Capítulo 17

1771 Words
La habitación, decorada con tonos cálidos y muebles de madera fina, emanaba una serenidad acogedora. Desde el amplio ventanal, la mirada se perdía en la inmensidad del bosque nativo que rodeaba al hotel, donde árboles imponentes y arbustos exuberantes formaban un tapiz verde y blanco interminable. El aroma a madera y hierba fresca envolvía el espacio. —¡Qué hermoso! Mirá Ian. —apoyó sus manos en el frio vidrio. —Si tenemos suerte, capaz veamos nevar. Como en Buenos Aires no nieva, cada vez que visitaba el sur del país, deseaba que nevara desde el primer minuto hasta el último. Se volteó ante su silencio, él tenía la vista clavada en la cama de dos plazas tamaño king, recordó de inmediato que estaban confinados a esta habitación el resto del fin de semana y el nerviosismo y la ansiedad se apoderaron de ella. —Estás tan acostumbrada a esto que nada te sorprende. —¿Qué? — No se había puesto a pensar que se podía sentir abrumado por eso, en su mente, tener una sola cama para los dos le preocupaba un poco más. —Dormí en la cama, yo voy a dormir en el sillón. — resolvió señalando el gigantesco mueble de madera frente al hogar a leña que haría encender en cuanto pudiese. Finalmente la miró. —En esa cama entran diez personas, cómodas, quince apretadas. Rio ante ese comentario. —Estas exagerando. —ingresó al baño, con la idea de sacar de discusión el tema de la cama, el cual era imponente. Con un ventanal igual de grande, que daba la sensación de estar en mitad del bosque —Hay jacuzzi. —gritó. —Y ducha escocesa. Golpearon la puerta e Ian abrió. —Señor, ¿Necesita que los ayude a acomodar el equipaje? —No, gracias. —dijo ella saliendo del baño. —¿Podrían encender el hogar a leña por favor? —Claro, ya les envío a alguien. —Gracias. —¿Me llamó señor? —preguntó al cerrar la puerta. —Formalismos. —le restó importancia —. La habitación es preciosa. —lo miró. — Necesito probar la ducha escocesa. ¿Queres que le pregunte a Hernán dónde está? —Creo que quiero probar esa cama. —Bueno, que la disfrutes. Ian le sonrió, y se asustó de la forma en que reaccionó su cuerpo a un gesto tan simple, pero tan inusual en él. Se le quedó mirando más tiempo de lo normal, lo sabía, pero era incapaz de apartar la mirada, aunque la sonrisa ya había desaparecido, la intensidad con la que la miraba la capturó por completo. Pestañeó varias veces para poder recuperar el control de su cuerpo, y se metió en el baño. ¿Qué fue eso? Se llevó la mano al corazón, el cual latía descontrolado. Cuando salió de la ducha, Ian no estaba, aprovechó para cambiarse y acomodar la ropa de abrigo que ocupaba demasiado espacio en la valija. Se peinó y maquilló para la cena y salió a buscar a sus amigos. Hernán estaba en la sala de estar del hotel concentrado en su celular. —¿Ian? —preguntó cuándo se sentó a su lado. —Lo vi pasar para fuera hace un rato, lo llamé, pero ni bola. —Creo que está teniendo problemas para adaptarse a todo esto. Es una vida completamente diferente a la que está acostumbrado. —¿Y a qué tipo de vida está acostumbrado? Como novia de Ian debería saber eso, pero no era la novia. —No lo sé. —reconoció. —No habla mucho de él. —Dale tiempo, cuando lo crea conveniente hablará. Y confía. Por algo lo elegiste a él, y sé mejor que nadie, que opciones te sobran. No tengo idea el por qué, no lo conozco, pero te conozco a vos y sólo por eso merece una oportunidad. Le sonrió a Hernán. —Te quiero amigo. — lo abrazó, y Hernán se unió de inmediato. —Si te hace llorar lo asesino. Sabía que se estaba esforzando por ella, y amaba a su amigo por eso. Ian reapareció para cenar, pero en ningún momento mencionó a donde había ido, de hecho, casi no participo de la charla distendida que mantuvo con sus amigos. Al ingresar a la habitación Ian se sentó en el sillón frente al hogar a leña que ya estaba encendido. —¿Te gustó la cena? —preguntó para romper el silencio. Intentaría llevar el momento con toda la normalidad que pudiese, pero estaba bastante nerviosa, no había nada normal en todo esto. —Sí. El olor a leña es increíble. Sonrió ante ese comentario. —Sí. —tomó las toallitas desmaquillantes y se sentó a su lado. —Lo dije en serio más temprano, dormí en la cama, yo voy a dormir en el sillón. —Es estúpido, entran diez personas en esa cama. —¿Vamos a compartir la cama? Creo que no me sentiría cómoda. Ian se levantó del sillón para atizar la leña. —No soy un psicópata o algo así. —susurró. —Lo sé, quiero decir que nunca compartí la cama con nadie. —Admitió y sintió como sus mejillas aumentaban de temperatura. La miró de reojo antes de volver al sillón a su lado. —Sos tan diferente. — Susurró. Frunció el ceño ante ese comentario. —¿Y eso que quiere decir? —Que sería más fácil si no lo fueses. No importa. —su postura corporal cambió por completo. — Hace lo que quieras, yo me voy a dormir. La maldita pared de nuevo. Por cada pasito que lograba avanzar, después retrocedía diez. Aprovechó cuando Ian se metió en el baño para cambiarse al pijama. Al salir la ignoró por completo y se metió en la cama. Suspiró pesadamente antes de ingresar al baño para cepillarse los dientes y terminar de limpiarse el rostro. Apagó la luz antes de tomar uno de los almohadones, una manta y acomodarse en el sillón, o eso intentó, la verdad es que era incómodo. Dio mil vueltas intentando encontrar una postura que la ayudase a dormir. —Es estúpido. —dijo Ian desde la cama. —Estoy bien. —Mentira. Hace de cuenta que soy Mei. El tema precisamente es que no era Mercedes. Ian la ponía nerviosa en muchos niveles. Intentó acomodarse de nuevo y se apoyó mal sobre el codo, perdió estabilidad y cayó al suelo. —Mierda. —Es realmente estúpido lo que estás haciendo. Y el que debería, en tal caso, dormir en el sillón soy yo. —Si dormís en el sillón y yo en la cama... —dudó. — No soy egocéntrica y egoísta. —recordó como la había descrito tiempo atrás. —¿Ese era tu punto? ¿Probar qué no sos egoísta? Asintió. Sabía que podía verla por la resolana que emitía el fuego a su espalda, ella lo veía a él, estaba sentado en la cama. —Bien, punto probado, ahora veni. Se rindió. Dormir en el sillón sería muy incómodo. Levantó la manta del piso, la dejó sobre el sillón y caminó hacia la cama. Ian volvió a recostarse. Se acomodó en el otro extremo, lo más cerca posible, al filo del colchón. —Gracias y perdón. Que descanses. —No te disculpes. Y ni siquiera debería estar en este viaje. —Me alegra mucho que vinieras. Al no haber recibido respuesta por parte de él, se volteó para observarlo, pero se encontró con que él la estaba mirando, su corazón dio un brinco. A pesar de no poder ver la intensidad de su mirada, podía sentirla. —No sos egoísta ni egocéntrica. Que descanses. —le dio la espalda y no volvió a hablarle. Supo cuando se durmió, porque el ritmo de su respiración se volvió más tranquila. Al despertar, encontró que estaba sola en mitad de la cama. ¿Se había acaparado la cama? No estaba acostumbrada a dormir acompañada. Al buscarlo en el sillón, tampoco lo encontró. Al ingresar al comedor del hotel, se quedó paralizada al ver que Joaquín estaba sentado en la mesa junto con los demás, desayunando. —Buenos días. —saludo. —¿Vos cuando llegaste? —Buenos días, hace un rato. Sorpresa. —dijo sin mucho entusiasmo. Miró a Ian. —Están comiendo de forma civilizada, por ahora no hay riesgos. —bromeó Mei adivinando sus pensamientos. En su lugar había una gran taza de café con leche y dos rodajas de pan tostado con queso crema y mermelada de durazno. —¡Que rico! Muero de hambre. —mordió una tostada. —¿Quién me las preparó? Gracias. —Ian. —respondieron Mei y Hernán al mismo tiempo. —Supongo que alguien se portó bien anoche. —Agregó Hernán y logró que se ahogara con el sorbo de café. —Es lo que desayunas todas las mañanas. —Agregó Ian con desinterés. —Si queres otra cosa... —Está bien. Gracias. —Y vos dijiste que era una mezcla asquerosa. —se burló Mei de Joaquín. —Pensé que era para él. —susurró. De golpe Joaquín los observó detenidamente. —¿Cómo sabes lo que desayuna? Se miraron de inmediato ante el error que había cometido Ian. —Son novios, no te tengo que explicar cómo funciona. ¿o sí? — se apresuró a responder Mercedes con ironía. —Pero... Daniel... tu papá no... ¿lo sabe? —Bueno, tengo cita con el entrenador de esquí en veinte minutos. —Hernán se puso de pie, cambiando de tema y se lo agradeció infinitamente. —Vamos Mei. Joaco. Dejemos que los tortolos disfruten el día. Joaquín fue el último en levantarse de la mesa, previo a dedicarle una intensa mirada a cada uno. Simuló estar muy concentrada desayunando para evitar el contacto visual con su amigo, y con miedo a que notara la mentira, estaba en lo cierto con su padre, Joaquín lo conocía lo suficiente, para saber que no vería con normalidad que ella ya compartiera tanta intimidad con un chico. —Voy por algo de fruta. —dijo ella cuándo quedaron solos. —Anda a hacer lo que tengas que hacer. —No tengo nada para hacer. Me olvidé de contratar un instructor de esquí. Lo miró sorprendida. —¿Eso fue una broma? —Una muy cierta. No tengo nada para hacer. Volvió a sentarse a la mesa. —¿Te gusta cabalgar? —Nunca lo intenté. Se puso de pie nuevamente y lo sujetó de la muñeca. —Vamos. —¿No querías fruta? ¿Adónde? Lo arrastró fuera del hotel.
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