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—Yo… —balbuceó ella. No terminó la frase, él la besó de nuevo con pasión. Julieta temblaba, ante las ansiosas manos de Sergio, que recorrían con lujuria su silueta, primero por encima de la tela del vestido, luego sobre su suave piel. Ni siquiera supo cómo es que Sergio se deshizo de su vestido para cuando se dio cuenta, estaba desnuda, piel contra piel, entre los brazos de este ardiente hombre que no paraba de besarla. Por un instante, él se apartó, su mirada se deslizó, admirando su figura, sintió como su virilidad latía, reclamando por hacerla suya. Unió sus labios a los de ella; la inocencia de Julieta lo volvía loco, lo hacía desearla aún más. Recorrió su suave piel; sus manos acariciaron sus pechos, luego lo hizo con su lengua. Al sentirlo, Julieta estrujo las sábanas, est