En ese instante en el palacio, los generales son bien recibidos por el rey, quien les da una gran bienvenida. Como si fueran héroes.
Miguel y Adolfo se hincan ante el rey. Cuando Miguel toma la vocería, diciéndole al rey:
— Señor, hemos concluido la búsqueda que usted nos mandó, una misión compleja y agotadora, pero que al final terminamos junto a todo el esquema armado del país, no hubo rincón alguno que no buscáramos a los hombres llamados Joaquín. Logrando un buen resultado.
En ese instante, Janet llega a la sala y les dice a Miguel y Adolfo:
— Buenas.
Miguel y Adolfo le responden a Janet:
— Buenas Señora.
El rey le dice a Janet:
— Alégrate, los generales dicen que han tenido buenos resultados con su búsqueda.
Janet se imagina tener a Joaquín al frente suyo, y les dice a los generales:
— ¿Cuántos Joaquines han traído?
Adolfo le responde a Janet:
— Hemos traído mil novecientos ocho Joaquines, supongo que el que buscan se encuentra ahí.
Janet se impacienta, y les dice:
— ¡Que esperan! Traigan a los hombres.
De inmediato, Miguel les dice a todos:
— Vamos a la plaza del palacio, lo hombres que hemos traído están por partes separadas.
Janet y el rey se levantan de su silla, junto a los generales y guardas de la sala, van a la plaza.
En ese momento, Gustavo y varios generales más, se hincan ante el rey. Cuando Adolfo les dice a unos militares que se encargan de custodiar a los detenidos:
— Liberen al primer bloque de hombres.
De inmediato, los militares traen a los detenidos por bloques de quinientos hombres, los cuales están muy bien custodiados.
Miguel le dice al rey:
— Hay tiene al primer bloque de quinientos hombres.
El rey mira a Janet, y le dice:
— ¿Vez al Joaquín que buscas?
Janet no le responde y camina hacia los quinientos hombres, quienes están amarrados de las manos. Y temblando de miedo.
Janet mira rápidamente rostro por rostro a todos los Joaquines, y le dice al general Gustavo:
— Llévense estos, porque el Joaquín que estoy buscando no está aquí.
Gustavo les dice a los militares encargados:
— Traigan el segundo bloque. Y llévense estos para su posterior liberación.
El rey cruza sus manos y observa con mucha paciencia, como los militares sacan del palacio a los primeros quinientos hombres. Para luego entrar a la plaza otros quinientos hombres del segundo bloque.
Janet mira lentamente a cada hombre del segundo bloque, y luego dice:
— Aquí tan poco esta.
Miguel y Adolfo se miran las caras. Cuando Gustavo vuelve a ordenarle a sus militares sacar a todos los hombres de la plaza. Para hacer entrar al otro bloque, el cual Janet también dice que no está.
El rey comienza a darle mucha rabia, y Miguel y Adolfo comienza a preocuparse. Cuando el bloque que falta es de cuatrocientos ocho hombres.
Adolfo le dice a Miguel:
— ¿Esa mujer es la que decide por el rey?
— Si, ella es la que sabe que Joaquín es, lo que me da miedo es que llevamos mil quinientos hombres. Y ninguno de ellos ha sido ese Joaquín.
— Migue, ¿crees que el rey nos hará algo si esta mujer no encuentra a ese hombre?
— Creo que sí, escuche que se casaría con ella después que ella encontrara ese Joaquín.
En ese momento, a la plaza entran los cuatrocientos ocho hombres restantes. Cuando Janet dice en voz baja:
— ¿Dónde estás Joaquín?
Janet se acerca aun más a todos los detenidos, y al llegar al último, se enoja demasiado, y les dice a todos:
— Joaquín no está aquí.
De inmediato, el rey explota de ira, diciéndole a Janet:
— ¡Me engañaste!, has abusado de la confianza que te di Janet.
En ese instante, todas las fuerzas militares junto a los detenidos que están en la plaza, se asustan al ver la terrible reacción del rey.
Furiosa, Janet se da vuelta, y le contesta al rey:
— ¿Qué es lo que dijiste?
El rey les dice a todos:
— Quiero que se vayan todos del palacio, quiero estar a solas con esta mujer.
De inmediato, los generales le hacen caso al rey. Y hacen retirar a todos de la plaza del palacio. Cuando el rey le dice a Adolfo:
— Préstame tu espada.
Janet le dice al rey:
— Ten cuidado con lo que vayas hacer.
Miguel le dice al rey:
— Señor, ¿usted está seguro de esto? ¿Quiere que los guardias también se vayan?
— Si, solo quiero hablar unas cosas con esta mentirosa.
De inmediato, todos los militares se retiran junto a los hombres que detuvieron de otras ciudades lejanas.
Minutos después, el rey se acerca a Janet. Y con la espada del general Adolfo, el rey pone la punta de esta arma en el pecho de Janet, y le dice:
— Si sabias que ese Joaquín no existía, por qué me hiciste ilusionar con la promesa de casarte conmigo si yo lo encontraba.
— Yo no estoy mintiendo, Joaquín existe.
— Existe en tus sueños mujer, no acabas de ver que te traje a todos los los Joaquines del país… me viste la cara de tonto y jugaste conmigo, nunca quisiste casarte conmigo.
— Te equivocas Anastasio, yo si iba a casarme contigo, pero yo te había dicho las dos condiciones para eso… tal vez Joaquín se le escondió al ejército.
— Ya no hables más Janet y entra al palacio.
— No, yo me voy a buscar a Joaquín por mi propia cuenta.
— No has entendido, tu estas detenida y no saldrás nunca del palacio.
— No puedes hacer eso Anastasio.
— Claro que puedo, yo soy el rey, además, ya que no quieres casarte conmigo, pues se me ha ocurrido en estos momentos convertirme en inmortal.
Janet se confunde, y le dice al rey:
— ¿De qué hablas?, si ya te dije que yo no puedo hacer que otra persona sea así.
— Yo tengo una idea muy buena idea, pero creo que no te va a gustar.
— ¿Cuál?
— Te sacaré toda la sangre de tu cuerpo y me la beberé toda, así podré vivir por siempre.
Janet mira la espada del rey y luego le dice:
— Esa es una buena idea, pero hay un pequeño error en tus planes.
— La idea que se me acaba de ocurrir es perfecta, no tiene por qué fallar.
— Se te olvida que yo pueda dar resistencia.
El rey pierde el control y se ríe de Janet exageradamente. Cuando Janet le quita la espada con gran habilidad. Y con esa misma lo amenaza, diciéndole:
— Yo creo que si te corto el cuello en estos momentos, tu sonrisa quedara retratada para siempre al caer tu cabeza al piso.
El rey se asusta, y rápidamente truena sus dedos, pero nadie viene a su rescate. Cuando Janet le dice:
— ¿Qué pasa Anastasio? ¿Por qué no te sigues riendo?
El rey comienza a retroceder un poco, y le dice a Janet:
— ¿Sabes cuantos militares están a unos metros de nosotros?... ah, no vas a poder escapar.
— ¿Quieres apostar?
— Janet, piensa mejor las cosas y suelta esa espada… te estoy hablando en serio, suelta esa espada.
En ese instante, Mina ve lo que está pasando entre el rey y Janet. Y pega un grito tan fuerte, que escuchan todos los militares…