EL REY PIERDE EL CONTROL

1259 Words
En ese instante en el palacio, los generales son bien recibidos por el rey, quien les da una gran bienvenida. Como si fueran héroes. Miguel y Adolfo se hincan ante el rey. Cuando Miguel toma la vocería, diciéndole al rey: —   Señor, hemos concluido la búsqueda que usted nos mandó, una misión compleja y agotadora, pero que al final terminamos junto a todo el esquema armado del país, no hubo rincón alguno que no buscáramos a los hombres llamados Joaquín. Logrando un buen resultado. En ese instante, Janet llega a la sala y les dice a Miguel y Adolfo: —   Buenas. Miguel y Adolfo le responden a Janet: —   Buenas Señora. El rey le dice a Janet: —   Alégrate, los generales dicen que han tenido buenos resultados con su búsqueda. Janet se imagina tener a Joaquín al frente suyo, y les dice a los generales: —   ¿Cuántos Joaquines han traído? Adolfo le responde a Janet: —   Hemos traído mil novecientos ocho Joaquines, supongo que el que buscan se encuentra ahí. Janet se impacienta, y les dice: —   ¡Que esperan! Traigan a los hombres. De inmediato, Miguel les dice a todos: —   Vamos a la plaza del palacio, lo hombres que hemos traído están por partes separadas. Janet y el rey se levantan de su silla, junto a los generales y guardas de la sala, van a la plaza. En ese momento, Gustavo y varios generales más, se hincan ante el rey. Cuando Adolfo les dice a unos militares que se encargan de custodiar a los detenidos: —   Liberen al primer bloque de hombres. De inmediato, los militares traen a los detenidos por bloques de quinientos hombres, los cuales están muy bien custodiados. Miguel le dice al rey: —   Hay tiene al primer bloque de quinientos hombres. El rey mira a Janet, y le dice: —   ¿Vez al Joaquín que buscas? Janet no le responde y camina hacia los quinientos hombres, quienes están amarrados de las manos. Y temblando de miedo. Janet mira rápidamente rostro por rostro a todos los Joaquines, y le dice al general Gustavo: —   Llévense estos, porque el Joaquín que estoy buscando no está aquí. Gustavo les dice a los militares encargados: —   Traigan el segundo bloque. Y llévense estos para su posterior liberación. El rey cruza sus manos y observa con mucha paciencia, como los militares sacan del palacio a los primeros quinientos hombres. Para luego entrar a la plaza otros quinientos hombres del segundo bloque. Janet mira lentamente a cada hombre del segundo bloque, y luego dice: —   Aquí tan poco esta. Miguel y Adolfo se miran las caras. Cuando Gustavo vuelve a ordenarle a sus militares sacar a todos los hombres de la plaza. Para hacer entrar al otro bloque, el cual Janet también dice que no está. El rey comienza a darle mucha rabia, y Miguel y Adolfo comienza a preocuparse. Cuando el bloque que falta es de cuatrocientos ocho hombres. Adolfo le dice a Miguel: —   ¿Esa mujer es la que decide por el rey? —   Si, ella es la que sabe que Joaquín es, lo que me da miedo es que llevamos mil quinientos hombres. Y ninguno de ellos ha sido ese Joaquín. —   Migue, ¿crees que el rey nos hará algo si esta mujer no encuentra a ese hombre? —   Creo que sí, escuche que se casaría con ella después que ella encontrara ese Joaquín. En ese momento, a la plaza entran los cuatrocientos ocho hombres restantes. Cuando Janet dice en voz baja: —   ¿Dónde estás Joaquín? Janet se acerca aun más a todos los detenidos, y al llegar al último, se enoja demasiado, y les dice a todos: —   Joaquín no está aquí. De inmediato, el rey explota de ira, diciéndole a Janet: —   ¡Me engañaste!, has abusado de la confianza que te di Janet. En ese instante, todas las fuerzas militares junto a los detenidos que están en la plaza, se asustan al ver la terrible reacción del rey. Furiosa, Janet se da vuelta, y le contesta al rey: —   ¿Qué es lo que dijiste? El rey les dice a todos: —   Quiero que se vayan todos del palacio, quiero estar a solas con esta mujer. De inmediato, los generales le hacen caso al rey. Y hacen retirar a todos de la plaza del palacio. Cuando el rey le dice a Adolfo: —   Préstame tu espada. Janet le dice al rey: —   Ten cuidado con lo que vayas hacer. Miguel le dice al rey: —   Señor, ¿usted está seguro de esto? ¿Quiere que los guardias también se vayan? —   Si, solo quiero hablar unas cosas con esta mentirosa. De inmediato, todos los militares se retiran junto a los hombres que detuvieron de otras ciudades lejanas. Minutos después, el rey se acerca a Janet. Y con la espada del general Adolfo, el rey pone la punta de esta arma en el pecho de Janet, y le dice: —   Si sabias que ese Joaquín no existía, por qué me hiciste ilusionar con la promesa de casarte conmigo si yo lo encontraba. —   Yo no estoy mintiendo, Joaquín existe. —   Existe en tus sueños mujer, no acabas de ver que te traje a todos los los Joaquines del país… me viste la cara de tonto y jugaste conmigo, nunca quisiste casarte conmigo. —   Te equivocas Anastasio, yo si iba a casarme contigo, pero yo te había dicho las dos condiciones para eso… tal vez Joaquín se le escondió al ejército. —   Ya no hables más Janet y entra al palacio. —   No, yo me voy a buscar a Joaquín por mi propia cuenta. —   No has entendido, tu estas detenida y no saldrás nunca del palacio. —   No puedes hacer eso Anastasio. —   Claro que puedo, yo soy el rey, además, ya que no quieres casarte conmigo, pues se me ha ocurrido en estos momentos convertirme en inmortal. Janet se confunde, y le dice al rey: —   ¿De qué hablas?, si ya te dije que yo no puedo hacer que otra persona sea así. —   Yo tengo una idea muy buena idea, pero creo que no te va a gustar. —   ¿Cuál? —   Te sacaré toda la sangre de tu cuerpo y me la beberé toda, así podré vivir por siempre. Janet mira la espada del rey y luego le dice: —   Esa es una buena idea, pero hay un pequeño error en tus planes. —   La idea que se me acaba de ocurrir es perfecta, no tiene por qué fallar. —   Se te olvida que yo pueda dar resistencia. El rey pierde el control y se ríe de Janet exageradamente. Cuando Janet le quita la espada con gran habilidad. Y con esa misma lo amenaza, diciéndole: —   Yo creo que si te corto el cuello en estos momentos, tu sonrisa quedara retratada para siempre al caer tu cabeza al piso. El rey se asusta, y rápidamente truena sus dedos, pero nadie viene a su rescate. Cuando Janet le dice: —   ¿Qué pasa Anastasio? ¿Por qué no te sigues riendo? El rey comienza a retroceder un poco, y le dice a Janet: —   ¿Sabes cuantos militares están a unos metros de nosotros?... ah, no vas a poder escapar. —   ¿Quieres apostar? —   Janet, piensa mejor las cosas y suelta esa espada… te estoy hablando en serio, suelta esa espada. En ese instante, Mina ve lo que está pasando entre el rey y Janet. Y pega un grito tan fuerte, que escuchan todos los militares…    
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