Los secretos parecía que se habían convertido en los peores males del mundo, salían como si se tratase de una caja de Pandora, Alexander quiso aferrarse a la esperanza como lo había hecho Pandora, esa que tenía sobre Ana. Tal expectativa parecía esfumarse, Ana tenia odio impregnado en su ser, lejos estaba de conseguir su perdón ya que a ésta la embargaba el dolor y la angustia. Los días siguientes, apenas cruzaron palabra, Ana estaba resuelta a volver a su residencia. Sin embargo, Alexander se adelanto y con la resignación impresa en su frente decidió marcharse. Una mañana, mientras Ana bajaba a desayunar observo unas maletas que estaban en la entrada; sus ojos se llenaron de lágrimas y sintió una punzada en el pecho de esas que te dicen —Alexander no te marches, te perdono— pero la