Capítulo 19

2945 Words
Mientras el jacuzzi se iba llenando de burbujas, buscó en Spotify una lista de reproducción para relajar la mente. Dejo encendidas solo las luces cálidas y se sumergió. El ambiente que había creado se metía en su sistema mientras observaba el atardecer a través del ventanal espejado. Estaba completamente sumergida en el paraíso, y se fue quedando dormida poco a poco. —No puedo hacer esto. —dijo Ian ingresando al cuarto de baño de forma repentina. Se sentó de forma abrupta ante la inesperada intromisión y se llevó las manos a los pechos, aunque las burbujas la cubrían por completo. Lo observó, parecía no afectarle el hecho de que ella estaba desnuda en el jacuzzi, estaba más preocupado por aquello que no podía hacer. Se movió hacia el borde más cercano a Ian, apoyó los brazos en el borde y la cabeza sobre ellos, de esa forma se sintió menos expuesta. —No tengo idea de que estás hablando. —dijo con una tranquilidad que no sentía. —No pertenezco a todo esto, y no puedo simular que sí. —finalmente la miró y frunció el ceño. —¿Estás desnuda? Sí, pero parece que sigue sin importarte esto. —Sí. Nadie pretende que simules nada. —Perdón. —dio un paso hacia atrás. — Pensé... Mei me dijo que estabas en el jacuzzi, —miró toda la habitación. —¿Esa cosa no se usa con traje de baño? —Es una de las alternativas. Date vuelta así puedo salir. —Está bien, me voy. Perdón. —Alcánzame la bata. Se dio cuenta de inmediato, seguía sin verla como mujer y eso le dolió, aunque era la clave de su convivencia, en algún punto le dolía. Ian le dio la espalda y le alcanzó la bata. —Perdón, no quería meterme, solo pensé que... —parecía bastante nervioso. — …bueno, que eso se usaba con bikini. —Está bien, de todas formas, ya dijiste que no me ves como mujer. Varias veces. Listo, la bata está en su lugar. Podes darte vuelta, y explicarme que pasó. Lo hizo con sumo cuidado como si esperara que ella siguiera desnuda, pero no era tan descarada. La observó en silencio. La había visto en bata varias veces en estos meses, pero algo en sus ojos plateados era diferente, había algo mucho más intenso ahora, en la forma en que la miraba. Ian tragó con fuerza. —Mierda. — susurró y salió corriendo del cuarto de baño. —¿Qué pasa? — Preguntó cuando salió detrás de él. Estaba sentado en el sillón con la cabeza entre las manos. Se revolvió el pelo y finalmente habló. —Hernán propuso ir a comer a la ciudad, pero no —dudó un instante, — no estoy seguro de poder pagar lo que sea que vayamos a comer. Llevamos gastado más de lo que yo gano en un mes. —Yo invito. No te preocupes por la plata. Le elevó una ceja, Guadalupe sintió que había desbloqueado un nuevo gesto, e intento ocultar la sonrisa, lo haría sentirse más frustrado. —Tus ingresos son limitados también. —Mis papás saben dónde estoy, no te preocupes. —No es a lo que me refiero. —Son vacaciones, la gente gasta de más cuando viaja, y no me molesta cubrirte en la cena. —¿Y tus papás? ¿No van a ver raro que gastes por dos? —No. Van a pensar que invité a Mei o algo así. ¡Por Dios Ian! Aprovechar las oportunidades que se te presentan también es una decisión inteligente. Y sos muy inteligente, lo más seguro, cuando seas adulto vas a poder ir a lugares como este. Cuando eso pase, si queres, podes buscarme e invitarme a cenar para compensar lo de esta noche. —Todo esto no está bien. —Ya te dije que no me molesta. Date una ducha, vas a ver las cosas con más claridad. —Voy a devolverte la plata de la cena. Algo que había aprendido de Ian en este tiempo era que no le gustaba que le regalen nada. —Como quieras, estoy siendo completamente honesta, pero si te hace sentir mejor. —le resto importancia. Comenzó a buscar su estuche de maquillajes y todos los artefactos para el cabello. Eligió la ropa que iba a usar y dejó todo sobre la cama. —¿Qué haces? —Voy a cambiarme en la habitación de Mei así podés disfrutar de la habitación. Nos encontramos en la sala de estar. —le sonrió—. Relajate y disfruta. Es uno de los secretos de la vida. Con Mercedes siempre hacían del momento de chicas un encuentro sumamente divertido, pero hoy tenia muchas cosas rondando por su mente. —Entonces, ¿te molesta que no te vea como mujer? —le preguntó mientras la peinaba con la buclera. Estaban en el cuarto de baño, habían colocado una silla, y Guadalupe se maquillaba, mientras Mercedes la peinaba. —Molestar no es la palabra correcta. Es raro, o sea, quiero decir... —la miró a través del espejo —No sé qué quiero decir. —reconoció. —Teniendo en cuenta los antecedentes, creo que es gay. —Pero si fuese gay habría dado algún indicio de eso, o sea, Joaquín, Hernán. Mercedes rodó los ojos. —Estoy siendo sarcástica, Pupi. No es gay. Tal vez solo encontramos el hombre inmune a nosotras. — le guiñó un ojo. — o le gustan las pelirrojas. —¿Podemos ser serias con esto? —Es que no termino de entender que es lo que te molesta de todo esto. Viven juntos y no te ve como mujer, eso debería relajarte, no molestarte. Salvo que te guste, y te haga sentir frustrada. Se puso de pie. —Voy a terminar de vestirme en mi habitación. Mercedes levantó los brazos en señal de rendición. —Tranquila. Ya terminé de todas formas. Los chicos nos deben estar esperando. Vamos. Se miró en el espejo para chequear que todo esté en su lugar, le había hecho tres trenzas cocidas en el costado derecho de la cabeza y le había realizado bucles en el cabello que había quedado suelto del lado izquierdo. Finalmente terminó eligiendo ropa de Mercedes, ella había llevado una valija más grande. Llevaba unos jeans negros ajustados, una camiseta cuello alto blanco, y un poncho con mangas color bordó con un cinto fino en la cintura, la estrella eran sus amadas bucaneras de cuero n***o. Era un look bastante rockero, le gustaba. —Me encanta. Tenes un don para peinar. —Algunos salvan vidas, yo peino, ¿Qué puedo decir? Vamos. Tomaron sus abrigos y se encontraron con los chicos dónde habían acordado. —¡Wow! —exclamó Hernán en cuanto las vio. — Ustedes hacen que el tiempo de espera valga la pena. —Gracias. — le sonrió a su mejor amigo. Observó a Ian que desvió la mirada rápidamente. —¿Y Joaquín? —preguntó Mercedes. —El viejo lo necesitaba en la ciudad, nos encontramos en el restaurante. Igual no entrábamos todos en el auto. —¿Qué auto? —Preguntó Mercedes. —Alquilé uno esta tarde. Hernán no se anda con cosas chicas, cuando el que pagaba era su padre, había alquilado un Mercedes Benz de lujo azul petróleo, solo para ir hasta el pueblo a cien kilómetros. —¿Tu papá sabe de esto? —preguntó en cuanto se subieron. —Se va a enterar cuando llegue el resumen de la tarjeta, supongo. Siempre quise manejar un Mercedes. —dijo con indiferencia mientras acomodaba el espejo retrovisor. Miró a Ian, que ocupaba el asiento del copiloto. —Vamos a ver cómo anda este bebé en la ruta. —las miró por el espejo retrovisor. —¿Listas para rugir en la Ruta 40? —Supongo que sí. Con cuidado, por favor. —Un poco más de confianza, Pupi. Vamos bebé, mostrame lo que podés hacer. Soy todo tuyo. —¿Es normal que le hable así al auto? —le susurró a Mercedes. —Los hombres suelen tener este tipo de relación con los autos. Sobre todo, cuando necesitan compensar cierta parte. Ian comenzó a reír. —Podemos hacer un pequeño experimento para rebatir tu teoría. —No me interesa. Me interesa llegar a cenar, Pupi se muere de hambre. Hernán susurró algo, pero no logró escuchar. Encendió el auto y emprendió el camino hacia la ciudad. Como había dicho, Joaquín los estaba esperando en la puerta del restaurante. Ocuparon la mesa que tenían reservada. —Pedí lo que quieras. —le susurró de la forma más discreta que pudo. —¿El plato es de oro? — Ian no sacaba la mirada de la carta con los diferentes platos. Le sonrió. —Quieren creer que sí. —Ey, tortolos, dejen de secretear entre ustedes. Vamos a pedir parrilla, mi papá dice que es la mejor del país. —los interrumpió Hernán. —Yo quiero cerveza. —Guadalupe acaparó toda la atención con eso. —Esto es nuevo. Tengo compañera de cervezas. —celebró Hernán. —¿Ahora tomas alcohol? —Preguntó Joaquín. —Quiero probar. —¿Te parece bien que tu novia se emborrache? —Ahora Joaquín miraba a Ian, que pareció incómodo con la repentina atención. —No es mi… —el corazón de Guadalupe dio un salto. —Propiedad. Si quiere probar, que lo haga, y si se emborracha no está sola. Por un segundo creyó que Ian iba a meter la pata hasta el fondo. Miró a Mercedes que sonreía con cierta aprobación. No llegó a comprender si era por la forma en que Ian había salvado la situación, o porque aprobaba lo que había dicho, como sea, a Guadalupe casi le da un infarto. —No seas exagerado, Joaco. Y no lo arruines, por primera vez tengo una compañera de cervezas. Bueno, ahora vamos a comer. ¿Parrilla completa? ¿Estamos todos de acuerdo? Todos le asintieron a Hernán. Guadalupe intento ingresar a la habitación, pero tropezó con sus propios pies, si no hubiese estado Ian, habría terminado en el piso. —Gracias. ¿Qué me pasa? —comenzó a reír. —Casi me caigo. —Estas borracha. La llevó hasta el sillón y se sentó a su lado. —Tome sólo un vaso. —Tres, y te saque el cuarto. —Es poderosa la cerveza, pero rica. ¿El minibar? Quiso ponerse de pie, pero Ian se lo impidió. —Ya es suficiente. Se dejó caer en el sillón nuevamente y apoyo la cabeza sobre el hombro de Ian. —No pague la cena. —Pagó Hernán. Guadalupe comenzó a reír de nuevo. —Hernán no va a dejar que le devuelvas la plata, nunca. Le gusta invitar personas a comer. —Porque paga el padre. Lo miró a los ojos. —¿Sabías que a veces tus ojos son de color plateado? Como mercurio, no el planeta, el otro mercurio. Ian sonrió. —Estas muy borracha. —Me veo en tus ojos. Son lindos. Un hipo la hizo saltar y tomar distancia. —¿Vas a vomitar? —Creo que no. —Se recostó en el sillón. —No está bueno estar borracha, la habitación da vueltas. Me quiero sacar las botas. —Y mañana va a ser peor. —Ian se puso de pie y le alcanzó el pijama. —¿Podes? Asintió mientras se sacaba el poncho bordó y quedaba con la remera cuello alto blanca. —Sí. — otro hipo. —Espero en el baño. Lo próximo que supo fue que Ian la estaba levantando del sillón. —¿Qué pasó? —Te quedaste dormida. No vas a dormir en el sillón, lo último que necesito es que te ahogues con tu vómito. Por lo menos pudiste cambiarte. —No voy a vomitar, que asco. Puedo sola. ¿Por qué la gente se emborracha? No es divertido. Camino hasta la cama y se dejó caer sobre la almohada, Ian la tapó y ocupó el otro extremo. —¿Te sentís bien? Estaba de espaldas a Ian. —Sí. —susurró. —Ian. —¿Qué? —Nada. Se movieron en la cama al mismo tiempo y quedaron enfrentados, aunque había un metro que los separaba. El fuego del hogar dibujaba sombras difusas entre ellos. —¿Qué pasa? Extendió el brazo, iba a tocarla, pero se arrepintió en el último segundo. —Puedo... podes... No importa. —¿Qué cosa? ¿Qué pasa? —tenía miedo de iniciar algo que no podría manejar. —¿Pupi? —Nunca me decís Pupi. —Acabo de hacerlo. ¿Qué pasa? No sabía si era el alcohol, o la oscuridad. Tal vez la combinación de ambas cosas, pero aprovechó para pedir algo que en otro momento no haría. —¿Me podes abrazar? —se arrepintió de inmediato. — Perdón. Fue una idea estúpida. El silencio reinó en la habitación, el único sonido provenía del fuego, y ninguno se movió. No necesitaba la luz encendida para saber que la miraba, podía sentir la mirada de Ian. —¿Por qué? —No importa. Ya está, hablé sin pensar. —¿Por qué queres que te abrace? —Sólo es... curiosidad, supongo. No importa. Ya está. Una curiosidad que sólo le surgía con él, compartía la cama con Mercedes a menudo, y nunca había sentido esta curiosidad. —Estas muy curiosa hoy. Acercate. —La orden la tomó por sorpresa, pero ninguno se movió a pesar de lo que dijo. —Sólo dormir abrazados, no significa nada. —¿Las cosas se van a volver raras? Sentía el efecto del alcohol en su organismo, pero sabía perfectamente lo que estaba haciendo. —¿Se volvieron raras después que el colegio piense que somos novios? —No. —¿Se volvieron raras después que compartimos la cama? —No. No mencionó el beso, eso sí la había confundido. —Acercate. Si se siente raro puedo dormir en el sillón. —Ok. Se acercó un poco, pero no se animó a invadir su espacio personal. Él terminó de acortar la distancia. —Acomodate, ¿Cómo queres que te abrace? Tomó aire y se armó de valor antes de que su lado racional apareciera y se apoyó sobre el pecho de Ian. La rodeó con el brazo inmediatamente. Ambos corazones latían a una velocidad impresionante. Podía escuchar el de Ian como si fuese el suyo por debajo de la remera. Se sentía bien. Ahora entendía porque la gente solía dormir de esta forma. Tranquilizaba todos los sentidos. —¿Raro? —No. Gracias. —comenzó a alejarse, pero el brazo de Ian se lo impidió. —Si no se siente raro... quedate. Sonreía como idiota, y agradeció que no pueda verla. No sabía dónde poner la mano izquierda, y evidentemente Ian lo notó, porque la acomodó sobre su pecho. Era el momento más íntimo que había tenido con una persona, y se sentía asombroso. Dejó que los latidos de Ian fuesen una canción de cuna, los cuales se iban desacelerando segundo a segundo y ella se fue quedando dormida. Amaneció sola en la cama, otra vez se había ido a desayunar sin avisarle. Todas las imágenes de anoche aparecieron en su cabeza. Se sentó de golpe y un dolor inmenso le inundo la cabeza. Se había emborrachado por primera vez en su vida, y le había pedido a Ian que la abrace. Guadalupe no podía creer lo que había hecho. Ella no era así. Pero no haría de esto algo raro, no podía darse ese lujo cuando convivían juntos. Había sido muy tonta, sin esas cervezas nunca se lo habría pedido. Buscó la ropa y se metió en el cuarto de baño. Se frenó de golpe, Ian no estaba desayunando, ¡Se estaba bañando! Dejó caer la ropa y se cubrió los ojos. —Perdón. Salió corriendo hacia el sillón y se mantuvo ahí con la cabeza entre sus manos. ¡Qué idiota! ¿Por qué no había golpeado? Ahora todo era completamente raro. La ropa que había tirado en el cuarto de baño aterrizó sobre ella. Elevó la vista e Ian la observaba con, solamente, una toalla a la cintura. Volvió a cubrirse el rostro. —Me ves así todos los días. —dijo con tono aburrido. —¿Ahora te da vergüenza? —No todos los días te veo desnudo en el baño. —¿Me viste desnudo? —su tono era divertido, pero ella se moría de vergüenza. —¡No! Bueno, un poco, no mucho y nada importante. No vi nada. Perdón, pensé que estabas desayunando. Se sentó a su lado en el sillón. —Te iba a despertar después que me duchara. ¿Qué viste? ¿Qué era esa pregunta? Lo empujó, o eso intentó, Ian le sujetó el brazo y la atrajo más cerca de su cuerpo mojado y le sonrió con picardía. —Idiota. — Volvió a empujarlo. Se alejó lo máximo que le permitió el sillón. —No hagas de esto algo raro, —dijo con tono aburrido.— no pasó nada. Anda a ducharte. —Ok. —sujetó la ropa que Ian le había lanzado, mientras él caminó hasta el armario, y ella hacia el baño. No haría algo raro de esto. —Sos linda cuando te pones colorada. Dejó caer la ropa, y miró en su dirección, pero la puerta del armario lo tapaba casi por completo, sólo llegaba a ver sus pantorrillas. La toalla cayó al suelo. Mierda. Volvió a juntar la ropa y corrió al baño. ¿Qué había sido eso? ¿Había coqueteado con ella?
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