Capitulo 09

2666 Words
Era domingo, generalmente los domingos Ian se iba al mediodía y no regresaba hasta la noche. Nunca le decía dónde iba y tampoco preguntaba. Hoy se había levantado cerca del mediodía y se encontró a Ian sentado en la mesa, estudiando. Se cocinó un almuerzo rápido, había mirado un poco de televisión, y ahora leía el manga que había comprado en la semana, recostada en el sofá. Lanzó una carcajada al leer una escena graciosa, y se sentó para servirse un mate y se encontró con la mirada de Ian que la desvió inmediatamente de vuelta a los libros. —¿No tenes nada que estudiar? —preguntó. Eran las primeras palabras del día. —Sí, pero lo compré ayer y lo quería leer. Lo esperé por casi dos meses, y valió la pena. Ian se encogió de hombros. El celular sonó, llamada de Joaquín. —Pupi, necesito que me ayudes. —dijo apenas respondió a la llamada. —¿Qué pasó, Joaco? —Somos amigos, sé que soy molesto, pero sos mi amiga, ¿Cierto? —¿Qué pasa? Me estás asustando. —Mi papá quiere que vaya a la cena del partido con la hija de uno de los colaboradores. Necesito que me ayudes y seas mi cita. —Joaco... —Por favor. Necesito que me ayudes. Se oía demasiado desesperado. Elevó la mirada buscando a Ian, no lo quería de espectador directo, pero le daba la espalda desde la cocina. —¿Mei? —No puedo llevar a Mei a una cena así, es capaz de mandar a la mierda al partido completo. Pupi, por favor. —Espero que no sea una jugada sucia. —Nunca te suplicaría de no ser tan extremo. Sos la única por la que mi papá aceptaría que me niegue a algo así. Por favor. Honestamente, nunca le había suplicado. Siempre intentaba, pero se rendía a la primera negativa. —Ok. —Joaco pegó un grito de alegría que por poco la deja sorda. —¿Cuándo es? —Está noche. Se puso de pie. —¿Qué? ¿Está noche? ¡Joaquín! —Tenía pensado ir solo, y hace un rato mi papá me saltó con esta mierda y acá estoy, suplicando. Por favor. —Me debes una grande. Muy grande. ¿Qué tan formal es? —Lo más formal que tengas en el vestidor. —ya no tenía vestidor, pero no podía entrar en ese doloroso detalle. Extrañaba su vestidor. —Mando al chofer de mi papá... —¡No! —él no sabía que se había mudado y tenía que seguir siendo así. —Me tomo un taxi. No te preocupes. ¿A qué hora tengo que estar? —No voy a dejar que vengas en taxi, me estás haciendo un favor. —Prefiero ir en taxi. ¿A qué hora, Joaquín? —20:30. —miró el reloj que había colocado en la cocina. Eran las 17:45. —Menos de tres horas... esto vale por mil. ¡Joaquín estaba leyendo un manga muy divertido hasta hace un minuto! —Perdón. Y gracias. Mil gracias, Pupi. Te debo la vida. Cortó la llamada, lanzó el celular sobre el sofá y corrió al baño. Detestaba con todo su ser elegir ropa formal de esta manera, y sin la ayuda de su mamá. Sacó todos los vestidos formales y los colocó sobre la cama y fue descartando uno a uno hasta que finalmente se decidió por un vestido con escote corazón, sin mangas, falda acampanada por encima de las rodillas, de color coral y un pequeño cinto blanco le acentuaba la cintura. Eligió unos sencillos y delicados zapatos plateados de cinco centímetros, aros y un pequeño colgante de plata. Se recogió el cabello rubio dejando estratégicos mechones sueltos. Para el maquillaje eligió enfocar toda la atención en sus ojos turquesas, por lo que se aplicó lápiz labial rosa pálido. Tomó la cartera de mano plateada y guardó el maquillaje necesario en caso de tener que retocar. Joaquín le debía una muy grande. Había hecho lo posible en el poco tiempo que le había dado. Le avisó por mensaje de texto que tomaría el taxi en diez minutos. Salió de su habitación para buscar el perfume que había dejado en el baño. Ian estaba sentado sobre la mesada de la cocina, comiendo una banana y leyendo un libro. —Voy a salir. No creo que vuelva tarde. —dijo antes de entrar al baño. No tenía que darle explicaciones, él no las daba, pero sintió que debía hacerlo, probablemente porque estaba acostumbrada a informarle a sus padres cuando tenía algún plan. —Está bien. —Dijo sin mirarla. —No necesito... —sacó la mirada del libro y sus ojos se encontraron. La banana que estaba a punto de morder cayó al piso. —Mierda. —Hay más fruta en la heladera. Supongo que estaré de vuelta después de medianoche. Fue hasta el baño y se colocó el perfume que luego guardó en la cartera. —¿Te... Te pasa a buscar? Lo enfrentó. ¿Qué pregunta idiota era esa? —No. Joaquín no sabe que estoy viviendo acá. Me voy a tomar un taxi. —Ian abrió la boca, pero no le dejó ni empezar la frase que sabía que vendría. —No me voy a ir en colectivo vestida así. —Te iba a decir que te acompaño a tomar el taxi. Pero... —Bueno. —respondió rápidamente. —Gracias. Algo de todo esto la emocionó. Era un cambio significativo en él. —Si te roban va a ser insoportable escucharte llorar. Sonrió, era lo más cercano a una broma en el universo de Ian Santos. —Gracias. Tomaron el ascensor en absoluto silencio. Noto que Ian la miraba por el rabillo del ojo, y parecía algo nervioso. La acompañó hasta la avenida más cercana, donde el flujo de taxis era mayor. Detuvo uno para ella y le abrió la puerta. ¿Quién diría que Ian Santos podía ser un caballero? —Gracias. —Dijo ya dentro. —De nada. Eh... estas muy linda. Cerró la puerta y comenzó a alejarse. Se quedó petrificada. ¿Acababa de recibir un elogio? ¿De Ian? —¿Adónde la llevo? —preguntó el taxista. —¿Acaba de decir que estoy linda? Una enorme sonrisa se instaló en su rostro. ¿Qué era esa sensación rara en el pecho? Lo buscó entre la gente que caminaba, pero ya no estaba. —Señorita. ¿Adónde? —Ay, si, perdón. —Buscó el mensaje de Joaquín con la dirección y se la transmitió al hombre. Volvió a mirar por la ventana. —Me dijo que estaba linda. —susurró. Joaquín la esperaba en la puerta del salón donde se llevaría a cabo la cena. Corrió hacia el auto en cuanto la vio, la ayudó a bajar y la contempló detenidamente. —¡Wow! Increíble. Gracias, Pupi. —De nada. El elogio de Joaquín no había tenido el mismo impacto que el de Ian. Tal vez, porque estaba acostumbrada a escuchar esas cosas de su amigo, mientras que de Ian había sido la primera vez. Ingresó al elegante salón del brazo de Joaco. —¿Esto es una broma? —Camila corrió a su encuentro dejando a Hernán a unos cuantos pasos por detrás. Llevaba un ajustado y elegante vestido n***o. La abrazó. —¿Qué haces acá? ¿Cómo consiguió Joaco que vinieras? —Welcome to the jungle. —la saludó Hernán, que llevaba un pantalón de vestir n***o y una camisa blanca, con los primeros botones sin abotonar. Muy informal, al lado de Joaquín, que llevaba un elegante traje gris con camisa negra. —Me está haciendo un favor. Sino tenía que venir con una cita a ciegas. —Estoy feliz que estés acá. Ahora vamos a poder criticar juntas. Hernán no me hace caso. —Porque no me importa. —A ella tampoco le atraía la idea, pero no lo dijo. — Necesito escaparme de mi papá, ¿Alguna idea, Joaco? —Hay un patio, con un jardín miniatura por algún lado. Llevaba una hora sentada, sola, en la mesa que le habían designado. Camila y Hernán habían desaparecido y no le importaba saber que estaban haciendo, aunque se lo imaginaba. Observaba a Joaquín, rodeado de hombres mayores, cada tanto desviaba la mirada en su dirección. El padre esperaba que Joaquín siguiera sus pasos en la política, y utilizaba estas reuniones para enseñarle y darlo a conocer. Era lo mismo que se esperaba de Hernán, con la diferencia que Joaco parecía estar cómodo con esto, mientras que Hernán intentaba escapar todo el tiempo. Se estaba aburriendo muchísimo, no le gustaba este tipo de eventos. Tomó una de las flores del centro de mesa y comenzó a jugar con ella. ¿Ian había querido hacerle ese cumplido en el ascensor? ¿Por eso parecía tan nervioso? ¿Por qué seguía pensando en eso? ¿Había dicho linda o muy linda? ¿Importaba? Había recibido un elogio del señor Frozen, ya eso en sí mismo era enorme. —No pareces muy divertida ¿A qué se debe esa sonrisa? Alzó la vista, Joaquín se sentó en la silla que había ocupado durante la cena. Ya había cumplido con su parte y ahora se estaba aburriendo como loca. Quería irse a casa y comer algo de verdad, la comida que le habían servido apenas había ocupado el centro del plato y pretendían que se llene con eso. —Me voy a ir, Joaco. —¿Ya? —Sí, es domingo y mañana tenemos colegio. —Pero son apenas las once de la noche, Pupi. —¿Las once? Parecían las dos o tres de la mañana. Asintió. —Bueno, te acompaño. Dame un minuto... —Está bien. Me tomo un taxi. Gracias. —No vas a llegar sola en taxi. Tu papá me va a matar. —A tu papá no le va a gustar que te vayas. Acompañame a tomar un taxi. Vio la contradicción en esos ojos celestes cielo. Pero sabía que ella tenía razón. Finalmente asintió. —Ok, vamos. Caminaron hasta la calle e hizo exactamente lo mismo que había hecho Ian, pero seguía sin comprender porque las mismas acciones en Joaquín no tenían el mismo efecto. —Gracias por venir hoy. Te debo la vida. —De nada. Salúdame a Cami y a Hernán. Le indicó al taxi que se detenga en su pizzería favorita. Todo el mundo la observaba, supuso que no era normal que alguien comprará pizza vestida de esa forma. Los ignoro, pidió una pizza y seis empanadas. Con todo el lío de Joaquín no había podido preparar el almuerzo para mañana. Cuando ingresó al departamento, Ian seguramente ya estaba durmiendo. Se sacó el vestido y regresó a la ropa de vagabunda que había tenido antes del llamado y se quitó el maquillaje. Se dejó caer en el sofá con la caja de pizza y encendió la tele. Ian salió de su habitación y sus miradas se encontraron. Se sentó rápidamente y se sintió incómoda por llevar ropa tan fea, después de que la había elogiado más temprano. ¿Desde cuándo? —¿No era una cena? —Dijo desde la cocina. —¿Queres gaseosa? —Sí. —Se sentía nerviosa, pero no tenía sentido. Cerró los ojos para tranquilizarse. —¿Si qué? Se aclaró la voz. —Sí, era una cena. Y sí, quiero gaseosa. Gracias. Pensó que le alcanzaría el vaso de gaseosa y se iría, como normalmente hacía, por eso se sorprendió cuando se acomodó en el suelo, al otro lado de la mesa. Le alcanzó el vaso y ella le extendió la caja de pizza. —Está bien. Sé que sos capaz de comerte una pizza entera. —Puedo compartir una porción. Es que la cena fue espantosa. De esas que te sirven dos bolitas en el centro de vaya a saber uno qué, un triángulo de un material dudoso, y te dicen que es comestible, aunque no lo parece, y un hilito de salsa. Ian la observó un instante y luego comenzó a reír. Su corazón dio un salto y tuvo que reprimir el impulso de llevarse la mano al pecho. Lo había hecho reír. Ella lo había hecho reír. Sabía que estaba sonriendo, y deseó no parecer una idiota. Lo incitó para que tome una porción moviendo la caja levemente y accedió. Sus miradas se encontraron y no vio frialdad, por primera vez, esos ojos grises no la miraban con maldad o reproche. ¿Qué había sucedido para que su mirada cambiara de esta forma? No lo sabía, pero definitivamente no quería regresar a la mirada fría. Le gustaba que Ian la mirara de esa forma. De la forma en que la había mirado más temprano, cuando llevaba el vestido. —Así que mala comida. ¿Qué es eso que trajiste? El paquete sobre la mesada. —Empanadas. Como no pude cocinar para mañana... —Repentinamente pareció incómodo. — ¿No te gustan las empanadas? —No es eso. Como te ibas a esa fiesta y... —dudó,— nada, no importa. Ya es tarde. Se levantó, lavó su vaso y se metió en su habitación. ¿Por qué de golpe se puso tan incómodo? ¿Qué había dicho? ¿Por qué era tan difícil llegar a él? Era tan frustrante. Conseguía dos minutos de amabilidad y veintitrés horas y 58 minutos de completa antipatía. Se levantó abruptamente del sofá. Llevó la pizza a la heladera y la guardó con caja y todo, no tenía ganas de buscar un recipiente más chico, lo haría mañana. Antes de cerrar la heladera algo llamó su atención. Los tápers que llevaban al colegio estaban ahí. Estaba segura que los había dejado sobre el desayunador. Miró en esa dirección y no estaban. ¿Podía ser que...? Volvió a sacar la caja de cartón y la lanzó sobre el desayunador. Sujetó su táper violeta y lo abrió. Dentro había un trozo de pollo con papas. Lo cerró y volvió a colocarlo donde estaba y abrió el azul que normalmente llevaba Ian y contenía lo mismo. Miró la puerta de la habitación de Ian. ¿Había cocinado para ella? ¿Se había puesto incomodo porque no se animaba a decirle que había cocinado? ¿Cómo iba ella a saber que él había cocinado? Hoy o mañana se daría cuenta de todas formas, ¿Por qué no le dijo? Guardo todo y se metió en su habitación. Y una hora después de acostarse, seguía mirando al techo. Le había dicho que estaba linda. Y después había tenido esta actitud rara. No era normalmente rara, pero era rara en Ian. Era raro que Ian cocine para ella. Y al regresar, se había sentado con ella a conversar de forma casual. La había mirado raro. No, raro no. La había mirado sin frialdad, y eso era lo raro. ¿Por qué estaba actuando tan raro? Sacudió los pies con frustración y eso causó que su cobertor saliera casi volando. Tenía que dormir, debía levantarse en menos de cinco horas, pero las raras acciones de Ian no la dejaban descansar. ¿Tenía que simular que no había visto los tápers? Se levantaría como cada mañana, y haría como si nada pasara hasta el momento en que buscara los tápers y se encontrara con eso. ¿O tenía que agradecerle en cuanto lo viera? ¿Pero cómo reaccionaría? Odiaba no poder leerlo. No tener ni la más mínima idea de cómo manejarse a su alrededor. Un comentario mal hecho y esa pared se alzaba, bien alta e impenetrable. Se tapó el rostro con la almohada y gritó de frustración. Necesitaba calmarse si pretendía dormir. ¡Maldito chico complicado! ¿El universo no podía enviarle una persona normal para ser unida en esta estafa? ¡No! Le mando a Ian Santos, el chico más complicado de todo el maldito universo conocido y no conocido. Le esperaba una mañana difícil.
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