Capítulo 16

2363 Words
—Hola mi niña. —La saludó Rosa. —Tanto tiempo. —¡Rosa! — Se apresuró a abrazarla, no había visitado la casa de Mercedes en los últimos cuatro meses. La señora cerca de sus 60 años la separó unos centímetros para poder mirarla con atención, con sus cálidos ojos negros. Vestía el espantoso uniforme n***o y blanco que le obligaba a llevar Claudia, la mamá de Mercedes. —Estas más flaca, ¿estas comiendo? Me dijo la señorita Mercedes que tus padres no están. —No sólo estoy comiendo, estoy cocinando. A Rosa se le iluminó la cara antes de estallar en risas. —Mi niña está creciendo. Rosa la comenzó a llevar para el interior de la inmensa casa hasta que se percató de la presencia de Ian. —Él es Ian… es…—dudó en como presentarlo, pero no había necesidad de mentirle a Rosa. Pero no fue necesario, Rosa le dedicó una mirada cómplice en cuanto menciono el nombre. —Ya estoy al tanto. Pasen, pasen, hace mucho frío. La señorita Mercedes bajará en un momento. Ingresaron a la infinita sala de estar. A Guadalupe le recordaba a una majestuosa habitación griega, los sillones blancos tenían una estructura de hierro con diseños complejos en color dorado. La inmensa araña de cristal, que colgaba en el centro de la habitación, siempre le había fascinado, era hermosa y el arte que decoraba las paredes era cálido, y con los detalle dorados de la decoración, sólo faltaba el Mediterráneo para completar la imagen perfecta, y un poco de calor, el Mediterráneo siempre era mejor en verano. Claudia siempre había tenido un gusto exquisito. Dejó la valija cerca de la puerta, y caminó hasta el sillón más cercano al hogar encendido, el cual estaba enmarcado en un gigantesco bloque de mármol blanco con vetas doradas. Todo era lujo, donde se mirara, así era la madre de Mercedes, no tenía punto medio. —No se quede ahí parado, muchachito. Pase, póngase cómodo. —Le ordenó Rosa, ya que Ian se había quedado de pie, junto a la puerta, notablemente incómodo, mientras caminaba hacia ella con una bandeja. —En cuanto la señorita Mercedes me dijo que vendría me puse a cocinar. Guadalupe la miró con profundo amor antes de abrazar a la señora, que le devolvió el abrazo. —Gracias Rosa. —Buscó a Ian con la mirada, —Tenes que probar esta torta de ricota, es la mejor del planeta. —Siempre tan exagerada. Gracias, mi niña. Ahora les traigo chocolate caliente. Guadalupe estaba lista para ponerse el pijama y no salir hasta que haga 26 grados, o más, allá afuera. Se volvió a sentar en el sofá y miró a Ian. —Sentate, por favor, no te podés morir sin probar esta torta. —Todo parece muy caro. —Susurró. Y era exactamente la intención de esta habitación, intimidar a los visitantes, por su majestuosa decoración. Tomó uno de los platos sobre la bandeja y sirvió un trozo para Ian, y otro para ella. —Y, sólo la araña sobre tu cabeza debe valer unos cuantos millones. —Dijo de forma casual, antes de llevarse el tenedor a la boca, y saborear su torta favorita. —Es increíble. —No hables con la boca llena. —la retó Ian. La risa de Mei llenó la habitación, ambos miraron hacia las escaleras. —El becado te enseña modales. Que bajo. —se burló mientras se aproximaba a ellos. —Hola chicos. ¿Listos para un fin de semana de locura? —se dejó caer al lado de Guadalupe. —¿Por qué vos tenes chocolate caliente? ¡Rosa, te olvidaste de mí! Rosa ingresó inmediatamente con una taza enorme. ¿Cuándo se había ido? —Nunca, mi niña. ¿Quieres torta? —Lo sé. —Mercedes le sonrió con adoración, Rosa era la figura más maternal en su entorno cercano. — Sí, quiero torta, gracias, yo me sirvo. ¿Vos te vas a quedar parado ahí hasta que llegue Hernán? —Lo intimida la casa. —volvió a hablar con la boca llena. Tragó. —Ay, perdón. Esta increíble. Ian, tenes que probar esto. Pupi dibujó un corazón con sus dedos para Rosa que le agradeció acariciándole la base de la cabeza. — Sentate. Me estás poniendo nerviosa. Si mi casa te incomoda, anda preparándote para lo que viene. —Sonrió con malicia. — La gente como nosotros busca aún más lujo cuando viaja. La cara de terror de Ian la obligó a interceder. —Deja de asustarlo. —Le quitas la diversión a la vida. —puso los ojos en blanco. — ¿Crees que puedo sacar a Pupi a algún lugar importante cuando no sabe tragar antes de hablar? —¡Ey! —Ahora sentate, y tomá el chocolate que preparó Rosa, antes que Pupi se coma todo. Y es capaz. Ian finalmente ocupó el lugar a su lado, estaban tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, estaba tenso, no se sentía cómodo. Tuvo que reprimir el impulso de tocarlo, quería llevarle tranquilidad, pero en este punto, sabía que no iba a conseguir más que una mirada fría. —Sé que es capaz. La veo comer todos los días. —Con más razón, entendes lo que digo. La comida cerca de ella corre peligro. —Los voy a ignorar, sólo porque estoy comiendo algo demasiado delicioso. —se puso de pie, de forma abrupta, al punto que asustó a Mercedes. —Le voy a ir a pedir la receta. Quería probar hacerla el próximo fin de semana. Hernán pasó a buscarlos cuarenta minutos después del horario pactado, Mercedes había estado pidiendo el cuerpo sin vida de su amigo, y descubrió que Ian tampoco tolera la impuntualidad. Se dirigieron al aeropuerto de San Fernando, donde los esperaba un avión privado. Abordaron de inmediato, y Hernán le regaló una sonrisa victoriosa a Mercedes al demostrar que sus 40 minutos de atraso no había significado un problema con el vuelo. Tenían un vínculo muy raro, Guadalupe todavía no entendía cómo es que se relacionaban, por momentos parecían rivales, por momentos amigos íntimos. El avión tenía capacidad para siete pasajeros, tenía cuatro butacas enfrentadas entre sí, con una mesa en medio, y tres butacas ubicadas una al lado de la otra como si fuese un sillón y una televisión frente a ellos. Guadalupe se sentó de inmediato e Ian ocupó el lugar frente a ella, mientras que Mei y Hernán ocuparon los asientos a su derecha. — ¿Te da nervios volar? — le preguntó cuándo lo vio jugar de forma nerviosa con el cinturón. Ian observó por la ventana antes de responder. — Nunca volé, así que no puedo decirlo. — Primera vez y lo haces en un avión privado. De nada. — bromeó Hernán. — Bienvenido a nuestro mundo. Lujo y exclusividad. — ironizó Mei —¿De quién es el avión? — quiso saber. — De un amigo de mi viejo. Es el que suele usar, pero ahora, como está en campaña, queda mal usar un avión privado. — Hernán se encogió de hombros. — Él me lo sugirió, y ¿por qué no? Sin largas colas, sin checkin, sin espera ni cancelaciones. —Y comida para Pupi. Ignoró la broma de Mei, quería reconfortar a Ian. — Todo va a estar bien, es un vuelo corto de no más de dos horas. Cuando nos permitan sacarnos los cinturones, podemos ver una película. —Creo que eso es un bar. — señaló Hernán hacia una estantería que solo dejaba ver un microondas y una cafetera. — ¿Whisky? Te diría que ante cualquier situación de pánico podés sujetarme la mano, pero lo último que quiero es una escena de celos de la rubia. —No tengo miedo, pero gracias. —se limitó sólo a responderle a ella, no miró a Hernán. —De nada. La tripulación les dio la bienvenida e indicó las normas de seguridad. Todos se mantuvieron en silencio durante el despegue y los minutos siguientes hasta que la señal de los cinturones se apagó. Mercedes y Hernán corrieron para pelear por el control remoto de la televisión, dejándolos solos. —Wow, mira la luna, es gigante. —Sí, es la misma luna de siempre. Lo miró sorprendida, tenía que estar loco, era la luna más hermosa que había visto en su vida. —Y eso, ¿no es una estrella fugaz? — No lo sé. Guadalupe bufó con frustración. — Sos muy aburrido, ¿no te gusta mirar al cielo? La pregunta lo había puesto incómodo, lo supo de inmediato por su lenguaje corporal, y también supo que la conversación había terminado, ya no respondería, era la postura que tomaba cuando le preguntaba por su familia, una línea que nadie tenía permitido atravesar. —No es que no me guste, —la sorprendió. — Simplemente no le doy tanta importancia. — Bueno, yo sí, —continuo la conversación con normalidad, sin mirarlo — me encanta pensar en todas las cosas que hay más allá de la Tierra. —Sos muy soñadora. —Quizás, me gusta encontrar la belleza en lo simple, como este vuelo nocturno sobre las nubes. —Sí, en un avión privado. Muy simple. —Se burló. Guadalupe le sacó la lengua por su odioso comentario, pero no había maldad. —Estoy feliz de que hayas podido venir. — le confesó sin mirarlo, pero con absoluta sinceridad. —Permiso. — La azafata se interpuso entre ellos y extendió la mesa plegable e hizo lo mismo con la de Mei y Hernán. — Ya pueden desabrocharse los cinturones, y ahora les traigo unos snacks y bebidas. ¿Desean alguna en especial? La azafata colocó una picada increíble en cada mesa. —Una cerveza, por favor. — pidió Hernán, que apareció después que extendieron la mesa. La muchacha lo observó un instante, supuso que intentaba descifrar si era o no mayor de edad, y Hernán en ningún momento le desvió la mirada. —Gaseosa. —pidió ella. Mei e Ian pidieron lo mismo. —Una picada así se tiene que acompañar con una buena cerveza. ¿Esto es jabalí? Ian observaba la tabla detenidamente hasta que se decidió por uno y Guadalupe se vio en la obligación de aclarar que era. —Eso es ciervo. —retiró la mano. —Es una picada Patagónica. Jabalí, ciervo, cordero. —le señaló. —Pate. —A veces es mejor no aclarar, Pupi. —dijo Mei. —Que sepa lo que está por comer. Es rico. —le aseguró. —¿Rico? ¡Hay salame de jabalí! Esto supera lo rico, es épico. Sin culpa, papá invita. Y cerveza Patagónica. En estos casos vale la pena ser hijo de mi padre. Mira Pupi, es queso ahumado, te estás volviendo loca, ¿no? —Probá y si no te gusta no hay problema. —le aseguró. —Cuando conocí a Pupi, y vi como comía supe que tenía que ser mi amiga. Esta mujer sabe disfrutar de la vida. Nunca te va a saltar con una ensalada o algo vegetariano. —¿Qué tiene de malo la comida vegetariana? Es muy rica también. —Ves, nunca te rechaza la comida. Es lo más. Choca cinco. Chocó palmas con Hernán. Entre bromas y juegos hicieron que el viaje pase más rápido, aunque Ian se mantuvo al margen y en silencio gran parte de él, lo encontró perdido en el paisaje exterior varias veces durante el trayecto. Al llegar al aeropuerto de Neuquén tenían un auto esperando por ellos que los llevó hasta el hotel que se encontraba a unos cincuenta minutos, dentro del Parque Nacional Lanin. El gran edificio se escondía entre el hermoso bosque, con una fachada de piedra y madera, era alucinante. El auto estacionó sobre la entrada principal y de inmediato una chica que no pasaba de los treinta años salió a recibirlos. —Buenas noches, señor Baleman. —pareció algo desorientada al verlos. Seguramente esperaba al padre de Hernán. —Soy Gabriela, la mánager del hotel. Hernán se adelantó. —Hola Gabriela, soy Hernán. Mi papá no pudo venir, así que soy su reemplazo. —Encantada. Dejen el equipaje aquí, ya envío a alguien para que lo recoja. Acompáñeme, por favor. Accedieron a la recepción. El interior era tan perfecto como se veía desde fuera, con una decoración rústica en madera, que emanaba lujo en cada rincón. —Esperábamos a su familia. —dijo la recepcionista con algo de nerviosismo mientras miraba la computadora. —Sí, pero mi papá está con la agenda algo complicada y no quería ser descortés con la invitación. La chica nos observó y luego miró a Gabriela. —Sólo nos quedan tres habitaciones. Una matrimonial y dos individuales. —No hay problema. —resolvió Hernán de inmediato. La señaló y luego a Ian. —Ellos dos se quedan con la matrimonial, y nosotros con las individuales. Intercambiaron una nerviosa mirada con Ian, sujetó a Mercedes del brazo y la alejó del ala de recepción. —No puedo compartir habitación con él. —Le susurró nerviosa. —¿Qué? ¿Por qué no? Comparten departamento. —Una cosa es el departamento, no somos pareja, Mei. Vos nos metiste en esto. —Distribuyan la habitación como en el departamento, definitivamente no voy a compartir habitación con Hernán. —Chicas. —intervino Hernán, y tomaron distancia de inmediato. —Mei, esta es tu llave, e Ian tiene la de ustedes. —le sonrió de forma pícara. — Que la disfruten. —No supo cuál fue su cara, pero por la expresión de Hernán definitivamente no había sido una buena. —¿Virgen todavía? —cómo no le respondió, miró a Mei que le asintió lentamente. —Son una pareja rara. Bueno chicas, nos vemos para la cena. —resolvió después de observarla por unos cuantos segundos. Mei y Hernán se fueron y quedó, sola, a unos metros de la recepción. No podía estar pasando esto. —Vamos. —dijo Ian a su espalda. Caminaron hacia el sector de habitaciones, ella unos pasos por detrás, necesitaba evitar el contacto visual o se echaría a correr.
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