En Braganza, Janet y Alejandro son llevados en un gran carruaje de cargas, que va hacia la frontera con España.
En ese instante, Garrido se sonríe un poco, y le dice a Janet y Alejandro:
— Ustedes dos hacen muy bonita pareja, ¿cuándo se casan?
Alejandro y Janet se ven las caras. Y se sonríen un poco, diciendo Alejandro:
— Sería un honor casarme con esta mujer.
Janet se acuerda del último matrimonio que tuvo, y le dice a Alejandro:
— Pues todavía nos estamos conociendo, no veo la necesidad de casarnos.
Garrido se sonríe. Cuando Alejandro le dice a Janet:
— ¡Oye! No me hagas pasar vergüenza con el señor.
Garrido les dice a los dos:
— Pierdan cuidado, se encontraron con una de las personas más tranquilas de la ciudad.
Alejandro le dice a Garrido:
— Gracias por ayudarnos.
Garrido se vuelve a sonreír, diciendo:
— Para servirles.
Dos horas después, Garrido detiene su carruaje, y le dice a Janet y a Alejandro:
— Espérenme aquí, tengo unos familiares en esa casa, me despido de ellos y luego seguimos hacia España.
Janet le dice a Garrido:
— Tranquilo, vaya y vea su familia.
Garrido se baja de su carruaje. Y con una sonrisa que en marca su rostro, entra a la casa.
Alejandro toca la espada, y le dice a Janet:
— El señor resulto ser muy simpático.
— Si, nunca había visto a alguien reírse tanto.
— Ya sueño con llegar a casa y presentarte a mamá.
— ¿Así?...
— Si.
En ese instante, Alejandro y Janet se besan. Cuando sienten en sus cuellos el frio de dos espadas…
En Loulé, Viriato llega a su casa. Y al entrar le dice a su esposa:
— Ya que no quisiste asistir a la ejecución de mis enemigos, pues te voy a contar lo que paso.
— No gracias… pero pensándolo bien, ellos tenían razones de sobra para hacerte daño.
— ¿Qué dices?
— No te hagas el buen hombre conmigo. Que yo te escucho hablar con Mateus la noche que nos atacaron, tú no eres quien dice ser.
Viriato se acerca a su esposa, y le dice:
— ¿Qué vas hacer? ¿Piensas denunciarme?
En ese instante, Mateus entra a la casa, y le dice a Viriato:
— Señor tiene visita.
— No estoy para nadie.
— Es el señor gobernador.
— ¿Qué?, pero él no me dijo nada cuando estábamos en la ejecución que iba a venir.
— Parece que es algo urgente. Porque se vino con más de veinte militares.
Viriato le dice a Ruth:
— Ve y ponte otro vestido, y manda a traer una buena comida y vino.
En ese instante, Viriato hace seguir al gobernador, y le dice:
— ¿Paso algo de última hora?
Fran estrecha su mano con la de Viriato, y le responde:
— No, solo vine a reafirmar nuestra amistad tan inesperada.
Viriato se sonríe un poco. Cuando Ruth trae vino, y le dice a Fran:
— Muy buenas gobernador.
— Buenas mi señora, Perdone por venir así…
Viriato le dice a Fran:
— Nos han traído vino… bueno, bridemos por esas ejecuciones, ¿desea beber?
Fran se pone serio, y le expresa a Viriato:
— No, no quiero tomar.
Viriato deja el vino en la mesa, y luego mira a su esposa y le dice a Fran:
— ¿Entonces comerá algo?
— Bueno, me dejaré atender.
Viriato se sonríe y le dice a su esposa:
— Trae la comida.
En ese instante, Viriato le dice a Fran:
— ¡Siéntese!
En Braganza, Janet y Alejandro son amarrados y privados de su libertad. Por Garrido y dos integrantes más de los centuriones.
Atados de manos y pies, Alejandro le dice a Janet:
— En mi trabajo como espía, esta es la primera vez que me pasa esto… nunca me habían atrapado.
Janet trata de acomodarse, y dice:
— Siempre hay una primera vez, aunque sospecho que esto sea por otra cosa.
Afuera de la casa, Garrido les dice a los dos hombres que le ayudaron con Janet y Alejandro:
— Ustedes cuidaran de ellos, mientras entrego esa mercancía robada a nuestros otros compañeros. Y luego regresaré para llevárselos a Viriato.
En la casa, Janet le dice a Alejandro:
— Lo que si voy hacer de ahora en adelante; es no confiar en personas que te sonríen excesivamente. Y que te hagan ver que son buenas personas… estoy muy enfadada con ese sujeto.
— Yo también, espera que me suelte de aquí y agarre a ese tipo.
En ese momento, los dos sujetos entran a la casa y uno de ellos le dice a Alejandro y a Janet:
— No nos odien muchachos, solo cumplimos órdenes.
Janet les dice:
— Se van arrepentir de hacer esto.
De inmediato, los dos sujetos se miran y se ponen a reír…
En Loulé, el gobernador se sienta a comer junto a Viriato y a su esposa. Cuando dice:
— Este pollo esta fantástico, te felicito Viriato, tienes una esposa con grandes habilidades.
Ruth y Viriato se sonríen. Cuando Ruth le dice a Fran:
— Gracias.
Luego de terminar su comida, Fran mira fijamente a Viriato, y le dice:
— ¿Cuántos hombres tienes por todo?
Ruth queda viendo a Viriato:
— Ya no tienes que esconder nada, recuerda que yo sé quién eres en realidad.
Viriato se enfada con Ruth. Cuando Fran le dice a Viriato:
— No te enojes con tu esposa, solo quiero saber con cuánta gente dispones y en que ciudades las tienes.
— ¿Por qué el interés?
— Somos socios Viriato, tengo que saber esas cosas.
— Pues solo le voy a decir que son muchos, no hay necesidad de especificarle o decirle detalles.
Ruth queda mirando a su esposo. Cuando Fran se levanta de la mesa, diciéndole:
— Tiene razón, no hay necesidad de que lo haga aquí, será en otra parte.
Viriato se levanta y le dice a Fran:
— ¿Qué está usted insinuando?, cuidado con traicionarme.
El gobernador se ríe un poco, y dice:
— Hasta aquí llego tu reinado.
En ese instante, Varios militares detienen a Mateus y entran a la casa. Y capturan a Viriato, pero este pone mucha resistencia. Queriendo coger a su esposa como rehén, pero los militares no lo dejan.
Totalmente enfurecido, Viriato le dice al gobernador:
— Esto fue el peor error que usted ha cometido, le aseguro que desde hoy no tendrá paz.
El gobernador le dice al capitán:
— Lléveselos y asegúrese que este o el tal Mateus, digan donde están todos sus hombres.
De inmediato, el capitán se lleva a Viriato y a Mateus. Cuando Ruth le dice al gobernador:
— ¿Qué va a pasar conmigo?
— Con usted nada, que yo sepa, usted no está en los negocios de su esposo, así que se puede ir.
— ¿Qué va pasar con Viriato?
— Tiene que decirnos la ubicación de sus hombres.
— Él no lo va hacer.
— Peor para el… bueno señora, yo la dejo…