Noah tenía dos días fuera y yo estaba muy aburrida. Demasiado. Este lugar era muy tranquilo, silencioso, sus empleados eran exageradamente serviciales y no me quedaba más que ir a caminar. Apreciaba el aire libre, las vistas, el sol que bañaba mi piel y luego llegaba a casa cansada. Cansada porque ejercitarme no era lo mío, caminar grandes distancias no se me daba bien y menos en estas pequeñas colinas que me dejaban las piernas temblando, pero admitía que luego la vista recompensaba todo y bajar no costaba nada. Llegaba a la casa de Noah y me daba un largo baño al aire libre. Esa parte ya me encantaba. Hasta que llegó la noche. Estaba en pijama cuando bajé a cenar luego de estar horas y horas viendo la televisión. Tocaron al timbre y yo no me imaginé quién estaba en casa.