Para la buena suerte del mayordomo, llega la madre a interrumpir el incómodo momento, pregunta de manera casual de qué están hablando ambos sujetos. Leopoldo para mermar la tensión responde que solo estaban platicando sobre los trabajos de la tierra, pues Jorge ya estaba en edad de empezar a colaborar. Jorge se mostró un poco sorprendido, pues su interés era estudiar y poder cambiar su destino por medio de la academia. Lo que el mayordomo buscaba era someterlo al trabajo tradicional de su padre, el cual, aunque era respetable, no se acomodaba a la idea de progreso del niño. Por no quedar mal frente a Ruth le siguió la corriente, no sin antes aclarar que si bien ya tenía la edad para empezar a trabajar, su mayor deseo era estudiar, posibilidad que su madre le había quitado. Ruth mencionó que en el momento que volviera a ser el niño de antes podría regresar a la escuela con todos sus compañeros, pero mientras siguiera teniendo comportamientos tan extraños esa opción no estaría en los planes. Al Ruth notar la presencia tan inquietante de Jorge decidió no encerrarse con el mayordomo, le dijo que quedaban pendientes para después y cada uno regreso a sus labores de casa. En la cabeza de Jorge seguía rondando la reforzada mentira del mayordomo con respecto a su pregunta. ¿Un rosario? Más que una respuesta parecía ser una forma de evasión de Leopoldo. Pues para nadie es un secreto que a la mayoría de los infantes no les gusta rezar, tal vez pensó que si le decía a Jorge algo relacionado con la religión se iba a desinteresar e iba a olvidar, probablemente, la cuestión que le inquietaba.
Contrario a eso, la respuesta del mayordomo causó en Jorge mayor intriga. Así que empezó a leer sus libros sobre religión para poder tener argumentos y algo de conocimiento sobre el tema para poder confrontar y unirse a los ritos de su madre y Leopoldo. Como la familia lo veía estudiar todo el día de nuevo estaban más tranquilos, sin saber que Jorge se preparaba para continuar su investigación. Mientras tanto los acontecimientos extraños no tenían descanso, cada día las cosas paranormales se incrementaban. Jorge adoptó la costumbre de bañarse en el tanque de la ropa, allí llenaba un balde y con un recipiente de plástico se rociaba el agua desde la cabeza, lo hacía a plena luz del día, pues si todos lo veían le parecía imposible que alguna presencia misteriosa le hiciera daño. Esos comportamientos, aunque un poco normales, seguían siendo motivo de sospecha para los padres, si bien las duchas de la casa no eran las más modernas, era más cómodo ducharse en el baño que afuera, con el frio viendo rosando la piel. Jorge argumentaba que afuera podía tener más contacto con la naturaleza, incluso algunos días le pedía a su padre que lo acompañara al rio para asearse de manera más divertida. Sin embargo, por más que evitara los episodios de la ducha, las sensaciones extrañas le perseguían la mayor parte del día, a veces escuchaba voces que lo llamaban, pero por más intriga que sentía, no era capaz de seguirlas para saber de dónde venían. Los objetos de su habitación cobraban vida en algunas ocasiones, como si un duende viviera en la casa. Las cosas de Jorge aparecían en lugares donde él no las había dejado, sus pocas monedas también desaparecían y las páginas de sus libros aparecían rasgadas. Leopoldo culpaba a los ratones del daño en los libros de Jorge, pero este sabía que en su habitación no había ratones, y si los hubiera no se enfocarían en los libros, ya que Jorge guardaba algunas sobras de comida en su mesa de noche.
Aun con esa situación tan tormentosa Jorge seguía estudiando la religión, incluso pidió ser llevado al pueblo todos los domingos para participar de las celebraciones sagradas. Mientras tanto, Ana aprovecha los días que va a la escuela para investigar en las calles sobre el pasado de Leopoldo. En compañía de Elkin deciden ir a la registraduría del pueblo para preguntar por los padres del mayordomo. El funcionario de ese lugar no se muestra muy propenso a colaborar, pues Ana es solo una adolecente y el psicólogo no está en una labor legalmente investigativa. Sin embargo, el funcionario por medio del nombre y los apellidos completos del mayordomo inició una búsqueda en el sistema. Lo que más le sorprendió es que no había ningún registro bajo esas características, cuestión que no podía entender Ana, pues ella misma había visto el documento de identidad de Leopoldo varias veces en la casa. ¿Se trataba de una cédula falsa? ¿Era Leopoldo una persona buscada por la justicia? ¿Cuál era el nombre real del mayordomo? Estas preguntas rodeaban la conversación de Ana y Elkin, quienes se encontraban muy sorprendido y cada vez más inquietos por el extraño hombre.
Ana no sabía si lo correcto era confrontarlo, podía tener problemas con su madre, quien aparentaba tener una relación muy íntima con él. Tampoco podían juzgarlo sin conocer a ciencia cierta la razón por la que no se encontraba registrado en el sistema. Así transcurrió la tarde y ambos decidieron visitar a las personas más antiguas del pueblo para preguntarles por el sujeto en cuestión. Necesitaban saber si lo habían visto antes o si alguien conocía su familia, lastimosamente nadie sabía nada. Con ese descubrimiento Ana entendió el porqué de las reacciones de Leopoldo cuando intentaban hacer un paseo familiar. Era un hombre muy casero, no le gustaba salir mucho, mientras la familia paseaba él se quedaba cuidando la casa. Las pocas veces que salía lo hacía en solitario, no tardaba mucho y nunca iba al pueblo, sus paseos se restringían al bosque, las montañas, los ríos y lagos. Su disculpa para no ir al pueblo siempre recaía en cuestiones sociales, la inconformidad con el sistema político, con las autoridades competentes y las personas que allí habitaban. De estas últimas decía que eran muy “chismosas”, que su único interés era meterse en la vida privada de los demás para hacer de ella chismes de pasillos. Tampoco se mostraba interesado en los productos que en el pueblo se vendían, para él la producción agrícola era la mejor opción a la hora de comer. Pues los alimentos que en los supermercados exhibían, para él, estaban llenos de conservantes y productos químicos que eran malos para la salud del cuerpo.
Leopoldo tenía un régimen alimenticio muy estricto, no comía carnes rojas ni productos de paquetes. Su desayuno se basaba en una moderada cantidad de frutas con café, el cual era producido en las mismas tierras que vivía la familia Serrano. Para el almuerzo prefería comer pescado y legumbres, o salvo algunas excepciones, pollo. Ruth sabía perfectamente cómo tenía que preparar las comidas de Leopoldo para que pudiera consumirlas. No podía utilizar aceites de botella, Leopoldo por su propia cuenta se encargaba de sacar el aceite de las patas de las vacas, solo con estas permitía que se le prepara algún alimento frito. Los almuerzos siempre iban acompañados de Jugos de frutas o limonadas. Para la cena, Ruth casi siempre preparaba café con tacos, o si no había, algo de pan. Leopoldo solo comía tacos cuando la masa era preparada en casa con el maíz que junto al padre sembraban. Era un proceso que tardaba más tiempo, el preparar la masa en vez de comprarla lista en las tiendas; sin embargo, Ruth siempre estaba dispuesta a seguir sus caprichos para que pudiera comer. Dicho régimen, aunque tiene validez, es motivo de sospecha ahora para Ana y Elkin, pues el hecho de no querer comer cosas producidas en la ciudad debe tener algo oscuro de fondo, tal vez era la excusa para no tener que visitar otros lugares públicos. ¿Tendría problemas con la justicia? O tal vez podría tratarse de una persona que aparentemente se ve muy tranquila, pero que en el pasado tuvo muchos problemas y cultivó muchos enemigos. Con cada descubrimiento la desconfianza hacia Leopoldo iba creciendo. De esa manera se dirigió Ana a su casa para contarle a Jorge las nuevas noticias y saber qué pudo el niño descubrir.
Al llegar a casa para escuchar a su hermano y mencionarle los nuevos descubrimientos, Jorge revela una nueva pista. Su mayordomo se ve muy interesado en la religión y en orar para que la familia tenga protección, pero con la información de Ana, logran caer en cuenta de que el mayor domo nunca va a la iglesia con mamá y papá. Podrían invitarlo para ver su reacción o cuestionar por qué no le gustan las iglesias, puesto que si estuviera tan interesado en Dios no debería evadir el lugar sagrado. En muy pocas ocasiones Leopoldo salía los domingos hacia el templo, pero nunca llegaba al lugar, siempre se dispersaba entre los árboles, donde se postraba a leer un libro o simplemente a observar el panorama. De lo que los hermanos estaban seguros, era que había algo extraño o ilegal con Jorge por no querer mostrarse en público. Sin más demoras fueron a hacerle a Leopoldo la cordial invitación, para que el domingo todos como familia fueran a orar. Dicha invitación fue hecha justo en el momento de la cena, ya que estaban todos reunidos y no podría negarse sin dar una buena explicación. A Leopoldo le sorprendió la invitación, en ese momento el padre cae en cuenta de que lo que los hermanos decían era verdad, el mayordomo nunca iba a la iglesia con ellos, ni a ningún lugar. Todos esperan una explicación, mientras Leopoldo piensa a la ligera. Su aclaración no es muy convincente, al menos para los hermanos, quienes tienen más información sobre él que los padres. El mayordomo manifiesta tener una mejor conexión con Dios en la casa, puesto que afuera el ruido, las personas, el ambiente y el clima le perturbaban, menciona ser un hombre espiritual pero malo para el tema de la concentración, por lo que el hogar y la tranquilidad del campo, era el lugar perfecto para tener una conexión divina. Aunque pudo zafarse de la pregunta por la inasistencia a la iglesia, aun le falta responder qué pasa con el resto de lugares a los que no asiste.