— Y según usted… ¿cómo le estoy mirando? — me preguntó él, mostrando un poco de coquetería.
— No me tiente, señor Schmidt. Deje de mirarme y váyase a preparar para la reunión. Esta vez no pienso salvarle el culo como siempre he hecho desde que llegó — le eché en cara.
— Tengo que acostumbrarme al sistema español. En Múnich, las secretarias son más amables — acercó su rostro al mío.
— Pues aquí no somos peras en dulce y como siga así, no tendré miramientos y no me importará que sea mi jefe — le advertí, arisca.
Él dejó escapar una sonrisa de medio lado, mientras se apartaba de mí y pasó por mi lado sin quitar esa pose.
Complemente irritada, me senté de golpe y, cuando él cerró la puerta, golpeé la mesa dejando que el aire saliera de mi boca y nariz.
Madeleine y Joshua me miraban con una sonrisa y riéndose un poco por la actitud de su amiga. Se miraron y se despidieron con un beso en los labios.
***
Joshua
Madeleine me guiñó un ojo, mientras se marchaba a su puesto de trabajo. Me quedé mirando a la mujer que amaba y luego observé a la chica castaña.
“Alex volverá, Kaia. Eso no lo debes dudar por nada” pensé, antes de entrar en mi despacho.
Sabía que ella necesitaba verlo y saber el motivo por el cual se marchó, pero no podía ayudarlo.
Busqué el celular en el bolsillo y marqué un número de teléfono. Al cabo de unos segundos, escuché que respondían a la llamada.
— Dime, Joshua — se oyó al otro lado de la línea.
— Deberías volver ya, Oscar. Te dije que…
— No puedo volver todavía. No quiero que lo pase mal por mi culpa.
— Ya lo está pasando mal — cerró la puerta cuando entró al despacho. — O al menos deberías llamarla para decirle la verdad. Porque si no lo haces, lo haré yo.
— ¡No! Me prometiste que no se lo dirías y que cuidarías de Adriel y de ella. Kaia ya ha sufrido bastante.
— Pero… — comencé a decir.
— Joshua, por favor. Te lo pedí hace tres años y todavía no ha acabado el tratamiento y no creo que los médicos me dejen salir hasta, como mínimo, dentro de tres meses. Hasta entonces, cuida de ellos.
— Eso haré, pero te diré una cosa. Kaia lo está pasando mal y criar a Adri no es fácil. Cada dos por tres está enfermo. Ella necesita que vuelvas — percibí que la persona del otro lado suspiraba. — ¿No puedes tratarte aquí?
— Eso me gustaría, pero allá no hay tratamiento. Por eso, tengo que esperarme a acabar — hubo un silencio durante varios minutos. — Si en tres meses no he vuelto, díselo.
— De acuerdo — me senté en mi silla. — Adiós, Oscar.
Suspiré, echándome hacia atrás. Quería mantener el secreto a mi amigo, pero no podía verla triste por él.
Me levanté de mi asiento y me puse a mirar por la cristalera, observando a la joven castaña. Cerré los ojos, negando, volviendo a mi sitio.
Me pasó las manos por el pelo, despeinándomelo. No me gustaba estar en medio de nada y el hecho de estarlo, no me gustaba.
Estuvo en mi despacho hasta la hora de la reunión. Al salir, me encontré que Kaia que llegaba de preparar la sala donde se llevaría a cabo la junta. Ella me miró y me mostró una sonrisa.
Me sentí mal por ella, pero no podía defraudar a mi amigo.
Me acerqué, pero se detuvo al ver que su jefe salía de su oficina. Todos los directores de los departamentos se dirigían hacia la sala con sonrisas y bromeando entre ellos.
En la estancia, había una gran mesa ovalada con varias sillas. En cada sitio había una carpeta y un vaso de agua. Cada uno ocupó su lugar y Stefan presidió la mesa.
Al lado de él, en el lado izquierdo, se sentó Kaia, a pesar de su rotundidad.
Me senté a su lado y le hizo un movimiento con la cabeza para que se tranquilizara. Sin más, la reunión comenzó.
Kaia permanecía muy atenta a lo que ahí se exponía. Como siempre había hecho, tomaba nota sobre lo que ahí se hablaba.
De vez en cuando, daba golpecitos con el bolígrafo en la libreta y suspiraba. Odiaba estar en ese tipo de juntas, en las cuales sólo se hablaba de números.
De pronto, mi celular comenzó a vibrar haciendo que las miradas de Stefan y mía se fijaran en el celular.
Me levanté y respondí a la llamada, saliendo de la sala. Sin darme cuenta, había dejado la puerta medio abierta y los hombres y mujeres que habían en la sala, pudieron escuchar un poco la conversación que tenía.
Unos minutos después, entré en la sala, me acerqué a Jesús y le anuncié:
— Tengo que irme.
— ¿Qué ha pasado? — me preguntó el hombre moreno.
— Adri. Está vomitando y el médico me dijo que lo llevase si vomitaba de nuevo.
— Está bien, ve. No te preocupes — me dijo Joshua con una sonrisa.
Le sonreí, agradeciéndole que me dejase ir y me levanté.
Pedí disculpas por interrumpir la reunión y recogí mis cosas. Al poner una mano en el pomo de la puerta de cristal, escuché que una silla se movía hacia atrás.
Entonces, una voz dijo:
— Si sale por esa puerta, está despedida.
— Señor, no puede… — comenzó a decir Joshua, saliendo en mi ayuda.
— Tengo todo el derecho a despedir a gente que no es seria con su trabajo — habló seriamente Stefan. – Como salga por esa puerta, no piense en volver porque estará despedida.
Molesta con aquel hombre, apreté la mano en el pomo de la puerta de cristal. Respiré hondo para no contestarle de manera descortés, pero ese hombre me sacaba de mis casillas.
Con el semblante serio, me di la vuelta y le dije en alemán:
— Si le soy sincera, no me preocupa mi trabajo. Lo único que me importa ahora mismo es mi hijo y si me despide, ¡genial! Así no tengo que verle la cara. Y ahora si me disculpa, tengo un hijo que necesita que vaya junto a él.
Y salí de sala con la barbilla en alto.