Capítulo 4: ¡No queremos a una madrastra!

1076 Words
—¡No voy a golpearlos! Pero ¡¿Qué haces?! No ves que nos han empapado de agua fría, ¡Merecen un castigo! —¡Son unos niños! Ellos saben que han hecho mal, podemos hablar y no gritar. Ella miró a los niños, sonrió al verlos, ellos tenían caritas asustadas. —Lo que hicieron fue muy malo, no deben mojar a la gente, sobre todo cuando no les han hecho nada malo. —¡Eres una bruja! —gritó Dante —¡Gracias! ¿Cómo lo supiste? —exclamó Virginia, Daniel la miró con ojos grandes. —¡Si es una bruja! —exclamó asustado, mirando a sus hermanitos—. ¿Nos vas a convertir en sapos? Ella sonrió, y tocó la cabeza de Daniel con dulzura. —No, pero, tal vez los convierta en unos niños muy bien portados, para que no vuelvan a hacer travesuras. —¡Las madrastras son malas! ¡No las queremos! —dijo Lyra encogiéndose de hombros, con enojo. —Bueno, tienes razón, pero, yo no soy ninguna madrastra, al contrario, solo soy una amiga. —¿Una amiga? —exclamaron con duda —Sí, y sé que hoy es tu cumpleaños, Lyra —Virginia sonrió, tomó el regalo y se lo dio. Ella tomó el regalo, lo lanzó al suelo. —¡No quiero nada de una bruja! Octavio la miró severo. —¡Levántalo ahora mismo! ¿Esa es la educación que te di? Lyra bajó la mirada, y tuvo que levantarlo. —Di gracias y discúlpate. —No tienes que hacerlo, no lo hagas, Lyra, puedo entenderlo, yo también perdí a mi mamá cuando tenía diez años, sé lo que es tener una madrastra, pero yo tuve una segunda mamá. Los niños la miraron impactados. —¿Tú también perdiste a tu mami? —exclamó Sia. —Sí, y luego tuve otra mami, que me quiso mucho. —¿Y dónde está ahora? Virginia tragó saliva, sonrió. —En el paraíso… Lyra abrió su regalo, se sorprendió al verlo. —¿Es un cuaderno? —¡Un diario! Puedes escribir en él todas las cosas maravillosas que te gustan de la vida. Octavio no podía quitar la mirada de Virginia, como si lo tuviese embelesado con cada movimiento o palabra que decía. Lyra no pudo evitar admirarlo, tenía un hermoso bolígrafo brillante. —¿Cómo se dice Lyra? —exclamó Octavio severo. —Gracias. Virginia sonrió. —Ahora, a la habitación común, estarán castigados, hasta que salgamos para la casa de la playa. Los niños corrieron, alejándose. —Acompáñame, te llevaré a una habitación para que puedas cambiarte la ropa, mientras nos vamos. Ella asintió, lo siguió, volver a estar a solas con él incrementaba sus nervios. Abrió la puerta de una habitación, entró tras de él, miró el lugar, le recordó al pasado, de pronto se miraron fijamente, en algún instante ella sintió que pensaron en lo mismo. —Cámbiate aquí, iré también a cambiarme, te veo en quince minutos en la sala, para irnos. —Está bien. Él salió y ella se quedó estática por unos segundos, escuchó su teléfono resonar, se alegró de que su cartera lo hubiese protegido del agua, leyó el mensaje de Franco. «Querida, te dejo la cuenta bancaria en la que el CEO debe depositar el dinero, no olvides que apenas vuelvan debe depositar el dinero, gracias por sacrificarte por mí, te quiero, tesoro» Virginia lanzó un suspiro de desesperación, se miró al espejo, se sacó el vestido, necesitaba cambiarse con rapidez por ropa seca, abrió su maleta, sacó ropa interior y un nuevo vestido, estaba por cambiarse, caminó al cuarto de baño, buscaba una toalla para secar su cabello. La puerta se abrió, Octavio trajo toallas, porque sabía que no había, y que el personal de servicio había tomado el día, solo estaban los guardias. Se sorprendió al no verla, miró a todos lados, Virginia salió del cuarto de baño, estaba en ropa íntima, cuando tropezó con él, haciendo que perdiera el equilibrio cayeron al suelo, y ella encima de él. Cuando enderezó su postura, estaba tan cerca de sus labios, pudo sentir su cálido aliento. Los ojos de Octavio se abrieron, ensombrecidos, intentaba resistir la dulce tentación que sentía de besar sus labios. —¡Quítate de encima de mí! —exclamó él, como si fuera un gruñido. La mujer se levantó asustada, miró su cuerpo en paños menores. —¡No me mire! —exclamó al sentir la mirada sobre su cuerpo, ella le arrebató la toalla. Octavio se giró, aún pudo verla por el reflejo de un espejo; tenía una figura grácil, esbelta, su piel parecía de porcelana, era más hermosa de lo que pensó, sintió que se quedó sin aliento, que su cuerpo reaccionó a ella. —Lo siento, traje toallas, pensé que lo necesitarías. Ella se cubrió con la bata de baño, tenía el rostro rojo. —Sí, gracias, puede irse, me vestiré. Él asintió, y caminó a la salida, sin embargo, aún pudo echar un vistazo a la ropa interior sobre la cama. Ella enrojeció y corrió a cerrar la puerta con llave, cuando él salió. «¡Qué vergüenza! Acabo de arruinar mi reputación, ¡ay, por favor, de todos modos, tengo la peor reputación para el CEO! Lo besé, bueno, ¡Lo besé! Y el beso nadie me lo quita», pensó, con una sonrisa ingenua, se apuró a vestirse, segura de que lo que quería era que estos días terminaran para siempre, y nunca más volver a ver al CEO Octavio a los ojos. Octavio entró a la habitación común, los niños estaban mirando a la pared, uno al lado del otro, era el castigo que papá usaba con ellos. Él los miró, verlos así empequeñecía su corazón. —¿Por qué lo hicieron? No pueden atacar a las personas de esa manera. Los niños rompieron el castigo, se acercaron a él, con caras tristes. —¿Te casarás con esa mujer, papá? Octavio no supo que decirles. —Papi, ¡Las madrastras son malas! —dijo Daniel. Él negó, sintió que no sabía que decirles. «¿Cómo puedo explicarles que todo lo hago por ellos? Porque si los pierdo, lo perderé todo» —Por favor, respeten a Virginia, se los suplicó. Octavio salió de la habitación. Los niños se miraron unos a otros. —¡No queremos madrastra, debemos hacer que se vaya! —exclamó Lyra.
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