Capitulo 01

2624 Words
—Creo que Hernán me está engañando. — susurró Camila mientras observaban una vidriera. —Probablemente. — respondió Mercedes con tranquilidad. —La fidelidad es un bicho raro. Esos zapatos quedarían geniales con el vestido que te compraste ayer para el almuerzo del equipo. Guadalupe observó a sus amigas. Se conocían desde hace cuatro años, cuando ingresaron en la secundaria Sagrado Corazón de Jesús. Un colegio que se caracteriza por la exigencia y los nombres que ha dado al país a lo largo de la historia. Por lo que está reservado para una minoría muy exclusiva. Mercedes era hija de Claudia Boero, una de las pocas modelos de alta costura del país, se había retirado hace unos años a razón de su poca estabilidad emocional, pero no borraba el hecho de que había sido de las modelos más hermosas de Argentina; y su papá era un importante empresario gastronómico, dueño de una gran cantidad de restaurantes alrededor del país. Mei había heredado la apariencia de su madre. Alta, morocha, cuerpo perfecto, ojos color esmeralda y la veloz inteligencia de su padre. Esto la convertía básicamente en una mujer peligrosa. Hermosa e inteligente, y totalmente consciente de ello. Camila, por otra parte, era de la misma altura que Guadalupe, metro y medio con suerte, castaña de ojos marrones, y una personalidad muy singular, que generaba atracción en el sexo opuesto casi de forma inmediata. Y aun hoy, después de cuatro años desconocían a que se dedicaba específicamente su familia, pero parecían estar en el negocio de la construcción. Camila no hablaba del tema, y tampoco se le preguntaba mucho, pero sabían que no había sido así siempre, cada tanto, hacía algún comentario que les daba entender que durante su infancia había atravesado muchas carencias, pero lo quería seguir manteniendo oculto, principalmente en el colegio. Creía que, por esa razón, para Camila, las apariencias eran tan importantes. Había insistido para salir con Hernán, uno de los chicos más lindos del colegio y parte del equipo de Rugby. Y su mejor amigo. No coincidía con muchas de las cosas que pensaba Camila, pero ¿Quién era ella para juzgar? Aceptaba a su amiga tal cual era. Guadalupe era el opuesto a Mei, rubia, ojos turquesas, no tenía gran altura, pero su cuerpo estaba bien proporcionado. Su padre, era director de seguridad informática en una de las empresas más importantes de Argentina. Las tres estaban catalogadas como las reinas del colegio. Título que se habían ganado gracias a su belleza. Título que no le importaba en lo más mínimo. De las tres, Camila era quien más disfrutaba y abusaba del estatus social dentro del colegio. —No sé para qué insistís en estar de novia con él. Te fue infiel desde que comenzaron a salir hace un año. Hernán era su mejor amigo, lo amaba, pero sabía que se comportaba como un idiota con Camila, ya habían discutido eso muchas veces, y con Camila también, pero siempre terminaban volviendo, por lo que ya ignoraba el tema. Camila la observó unos segundos, luego volvió su mirada hacia la vidriera. —Porque es lindo, sería el capitán del equipo de no ser por Joaquín, y su papá es un importante hombre de la política. Guadalupe rodó los ojos. El ochenta por ciento del alumnado eran hijos de políticos, pero el padre de Hernán estaba entre los más importantes. —Muy profundo. —Susurró. Mei comenzó a reír. —La profundidad no es una de las cualidades de Camila. No todos tenemos una familia ideal, Pupi. Siempre le echaban en cara las mismas cosas. —Mi familia no es ideal. —respondió aburrida. —Y no tiene nada que ver... —Pero se aman. —La interrumpió Mei. — Es más de lo que Camila y yo podemos decir de los nuestros. Cami, ¿Te vas a probar estos? ¿O te gustaron más los otros? —Me los voy a probar. Deberías aceptar la invitación de Joaquín. —Dijo mientras entraban al negocio—. El chico lleva insistiendo cuatro años. Son el uno para el otro. Salir de compras después del colegio era algo que disfrutaba mucho, pero hoy había algo que le molestaba, pero no podía identificar que era. No se sentía cómoda entre sus amigas. —No me interesa Joaquín. Es un buen amigo, pero nada más. —Deberías aprovechar... Hola, quería probarme los zapatos plateados de la vidriera. La empleada de la tienda, unos pocos años mayor que ellas, las observó detenidamente. Las tres estaban con el uniforme escolar. Pollera negra, camisa blanca con el escudo del colegio, y el blazer de dos botones color blanco, y los bordes negros. La única diferencia entre las tres era el calzado, Mei y Camila llevaban los zapatos reglamentarios, mientras que Pupi utilizaba sus Converse, estilo botita, de color n***o. El uniforme de los varones consistía en un pantalón n***o, la camisa blanca, y la diferencia estaba en que el blazer tenía los colores invertidos, n***o, con los bordes blancos. El colegio además de ser exclusivo era estrictamente religioso y conservador, algunas normas se habían quedado en el siglo XV, y había rumores que las había impartido el mismo Vaticano, claro que esto último era falso. Las nuevas generaciones habían intentado modificar esto, pero sin mucho éxito. Podían suspenderte, incluso expulsarte, si encontraban adolescentes hormonales dando una manifestación de afecto durante el horario escolar. El colegio tenía prohibido, incluso, que una pareja vaya de la mano. Era ridículo, pero la institución marcaba este punto con mucho orgullo. A razón de esta regla del medioevo, el alumnado había encontrado la forma de manifestar sus relaciones, el chico solía prestarle su blazer a la chica los primeros días de relación, y muchos vivían este intercambio con mucha intensidad. Mei solía burlarse de eso, lo veía como una declaración de territorio. Sin embargo, Camila, había llevado el blazer de Hernán por semanas. —Cami tiene razón. Tenes una idea muy romántica de las relaciones, por eso con dieciséis años todavía sos virgen. La empleada de la zapatería la observó de golpe. Sintió como sus mejillas se calentaban. —No puedo creer que hayas dicho eso adelante de todos. —Susurró. Observó hacia los lados, corroborando la onda expansiva del comentario de su amiga. Solían hacerle este tipo de escenas cuando estaban en público, y las odiaba por eso. Camila recibió el par de zapatos para probarse mientras se reía de ella. —Si tu idea es encontrar un chico bueno, fiel, romántico y toda esa porquería que lees en tus historietas, te vas a morir sola. ¿Cómo me queda? —No espero eso, solo estoy bien así. Me gustan, van a quedar bien con el vestido. Lo cierto es que alguien muy idiota le había hecho fama de "imposible", probablemente por el constante rechazo a Joaquín, por lo que ningún otro chico se le había acercado hasta ahora. —Increíble que sea un almuerzo y todos vayan vestidos de noche. Voy a probarme los blancos también. —Mei tampoco tiene novio y... —Pero no soy virgen. No necesito un hombre en mí vida para ser feliz. Disfruto de mi soltería, y eso es lo que te falta a vos. Disfrutar del sexo. Tenía ganas de experimentar el amor, pero para que eso pase, alguien, además de sus amigos, debía hablarle. Las observó debatir sobre los zapatos que Camila se iba probando. Había un malestar en su pecho, lo había sentido todo el día, pensó que salir con sus amigas lo disiparía, pero estaba empeorando. Era angustia, y no lograba identificar el motivo, pero estaba segura de que no quería estar ahí. Hoy sus amigas no lograron aplacar su malestar. Tenía ganas de estar en su casa metida en algún manga, o alguna serie de Netflix. —Me voy a casa. —Susurró. —Pupi... —la llamó Mei, pero la ignoró. Salió de la zapatería y se subió a un taxi, vio como Mei salía en su búsqueda y resignada, la observó marcharse. La llamaría más tarde. Se detuvo frente al enorme portón n***o de hierro de su casa. El auto de su padre estaba estacionado en la entrada. Buscó su celular en el bolsillo del blazer para chequear la hora. Seis y media de la tarde, esto no era normal, últimamente estaba llegando mucho más tarde. Subió la escalinata hacia la enorme puerta de madera maciza, cuando iba a colocar la llave, su madre abrió de golpe. —¡Ay! Me asustaste. —Perdón, cielo. Te estábamos esperando, justo te vi por el vitral. —Su madre la besó en la mejilla y la arrastró hacia el living. — ¿Cami encontró zapatos? Su madre había redecorado este espacio de la casa hace unos meses. Desde entonces se había transformado en su ambiente favorito, después de su habitación, claro. Le había dado un toque minimalista en colores pastel, pero lo que más amaba era la alfombra gris. Caminar descalza sobre esa alfombra era como caminar sobre nubes. —Si. ¿Para qué me estaban esperando? — preguntó mientras ocupaba uno de los sillones y dejaba la mochila en el piso. El rostro de su madre se iluminó. Debería ser buena señal, pero Martina tendía a exagerar cuando de buenas noticias se trataba. Amaba dar buenas noticias y se exaltaba tanto que terminaba exagerando. Pero eran esas cosas las que amaba de su mamá. Siempre una sonrisa y una mirada compañera. Eran casi idénticas. El mismo cabello rubio, los mismos ojos turquesas y la misma altura. Misma personalidad despreocupada si se lo proponían. Era su mejor amiga, no importaba el tema o la situación, sabía que contaba con ella. Adoraba a su madre. —Tu papá nos está esperando en el comedor. La sujetó de la mano y la obligó a correr. Ingresaron al hermoso comedor. Las paredes de ladrillos a la vista estaban repletas de fotos familiares. Hoy solo quedaban ellos tres, sus abuelos habían partido durante su infancia. Su padre estaba sentado en la cabecera de la enorme mesa victoriana para diez personas ubicada en el centro, leyendo el diario, con el enorme ventanal a su espalda con la vista del parque, dibujó una imagen hermosa para Pupi. Su padre era pura presencia sin importar lo que estuviese haciendo. Alzó los ojos almendra cuando las escuchó entrar y le sonrió. Se puso de pie inmediatamente. —¿Cómo está mi princesa? — estiró los brazos para recibirla. Corrió hacia su padre y se fundieron en un abrazo. Por todas las responsabilidades que tenía en la empresa no se veían lo suficiente, por eso atesoraba cada minuto con él. Y hoy, por alguna razón, necesitaba de un gran abrazo de oso de su padre. Entre sus brazos todo problema desaparecía. Donde su mamá era diversión, su papá era responsabilidad y se complementaban de una forma increíble. —¿Te quedas a cenar? — preguntó sin soltarse. Aspiró profundo para llenarse de la fragancia de su papá. El aroma a seguridad. —Vamos a ir los tres a cenar. Hay algo para celebrar. —Lo miró con curiosidad. Y él miró a su madre. Vio amor en los ojos de su padre, verdadero y devoto amor. Y supo, con certeza, que no había forma que él fuese infiel. Se volvió a aferrar a su padre. —Te amo, pa. El besó la cima de su cabeza. —También te amo, princesa. —¿Puedo dar la buena noticia? — preguntó su madre con impaciencia. Y eso generó que ambos estallaran de risa. —Sí, amor. Es tu momento. Pupi se separó para centrar toda su atención en su madre. Estaba realmente emocionada, miró a ambos antes de gritar: —¡A tu papá le dieron el puesto de CEO! Miró a su papá con asombro que la observaba con una enorme sonrisa. —¡Oh por Dios! ¡Felicitaciones! Estoy feliz por vos, pa. Trabajaste muy duro, me alegro de que lo hayan reconocido. —Sí, es cierto. Trabajaste mucho todos estos años. —Gracias. Lo sabía hace una semana, pero quería que sea oficial para darles la noticia. —Aunque ahora te voy a ver menos que antes. Su padre la atrapó entre sus brazos. —Siempre voy a estar para cuando me necesites. Ustedes son lo más importante en mi vida. No hay trabajo que supere eso, ¿Ok? Asintió con convicción porque sabía que era cierto. Y sintió como su madre se unía al abrazo. —Gracias por estar conmigo siempre. Mei tenía razón, ella tenía algo que muchos de sus amigos no tenían, una familia, y estaba agradecida por eso. —Vayan a cambiarse que las invito a cenar. *** Pupi se observó por última vez en el enorme espejo de su vestidor. Finalmente se decidió por un look informal. Jeans gastados, una remera sencilla y los stilettos negros daban el toque formal. No sabía adónde irían, pero podía adivinar, el restaurante francés favorito de su mamá. Se acomodó el cabello rubio al que le había dado volumen con la buclera, y corroboró el sencillo maquillaje. Un simple delineado de ojos, máscara de pestañas y lápiz labial rosa pálido. Tomó la campera de cuero n***o. Era finales de marzo y las noches comenzaban a ser frescas. Iba a disfrutar estas últimas noches templadas, antes de que el maldito invierno llegara. Salió del vestidor, sujetó la cartera y chequeó de no olvidar nada. La habitación era lo suficientemente grande, una cama matrimonial en el centro, con un cobertor violeta, su color favorito, un pequeño living de sillones blancos en la esquina más alejada con una mesa de té de vidrio. Un escritorio. Y la enorme biblioteca empotrada en la pared con sus libros y mangas. Siempre había sido una friki. Amaba los mangas shoju, y el anime. Un hobbie que se guardaba para ella, porque no tenía con quien compartirlo. Corroboró el celular. Había un mensaje de Mei. No se sentía bien por haberlas dejado, y seguramente estaba preocupada. Después de sus padres, Mei era la persona más importante en su vida. Le respondió el mensaje y fue en busca de sus padres. —¡Wow! —Exclamó su padre cuando la vio bajar la escalera de caoba. Le sonrió. — Voy a ser la envidia del restaurante, otra vez. Gracias a Dios heredaste la belleza de tu madre. Miró a su madre que estaba aferrada a su papá. Llevaba un vestido n***o ajustado que marcaba cada curva de su perfecto cuerpo. Y a pesar de que llevaba unos tacones negros de unos 8 centímetros, su padre la superaba en altura, considerablemente. —Todavía recuerdo las batallas que tuve que enfrentar en el secundario con todas esas chicas que querían seducirte. Su padre chisto. —Esas chicas me querían porque por alguna loca razón te fijaste en mí. Igual nunca tuvieron oportunidad. Su madre sonrió orgullosa. —Lo sé. Y se besaron. —¡PUAJ! Hay menores presentes. Dejen el porno para más tarde. Su padre rodó los ojos. —No seas exagerada. Y pago una cuota muy alta de un colegio muy religioso, ¿Cómo es que conoces esa palabra? Pensé que era tabú o algo así. —Sé usar Google. —Dijo alzando el celular. —¿Buscas porno en Google? —Preguntó su madre con un exagerado tono de horror. —Cada noche, antes de dormir. —Continuó bromeando. —Bueno, está charla está tomando un rumbo peligroso. Vamos. —Tenes que pasarme esas páginas después. —Le susurró su madre, lo suficientemente alto para ser escuchada. —¡MARTINA! — la retó su padre. Ambos salieron de la casa gastándose bromas entre ellos. Pupi los observó. Quería una relación así, no sólo sexo.
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