Joshua
Los presentes se habían quedado sorprendidos al escucharla hablar en alemán ya que pensaban que no sabía.
En cambio, el jefazo tenía los ojos abiertos como platos debido a la declaración de Kaia. Suspiré, sabía lo que podía pasar si le contestaba de aquella manera al jefazo, pero la entendía muy bien a ella.
Estaba sola con un niño que pasaba más de la mitad del año enfermo.
— Señor Schmidt, por favor, no se lo tome en cuenta — le pedí suplicante.
— ¿Qué no se lo tome en cuenta? — repitió Stefan, malhumorándose cada vez que recordaba el tono que había tomado Kaia al recibirse hacia él. — ¿Cómo puede proteger a alguien que se marcha de su trabajo y habla así al jefe?
— La señorita West es madre soltera, señor Schmidt. Su hijo se pone muy seguido enfermo — comentó un hombre que había en la sala. — El antiguo Director General siempre le permitía que se marchara cuando su hijo la necesitaba.
— Es cierto, señor. Es difícil criar a un hijo teniendo pareja, ¡pues imagínese cuando se está sola! — Habló una de las mujeres. — Ella ha estado sola durante estos tres años y lo sigue estando. El señor Davis y su novia le ayudan en lo que ellos pueden pero…es muy difícil criar a un niño en… — se calló cuando se percató que yo la miraba y le decía con la mirada que se callara.
— Está bien, no lo tendré en cuenta, pero mañana o cuando vuelva, quiero hablar con ella — claudicó, al ver como sus subordinados la defendían.
— Muchas gracias, señor Schmidt — le agradecí, mostrando una pequeña sonrisa.
— Continuemos con la reunión — ordenó Stefan, girando hacia el proyector.
***
Kaia
Me encontraba en el mercado con mi hijo, mientras compraba la comida del mes.
Adriel estaba sentado en la silla portabebés del carrito. En una de sus manos, había una tortuga ninja deformable y en la otra mano, tenía un camión.
Me detenía en cada casi estante y luego miraba el papel que tenía entre las manos, para saber que debía escoger. Mientras buscaba los alimentos, tenía una mano agarrada la barra metálica que había delante de la silla portabebés.
En una de las veces que lo miré, Adriel estaba medio girado, estirando el brazo para coger el camión que se le había caído dentro del carro.
— Mami, mi camión — me dijo Adri, colocándose bien.
Sonreí y tomé el camión. Mi pequeño, más feliz que una perdiz, besó mi mejilla mientras que le daba el juguete.
Todavía estaba cuidando de él y no había regresado aún a mi trabajo.
Sabía lo que me estaba jugando con no ir, pero quería regresar cuando mi hijo estuviera del todo bien. Tomando los cereales que siempre comíamos para desayunar, Adriel me preguntó:
— Mami, ¿papi va a venir para cuando vayamos a ir con los abuelos?
Esa pregunta hizo que se me cayera al suelo, la caja de cartón que tenía entre las manos.
Me quedé mirando las demás cajas de cereales del estante que tenía enfrente y, negando con la cabeza, me agaché. Recogí los cereales y dije, mientras que los dejaba dentro del carro:
— No lo sé, Adri.
— Pues debería venir. Mis amigos dicen que si no está con nosotros, es porque no nos quiere.
— Adri, escucha — me puso enfrente de mi hijo y le miré a los ojos. — Es cierto que papá no está con nosotros pero… estoy segura que nos quiere y que pronto, cuando menos lo esperemos, él volverá de su trabajo y se quedará con nosotros.
— ¿Me lo prometes, mami? — esbocé una pequeña sonrisa y levanté el dedo meñique, hasta ponerlo a la altura de su cara. — Es un dedo promesa — mi pequeño levantó el meñique y lo juntó con el mío.
— Te quiero mucho, mami — dijo Adri, enseñando las paletas dulces y sonriendo.
— Y yo a ti, Adri, y yo a ti — acerqué mis labios a la mejilla de mi pequeño y se la besé, sonriendo.
— Vaya, vaya. Pero a quién tenemos aquí… la señorita West — habló una voz detrás de mí. La sonrisa que tenía se me había marchado al reconocer aquella voz. — ¿Por qué ha dejado de ir a la empresa?
— Porque usted me despidió. ¿Acaso no lo recuerda, señor Schmidt? — expresé de mala y comencé a tirar del carro hacia otro pasillo.
— Tus compañeros de trabajo me pidieron que no te despidiera — se quedó mirando a mi hijo, que lo estaba observando. — ¿Es su hijo?
Lo miré de reojo.
— Así es — me detuve en los zumos y tomé los que le gustaban a mi hijo.
Stefan se quedó mirando a mi pequeño.
Adriel era hermoso, su cabello era corto, moreno y revuelto. Tenía unos preciosos ojos azules que lo observaba con mucha atención y con una sonrisa que provocaba que le salieran hoyuelos.
El empresario me miró de nuevo y no pude evitar mirarlo serio y con las manos sobre el carro, apretadas fuertemente. Mi pequeño, que era la primera vez que veía al alemán, preguntó con esa sonrisa que lo caracterizaba:
— ¿Tú eres el novio de mi mami?
Eso hizo que lo mirara sorprendida. No podía dejar de pestañear debido a la pregunta de mi hijo. Cuando iba a responder, el alemán se acercó al carro y agachándose un poco, le contestó:
— No, no lo soy. Pero soy el jefe de tu mamá.
— ¿El jefe de mi mami? — Adri ladeó la cabeza. — ¿Entonces eres el jefe tonto de mi mami?
— Adri… — susurré, cerrando los ojos, mordiéndome la lengua con los labios y girando la cabeza hacia el otro lado.
— Sí, el tonto jefe de tu mami — Stefan sonrió al niño. Esa contestación hizo que los mirase. — Señorita West, sobre su despido…
— Iré a firmarlo cuando mi hijo se ponga mejor — lo interrumpí ella.
— Le quiero decir que…
— Mientras que mi hijo siga enfermo, no pienso ir, pero avisaré a Joshua para que esté listo mi despido para cuando pueda ir a firmarlo — lo volví a interrumpir.
— ¿Quiere escucharme en vez de interrumpirme? — Siseó con los ojos cerrados.
— Sé que estoy despedida, así que no tiene nada que decirme. Por favor, déjeme tranquila que estoy comprando con mi hijo que, a diferencia de usted, no debe estar mucho tiempo en la calle — respondí en el mismo tono.
Continué caminando por los pasillos con mal humor. Odiaba a ese hombre, pero no entendía de dónde venía tanta aversión hacia él.
Tan ensimismada estaba buscando los productos de la lista, que no me percaté que Stefan se había puesto delante del carro, hasta que lo atropellé.
Al mirar, resoplé con cierto malhumor.
— Quítese de en medio — le espeté.
— No hasta que me escuche — metió las manos dentro de los bolsillos del impoluto traje.
— Ya le he dicho que…
— No está despedida. Sus compañeros de trabajo me pidieron que no lo hiciera y no lo he hecho — me interrumpió ahora él. — Sólo quería decirle eso. Si el antiguo director general no le decía nada… yo a mi pesar tampoco debería hacerlo.
Permanecí callada, mientras tenía la boca arrugada. Sabía que debía darle las gracias por no despedirme, pero no lo iba a hacer… ¿o sí?
Miré a mi hijo. Éste me miraba con ojos divertidos, a la vez que el pequeño camión atropellaba a la tortuga ninja.
Suspiré. Sabía lo que debía hacer, ya que intentaba que mi niño hiciera lo mismo siempre.
— Gracias — le dije sin mucho ánimo.
— De nada, señorita West — dijo sonriendo de medio lado. — Ahora, le dejo que continúe con la compra — hizo un leve movimiento con la cabeza y se dio la media vuelta.
¿Por qué me sentía como si hubiera roto una pieza valiosa?