Capitulo 18

3056 Words
Caminaron hasta la parte trasera del hotel, Hernán le había mencionado que había un pequeño establo, y lo encontraron al borde de un sendero que conducía al interior del bosque nativo. No parecía haber nadie, se acercó hasta un caballo marrón oscuro como el chocolate y le acarició el hocico que asomaba por el arco de hierro n***o que decoraba la puerta del establo. —Hola precioso, ¿están solos? Miró a Ian con resignación. —Podemos volver y preguntar en la recepción. —le sugirió. —Hola, disculpen la demora. ¿en qué los ayudó? —Los sorprendió una áspera voz. Guadalupe se acercó de inmediato al señor canoso que apareció caminando desde detrás del establo. Llevaba una bombacha gaucha, botas de jinete, y una campera azul, que había tenido mejores épocas. Se colocó una boina de cuero marrón en cuanto estuvo a su lado. —Hola, buenos días. ¿podemos montar dos caballos? — Buenos días, señorita. ¿Son los invitados del Señor Beleman? — Guadalupe asintió. — Claro, esperen acá. —Gracias. El capataz sacó a una yegua dorada del establo y caminó hacia ellos. —Ella es Antilaf. —la acarició. —Hola preciosa. —Guadalupe le acercó la mano hasta el hocico para que le sienta el olor antes de acariciar al animal. —¿Es dócil? Él nunca montó. ¿Sos buena chica? —Antilaf significa “Día de alegría" o “Felicidad” en lengua Tehuelche, es la chica más buena. —Le aseguró el señor. Guadalupe tomó las riendas y se acercó a Ian. —Antilaf, él es Ian. —se acercó como si quisiera contarle un secreto. —Parece un poco mal humorado, pero no es malo, te lo prometo. —se encontró con la mirada divertida de Ian. —¿Haces esto seguido? Acarició a la yegua. —Ahora no, pero de chica quería un perro, y mi mamá es alérgica, entonces papá me compró un caballo. —Supongo que un perro es igual que un caballo en tu mundo. ¿Cómo se llamaba? —se acercó e intentó tocarlo, pero se arrepintió. —Tati. Era una yegua muy parecida a esta belleza, pero la crin era un poco más oscura. Acaríciala para que se acostumbre a tu olor. Le obedeció con un poco de temor al comienzo. Después que Tati murió, hace dos años, se había negado a tener otra, a pesar del ofrecimiento de su padre, todavía le dolía mucho la ausencia, no estaba lista para amar a otro caballo todavía. Cada vez que sentía que el mundo perdía sentido, Tati había estado con ella, hasta esa maldita infección, entonces ella había dejado todo de lado para cuidarla. La había echado mucho de menos estos últimos meses. Pero Ian nunca lo había hecho, y quería enseñarle algo nuevo, quería que supiese lo increíbles que eran estos animales. Él se tomaba el tiempo de explicarle las cosas del colegio, cuando se lo pedía, aunque lo hacía parecer una molestia, le había tenido mucha paciencia. Guadalupe corroboró que la silla está bien colocada y lo animó a que se subiera primero. —No es difícil, bah, sos inteligente, vas a aprender rápido. Coloca tu pie izquierdo en este estribo. —lo señaló. — Y sujetas está rienda, junto con la crin de Antilaf, pero no muy fuerte. Y te impulsas, una vez arriba, mantene una postura erguida. Y le vas marcando el ritmo con tus muslos. —Ian parecía confundido, Guadalupe comenzó a reír. —¿Queres que lo haga una vez para que veas? Asintió. Guadalupe hizo cada pasado muy detenidamente para que Ian pudiese ver cada movimiento. Una vez arriba del caballo, lo hizo caminar hasta dar una vuelta a su alrededor mientras Ian la seguía con una mirada de admiración, que la hizo sentir la la mujer más poderosa del mundo. —Lo hiciste parecer muy fácil. —Te lo prometo, no es difícil. —bajó y volvió a abrazar a Antilaf. —Gracias preciosa, extrañaba esto. La besó antes de pasarle la rienda a Ian y ayudarlo a subir. Se volvió para buscar al capataz que se acercaba con el caballo color chocolate que había acariciado hace un momento. —Y ella es Sayen. —Hola de nuevo, Sayen. ¿Qué significa? —Mujer de gran corazón, también, en lengua Tehuelche. El capataz le acomodó la silla y le pasó las riendas. —Generalmente acompaño a los turistas, pero la señorita está bien capacitada. —miró a Ian. — Lo va a saber guiar. —Gracias. —dijo ella desde su caballo. — ¿Seguimos ese sendero? —Sí, si siguen este sendero los llevará a una cabaña donde pueden almorzar cerca del lago. Vayan tranquilos, sé que mis caballos están en buenas manos. Comenzaron a cabalgar muy despacio para que las yeguas puedan entrar en calor y para que Ian logre aplicar aquello que le había explicado, mientras le daba indicaciones precisas a medida que avanzaban. Al cabo de un rato, era capaz de seguirle el ritmo, había tenido razón, aprendía rápido el señor cerebrito. Disfrutaron del paisaje increíble que les brindaba el bosque del Parque Nacional Lanin. Los ríos y arroyos de aguas transparentes producto del deshielo, los gigantescos árboles ancestrales, las montañas de la cordillera cubiertas de nieve eran el marco perfecto, para el paisaje surrealista de la Patagonia Argentina. Nunca lo había visto sonreír tanto, pero el sur tenía ese efecto en las personas, era mágico, por esa razón había insistido para que venga. Llevaban cabalgando cerca de dos horas, deberían estar llegando a la cabaña que les había dicho el capataz, pero antes de eso quería hacer algo. Se alejó un poco del sendero, bajó de la montura y ató las riendas a la rama de un árbol. —¿Adónde vas? Le hizo señas para que la siguiera, pero no le dijo nada. Empezó a caminar, pero se dio cuenta que Ian estaba teniendo dificultades para atar las riendas, volvió y lo ayudó. Caminó entre los árboles, Ian la seguía unos pasos por detrás. —¿Sabes adónde vas? ¿O estás caminando sin dirección? Lo ignoró y siguió avanzando, hasta que a lo lejos logró ver el lago, lo había seguido a través de un arroyo que costearon todo el viaje a caballo. Pasó unos grandes arbustos y se encontró con que para llegar debían bajar una pendiente rocosa. —Mierda. Ian apareció a su derecha. —¿Querías ir hasta el lago? —Sí, venía siguiendo un arroyo, pero… —¿Arroyo? A ver... Ian comenzó a descender por las rocas muy despacio. —Está bien, no tenemos que hacer esto. —Si bajas despacio y con cuidado, no es difícil. Le hizo señas con una de las manos para que se anime. Chequeó, a la distancia, que los caballos estén bien y comenzó a bajar con cuidado. Le sacaba una buena diferencia, pero lo había visto, varias veces, elevar los ojos para corroborar que lo seguía. —Después hay que subirlo. —susurró. —Creo que fue una pésima idea. —Salta. —le ordenó Ian. —No voy a saltar. El paisaje es hermoso, pero no voy a morir acá y así. Escuchó la risa de Ian, y tuvo el impulso de voltear para verlo y casi pierde el equilibrio. —Ya no estás tan alto. Dame la mano. Guadalupe estiró el brazo, pero no se animaba a girar, Ian la sujetó de inmediato. —Tus piernas son más largas que las mías. —Gira despacio. No te voy a dejar caer, lo prometo. Se volteó con mucho cuidado, sin soltarle la mano, y saltó. La recibió entre sus brazos, el aroma de Ian la inundó todo el sistema y provocó que el corazón le diera un salto. Tomó distancia en cuanto la colocó segura en el piso. —Gracias. Sus ojos se encontraron. ¿Por qué el corazón le latía tan rápido? La mirada gris ya no era agresiva, la miraba divertido, relajado. —¿Qué querías hacer acá? "Ver el lago" pero ahora con todo el esfuerzo que habían puesto en bajar, el solo "mirar" le resultó muy estúpido. No paraba de hacer cosas que la dejaban como una completa idiota. Observó el lugar, esperando que la naturaleza le diera una mejor razón. —Emm... Ian comenzó a caminar y se dio cuenta que seguían tomados de la mano, y Guadalupe se sorprendió al darse cuenta de lo natural que se sentía ese simple gesto. —Es un lugar impresionante. —susurró. —No me había dado cuenta del arroyo. El lago estaba rodeado de árboles altísimos eso lo mantenía oculto desde el sendero, y una pequeña playa de piedras dejaba ver la claridad del agua, sobre la arena oscura. Caminaron la pequeña playa rocosa hasta un tronco seco, y recién cuando se sentaron, Ian le soltó la mano. Lo observó de reojo, pero él estaba completamente perdido en el paisaje. Se relajó y dejó que el paisaje la inundara también. Se mantuvieron en silencio, cada cual perdido en sus pensamientos. Realmente estaba contenta de que haya decidido venir, lo estaba obligando a atravesar un montón de momentos incómodos, le había robado su soledad, pero podía darle esto. Ian inspiró muy profundo como si quisiera meter todo el paisaje natural en sus pulmones. —La arena es negra. —Es arena volcánica, estamos en la zona del Volcán Lanin. —Cerebrito. —Susurró. —Lo enseñaron en Geografía de primer año. Se quedaron en silencio nuevamente. Quería enseñarle cosas, pero siempre era él quien terminaba dando una clase. —No sé por qué decidiste venir, pero estoy feliz de que lo hayas hecho. —Hernán fue muy insistente. Rio. —Sí, puede ser muy insistente. —Tenes buenos amigos. —Los amigos son la familia que uno elige. No se miraban, quería hacerlo, pero tenía miedo de que el contacto visual lo arruine todo. —Supongo que no tuve suerte de ninguna de las dos formas. Era la primera vez que hablaba de su familia y la tomó por sorpresa, quería que siguiera hablando, pero si hacia la pregunta incorrecta, todo el momento se esfumaba, y eso solía ocurrir mucho con él. —Si se lo permitís, Hernán puede llegar a ser un buen amigo. —Sólo es amable por vos. ¿Cómo es que terminaste siendo su amiga? —Por Joaquín. Ellos dos se conocen de toda la vida, y en primer año almorzaba con nosotros a pesar de ser de segundo, en realidad... —lo miró de reojo— Es sencillo hablar con él, tiene una visión del mundo bastante particular y da buenos consejos. —Sonrió al pensar en su amigo. — Si el tema le interesa. —¿Qué hace con una chica como Camila? —No lo sé. Siempre fueron muy tóxicos entre ellos. —Reconoció entre risas. —Pero no había sido mala amiga. —Supongo que estoy de la vereda equivocada en su perspectiva del mundo. —Completamente en la vereda enemiga. — Finalmente se miraron y rieron juntos. —Y ahora yo también. Volvieron al silencio y se dio cuenta que, al preguntarle sobre sus amigos, la desvió del tema de su familia. Decidió volver sobre lo que había dicho anoche. —¿Qué quisiste decir con que soy diferente? Se quedó en silencio tanto tiempo que pensó que no respondería. —Sos la chica imposible del colegio, se dicen muchas cosas. No estaba al tanto de todo lo que se decía de ella, no le importaba, pero era consciente de alguno de los rumores, y todos ellos eran falsos, pero nunca se había tomado la molestia en aclarar ninguno, sus amigos la conocían y eso bastaba. —No soy la chica imposible. —admitió, y eso consiguió que Ian la mire con incredulidad. —¿Es broma? Negó con firmeza. — Al único que rechacé fue Joaquín, en primer año. —Se en cogió de hombros. —Supongo que eso bastó, al parecer, nadie rechaza a Joaquín. La miraba con incredulidad, y algo más, que no logró discernir. —Pero... ¿no hiciste llorar a un chico de quinto cuando estabas en segundo año? Guadalupe comenzó a reír con ganas, ese rumor sí lo había escuchado y le resultaba divertido, —¿Crees que puedo hacer llorar a alguien? —No. —respondió con seguridad. — Es más probable que vos llores primero. Debería sentirse ofendida con eso, pero era cierto. —Voy a admitir que ese rumor mantuvo a muchos al margen. — Y entonces lo entendió. Era igual a Ian, había usado el rumor para mantener alejada a la gente. Y se encontró teniendo un pensamiento un poco más aterrador, necesitaba que Ian supiese que no era así. Toda esa imagen que se había creado en torno a ella no era real, y necesitaba que él lo sepa. — No soy una perra sin corazón. La miró de golpe, y la intensidad plateada le aceleró el pulso, parecía que querían decirle un sinfín de cosas. Era tan fácil perderse en ese océano de mercurio cuando la miraba así, la dejaba totalmente vulnerable. — Era más fácil cuando creía que sí. —susurró antes de romper el contacto. —¿Vamos a la cabaña o volvemos al hotel? El momento había terminado, no volvería sobre eso y se lo estaba dejando saber. Podría continuar con el tema y obtener una respuesta más clara, pero el corazón se le iba a salir del pecho. —Definitivamente quiero encontrar esa cabaña, muero de hambre. Se puso de pie. — No hay menú que aguante con vos. —Ese es otro rumor. —Bromeó con la intención de tranquilizarse. —No, eso lo aprendí viviendo con vos. Sus miradas se volvieron a encontrar y le extendió la mano, la cual sujetó de inmediato, con un suave tirón la ayudó a ponerse de pie. Comenzaron a caminar hacia las rocas por las que habían descendido sin soltarse. —Voy primero, ¿o queres ir vos? —La soltó. —Vos primero, yo te sigo. Comenzó a subir indicándole a Guadalupe dónde pisar. Se tomó su tiempo para subir, e Ian se mostró bastante paciente. Regresaron con los caballos y emprendieron el camino hasta la cabaña. La cabaña era pequeña, tenía cinco mesas y una pequeña barra. Una abuela los recibió y los acomodó en una de las mesas, y le alcanzó un menú a cada uno. Parecía una casa de leñador con decoración rústica ambientada en una vieja cantina. Almorzaron en un clima relajado y juguetón, Ian incluso le siguió haciendo bromas en relación a la cantidad de comida que podía ingerir. —Creo que es envidia, queres comer mucho y no tener dolor de estómago. —Ian rio con ganas. — ¿Hay algo que quieras hacer, pero no te ánimas? —Preguntó de golpe, y por un segundo creyó que Ian le miró los labios, pero negó inmediatamente y desvío la mirada hacia el bosque que se veía través de la ventana de la pequeña cabaña. —¿Nada? —Deberíamos volver. —Yo quiero tomar cerveza. —Ian la miró con una ceja elevada. Ese gesto nunca lo había hecho. —Nunca la probé. —¿Y por qué no te ánimas? Guadalupe se encogió de hombros. —Me dio curiosidad hace poco. Debería intentarlo. Vamos. Se puso de pie e Ian la siguió. Para la vuelta, decidieron tomar otro camino un poco más largo, y de ese modo disfrutar un poco más de los caballos, y quería disfrutar de este Ian con mejor humor, era más fácil relacionarse con él cuando bajaba la guardia. —Ian. —Lo llamó e hizo girar al caballo para enfrentarlo. —Está nevando. —Extendió los brazos para acumular algunos copos y se los mostró. —Baja. Obedeció y se paró a su lado, mirando al cielo. —Nunca había visto nevar. —Dijo Ian en un susurró. Lo miró, pero él miraba al cielo con una gran sonrisa, parecía un niño pequeño descubriendo un mundo maravilloso. Guadalupe estaba contenta, habían sido cuatro meses muy intensos y complicados, pero hoy, se sentía un poco más cerca de Ian. Ingresaron al hotel entrada la tarde, sus amigos estaban sentados en la sala de estar del hotel, frente a la inmensa chimenea, cada cual perdido en su celular. —Por fin. —los recibió Hernán en cuanto se acercaron. —¿Dónde fueron? —A cabalgar. Y almorzamos en una cabaña en el bosque. —Muy romántico. —se burló. Guadalupe se puso nerviosa. No había sido un viaje romántico, apenas había logrado conversar un poco con él. —Me voy a duchar. Comenzó a dirigirse rumbo a la habitación e Ian la seguía de cerca. —Ian. —Lo llamó Hernán mientras se acercaba. — Veni. Mientras las chicas se bañan, y se ponen aún más bellas, —le guiñó un ojo a Mercedes, que sólo puso los ojos en blanco. — y hacen todas esas cosas de mujeres que les lleva diez años, nosotros hacemos cosas de hombres. —¿Se masturban? —el ácido humor de Mercedes. —La masturbación es algo humano, no tiene género. —la respuesta de Hernán se ganó una sonrisa de aprobación de Mercedes. —Vamos a jugar al billar. Bien de hombres. Joaquín trae las cervezas. —Traelas vos, yo me voy a mi habitación. —Joaquín se retiró del lugar, sin mirar hacia atrás. —Bueno, ya se le va a pasar. —volvió a mirar a Ian. —somos vos y yo. Dos hombres y el billar. Ustedes, mujeres, vayan a hacer sus cosas. Hernán se colgó de los hombros de Ian y se lo llevó. —¿Y? —le preguntó Mercedes cuando quedaron solas. —¿Y qué? —comenzó a caminar en dirección a las habitaciones. —¿La pasaron bien? ¿Te divertiste? —Sí, fue divertido. —se detuvo frente a la puerta de su habitación. —Necesito bañarme. Estoy congelada. —No vas a salvarte de esta conversación. Volveré. —la amenazó— Necesito la buclera. —En treinta minutos o más, porque voy a hacer buen uso del jacuzzi. —Excelente idea. Nos vemos en una hora.
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