Día 1
Me siento como en las nubes, como si estuviera caminando en ellas, ligera y fresca. El naranja ilumina mi visión y es cuando me puedo percatar de que no estoy en el cielo rodeada de nubes, sino que estoy en una pasarela con el atardecer de fondo. Veo hacia abajo y observó como los autos pasan y pasan, no hay embotellamientos ese día. Tampoco hay personas caminando por mi lado o subiendo a este puente.
Estoy sola en él, o eso creía hasta que veo a una mujer recostada del barandal a una gran distancia de la mía. Su cabello castaño se hondea en el viento y parece ver al horizonte, pero no hay mucho por ver, solo cemento y autos en un constante vaivén. No es un sitio para ver al horizonte de seguro.
He visto esta actitud antes. Mirar al vacío en sitios en donde con unos pocos movimientos puedes caer de una gran altura. Me pregunto si será una s*****a. Por eso no me gustaba alquilar en edificios. Dos veces para ser exacta lo había visto. Un esquizofrénico sin dinero para sus medicamentos, y un endeudado con la mafia del barrio.
Me acercó manteniendo una distancia prudente y le imito recostando mis brazos del barandal. Hay que persuadir a las personas en crisis como estas con suavidad.
—Bonito atardecer ¿no? — comentó casual.
—¿Te lo parece? No me gustan los atardeceres, indican que la noche llegará.
Al contrario de lo creía la voz de la mujer no sonaba perdida o depresiva, la debí malinterpretar. ¿Quién era para juzgar que le gustase ver caminos de cemento y la suciedad de la ciudad? A mí me gustaba ver programas de cocina y nunca cocinaba nada de lo que veía. Pasatiempos inútiles, todos tenemos.
—¿Y por qué eso es algo malo? — continuo con su conversación curiosa — en la noche podemos descansar, llegar a casa y si sale trabajo, pagan extra.
Mi respuesta no era un chiste pero causan risas a la mujer, que me mira por primera vez. Puedo vislumbrar que tiene ojos verdes, de una enigmática tonalidad.
—Eres una optimista. Lo eres, hueles a vida en cada parte de tu cuerpo.
—Y tú una mujer extraña. Cuando quieres halagar a alguien dices que hueles a flores o chocolate ¿no? — me estiro cansada de no sé qué, para oír más risas de la extraña.
También noto que tengo sueño, mucho sueño. Y ella se ha serenado. Vuelve a ver al horizonte.
—Cuando despiertes, pensarás que es un sueño — dice y yo tengo más ganas de dormir — no pierdas tiempo en ello Karina. Tienes solo 30 días para saberlo.
Mis parpados se cierran una y otra vez a causa de la somnolencia, y miles de preguntas me asaltan: ¿Cómo sabe mi nombre? ¿30 días para qué? ¿Para saber qué? ¿Quién era? Y como si pudiese leer mi mente me contesta.
—Para saber por qué ganaste esta oportunidad. ¿Mi nombre? — me observa en una ligera sonrisa — lo sabrás cuando nos volvamos a encontrar allá afuera.
……
Abro mis ojos con pesadez y probablemente el mayor dolor de cabeza que haya tenido en mis 26 años de vida. Tanto me duele que debo llevar mi mano a mi frente. También mi cuerpo se siente acalambrado. Debía tener aporreos en cada centímetro de piel. Y para rematar mi desgracia, no reconozco el techo que veo en estos instantes. Giro mi cuello con dificultad de lo entumecido que está y sí, esta habitación no la reconozco de nada.
Un olor dulzón y encantador me inunda las fosas nasales, la fuente es la ropa de cama donde estoy acostada. Es suave y pulcramente blanca, al igual que la decoración de dicho espacio.
Es gigantesco, tiene el diseño de una de esas revistas de decoración costosa y la cantidad de luz que entra por las ventanas, que son más grandes que una de las paredes de mi dormitorio, lo hacen todo más irrealista.
¿Cómo diablos terminé en un sitio como este?
Hago la fuerza necesaria para sentarme en el colchón y tomar más aire. Me recuesto del espaldar de la cama. Recuerdo con lentitud el evento de ¿ayer? El golpe, el sueño con la mujer esa, y mi cita con Antonio. No estaba muy lejos del sitio de nuestro encuentro al desmayarme. Lo más probable es que haya reparado en mí y me haya traído hasta su casa o donde se quedase, qué sé yo.
Eso era simple de deducir. Era la única explicación porque era la única persona que conocía con estas posibilidades económicas. Al ver el escritorio con una computadora de esas que valen miles de los verdes, y una puerta entre abierta con lo que parece ser un closet grande, lo requeté compruebo. Este cuarto olía a dinero.
Algo llama mi atención de esa puerta, los colores pasteles, por toda la habitación hay colores pasteles. Parece la habitación de una mujer. Extrañada, aparto las sabanas, y me levanto con lentitud de la cama para dirigirme a la puerta. Entro por esta.
Mi boca debería cerrarse si no quiero que le entren moscas. Efectivamente es un armario pero el tamaño de este y la cantidad de ropa, zapatos y carteras me deja anonadada. El sumo orden del sitio igual lo hace. Las prendas estaban ordenadas en una escala de colores pulcros; las carteras en una escala maniática de tamaños; en cambio los zapatos lo estaban por tipo: bajos, tacones, deportivos.
Este armario es tan grande como mi habitación. Mentira. Como tres habitaciones mías. Era una locura. Al igual que la isla en el centro de este closet sin fin. Al acercarme a la mesa veo que está compuesta por una serie de gavetas. Abro algunas para encontrarme no sé cuántos lentes de sol, y no precisamente los de imitación de grandes marcas, por todo lo que he visto deben ser originales. Y en una gaveta, veo una serie de collares de lo que creo es oro.
Encontrarme con joyas hace que cierre con fuerza el compartimiento, y me dé cuenta de que no soy quien para estar hurgando en la habitación de la familiar o amiga de Antonio. Me preocupa al instante que digan cosas tontas por lo de mi madre, estoy dispuesta a volver a la cama y pretender que nada pasó allí.
Al querer hacerlo, me detiene la imagen de una mujer observándome. Quedó congelada con su aparición. Lleva una camisola de seda rosa en conjunto con una bata de mangas largas. Su cabello n***o está despeinado, como si se hubiese levantado de dormir. Aunque eso no importa porque su apariencia de recién levantada no deja de darle como mil vueltas a la mía con una hora de peluquería y tres de exorcismo. Esa mujer tiene los labios carnosos y rosados, sin parecer tener maquillaje en ellos; y sus ojos, vaya, son verdes y preciosos.
Retrocedo miedosa de que malinterprete la situación. Pero esa tipa, también lo hace.
Coloco mis manos en un gesto de disculpa. Pero esa tipa, también lo hace.
Mi rostro se contuerce en confusión ante su imitación de mí. Pero … esa tipa también lo hace.
Me molesto, ella lo hace.
Me acercó, ella lo hace.
Le tocó, ella lo hace.
¿Por qué eso es posible? Porque no es que haya otra mujer en este sitio… Es que se trata de mi reflejo en un espejo de cuerpo completo.
Mi reflejo… en automático mis manos recorren mi rostro, solo que este no es mi rostro. No tengo los ojos de este color. No tengo la nariz de esta forma. Mis labios no son de esta forma y mi cuerpo… oh Dios. Mis manos tantean mis brazos, mi abdomen, mis caderas y piernas. Todos pertenecen a una mujer flaca y delicada. Blandos, no haya nada de la firmeza que tienen los míos.
E inevitablemente mis pechos, o los de esta mujer, o lo que sea. Son gigantescos. O por lo menos para los míos. Y de paso observo mis manos, sus manos, limpias y lisas, ¿mis callos? ¿Dónde está la cortadura que me hice hace unas semanas? Es que ni siquiera la piel se parece a la mía que es bronceada por el sol. Estoy … blanca como la nieve. Me faltan los siete enanos no más.
—Ay Dios mío… Soy hermosa — exclamó con horror para escuchar por primera vez ¿mi voz?
—Es que te hicieron con mucho amor, cariño — contesta una voz femenina.
—Eso tiene sentido con mi verdadera cara, pero a la inversa — susurro ceñuda.
—¿Qué dijiste mi niña?
Cierro los ojos y me niego a ver a la mujer que me está hablando y supongo entro a este ridículo closet. Siento su presencia cerca de mí. En este sueño tonto, sacado de algún tipo de película rosa que vi. Es la única explicación para que esto esté ocurriendo. Ese golpe en la cabeza me tiene inconsciente en algún hospital, y me desperté dentro de un sueño dentro de otro sueño. A este paso la mujer que me habla me abrazaría con amor, diciendo que era una madre cariñosa.
Aun con los ojos cerrados, me clavo las uñas en las palmas con vigor, quiero despertarme de este sueño y comprar las medicinas que necesite e irme a descansar a mi verdadera habitación. Es inútil, no puedo despertarme, y me duele. Así que será uno de esos sueños de los que no te puedes despertar…
—¿Cariño te sientes bien? Deja de hacer eso — me pide con ternura tomando mis manos esa individua, y me obligo a verle.
Para mi sorpresa… la reconozco. Sé… yo sé su nombre.
—¿María? — recito bajamente para que ella me sonría y unos hoyuelos se formen en su arrugada cara.
—¿Me decías?
María. María. María. Busco en mi memoria quién es María, y me duele un poco más al tratar de recordarle. No se me viene a la cabeza de dónde pero simplemente sé que se llama María, y que me causa confianza. Luce como de 60 años… no luce… sé que tiene 60 años y los cumple en enero… enero 30. Su cabello es canoso y está sujetado en un pulcro moño tensado. Su falda en tubo gris y su blusa de mangas largas en blanco, lucen como un uniforme más que ropa casual. Una empleada. No una madre es esta mujer. ¿Por qué sabía todo eso? Qué sueño tan raro, era este.
—¿Cómo te sientes hoy? ¿Pudiste dormir anoche? — me dice mientras aprieta mis manos — ¿por qué no me dejas ayudarte a tomar un baño y después bajamos a desayunar?
Lo dice mientras intenta bajar mi bata, no lo pienso mucho, doy un paso atrás y cierro las tiras de la prenda. No soy una niña y este cuerpo tampoco es el de una niña, no necesito que me bañen. Que cosa tan rara.
—Puedo bañarme sola, gracias — le paso por el lado y salgo del armario buscando la puerta del baño que debe tener una habitación de este costo.
Encuentro una y la abro, decidida pero… es otro armario.
—¡No me jodas! — gruño por lo bajo.
Escucho un carraspeo extraño detrás de mí. Es la tal María que se ha plantado allí. Inhalo una vez más y ubico otra puerta, parece ser la única restante, a no ser que el diseñador de esta exageración haya decidido eliminar el baño por un tercer armario. Voy hacia esa, la abro y por fortuna, lo es. Un baño.
Entro, cierro la puerta y doy un vistazo rápido. Nada fuera de lo común en esta opulencia inspirada en Discovery Home and Health. Una tina, una ducha para cinco personas de pie, un montón de velas y lo más importante un lavamanos con un gigantesco espejo. Me acerco y vuelvo a ver a la misma mujer de hace un rato. Me echó agua en la cara y nada que me despierto.
Sintiendo el agua fresca en mi rostro que no es mi rostro, y analizando la cantidad de detalles de este sueño, me doy cuenta de que este sueño no es uno normal. Alzo esta cara para verla una vez más y solo puedo negar. Para después ver una toalla de manos pulcramente bordada con letras doradas que decían un nombre.
Irene.
—Irene… — el nombre me sabe a algo y como ocurrió con el nombre de la anciana, simplemente lo sé — Irene Parker. Ese es mi nombre.