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Los ojos de Virginia miraron al hombre con temor, solía tener sus arranques de furia, pero esta vez era violento, ella nunca notó lo que era, porque trataba de siempre ser complaciente con él. —¡Y te atreviste a actuar como una mujer celosa en mi departamento, cuando tú también me engañaste, me viste la cara de imbécil! —¡Suéltame, cobarde! Yo no te engañé, no me acosté con nadie, pero tú eres un poco hombre, suéltame, te digo —espetó —¡Sin mí eres nada, no tienes familia, no tienes nada, Virginia! Mejor ya déjate de tus tonterías, voy a aceptarte de vuelta, solo porque mi madre te necesita y porque me das un poco de lástima. Virginia se echó a reír. —¿Qué tú me vas a aceptar de vuelta? Pobre imbécil, yo no te quiero a ti, ni por todo el oro del mundo, ¡nunca volveré contigo! Y sobr