infantiles por expulsarme me causan mucha gracia. —Le golpeó el pecho a Joaquín y comenzó a caminar. Joaco iba a responder al golpe hasta que se dio cuenta que había pegado una hoja en su camisa. La sujetó y frunció los ojos. Era una hoja impresa que decía: «Andate antes que te arrepientas.» Pupi miró a Joaquín. —Eso si es infantil. El chico se gradúa a fin de año. —lo retó. —Yo no fui. Y el equipo tampoco. No es nuestro modo de operar. Hernán estuvo de acuerdo. El parlante del colegio se encendió. «Guadalupe Carrizo la pasaron a retirar. Concurra a secretaría con sus cosas.» —Mi papá. Todo lo demás pasó a un segundo plano. Corrió al aula y guardó todo en tiempo récord. En diez minutos ya estaba en el auto con su papá. —¿Seguro que no tenías examen? —Preguntó de nuevo. —100%. Te extrañe mucho. —Yo más... Observó a su papá. Se lo notaba cansado, había perdido peso, pero lo que más llamó su atención fue el tinte de preocupación en sus ojos y las marcadas ojeras. Nunca lo había visto así de cansado. —¿Mamá está en casa? —Sí, nos espera para almorzar. —Ya almorcé. El almuerzo en el colegio es a las 12:30. —¿Qué hora es? Que su padre no supiese que hora era revelaba lo ocupada que tenía la cabeza. Era un hombre extremadamente ordenado y meticuloso. Ella había heredado la personalidad dispersa y despreocupada de su madre. —Van a ser 13:10. Podrías haber descansado y cenábamos todos juntos esta noche. La mirada fatigada de su padre la inquietó mucho. Necesitaba dormir, no pasar el tiempo con ella. —Hay algo que debemos conversar, pero... mamá es mejor en estas cosas. No le gustó como sonó eso. Pero no dijo nada más, el resto del viaje fue en silencio. Sandra, el ama de llaves, les abrió la puerta. Tenía los ojos rojos como si hubiese estado llorando. ¿Qué diablos...? —Hola señorita. Bienvenida. —Hola... ¿Estás bien? Esquivó su mirada y se dirigió hacia la cocina. Miró a su papá que no parecía sorprendido. En sus sesenta y largos, Sandra se había ocupado de los quehaceres domésticos desde antes de que ella naciera, la consideraba un m*****o más de la familia y no era normal este comportamiento. El miedo se apoderó de Guadalupe, algo no estaba bien. Su madre se encontraba sentada en el enorme sillón blanco de la sala y se puso de pie en cuanto los vio. —¿Qué está pasando? ¿Qué le pasa a Sandra?—miró a su madre buscando una respuesta. —Vamos a almorzar primero... —Ya almorzó, Martina. Vamos a hablar ahora. El tono de su padre le heló la sangre. Cambió la mirada de uno a otro intentando adivinar. La mirada resignada de su madre por poco no la hace llorar. —Tomemos asiento entonces. Su madre volvió a ocupar el lugar en el sillón blanco. Pupi decidió que era mejor mantener distancia así que ocupó el sillón individual y su padre se sentó junto a su madre y le sujetó la mano. Eso la tranquilizó un poco. Descartó la posibilidad del divorcio que había invadido su cabeza desde que ingresó a la casa. —La empresa de papá abrió una nueva sucursal y necesitan que él esté ahí durante el primer año. —Ajá, eso es genial.— ¿Por qué los dos tenían esa expresión tan preocupada? Era una buena noticia, ¿O no? —Sí, es genial. Pero, cielo, la nueva sucursal donde lo necesitan por un año es en México. —¡¿Qué?! —Se puso de pie —¿Te vas a ir un año a México? La mirada preocupada de sus padres la puso más nerviosa. —Cielo, todos debemos ir a México. —Susurró su madre. —¡¿Qué?! ¡No! Estoy a un año y medio de terminar el colegio. Mei... No. ¿No pueden esperar a que me gradúe? —sintió como las lágrimas pinchaban sus ojos y el nudo en la garganta la asfixiaba. —Debo estar en México en dos semanas. —¡No! ¡Papá! —Pupi— su padre intentó alcanzarla, pero ella se alejó—. Lo siento mucho, princesa. Intenté solucionar esto de otra manera por eso casi no estuve en casa está semana, pero la empresa quiere que viaje sí o sí. —Puedo quedarme con Mei. ¿Por qué mamá tiene que viajar? —comenzó a balbucear. —Debo buscar inversionistas y... además no podría estar alejado de las dos por un año. Son mi motor. —Pero papá... —No voy a dejarte viviendo con Mei. Adoro a Mei pero su mamá no está en condiciones de tratar con dos adolescentes. Eso era cierto. Estaba en tratamiento psiquiátrico hace un año después de un intento de s******o. —Cami... —¡NO! —Sentenció su padre— aún desconozco a que se dedica su familia, no te voy a dejar viviendo ahí. Prefiero que vivas sola que.... —¡Daniel! Su padre se dio cuenta tarde del error que cometió. —Puedo vivir sola. Puedo hacerlo. —No, no podes. La casa no es nuestra, es de la empresa, no puedo dejar a una menor viviendo sola por un año. —Siempre me están diciendo que debo madurar y no depender tanto de ustedes, puedo vivir sola. Pupi notó que su padre lo estaba evaluando. Su mamá lo notó también. —Daniel, tiene 16 años. —Cumplo 17 en agosto. —No estaba considerando la idea de dejarla sola, Martina. Nuestra mayor competencia me ofreció, hace tres meses, el mismo puesto que tenía, podría... —No —Lo cortó Guadalupe— invertiste mucho tiempo y trabajo, esto está pasando porque reconocieron tu esfuerzo. No renuncies por mí. Puedo vivir sola. Quiero intentarlo y quiero que confíen en mí. —Sé que parece difícil ahora —intervino su madre cuando vio la confusión en el rostro de su padre —. Dejar el colegio y tus amigas. Pero ellas estarán acá cuando volvamos. Es un año, cielo. —Pero me perdería el último año y la entrega de diplomas y... Son momentos que quiero compartirlos con ellas. —Harás recuerdos más valiosos en el futuro. —Martina, vamos a pensar. Ella planteó una alternativa que no consideramos y es justo que la analicemos. No puedo pedirle que cambie toda su vida por mi trabajo. Y quiero analizar bien esta posibilidad. —Daniel, tiene 16 años. —repitió. —Lo sé, pero es justo que analice esta alternativa, y ver de qué forma podemos resolverlo. No estoy aceptando esto, quiero evaluarlo. Su mamá no estaba feliz con eso, pero asintió. —Gracias, pa. No era un sí, pero había conseguido que lo piense. No quería dejar todo, encontraría la forma de quedarse.
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