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— No pienso viajar contigo a ningún lado. Ha gastado saliva con mi padre para nada – le dijo ella. — Por favor, señorita West. Venga conmigo – le pidió él. – Me quedaría más tranquilo. — He dicho que no – sentenció ella cruzándose de brazos, cerró los ojos y giró la cabeza hacia el lado contrario al que él se encontraba. Volvieron a casa de la joven sobre las doce de la noche. Habían aprovechado que estaban en el pueblo para cenar algo en uno de los restaurantes que había a lo largo de la playa. En la puerta de la casa, se encontraba el padre, Richard, que estaba con los brazos cruzados y la expresión de seriedad intimidatoria que ponía cuando estaba realmente enfadado. Kaia se bajó del coche respirando hondo. Entonces su padre le espetó: — ¿Cuándo pensabas decirme que te habías ca

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